6. Mensajeros de la muerte

— ¿Ya terminaste, Inés? Llevas una hora enfrascada en ese dibujo.  — La rubia rió por la impaciencia que demostraba el pelirrojo, pareciéndole divertida a sus ojos.

Aquel día era uno de esos donde la joven de los narcisos visitaba a Chūya, (quien estaba aún internado en el hospital) y solo se dedicaban a conversar de cosas triviales como de las clases de la mayor o el día del pelirrojo. Esas dos semanas habían sido suficientes para poder tratarse con confianza, pareciendo dos amigos de toda la vida a la vista del doctor que lo atendía en ese momento.

— Que impaciente eres, Chūya. — Siguió dibujando con el carboncillo, sabiendo que el menor empezaba a desesperarse. — ¿No lo cree, Mori-sensei?

El azabache anotaba unas cuantas cosas entre los papeles que llevaba cuando sonrió por el comentario de la estudiante extranjera.

— Ciertamente. Aunque aprenderá a manejarla en la Port Mafia. — Guardó su bolígrafo en el bolsillo del guardapolvo y levantó la vista hacia su paciente. — Todo indica que estás recuperado, Chūya-kun. Mañana te daré de alta, así podrás unirte de forma oficial a la mafia.

— Gracias. — Posó su atención en la chica que tan metida estaba en terminar su trabajo. — Todavía no entiendo como alguien como ella puede tener conexiones con ustedes.

— Kurosu-san pertenece al atardecer de este mundo. — La sonrisa taimada del mayor no desapareció en ningún momento. — Te recomiendo que cuides tus pasos con los de su clase.

— No hable como si yo fuera la mala de la historia.

— Jamás me atrevería a insinuarlo. — Caminó hacia la puerta y abrió esta. — Pero una bestia seguirá siendo una bestia, sin importar que oculte sus colmillos y garras.

Cerró la puerta tras de sí al irse, dejando un silencio incómodo en el aire para el par de amigos. Ella no era una amenaza para sus ojos y definitivamente no despedía su aura esa misma maldad como la de ese castaño suicida o la del jefe de la mafia. Poseía una apariencia angelical indiscutible. Aún así, las palabras del médico se negaron a abandonar sus pensamientos.

Mientras tanto, la rubia guardó sus útiles en su estuche y giró la hoja para que el Nakahara lo viera.

— ¿Qué te parece, Chūya? ¿Crees que con esto apruebe mi examen de arte? — Seguía él afirmando. Aquella chica no desprendía maldad por ningún lado. La pureza de sus actos lo confirmaba. — ¿Chūya?

— Disculpa. — Observó el dibujo de su nueva amiga, asombrado por la habilidad de ella para el arte. — Te quedó bien.

— ¿En serio? — Su rostro lleno de ilusión no fue ajeno para el Nakahara, a quien le pareció adorable como si fuera una tierna oveja. Sobre todo sus mejillas sonrosadas y esos brillantes zafiros emocionados por su respuesta y... Si seguía enumerando, su cara no soportaría tornarse más roja de lo que ya estaba.

— ¿Por qué te mentiría? — Chasqueó su lengua, desviando su rostro hacia la izquierda. — Si no apruebas tu examen, deberían despedir a tu maestra.

La risa cantarina de su acompañante fue dulce melodía para sus oídos.

— Confiaré en tus palabras. — Guardó el dibujo en su carpeta y regresó esta a su mochila. Entonces, sus ojos se toparon con una caja envuelta en papel regalo que se escondía entre sus libros y cuadernos. — Casi lo olvidaba. — Sacó esta de su escondite y se sentó en la cama al costado del pelirrojo, llamando otra vez su atención. — Quería obsequiártelos cuando estuvieras de alta, pero creo que estarás muy ocupado mañana con Mori-sensei.

Chūya se quedó mirando el regalo que le extendía la muchacha. Aceptó sin mayor objeción y quitó la envoltura de papel junto a la tapa blanquecina que esta lucía, viendo así su contenido. Se trataba de un par de guantes negros cuya calidad de material delataba lo costosa de la compra. Ahora comprendía porque la semana pasada había tomado medida de sus manos.

— Muchas gracias, Inés. — Y ahora el turno de sonrojarse era de ella cuando el Nakahara le sonrió con naturalidad. Había dado en el clavo en los gustos del menor.

— ¿Aún quieres unirte a la Port Mafia? Existen otros modos de vivir.

