Capítulo 1. Recuerdo encendido.

"¡No mereces aspirar a nada!"

                  La sentencia de ese niño, invisible a los demás, se había quedado bien incrustada en la cabeza de Alan Thomas Fields, la escuchaba desde que tenía memoria. Y, a pesar de que ya tenía un par de años sin ver a ese niño que lo juzgaba sin descanso, no había día, incluso hora, en la que Tom no recordara alguno de esos dolientes aforismos sobre su persona.

                  "¡Deja de intentarlo! ¿No lo entiendes? ¡Eres solo un inútil! ¡Un asqueroso inútil!"

                  Esas frases parecían acompañarlo desde configuración de fábrica, talladas de por vida, sentencias de las que era incapaz de huir, para las que no había botón de reinicio. Hubo ocasiones en las que Tom se opuso al hostigamiento del niño, pero terminó aceptando lo que le decía porque al final, todo le salía mal en la vida. Su enfermedad, su incapacidad para socializar, su mediocridad, todo le confirmaba esa realidad y lo lastraba a esa falta de esperanza y de propósito. Tom alzaba la vista al futuro y solo veía vacío, un destino que lo atemorizaba a pesar de estar seguro de no poder huir de él.

                  "Solo sirves para dar lástima. Todos estarían mejor sin ti..."

                  Por eso, Tom había anticipado que sería rechazado para estudiar en el Instituto Estatal de Auxiliarías. Sabía que pasaría, aun así, había guardado una esperanza que fue destruida, como siempre. Además, no hallaba la manera de decirle a su madre la noticia, y que decir de a su padre.

                  "Ni siquiera mereces el oxígeno que te atreves a respirar, ¡mediocre!"  

                  Tom contenía las lágrimas que luchaban por salir entre más era atosigado por esos ecos en su cabeza. No quería llorar en el transporte público así que siguió resistiendo hasta que llegó a su parada. Tom se bajó a prisa y se adentró al parque delante de la parada, buscó unos matorrales entre los cuales se ocultó y al fin, en la soledad, pudo soltar todo el pesar que le venía destruyendo el pecho y la garganta. Esas palabras le hacían eco en la mente y corazón carcomiendo los cachitos de esperanza que ingenuo aún guardaba. Así estuvo un par de minutos hasta que escuchó unos suaves maullidos, alzó la mirada y vio quien lo llamaba:

                  —Fí-fígaro...

                  El gato se le acercó más y se frotó con Tom quien lo levantó y lo acomodó sobre su regazo para acariciarlo.

                  —Tranquilo, ya estoy mejor —le dijo mientras se limpiaba el rostro y recuperaba el aire—. Creo que mamá y tú son los únicos a quienes no les molesta que llore.

                  El gato maulló y ronroneó en el regazo del joven. Tom buscó en su mochila y tomó el jamón del sándwich que no se comió en el receso y se lo dio al gato quien lo devoró con celeridad.

                  —Parece que tenías hambre. Fígaro, no quedé en el INESA. Ya sabía que me rechazarían, pero me ilusioné. ¿Por qué lo sigo haciendo sí ya sé la realidad? —dijo Tom con voz quebrada, el gato se alzó y se frotó en el pecho de Tom—. Como desearía ser como los demás, poder aspirar a algo.

                  «A veces me imagino, no sé, diseñando y creando cosas increíbles que todos disfruten. ¡Quién sabe! quizás hasta podría mudarme y vivir yo solito, sin ser una carga para nadie. ¡Hasta podrías vivir conmigo! ¿Te imaginas? ¡Seríamos compañeros! —Tom sonrió nostálgico y un par de lágrimas se le escaparon—. Pero, sería imposible, ¿verdad? Mi destino ya está escrito, y me da miedo.

                  Tom se limpió el rostro una vez más, de pronto una sombra le eclipsó.

—¿Aquí estabas, Tom? ¡Ah! ¡Hola, Fígaro!

—Ho-hola, Emi —saludó Tom asustado mientras se secaba las lágrimas.

                  Emilio se sentó al lado de Tom, trató de acariciar a Fígaro, pero este se escondió detrás de Tom.

                  —Ya no te vi en la salida.

                  —Es que, tenía reunión con mi tutor y salí algo tarde.

                  —¿Era para tus planes a futuro? —preguntó Emilio, a lo que Tom asintió—. Entonces, seguro ya te confirmó que no quedaste en el INESA.

