5. Traición y lealtad

La brisa marina mecía los rojos cabellos del chico que visitaba la tumba de cierta persona que cumplía un mes de estar en su nuevo y eterno alojamiento. Sentado en la lápida sin nombre como las otras que lo acompañaban, miraba desde el barranco el tranquilo y azul mar de Yokohama. 

— Incluso muerto, sigues dando problemas. — Se quejó al hombre que descansaba eternamente ahí. — La Port Mafia se llevó todos los documentos que tenías sobre el Arahabaki y esa niña no sabía más de lo que yo sé del tema... Aunque tampoco se lo hubieses contado a alguien si seguías vivo.

Levantándose de su asiento improvisado, giró su cuerpo en dirección contraria al mar y empezó a caminar tranquilamente.

— Volveré. — Dijo en voz alta, grabando una promesa en el aire.

Escuchó algo cayendo al suelo y por curiosidad apresuró sus pasos por las escaleras de piedra para saber que había provocado ese sonido. Llegando al origen de este, descubrió que no había sido algo, sino alguien. Varias flores estaban dispersas en la tierra junto a la persona que había caído.

— Ten. Permíteme ayudarte. — Le ofreció su mano, provocando que la otra persona levantara su rostro y ambas miradas azules conectaran.

Se trataba de una señorita de aparente edad promedio a la suya. En su brazo seguía aferrada una canasta con algunas flores que permanecieron en su interior y en su espalda, una mochila con posibles útiles escolares

Ella aceptó la ayuda brindada por el pelirrojo, logrando alzarse del suelo. Las medias blancas de su uniforme se habían ensuciado en el área de las rodillas junto al final de su rojiza falda y seguramente sus manos se hallaban en igual estado.

— Muchas gracias. — La suave sonrisa fue acompañada por una voz susurrante que casi se perdió entre los cantos del mar.

Luego, vio como ella se disponía a agacharse para recoger sus flores, por lo que decidió imitar su acción.

— Eres de la preparatoria femenina, ¿no? Esa que dirigen unas monjas. — Decidió entablar una conversación a base de reconocer el escudo en el uniforme de la extraña. — Pero tus rasgos faciales no son de Japón.

— Vine a estudiar por medio de una beca. Planeo el siguiente año ingresar a una universidad de aquí. — Respondió, tomando un grupo de flores. — En realidad, soy de América.

De una en una fueron recogidas las blancas flores que no se estropearon en su caída y se las entregó a la muchacha para que las uniera a las otras que había rescatado por su lado.

— ¿Para qué las flores? — Se animó preguntar al ver tantas de la misma especie y del mismo color.

— Son para los cuerpos que descansan en el borde del barranco.— Su entrecejo se arrugó y sus orbes zafiro se aguaron. Luego, ladeó su cabeza hacia la derecha. — ¿Y qué te trajo a este lugar desolado?

— Vine a visitar a un conocido. — Soltó, desviando su mirada de la de ella. De repente, una flor apareció muy cerca suyo. — ¿Por qué-?

— Te la obsequio. — Sus mejillas adquirieron un ligero color carmín por lo improvisto de las palabras. — Yo misma cultivé este narciso, así que me alegraría mucho que por una vez pueda entregárselo a un vivo.

Recién en ese momento se percató de la diferencia de estatura. Ella era una cabeza más alta que él, lo cual justificó podría ser porque la rubia era mayor. Desviando su cabeza, aceptó el regalo de la desconocida.

— G-Gracias. — No sabía donde esconder su rostro avergonzado que a cada segundo iba sintiéndolo más caliente. ¿Cómo se suponía que debía actuar en situaciones así?

— El canto de la muerte se aproxima a este lugar. — Sus palabras extrañaron al quinceañero, sobre todo por la seriedad de su mirar. — Ten mucho cuidado, señorito peonía(*). — Dijo lo último en su idioma natal.