— Ya di mi palabra, no puedo retractarme. — Tomó las manos de Juana al notar su preocupación por el futuro que le deparaba. — Prometo invitarte a comer en compensación por encargarte de mí durante estas dos semanas y por este regalo.

— Mientras sobrevivas a la mafia, para mí es suficiente. — Esbozo una sonrisa coloreada de tristeza, provocando malestar en el pecho del quinceañero y deseó consolarla, mas el tema "Für Elise" sonó del celular vibrante de la rubia, frenando cualquier intento. — Con permiso. — Y el agradable momento en el que se hallaban fue roto cuando ella se alejó de su lado para atender la llamada.

No supo con quien hablaba ni de que tema trataban dado que el idioma electo para la conversación escapaba de su entendimiento. Solo había oído este por inmigrantes ilegales y de aquella vez que ellos dos se conocieron. Pero el sosegado rostro de la chica se convirtió en uno completamente serio, el entrecejo de ella se arrugó mientras un suspiro cansino escapaba de sus labios y sus dedos acariciaban el puente de su nariz.

Un par de minutos más y Juana colgó la llamada para luego tomar su suéter abierto que colgaba del respaldar de la silla para visitas.

— Perdóname, Chūya. Debo atender unos asuntos en casa. — También recogió su mochila para colocársela y todo bajo la atenta mirada del nombrado.

— ¿Ocurrió algo malo?

— No, solo... — Suspiró frustrada, masajeando el puente de su nariz. — Te lo contaré con mayor tranquilidad otro día. Por ahora solo puedo decirte que debo irme a trabajar.

— Me conformaré con eso por ahora. — Sonrió. Respetaba el que ahora no quisiera contárselo, pues solo se conocían de hace dos semanas. Suficiente era el hecho de que le haya hablado un poco de lo que la obligaba a irse más temprano. — Cuídate durante el camino.

— Gracias por comprender. — Se dirigió a la puerta y cuando tomó la perilla, dijo: — Adiós, Chūya. Conversaremos otro día.

— Adiós, Inés. —  Y la chica se fue de la habitación, dejando al pelirrojo en soledad y con el fragante aroma a narcisos que ella desprendía.

Con una buena música de fondo y un café recién hecho, en su mesa esperaba un joven hombre en los interiores del Restaurante Palais Concert que laboraba en el primer piso del prestigioso Hotel Colónida.

Aquel local era bien conocido en Yokohama como uno de los más costosos restaurantes, por lo que el 99% de su clientela consistía en personas de un alto nivel económico (la mitad de ellos, clientes del hotel). El otro 1% se componía de los huéspedes VIP del hotel con el que compartía dueño. Y el joven en cuestión pertenecía a ese pequeño porcentaje.

Bebió un trago de su café amargo, agradeciendo la decisión que tomó en esta oportunidad del menú del local y miró por enésima vez el reloj que portaba en su muñeca. Ocho de la noche y su compañera todavía no llegaba.

Debió haberla atrapado el tráfico. — Miró por enésima vez a la puerta, hastiado por la innecesaria espera. — Esta mocosa hará que me envejezca más rápido.

Estaba por marcar su celular cuando vio cierta cabellera rubia entrar al tranquilo lugar. La recién llegada escaneó con la mirada las mesas hasta divisarlo en una esquina que tenía vista a los ventanales. Caminó con premura hacia él y se sentó frente suyo.

Al fin llegas, Juana. — Habló en la lengua materna de ambos y recibió una mirada indignada de ella.

Buenas noches a ti también, Mario. — Su voz jadeaba, probablemente por la carrera que tuvo que realizar para llegar a tiempo al lugar de encuentro. — Y para que lo sepas, Chuuya es solo un amigo. Ser amable con el prójimo es la razón de vivir de una monja.

¿Sigues con ese sueño? Te recuerdo que el hábito no puede ser vestido por alguien como nosotros. — Le dio otro trago a su café y continuó. — Además, ¿por qué elegiste un hospital tan alejado para que atendieran al usuario de Corrupción? Me sorprendió esa vez cuando me llamaste para que contactara con el doctor Mori.

Sus mejillas se colorearon de carmín y rechazó la mirada rosada de su compañero. 

Ese día vi a la mafia en un operativo... Creí que Chuuya había quedado lastimado en el fuego cruzado, así que pensé que debían responsabilizarse por ello. — Tenía que reconocer que había sido muy ingenuo de su parte suponer tal cosa, considerando su experiencia en ese ámbito. Su maestro estaría defraudado de ella.