                  Tom volvió a asentir y bajó más el rostro.

                  —Bueno, ya lo esperabas yo te lo dije. Hablando de eso, ¿sabes que Omar Yldiz, fue seleccionado como cadete A para la Academia Militar de Petral?

                  Tom negó meneando la cabeza.

                  —Y te aseguro que nomás ponga un pie en la Academia se olvidará de sus raíces. ¡Oh! Y tu querida amiga —dijo Emilio e hizo comillas con los dedos—, Susana Marshall, ella entrará como cadete B. La neta no me sorprende, tu amiga está en la cúspide del privilegio; hermosa, acomodada y de familias de tradición militar. Sigo sin entender como te atreviste a fijarte en ella —se burló el joven.

                  Tom se encogió un poco y acarició a Fígaro.

                  —Pero, te tengo noticias, quizás uno de nosotros pueda salir de este hoyo de civiles. Sé que dijimos que no aplicaríamos ninguno de los dos, pero mis padres insistieron en que lo hiciera, y pues... ¡Tom! —exclamó Emilio—. Fui aceptado para la Universidad Nacional de Artes, ¡me dieron beca!

                  Tom abrió un poco los ojos y le sonrió a su amigo.

                  —¡Felicidades!

                  —Gracias. Espero que no te lo tomes a mal.

                  —Para nada. Además, de haber aplicado yo no habría sido capaz de superarte. Era una pelea perdida. ¡Lo mereces!

                  —La verdad, todavía no entiendo que habrán visto en mí, pero al fin una buena noticia para alguien como yo. Oye, pero ¿y tú? —preguntó preocupado—. ¿Ya sabes que harás?

—No estoy seguro. El profe Treviño me dijo que podría intentar aplicar de nuevo al INESA en seis meses. Mientras puedo tomar un empleo temporal.

—Ya veo —dijo Emilio sonriente—. No tiene nada de malo tomar un oficio temporal, espero que puedas conseguir uno. Igual y no es temporal y es de por vida, ¿no sería eso genial? —preguntó con exagerada alegría.

Tom asintió y trató de sonreír. Para su país, Tom no parecía tener mucho valor como ciudadano y eso le restringía cualquier aspiración. Aunque el joven pensó que debería ser agradecido si al menos conseguía un oficio. También le decepcionaba que Emilio hubiese aplicado para la beca en la Universidad Nacional de Artes, eso no quitaba que estuviera contento por él. Mientras pensaba en eso, su celular sonó y lo revisó.

—Mami ya se alarmó porque no he llegado —dijo Tom al ver los mensajes.

—Vámonos, te acompaño a tu casa.

Los jóvenes se pusieron de pie, Tom se despidió de Fígaro y caminaron rumbo a la casa de Tom.

—¿Y si consiguieras un oficio con los militares? —preguntó Emilio de la nada—. En mantenimiento de sus edificios, sirviéndolos o algo así. No, olvídalo, eres demasiado raro y feo, y ellos elitistas, no te escogerían. No lo tomes a mal, ¿eh?

—No lo hago, es la verdad —dijo Tom y se detuvo delante de la puerta de su casa.

—Es lo que me gusta de ti, aceptas tu realidad. Yo también soy algo raro, no tiene nada de malo no encajar. ¿No lo crees?

Tom asintió.

—Adiós, Tom. Métete de una vez antes de que tu mamá se ponga histérica.

Emilio se alejó despidiéndose con la mano. Tom suspiró, colocó su huella y el código, la puerta principal de su hogar se abrió.

—¡Tomy! ¿Cómo te fue? —La madre de Tom salió a recibirlo.

—Bien —contestó el joven mientras dejaba su morral en uno de los sillones de la sala.

—¡Estás lleno de pelos! ¿Otra vez, Tom? Ese gato puede contagiarte no sé que cosas y tu cuerpo es muy débil, no es capaz de soportar infecciones.

—Perdón, mami.

—Bueno, que no vuelva a pasar. Y dime, ¿qué tal? ¿qué te dijo el tutor? Pasaste, ¿no es así?

Tom bajó la mirada y se apretujo el holgado suéter entre las manos.

—Mami, la verdad es que... la verdad es que...

Tom alzó la mirada, las lágrimas no se hicieron esperar más inundándole los ojos y las mejillas. Anita no necesitó más para entender y lo abrazó con ternura.

—Perdón, perdóname, mami. Siempre lo arruino todo.

