8. Las lágrimas de los perros callejeros

- Gracias por su arduo trabajo, Kakuta-sensei. - Dijo una de las enfermeras que caminaba con ella en el área de psicología. - Tener a una eminencia en psicología como usted ha mejorado nuestro servicio a las personas. Los pacientes la adoran como no se lo imagina.

Los ojos morados de la doctora contemplaban con sosiego el gran ventanal de aquel piso, pues daba una perfecta vista del jardín del hospital en el que laboraba. Tan colorido y bello a la vista para transmitir un mensaje de esperanza a quienes lo recorrieran.

- Solo hago mi trabajo. No hay nada de extraordinario en ello. - Acomodó sus lentes de pasta negra, mientras le devolvía brevemente la mirada a la joven enfermera.

- ¡Claro que lo es! Usted de alguna forma siempre llega al mal que aqueja a la persona para proceder de acuerdo a su necesidad. A veces imagino que tiene algún super poder. - Rió inocente la muchacha por su ocurrencia. Las bocinas que se hallaban en el pasillo llamaron a la menor, pues la necesitaban en la sala de operaciones, por lo que se disculpó de antemano con la mujer cuarentona para ir a cumplir con su trabajo.

Por fin sola, centró toda su atención en la vista que el ventanal le ofrecía. Le causaba gracia el comentario de esa chiquilla por lo acertado que fue. Aquello que llamaba "super poder" le causó muchos problemas en la vida, llegando casi a consumirla en su momento.

Tan solo quería darle un sentido a la habilidad con la cual había nacido.

De repente, algo llamó su atención entre las personas que disfrutaban del jardín interno del nosocomio. Se retiró sus gafas para apreciar mejor la escena que se efectuaba. Era su amiga Midori en su silla de ruedas junto a una banca y conversando con un hombre que las dos bien conocían.

- Vaya. Parece que has vuelto de tu misión, Ōchi-kun. - Comentó para sí, visualizando el aura rosada que emanaba dicho sujeto al estar cerca de la antigua científica.

Desgraciadamente, también logró ver en el futuro la muerte de la Hayashi y el aura de Ōchi teñirse de rojo intenso.

Debía admitir que su visita había sido toda una sorpresa. Hacía bastante tiempo que no lo había visto por su ajetreado trabajo como parte del equipo de los Perros Cazadores, lapso suficiente para recién enterarse del mal estado de ella.

- ¡Rayos, Midori! Nos conocemos desde la escuela. Con la posición actual que tengo, podría haberlos ayudado con tu tratamiento. - Rascando su cabeza, el comandante de los Perros Cazadores se hallaba sentado en una banca junto a su amiga en silla de ruedas mientras disfrutaban de los rayos de sol con los que habían sido bendecidos ese día de otoño. De todas maneras le ofreció su abrigo a la ojioliva para que las enfermeras no hicieran lío porque ella saliera. - ¿Siquiera lo sabe Yukichi?

- Yo misma le pedí que no te contara nada. Sabía que si te enterabas, harías a un lado tu trabajo para ayudarme. Tienes esa mala costumbre de centrarte solo en una cosa y olvidarte del mundo. - Ser amigos de toda la vida no eran solo simples palabras. Lo que menos deseaba era que él perdiera el trabajo por el que tanto luchó. - Además, Natsume-sensei nos ha estado ayudando con el dinero del tratamiento.

- Siempre fuiste su alumna predilecta. No esperaba menos de él. Pero ahora que sé sobre tu enfermedad, usaré a mis contactos para buscar al mejor oncólogo del mundo para que puedas curarte. - Mas su silencio frente a su ardiente determinación le causó mala espina. Tantos años de amistad le brindaron el conocimiento para interpretar su mutismo en situaciones similares.

- Estoy en fase terminal, Fukuchi. - Y su mundo fue estremecido desde sus cimientos.

No era posible. Se negaba que, precisamente ella, estuviera a puertas de abandonar esta vida. Había querido ignorar lo débil que su cuerpo se veía, la ausencia de ese cabello azabache que tanto atendía Midori en su adolescencia y él tanto adoraba en secreto, las varias marcas de agujas en los brazos... Ya no era esa belleza japonesa que muchos admiraron. Sin embargo, a sus ojos seguía tan radiante como la recordaba.

- No llores, por favor. - Sintió la mano femenina sobre la suya. Guardaba aún esa calidez que brindaba paz hasta al vil pecador y la débil sonrisa que le obsequió brillaba con la misma intensidad que en los días de antaño.

- ¿Cómo no hacerlo, Midori? Si yo siempre- - Mas sus palabras fueron interrumpidas por el sonido de su teléfono celular. Era un mensaje del equipo que comandaba sobre un incidente ocurrido hace unos días que ameritaba su atención.

Suspiró. No sabía si esa casualidad había sido buena o mala suerte.

- ¿Quién era?

- El trabajo llamándome apenas llego. - Un golpecito en su frente le devolvieron a la realidad. - ¡Oye!

- No soporto a las personas irresponsables. Mucho menos lo toleraré en mi mejor amigo. - Sobando su frente, se levantó de la banca para regresar con la Hayashi hacia el interior del hospital.