Observándola irse por el camino de donde él venía, le fue imposible apartar sus ojos de la figura femenina hasta que desapareció de su campo visual. Un fuerte sonrojo cubrió toda su cara al caer en cuenta de lo que hacía y retornó su atención hacia el frente para seguir con su camino.

Curioso por su reciente regalo, acercó la flor a su nariz y percibió su embriagador aroma que logró relajar sus sentidos. No era un amante de las flores, pero en esa ocasión esta se ganó su favoritismo.

A unos cuantos metros vislumbró a su compañero albino de las Ovejas acercarse con su típica acción de guardar sus manos en los bolsillos de su abrigo, por lo que decidió detenerse para esperarlo.

— Te estaba buscando, Chūya. — Fue lo primero que dijo el chico al alcanzarlo.

— ¿Cómo supiste donde estaba? — Se suponía que nadie sabía que frecuentaba aquel barranco, por lo que le extrañó la presencia del de melena blanquecina. Este se encogió de hombros.

— Quería pedirte disculpas. — Una sonrisa amigable surcó sus labios. — Nos arrepentimos por la actitud que tomamos en el arcade. — Poco a poco se acercó a su líder hasta que lo tuvo enfrente. — Sin embargo, esto nos ayudo para ver el grave problema que tenemos las Ovejas; así que lo debatimos y llegamos a una solución.

El pelirrojo lo miró sin entender esa repentina disculpa por algo que había sucedido hace un mes, pero le alegraba saber que sus compañeros se animaran a tomar decisiones en pro de la organización.

— Si entre ustedes lo decidieron; entonces, yo-

Mas nunca concibió la traición que viviría en ese instante cuando, a quien consideraba su amigo, lo apuñaló en el abdomen.

Lo empujó lejos de su persona y cayó a tierra con sus fuerzas abandonándolo lentamente. El albino sonreía malicioso por la imagen derrotada de su líder traicionado.

— Jamás imaginé que apuñalarte fuera tan fácil. Solo bastó hacerte bajar la guardia para que no usaras tu poder. — Al notar que el pelirrojo intentaba hablar a pesar del dolor, lo interrumpió. — No te muevas mucho. Bañé la hoja con veneno para ratas.

— ¿Por qué...?

— ¿No es obvio? Si te aliaras con la Port Mafia, nos matarías sin excepción. — Entre los arbustos detrás del albino aparecieron los demás miembros de las Ovejas junto a soldados armados de GSS. — Esta es la solución que todos apoyamos.

— ¡Yo jamás los traicionaría! — Gritó desesperado, causando que doliera más donde aún estaba enterrada el arma.

— GSS no cambia de opinión por capricho. — Siguió explicando el albino. — Si les beneficia, son de fiar. ¡Es la forma más inteligente de enfrentar a la Port Mafia!

Chūya mantenía la cabeza gacha debido no solo al dolor causado por el veneno, sino también por la traición de quienes considero sus amigos, su familia.

Activando su habilidad, desmoronó la roca bajo sus pies para descender hasta el fondo del barranco. Los disparos como acto de despedida no se hicieron esperar por parte de los soldados dirigidos por el albino maestro de ceremonias. La Oveja no dudó en darles como nueva indicación buscar al pelirrojo, consciente de que una simple navaja no lo mataría y estos obedecieron inmediatamente.

Mientras tanto, el Nakahara aguantaba a duras penas el dolor que le producía la herida y el veneno que paulatinamente ingresaba a su sistema. La navaja que tenía incrustada la retiró, sacándole un grito por esto. Sin embargo, la herida de su alma era más profunda y la cicatriz que dejaría sería de por vida.

"No soy ningún líder", pensaba el que alguna vez fue conocido como el Rey de las Ovejas, "Solo estropeaba al grupo con mi presencia".

— Hola, Chūya. — No podía ser esa voz. Vio de soslayo al dueño de esta, confirmando que era la persona que menos quería volver a encontrarse en lo que le quedaba de existencia. — Parece que tienes problemas.