—Tranquilo, Tomy. Lo puedes volver a intentar, y está bien si no pasas, yo siempre, siempre te cuidaré.

Eso no terminaba de reconfortar a Tom, la idea de ser para siempre una carga para su familia le dolía más de lo que podía aceptar. Anita con las manos le limpió las lágrimas a su hijo y le sonrió.

—Mira, ¿qué tal si vas a descansar? Toma tu medicamento y duerme un poco, ¿qué te parece? ¿O prefieres comer algo antes?

Tom asintió, pero antes de que pudiera responder el timbre de la casa sonó. Anita, desconcertada, se asomó al proyector del asistente junto a la puerta. Anita palideció al ver quien los visitaba.

—Mami, ¿quién es? —preguntó Tom al notar la actitud de su madre.

Anita giró el rostro a Tom, y algo titubeante le contestó:

                  —Es... ¡el ejército!

                  Tom también se agitó al oír eso. Anita trató de sobreponerse de la impresión de tener al mismísimo ejército fuera de su casa, ¿qué hacían militares en la zona de residencia de civiles y justo en su casa? Anita mandó a Tom a su habitación y tratando de mostrarse serena abrió la puerta. Anita los saludó con sumo respeto e invitó a pasar a los tres oficiales que de la nada parecían haber llegado.

                  —¿Qué puedo hacer por el honorable ejército, oficiales? —preguntó Anita con la cabeza baja.

                  —Primero debo confirmar —habló una de los soldados—. ¿Usted es Anita Leal?

                  Anita asintió.

                  —Mucho gusto. Me presento, soy la capitana Miranda Will.

                  Anita no pudo evitar parpadear asombrada al oír ese nombre. Al ver a la oficial le había parecido que era ella y ahora lo confirmaba. La mujer que tenía delante de ella no era cualquier oficial, era la nieta del Gran Mariscal Will y la hija del actual teniente general, Herman Will. La capitana ni siquiera presentó a los dos soldados que la acompañaban, quizás eran su escolta, pensó Anita.

                  —No deseo quitarle mucho tiempo —siguió la capitana Will—. Mi objetivo aquí es informarle que... —La mujer sacó su celular, leyó rápido y continuó—: Que su hijo, Alan Thomas Fields, ha sido seleccionado para entrar a la Primera Academia Militar de Terrenal, Gral. Pietro Ross Porath como cadete clase A.

                  Anita se quedó boquiabierta, parecía que el tiempo se le había detenido, ¿escuchó bien?

                  —¿Pe-perdón? —alcanzó a decir Anita en su impresión.

                  —Lo repito, su hijo, Alan Thomas Fields —leyó de nuevo la capitana— ha sido seleccionado para ser un cadete clase A en la Academia Militar. Debo decirle que este es un gran honor para su hijo y su familia.

                  —Debe haber un error —dijo Anita tratando de enfocarse en la realidad que parecía abofetearla.

                  —Ningún error, señora —aseveró Miranda—. Requeriremos algunos datos de confirmación sobre su hijo y...

                  —¡No! —gritó Anita alertando a los oficiales—. Perdón, pero mi niño no puede ir a una Academia Militar.

                  Ahora fue Miranda la que se quedó con la boca abierta. Usualmente cuando daba esta noticia, la familia y el candidato no cabían de la alegría y la emoción, en especial si eran de la clase de la familia Fields-Leal. Miranda negó un poco con la cabeza.

                  —Señora, no sé si entienda esto, pero esto es una orden de la mariscal Gentile. Su hijo se presentará para empezar su educación como...

                  —Y yo no sé si usted entiende esto... —Los oficiales que acompañaban a Miranda se adelantaron amenazantes hacia Anita, pero Miranda los detuvo y dejó que Anita siguiera—. Mi hijo está enfermo, y, aunque es mi hijo y lo amo sé que no tiene lo necesario para ser militar. ¡Ni siquiera lo aceptaron para el INESA!

                  Miranda abrió los ojos al escuchar esa noticia, ¿de verdad este candidato que habían venido a buscar ni siquiera había sido aceptado en el INESA? La capitana recuperó su gesto solemne de nuevo.

                  —Más allá de que no puede negarse —dijo Miranda—, esta oportunidad es más que única. Si su hijo termina sus estudios y se gradúa podrá tener una carrera militar, con beneficios no solo lucrativos y de estatus. Además, seguro que querrá que compartir dichos beneficios con su familia.