Olvidando tu desliz, — sacó de su bolsillo su celular y abrió un archivo para luego enviárselo a ella — quiero que veas algo. Es sobre el caso Draconia.

Ni corta ni perezosa, revisó sus mensajes encontrando el video que Mario le mandó. En este podía apreciarse a un hombre de larga cabellera albina entrar a un abandonado hospital psiquiátrico de la ciudad y como si sintiera que lo estaban observando, el sujeto en la grabación gira su rostro en busca de algo y la cámara captó su rostro completo. Esa enfermiza palidez y esos ojos rojos carentes de empatía, nadie podía negar quien era ese hombre.

El rostro de Juana tomó un aspecto serio al reconocerlo. Sus dientes rechinaron sin querer y tuvo que dejar su celular de vuelta en el bolsillo de su falda si no quería destruirlo en el proceso.

¿Cómo conseguiste el video? — Una retorcida sonrisa dibujó el rostro del mayor una vez acabó su café.

Varios meses siendo compañeros deberían darte una idea de cómo lo conseguí, ¿no crees? — Arrugó ella su nariz al entender por donde iba. — Haré lo que sea necesario para cumplir con mi trabajo.

Tienes una habilidad despreciable.

No todos tenemos la suerte de ser bendecidos con un don como el tuyo. — Se encogió de hombros, restándole importancia a la acusación.

Saldremos en una hora, así que prepárate. — Avisó el ojirosado. 

Respetaba a su compañero por sus habilidades para la investigación y el combate, las mismas que lo posicionaban en la organización como uno de los tres grandes usuarios después del jefe. Sin embargo, le enfermaba que usara su habilidad con tanta ligereza como si no tuviera consciencia de en qué consistía esta.

"Todo sea por las víctimas." Pensó para tranquilizarse y se retiró de la mesa para dirigirse al hotel a prepararse. El trabajo estaba por empezar.

— Aquí tienes, Osamu. Tal como te prometí. — El muchacho observó el libro que le extendía alegre la castaña y lo aceptó gustoso. La chica era una mujer de palabra. — Cuando quieras estoy disponible para un debate sobre él.

— Espero que no te retractes, Mari-chan. Puedo ser muy apasionado cuando me lo propongo. — Ambos se miraron con un brillo desafiante en sus ojos y con una sonrisa de superioridad, ansiosos por ver como el otro perdía ante sus respuestas.

Mientras tanto, el recadero solo los observaba complacido por ver a esos dos llevarse tan bien. Podían ser como luz y oscuridad, pero estaba seguro de que su pequeña amiga podía ayudar bastante a la vida del mafioso y viceversa. Después de todo, esos dos eran tal para cual.

— ¿Cómo te va con esos niños, Oda-kun? — Le preguntó el dueño del bar, a lo que el nombrado dejó a un lado su bebida para responder.

— Son unos pequeños traviesos pero son buenos niños. Ahora que Dazai fue ascendido a líder ejecutivo, decidió ayudarme con los gastos de esos tres. — Sonrió complacido, pues ahora podía darles un mejor estilo de vida a quienes eran sus hijos adoptivos.

— Te entiendo perfectamente. Cuando adopté con Midori a Mari, tuvimos que pasar por una serie de costosos procesos burocráticos dado que estábamos trayendo a Japón a una dotada. Sin mencionar que me despidieron de mi trabajo poco después que estuvo con nosotros. — Vio a su hija entretenida en una conversación con el castaño, siendo feliz por el progreso de ella. — Aunque fue difícil al comienzo con Mari, créeme cuando te digo que fue la mejor decisión de mi vida.

— Ahora puedo decir que sus palabras eran ciertas, Hayashi-san. — Terminó de beber su whisky y la preocupación le llevó a formular la siguiente pregunta. — ¿Cómo está Midori-sensei?

La cara del barman se desencajó por unos segundos antes de retomar la tranquilidad que lo caracterizaba. Aquello era un tema muy delicado en su familia ahora.

— Lamento si lo incomodé. Tenía planeado visitarla este fin de semana y-

— Ella te tiene un gran aprecio. Le alegrará verte. — Suspiró, tratando de retomar fuerzas. — Entró en fase terminal. — Aquella declaración descolocó al pelirrojo, sintiendo como si el piso fuera aire. Sobre todo estaba preocupado por la pequeña ojiverde y cómo estaba llevando la situación. — Mari está empecinada con usar su habilidad para que la dejen entrar al hospital.