— ¿Qué rayos haces aquí, Dazai? — Frunció sus cejas, expectante de lo que podría avecinarse. — ¿También vienes a matarme?

— Traigo un mensaje de Mori-san. — Contestaba el castaño, sentado como un gato en una roca que había en la orilla de la playa. — Su oferta para que te unas a la mafia sigue en pie.

— Solo quieren salvarme para que les deba algo.

— Eso es secundario. Vinimos a llevar acabo una matanza... — Aclaró, para luego usar su tono quejumbroso. — Apenas me uno a la mafia y me pone a cargo de un equipo. Mori-san me explota demasiado.

Fijó su vista en los hombres detrás del desperdicio de vendas, todos vestidos de negro y con armas ocultas por doquier.

— Por lo que veo, GSS se alió con las Ovejas. —Expresó con tono aburrido. — No tenemos más remedio que aniquilarlos antes de que se coordinen. Terminaremos antes del mediodía. — Y con la misma frialdad que un témpano de hielo, continuó. — Mataremos a todos.

— ¿A las Ovejas también?—Le fue inevitable activar su poder sin importar agravar su herida, rodeándolo un aura roja. Seguía aún atado a quienes lo apuñalaron por la espalda.

— Ese es el plan. — Cerró sus ojos ante las siguientes palabras que saldrían de su boca. — Aunque si tuviésemos información sobre quienes son quien, las cosas serían diferente.

— ¿De qué modo? — Bingo. Mordió el anzuelo.

— Confiamos mucho en la palabra de los nuestros, de los miembros de la Port Mafia.

— Así que este es un trato, ¿no es así, demonio? — Tras unos segundos, habló. — No maten a los niños. — Y la sonrisa del mafioso no pudo ser más ancha.

— Ya escucharon, señores. — Parado ahora en la roca, giró hacia sus hombres y descendió de esta. — Como lo planeamos, no lastimen a los niños.

La ira empezó a circular por el cuerpo del petiso. Ahora todas las acciones del castaño tenían sentido. Él había encendido la mecha que incentivó a las Ovejas a desconfiar de él a tal extremo de querer matarlo y el pelirrojo fue el idiota que caminó ignorante al matadero de aquel demonio. De repente, ciertos ojos verdosos vinieron a su memoria y la cuestión se formó.

— Dime una cosa, Dazai. — El castaño detuvo su andar, dejando que sus subordinados se adelantaran para que continuaran su labor. — La niña del arcade, ¿también planeas manipular las cosas para que entre a la Port Mafia igual que yo?

El castaño se tomó su tiempo para responder y su rostro dibujó una expresión seria.

— Aún si lo quisiera, sería imposible. — Debía admitir que no vio venir eso del castaño, dejándolo atónito. — Creo en realidad que ella es mucho más peligrosa que yo en ese aspecto.

Y con esas palabras se retiró del lugar.

¿Esa movida ser más peligrosa que Dazai? Le costaba creerlo, pero no ponía descartarlo como imposible.

El pelirrojo se recostó sobre el suelo, sintiendo su cuerpo entumecer y dificultándole incluso el respirar. De pronto, una figura de cabellos claros se acercó a él, colocando dos dedos sobre su muñeca para medir su presión y un embriagador olor a narcisos sobresalió entre la brisa marina.

— ¿Quién... rayos eres? — Preguntó, sintiendo el área de su abdomen ser expuesta al aire fresco del día. No obstante, por muy loco que sonara, se sentía tranquilo, en paz.

— La herida es profunda. Tienes suerte que hoy traje mi botiquín conmigo. — Reconoció la voz, siendo esta de la chica rubia que ayudó hace unos minutos. Identificó el alcohol siendo puesto en contacto con su piel por medio del algodón, sintiendo al instante el ardor. — Mi nombre es Juana Inés, pero casi todos me dicen Juana. ¿Cómo te llamas tú?