                  Al decir eso, Miranda no pudo evitar revisar la casa en la que estaba con la mirada. Le llamó la atención lo limpia y ordenada que estaba la estancia, a pesar de no contar con auxiliares de limpieza. Incluso así, le pareció pequeña y modesta, ¿de verdad estas viviendas estaban diseñadas para familias grandes?, se preguntó la capitana. Por tanto, le parecía alucinante que alguien del nivel de Anita no estuviera emocionada por la posibilidad de subir de estatus gracias a su hijo.

                  —A mí no me interesa el dinero ni nada de eso. Lo siento, pero no puedo permitirlo, ¿qué debo hacer para que desistan?

                  —Entienda, señora Leal, no hay nada que pueda hacer. Bueno, hay algo, pero dudo que pueda ser una opción para usted.

                  —¿De qué se trata? —preguntó Anita ansiosa.

                  —Ya que el gobierno militar está invirtiendo recursos en su hijo en esta beca completa, usted tendría que pagar una indemnización.

                  —¡Bien! Lo haré, ¿de cuanto es?

                  Miranda sonrió antes de responder:

                  —Es de, solamente quinientos mil petios.

                  —¿¡Tanto?! —exclamó Anita sobándose la frente.

                  —Así es. A todo esto, ¿y su hijo?

                  En todo este encuentro, Tom había permanecido atento dentro de su habitación, no se había retirado de la puerta y al estar su cuarto junto a la sala era capaz de escuchar la conversación. Tom estaba igual o más estupefacto que su madre. ¿De verdad escuchó bien? ¿El ejército lo convocaba para convertirse en oficial? ¿Acaso era una alucinación? Y lo que era peor, parecía que no había manera de librarse a menos que pagaran esa exorbitante suma de dinero.

                  —No está —contestó Anita.

                  —Señora, no haga esto más difícil. Sabe que mentirle al ejército es una falta. —Miranda comenzaba a cansarse y no podía evitar sonar cada vez más y más amenazante—. ¿Dónde está su hijo? —preguntó severa.

                  —Está con su abuela, algo lejos —respondió Anita sin inmutarse.

                  —Sabemos que él se encuentra aquí —habló uno de los soldados de la escolta de Miranda—. Le pedimos que coopere con la capitana, no nos haga arrestarla.

                  Tom se aterró al oír eso.

                  —¡Pues hágalo! —Anita se abalanzó contra el soldado—. Porque mi hijo no irá a esa Academia y... ¡Ah!

                  La segunda soldado tomó a Anita del brazo haciéndola gritar del susto. Tom se apretó los oídos, no entendía que pasaba, estaba estremecido. Pero no resistió el grito de su madre y abrió la puerta saliendo a la sala.

                  —No lastimen a mi mami, por favor —imploró con voz cortada—. Ella...

                  Tom no pudo seguir, se quedó mudo al contemplar a Miranda.

                  —¡No! ¡Tomy! —lo llamó Anita preocupada, la soldado la soltó.

                  —¿Tú eres Alan Thomas Fields? —preguntó Miranda mientras meneaba la cabeza parpadeando.

                  Tom se petrificó al escuchar la voz de la capitana, el mundo se le detuvo. Un latido que ardió con una llama que se le propagó por todo su ser, más allá de su cuerpo, una experiencia incomprensible pero familiar. Todo alrededor de la capitana desapareció de la vista de Tom, solo estaba ella, iluminando una gran nada oscura. Pequeñas motas de luz empezaron a caer y danzaban en torno a ella. ¿De verdad esto era real?, se preguntó Tom. Allí estaba esa mujer que nunca había conocido en persona, delante de él, como un faro que aguardaba por él para mostrarle el rumbo, para arrancarlo de la oscuridad. El joven alzó la mano derecha hacia ella. Tenía que tocar esa luz, aunque fuera con la punta de un dedo, un solo segundo, solo eso bastaría para iluminar su miserable existencia. En ese momento ese fue su único deseo, era todo lo que necesitaba.

                  —¿Tomy? —lo llamó Anita—. ¿Estás bien?