- Como diga, su majestad.

Sakunosuke había dado en el clavo al invitarla a comer crepas luego de un tortuoso viernes. Luego que su colegio anunciara el próximo Undokai(*), sus compañeros empezaron a trazar planes para que ganaran primer festival deportivo interescolar en años. Sin mencionar las tareas que dejaron para el fin de semana sus profesores, pareciendo querer truncar los planes que tenía en secreto.

- ¿Así que Lilium High School será el anfitrión de este año? - La adolescente asintió, mientras comía su crepa de fresas.

- Algunos alumnos de preparatoria de las escuelas involucradas constituirán el comité que organizará el evento. Supongo que los adultos quieren desarrollar en ellos el liderazgo. - El mayor también había comprado la suya, aunque se notaba a leguas que era el dulce preferido de la chica.

La noche anterior en el bar el recadero la había invitado a pasear después de clases por el almacén de los ladrillos rojos, recordándole a Mari la época en que todavía era nueva en la ciudad y él la llevaba a tal sitio turístico donde las crepas eran la especialidad de los negocios aledaños.

- Seguro debes estar emocionada. La primera vez que te llevé a un festival, saltabas de la alegría. Incluso, te llevaste un pez que ganaste en los puestos. - Y la radiante felicidad en el rostro de la chiquilla se redujo a una muy tenue.

- Por supuesto que estoy emocionada por los juegos deportivos, pero me hubiera gustado que mi mamá estuviera a mi lado para apoyarme cuando no me eligieran nuevamente para participar. - Sonrió nostalgica al pensar en su madre.

Mentiría ella si negara que le afectó saber que el cáncer de la señora Hayashi había pasado a fase terminal. Los amaba como si compartieran sangre, pues ellos le habían enseñado lo que era vivir en una familia. Con el matrimonio japonés había vivido muchas más cosas en esos cuatro años que con los insípidos almuerzos del mes que tenía con sus padres biológicos en su jaula de oro en el pueblo de La Filomena.

Entonces, el mayor sintió que era momento de tocar el tema que lo motivó a realizar esa pequeña reunión suya. Era ahora o nunca.

- Hayashi-san me comentó de tu plan de infiltrarte en la clínica. - Inmediatemente la caminata de ambos se detuvo. Los orbes esmeraldas casi salieron de sus cuencas cuando volvió a ver a Oda. Mas solo duró un segundo y el sosiego volvió a sus expresiones. Cubrió sus ojos con la mano y sacudió su cabeza mientras sonreía.

- Bien dicen que los padres te conocen como la palma de su mano. - Soltó una risa agotada y escondió más sus globos oculares al sentir las lágrimas querer escapar sin su permiso. - Le debo tanto a ella... Estar encerrada en esas cuatro paredes de su habitación debe ser un infierno que solo la visita de un ser querido puede mitigar.

- Midori-sensei también desea verte, pero sabe el riesgo que conllevaría que fueras. - Pero al ver que la chiquilla no descubría su rostro, se colocó en frente suyo y se arrodilló para estar a su altura. Vislumbrar las lágrimas rodar por sus regordetas mejillas le rompió el corazón. - Tú fuiste una de las personas que me motivaron a cambiar, que me ensñaron que ser un usuario de habilidad no significa vagar en la oscuridad... Te quiero como mi hermanita, por lo que no tolero verte sufrir.

Inmediatamente, los temblorosos brazos de Mari lo rodearon y solo en ese momento sintió la pesada carga que en silencio ella había estado cargando. Sin dudarlo la acogió como si fuera su hermano mayor dispuesto a proteger a esa niña que le extendió la mano cuando él de sus pecados se arrepintió.

- Solo quiero hacerle llegar mis sentimientos. Quiero devolverle una pequeña parte de todo lo que ella me dio.

- ¿Qué te parece si le escribes una carta? Mañana iré a visitarla, así que podría entregársela. - Asintió por la propuesta, recibiendo a cambió una caricia en su cabeza. - Si hay algo que te agobie o solamente quieres hablar con alguien, recuerda que siempre contarás conmigo para todo.

- Muchas gracias, Sakunosuke. - Sonrió aun entre lágrimas.

«El mayor miedo de un perro callejero es que después de conocer el amor, lo pierda para siempre.»


Vocabulario:

1. Undokai: Un festival de deportes donde se lleva a cabo distintas pruebas físicas y se gana premios.




¡Hola, estrellitas! ¿Qué tal están? Espero que bien UwU

¿Cómo les está pareciendo la historia? ¿Qué tal los personajes exclusivos de este fanfic? ¿Algo que quieran sugerir? Estoy dispuesta a escuchar diferentes opiniones.

También apareció el comandante de los Perros Callejeros, Ōchi Fukuchi, y la mención del gran Fukuzawa Yukichi como amigos de la madre de Mari. ¿En qué podría afectar en el futuro la muerte de Midori? Quiero ver sus especulaciones en la caja de comentarios.

Espero que les haya gustado este capítulo y que puedan decirme qué esperan ver en el siguiente. Sería de mucha ayuda para mí.

Cuídense mucho. No olviden usar mascarilla y lavarse las manitos con agua y jabón.

¡Chau!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top