Un quejido escapó de sus labios cuando las suaves manos de la mayor presionaron con una gasa su herida.

— C-Chūya... N-Nakahara Chūya...

— Muy bien, Nakahara-kun. Ya he llamado a una ambulancia y está en camino. No tienes nada más de que preocuparte. — Sintió una caricia de ella en su cabeza, logrando hacerle olvidar el gran embrollo en el que se había metido.

Durante la espera de la ambulancia y en el trayecto al hospital, la muchacha no se separó de su lado, conversando de varias cosas. Así descubrió que ella cursaba el último año de preparatoria y que era parte del Club de Jardinería de su escuela, lugar donde cultivaba sus flores. La paz que le producía su presencia, su voz y el agradable aroma a narcisos consiguió, según opinión de los doctores, salvarle la vida.

Cuando quiso agradecerle, luego de despertar de la intervención quirúrgica a la que tuvo que someterse, solo halló al lado de la camilla una carta con un narciso sobre ella; la misma flor que guardaba en su bolsillo. Tomando el papel, abrió el sobre para leer el siguiente mensaje:

«Estimado Nakahara-kun:
Lamento no estar en tu despertar,
pero tuve que irme a atender unos asuntos en casa.
No te preocupes por los gastos. De ellos ya me he encargado.
Si tienes algún problema, no dudes en llamarme.
Prometo regresar mañana para visitarte.
Recupérate pronto,


Juana Ines de la C

Una sutil sonrisa surcó rebelde sus labios al ver un número telefónico adjunto a la nota. Estaba ansioso por volver a verla. Quería agradecer su gentileza lo más pronto posible, ignorante de lo que el futuro traería con esa decisión.

Lástima que no pudo seguir más en su ensoñación y la memoria lo trajo a la realidad, a una donde ahora era parte de la mafia del puerto y por desgracia, el perro del demonio de Dazai.

Solo quedaba aceptar su destino y esperar su recuperación para presentarse en la sede de la Port Mafia.

Una golpe en la mejilla la lanzó al piso y varias patadas la redujeron en la suciedad de aquel callejón. Luego de que las clases terminaran, cierto grupo de su salón la arrinconó a unas cuantas cuadras de la escuela; todos ellos liderados por una chica en particular.

Y hablando de esta, se acercó a la estudiante extranjera cuya cabeza alzó jalando sus castaños cabellos.

— ¿Creíste que grabando estos encuentros y mostrándoselos al director podrías deshacerte de nosotros? — Espetó con evidente odio en sus palabras. — Eres una verdadera idiota si pensaste que una expulsión iba a detenernos.

El séquito se rió junto a su líder. De los labios de la víctima se dibujó una sonrisa victoriosa. Sus ojos verdosos brillaban orgullosos, rebeldes ante cualquiera que quisiera rebajarla.

— Pensar que haces todo esto solo porque senpai no cae en cuenta de tu existencia. — Detuvo las risas con esas simples palabras, ganándose miradas asesinas de parte de sus agresores. — También ustedes, siguiendo cual perros falderos cualquier cosa que ella diga solo por recibir atención. ¿Cuál es la expresión que usan aquí para estos casos? — Le dolía el cuerpo como el infierno, pero estaba harta de esta situación. Bajar la cabeza solo para complacer y tal vez así la acepten; esa actitud no la quería nunca más. — ¡Ya recordé! Sus padres estarían llorando por sus acciones.

Estampada ahora su cabeza contra la pared, corrió suerte que no haya abierto su piel en el impacto. Guardando sus quejidos para más tarde, no bajó su mirar de los ojos de sus agresores.

— Tú solo eres un perro callejero que nadie quiso y solo te adoptaron por lástima. — Lanzó aquellas palabras venenosas directo al corazón de la chica, quien ni se inmutó.