                  Miranda contempló consternada al niño que débil alzaba una mano hacia ella. ¿Qué le pasaba?, ¿por qué actuaba tan extraño?, ¿acaso pretendía tocarla?, se preguntó la capitana mientras se movía hacia atrás con su escolta. Por un momento pensó que el joven no sabía delinearse los ojos o usaba un delineador de pésima calidad, en realidad eran ojeras que le hacían ver los ojos todavía más alterados. ¡Y su forma de vestir! Aunque quizás usaba esas holgadas y percudidas mantas que pretendía hacer pasar por ropa para no salir volando con el mínimo de viento. ¿Y cuánto hacía que no cortaba y emparejaba ese cabello? ¿Pretendía ocultar la desidia del cuidado de su cabello con ese gorro gris percudido? Verlo empezar a llorar fue para Miranda lo que le hizo terminar de juzgar al joven que tenía frente, jamás había sentido tanto disgusto y lástima al mismo tiempo.

Tom trató de acercarse a ella, avanzó un par de pasos tambaleantes pero la capitana se alejaba y lo miraba confundida.

                  —Por favor, ne-necesito... —susurró Tom.

                  —¡Tomy!

                  Anita se interpuso delante de él y trató de alejarlo de los militares, pero el joven se oponía; seguía alzando la mano hacia la luz, no se podía permitir dejarla ir.

                  —¡Capitana Will! —habló la soldado—. Parece que algo pasa con el recluta, pido permiso para auxiliar.

                  Miranda asintió, la soldado se adelantó con Anita y Tom, el joven parecía más y más alterado.

                  —Señora Leal, soy una folder vital, quizá pueda ayudarla. ¿Qué tiene su hijo?

                  —¿Folder vital? —preguntó Anita mientras seguía evitando el desesperado avanzar de su hijo—. Perdón, no entiendo mucho de esas cosas de folders, pero con una aplicación de su medicina estará bien. Por favor, cuídelo.

                  —Pero ¿qué tiene?

                  —¡Solo cuídelo!

                  Anita dejó a su hijo con la soldado, no tardó mucho en regresar con el dispositivo de aplicación listo para administrarle la dosis de emergencia a su hijo. Anita le pidió a la soldado que le bajara el suéter a Tom para poder colocarle la aplicación en el hombro derecho. Tom opuso resistencia, se movía impidiendo que le descubrieran el hombro.

                  —Tranquilo, mi niño, estarás bien.

                  Tom negó, apretó los ojos, las lágrimas no se detenían.

                  —¡No! Por favor, ¡ya no! —negaba nervioso y abrazándose con fuerza—. No la apagues, no apagues la luz —suplicaba—. Solo necesito tocarla.

                  —Vamos, mi niño; eso solo está en tu mente, no es real.

                  —No la apagues, te lo ruego... ¡Por favor!

                  La soldado ejerció un poco más de fuerza en el joven permitiéndole a Anita colocarle la aplicación a pesar de las súplicas del joven. El líquido se infiltró, poco a poco todo se nubló, todo volvía a la oscuridad. Con la fuerza que le quedaba Tom volteó hacia Miranda, no quería dejar que esa luz desapareciera, pero la medicina lo terminó por doblegar y lo dejó inconsciente.

                  —¿Qué fue eso? —insistió la soldado.

                  —Un episodio. Digamos que su mente le juega bromas y sufre episodios como este —explicó Anita mientras abrazaba a su hijo—. Desde los tres años es que esto empezó, es una secuela. 

                  Anita levantó a su hijo, la soldado se apresuró a ayudarla, ella misma cargó al joven. ¡Vaya que era liviano! pensó la soldado y lo llevó a la habitación que Anita le indicó. Una vez que Anita se aseguró de que su hijo estaba bien regresó al recibidor donde los oficiales seguían aguardando.

                  —¿Lo ven? —dijo Anita al verlos—. ¿De verdad el ejército cree que mi hijo tiene lo necesario para ser militar? ¡Ya lo vieron! Mi niño es muy débil y está enfermo. Además, ustedes lo deben saber mejor que yo, ¡Tomy está debajo del cinco! Ni siquiera un folder podría llegar a ser.

                  Miranda, a pesar de haber permanecido solemne, en realidad coincidía con Anita después de haber visto en persona al joven Fields. Le quedó claro porque ni el mísero INESA lo aceptó para empezar. Aun así, no había nada que Anita o incluso ella pudiera hacer, Alan Thomas tenía que ir a la Academia Militar.

                  —Lo he visto —dijo Miranda—. Sin embargo, no tienen derecho a negarse. Su hijo irá a la Academia, es una orden de la mariscal Gentile, desobedecerla implicaría encarcelación, en el mejor de los casos.