— Es su mamá de quién hablamos, así que es comprensible. — Sin duda la que más sufría era esa adolescente que recién conocía lo que era tener una familia. — ¿Quiere que la convenza de desistir en su idea?

— Lo que menos queremos es que se contagie de algún virus en el hospital. Estoy seguro de que te escuchará. — Y asintió el contrario, aceptando el pedido.

Por otro lado, los dos castaños estaban en una rara conversación sobre filosofía y lo que realmente quisieron decir los personajes de cuentos con sus acciones. Discutían, además, de las decisiones que pudieron tomar dichos personajes para ser más realistas.

— Ah, casi lo olvido. — La extranjera bajó del banco y tomó su bufanda que descansaba en la barra.

— ¿Te rindes ante mi hipótesis de que el verdadero cazador fue Caperucita Roja? — Dazai la observaba interesado por el repentino cambio de tema de la chica.

— Admito que es una buena teoría, pero pienso que la mía es mejor. — Se colocó su bufanda y continuó. — Ahora, necesito salir a ver si cayó en mi trampa.

— ¿Vas a convertirte en cazadora como Caperucita? — La menor negó con la cabeza.

— Ha habido un gato calicó merodeando cerca del bar, así que he dejado un plato de comida para gatos en la entrada para poder adoptarlo. — Con cada palabra que decía el verde en sus ojos resplandecía más. — ¿Quieres acompañarme?

— Por supuesto, Mari-chan. — Sonrió infantil, levantándose de su asiento. — Estás hablando con un amante de los gatos.

— Entonces, vamos. — De la emoción por su primera mascota, lo tomó de la mano al castaño y lo arrastró con ella. — ¡Ya regreso, papá!

Subieron juntos las escaleras que los llevaban al frío exterior. La menor buscó con la mirada rastro alguno del minino, hallándolo acurrucado al costado de un bote de basura luego de comer del plato que ella le había dejado.

— ¿Acaso no es lindo, Osamu? — Volteó a verlo, señalando emocionada al gato.

— Bastante adorable. — Respondió sin saber si estaba hablando del animal o también de ella.

A pesar de las vendas que portaba la ojiverde por su último encuentro con sus abusadores, no dejaba de irradiar esa luz de vida que la caracterizaba y que a él le causaba una extraña opresión en el pecho. Sobre todo sus ojos brillantes de emoción y sus mejillas sonrosadas por la temperatura del ambiente que había bajado considerablemente.

La menor lo soltó de su agarre y se acuclilló para quedar a la altura del minino.

— Ven aquí, pequeño. — Estiró su brazo, llamando la atención del animalito. — Debe hacer mucho frío aquí afuera. No pienso hacerte daño, sino darte un lugar cálido donde dormir. — Le sonrió con dulzura, logrando que lentamente el minino aceptará estar en sus brazos y pudo pararse por fin. — Buen gatito.

— Déjame tocarlo. — Dijo emocionado el castaño. Quiso acariciar al minino, pero este le bufó antes que siquiera lo lograra.

Mari se echó a reír al ver el rostro de decepción de su amigo por el rechazo del gato. Entonces, algo llamó su atención proveniente de la azotea de los edificios adyacentes y vio a dos sombras saltar de un techo a otro con gran agilidad. Un escalofrío recorrió su columna y creyó sentir que la temperatura descendió aún más. Como si hubieran pasado los mensajeros de la muerte por ahí.

— Te recomiendo que olvides eso y regresemos al bar. — Le dijo Dazai, consiguiendo que ella bajara la mirada hacia él. Su semblante era serio por esas cosas que pasaron.

— ¿Qué eran?

— Heraldos negros. — Su sola mención erizó la piel de la menor, creyendo haber oído ese nombre en alguna parte. — Protegen y castigan a los dotados a nivel mundial. Básicamente, son quienes mantienen bajo control a personas como tú y yo.

— Resguardan el equilibrio entre lo normal y lo sobrenatural, en pocas palabras.

— La presencia de dos de ellos no augura nada bueno. — Su mente maquinó todas los posibles futuros que atraían a aquellos mensajeros de la muerte sin llegar a nada en concreto. De lo que sí podía estar seguro era que toda la ciudad se vería envuelta por ello. — Regresemos antes que comience a hacer más frío.

Ambos caminaron de vuelta al bar sin prever lo que esa noche desataría dentro de un año.

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