— Quizá nunca dejaré de ser ese perro sin hogar y sea indeseada en cualquier parte. No me importar. Amaré a quienes me acepten en sus vidas y mi lealtad será infinita. — Se permitió sonreír, aunque solo le saliera una mueca por el dolor. Luego, posó su atención en el otro lado del callejón. — ¿Grabaste todo lo ocurrido?

Pasos resonaron por el lugar, apareciendo en escena cierto suicida de ropas negras. En sus manos llevaba un celular que los otros adolescentes reconocieron como el de la castaña que tenían reducida.

— Lo suficiente para denunciarlos, Mari-chan. — Dijo después de cortar el video. Luego, su mirada se volvió sombría para los abusadores de la susodicha. — Ahora, suéltenla y váyanse.

Muertos de miedo, el séquito huyó entre tropiezos, dejando sola a la chica que mantenía sus manos aún contra la extranjera. Chasqueó la lengua, cambiando su foco de atención del recién llegado hacia su ex compañera de clase.

— Eres una cobarde.

— Tarde o temprano me matarían con estos encuentros y yo deseo vivir. — Las fuerzas le abandonaban, pero la cara de asustada de la contraria valía oro. — Ustedes me ganaban en fuerza y número, así que esta era obviamente mi carta ganadora.

Sin exclamar más se retiró del lugar, dejando a quien había sido su víctima por varios meses. Había ganado esa guerra contra ellos, la cual había iniciado por motivos estúpidos como los celos.

— Debo admitir que me sorprendí cuando me llamaste esta mañana. Jamás imaginé que crearías un plan de este calibre y lograrías llevarlo a cabo. — A continuación, la ojiverde fue cargada en brazos por el joven mafioso para salir de ese sucio callejón y curar las heridas de la menor. — ¿Tantos deseos tienes de vivir? ¿Acaso vale la pena?

— Por supuesto que sí. — Sonrió, perdiéndose su mirar en el hermoso anaranjado que pintaba el cielo de la ciudad portuaria. — Cada segundo hasta ahora ha valido la pena.

Cerrando sus párpados, se dejó arrullar por los latidos suaves del muchacho y el calor que emanaba el cuerpo de este.

— Qué señorita tan confiada. — Opinó con tono travieso el castaño, notando que ella estaba cayendo en la inconsciencia. — Podría llevarte a un lugar oscuro para hacerte cosas pervertidas y no te percatarías por estar dormida.

— No serías capaz, no conmigo. — Y jugando lo mismo que él, abrió sus ojos para mirarlo con tintes traviesos complementados con una sonrisa de igual tipo. Jaque Mate para el mayor, quien se atrevió a posar su atención en ella. — Además, Sakunosuke se enojaría mucho contigo si algo me pasara en tu cuidado.

Una simple sonrisa dibujó él en su rostro, mientras ella volvía a dormirse en sus brazos. Esa chica era toda una caja de sorpresas, desde que era una usuaria de habilidad hasta la forma tan calculadora con la que podía actuar a veces. Había ocasiones que ella le recordaba a su yo del pasado y en lo que pudo ser.

Entonces, creyó haber hallado una razón para permanecer cerca a ella. Mari irradiaba esa inocencia y deseos de vivir que él había perdido, motivo por el cual estaba dispuesto esta vez a proteger.

— Tienes toda la razón, Mari-chan. — Aceptó vencido, dirigiéndose al horizonte.





Notas:

1. Peonía: Flor. En el lenguaje de las flores, la peonía simboliza la timidez. También significa: "me avergüenzo de lo que hice, me sonrojo".

¡Hola, gente bonita! ¿Cómo están? Espero que bien y con salud uwu

Hoy les traigo este humilde capítulo a sus computadoras y dispositivos móviles. Espero que les guste tanto como a mí escribirlo.

Si tienen alguna duda, déjenla en la caja de comentarios para así poder contestarla.

Cuídense mucho, coman toda su comida y nos leemos en una siguiente actualización.

¡Chau!

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