                  Los oficiales salieron, los acompañantes de Miranda le abrieron las puertas del auto ante el grupo de civiles que se había acomodado cerca de la casa de Tom. Miranda los ignoró y entró al auto el cual de inmediato se puso en marcha. Miranda tecleó un par de cosas en su celular y al entrar la llamada se mostró el rostro de un joven en la pantalla detrás del asiento delante de ella.

                  —¡Julio! —saludó Miranda de inmediato.

                  —¡Hola, Miri! ¿Qué tal? ¿Ya fuiste con el último candidato?

                  —Así es y precisamente por eso te llamo, es que seguro cometieron un error.

                  —¿Qué dices? —preguntó Julio.

                  —¡Sí! Se equivocaron con este candidato. Lo hubieras visto, ni siquiera parece de diecisiete. Tiene cara de niño, uno no muy agraciado y de por sí descuida su imagen, eso no le ayuda.

                  Julio no contestó, dejó que Miranda siguiera.

                  —Y está enfermo, enfermo mal, ¿entiendes?

                  Julio negó con la cabeza.

                  —O sea, como del cerebro. —Miranda se señaló la frente—. ¡Ay, no! Lo peor es que trató de tocarme.

                  —¿Cómo está eso?

                  —Es que le dio un ataque o algo así. Solo me vio y se puso todo loco. —Miranda se agitó al recordar ese momento—. Y como que quería tocarme, no sé.

                  —Interesante reacción... —murmuró Julio frotándose el mentón—. Lo hubieras tocado tú a ver que pasaba.

                  —¿Qué? ¡Nada de eso! ¡No! ¡Asco! —gritó Miranda sacudiéndose las manos—. ¡Cometieron un grave error con este niño!

                  —A ver, Miri. Entiende que los candidatos fueron seleccionados con cálculos que van más allá de lo que sientas o predispongas.

                  —Pues sus cálculos nos harán desperdiciar una beca de cadete A en ese niño, siendo que hay jóvenes con un perfil adecuado que sí aprovecharían la oportunidad. Por si fuera poco, está debajo del cinco en su potencial de FOLD basal. Incluso su madre es consciente de que su hijo no es capaz. Ni lo aceptaron en el INESA, ¿qué te dice eso?

                  —¿Qué es eso del INESA?

                  —Es el Instituto Nacional de Auxiliarías, una escuela de bajo nivel a la que van los civiles con pocas aptitudes. ¿Lo ves? Es un error traer a ese niño.

                  Julio torció un poco la boca.

                  —¿No crees que estás siendo algo prejuiciosa?

                  —¡Para nada! Si algo he aprendido de mi papá es a juzgar a alguien.

                  —Por eso lo digo...

                  —La cuestión, Julio, es que tenemos que sacar a ese niño raro de la lista.

                  —Me temo que eso no está a nuestra discusión; son las disposiciones del doctor Guide avaladas por el teniente general Will. Y por más caras que pongas nada se puede hacer; a menos que su familia pague la indemnización.

                  —¡Ash! Son civiles de medio-bajo nivel, claro que no pueden —dijo Miranda sobándose la sien—. ¡Que estrés! Me tocará verlo... —se lamentó.

                  —¡Ya! Tranquila, mejor cuéntame ¿ya reconociste al perfecto, heroico, poderoso coronel Porath entre los otros nueve?

                  —Que te digo. —Miranda sonrió—. Claro que sí, es igual de perfecto y atractivo.

                  —A ver, recuerda que el objetivo será que el FOLDCell regrese a su cuerpo original, así que su apariencia física no debería importarte.

                  —Bueno, no solo es su atractivo, también es inteligente, carismático, tiene un increíble potencial de FOLD. Te aseguro que lo veo en sus ojos e hicimos click al vernos. Es más, ya descartaría a todos los demás, deberían irse directo con él.

                  Julio se rio un poco escandaloso, Miranda lo miró con molestia.

                  —Perdón —alcanzó a decir Julio—. Pero nosotros nos regimos por los datos, no por los sentimientos.

                  —Los sentimientos son más fuertes que la razón y lo lógico —objetó Miranda.

                  —Exactamente —dijo Julio con un suspiro fugaz.

                  —¡Es más! Tiene las mismas alas.

                  —¿Alas? —preguntó Julio despistado.

                  —León es como un ángel, y siempre ha tenido esas alas, este chico que te digo también las tiene. Te lo juro, Julio, es él. ¡No puedo estar equivocada!








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