xvii. Ilusiones que sustuve
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xvii. ilusiones que sostuve
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Los pensamientos en la estridencia de gritos y torturas crecían.
Lilith cerró los ojos y pegó su espalda al espaldar del alto trono. El frío de la piedra negra lo tomó como una caricia. Intentó pensar en todo y nada: en lo que fue y lo que vendría después de consumar su venganza, en su inicio y su propio final. Su piel oscura reaccionó ante la emoción de su futuro tan difuso como seguro. Madre y reina de todo. Lilith no poseía corona tangible más era visible que, de poseer una, estaría hecha de sangre, lágrimas y los gritos de otros. Sus pensamientos nacidos del bullicioso Infierno le causaban sosiego, Lilith despreció su prisión porque excedía de aquello que le proporcionaba comodidad: silencio.
El silencio ecualizaba el olvido.
Lilith palpó en su piel como la sensación intoxicante de la gloria la haría inmortal. En su ser había una fuerza que le hizo creer que el Infierno estaba más cerca de la Tierra que el Cielo alguna vez podría estar. El fantasma de una sonrisa se deslumbró y alimentó sus propias ilusiones. El despreciable Arcángel Miguel estaba haciendo su trabajo pero Lilith carecía de las victorias suficientes para estar completamente segura en que había ganado el juego.
Abrió los ojos en el momento en que la puerta del salón se abrió. La reina del Infierno enderezó su espalda y observó por debajo de sus pestañas y hacía abajo, al demonio cuya piel era roja, tenía cuernos pequeños y ojos negros, era bajo y titiritaba de miedo cada vez que la veía. Un Sin Nombre.
Sus brazos reposaban a cada lado en el reposabrazos del trono. Sus dedos golpetearon contra la piedra y de sus dedos una niebla oscura emergió danzando en el aire hasta llegar a su hijo. El demonio movió sus pies con evidente temor. Las sombras lo rodearon hasta llegar a sus tobillos y tomó todo de él para demostrar valentía ante su reina madre.
El demonio habló en una voz chillona.
—Su Majestad, la prisionera.
El demonio esperó el asentimiento de su reina, cuando lo obtuvo: caminó rápido y con torpeza hacia afuera trayendo consigo a la mencionada. El demonio la dejó y desapareció con una reverencia. Lilith levantó su ceja y esperó como si ella fuese el tiempo mismo y pudiese manejarlo como quisiese. La prisionera destacaba en la sala por su piel grisácea clara, casi blanca, luciendo un azul demasiado claro y antinatural. No tenía pupilas como el resto de los humanos, en su lugar, tenía galaxias moribundas. Lilith lo sabía porque su brillo era inexistente cuando solía cegar. La vida parecía menguar con cada segundo, Lilith estaría bien con eso si hubiese alguien más como ella.
No obstante, Medea era única.
Así que Lilith solo gozó la vista y esbozó una ligera sonrisa cuando la personificación de las ilusiones dobló la rodilla. La Madre de Demonios admitió el coraje que tenía y solo celebró su inteligencia después de su sumisión. Lilith le dio el poder de su destino en una pregunta:
—Dime, hija de la noche, ¿A quién sirves?
Medea fue una bruja hace mucho tiempo atrás. Las brujan servían al Diablo pero Medea le entregó su alma a Hera. Medea la creyó una diosa y Lilith la ahogó con sus sombras por tal falta de respeto. Hera no era nada. A Medea le correspondía rendirle pleitesía a Lilith pues era ella la noche de la cual Medea descendía. Medea era su hija y le daría todo lo que Medea quisiese solo para quitárselo otra vez. La haría vivir por un propósito y matarla sin ninguno.
Medea lo sabía. La personificación de las ilusiones junto sus manos y se arrodilló, similar a la imagen que humanos hacían para con Dios. Lilith la miró con curiosidad.
—Tú, Oscuridad, de aquella que nazco —Medea inició con sus ojos cerrados y apretando sus manos—; te amo más que a la llama que limita al mundo, esa que ilumina y excluye a todo lo demás. La oscuridad todo lo abraza: figuras y sombras, criaturas y a mí* —Medea abrió los ojos y sintió dolor en sus piernas, los huesos de sus rodillas le hicieron lloriquear en sus adentros y clavó las uñas entre su propia piel. Alzó su vista a Lilith y sintió una quemazón en su interior. Medea le daría todo—. Creo en ti, Oscuridad. Eres mi Creadora. Eres mi nacimiento. Eres mi muerte. Oscuridad, de ti soy.
Lilith tomó todo lo que Medea le ofreció.
Medea solo podía brindar una cosa: ilusiones.
Chloe Decker no era una creyente. Más, su propio conflicto se veía reflejado en la inhabilidad de evitar reflexionar en su momento de paz. Dormía, era lo único de lo que estuvo segura. No quería despertar para encontrar el caos una vez más. Soñó. Había una cascada cuya el sonido que hacía el caer del agua le recordaba que seguía viviendo, una torre a la lejanía y pasto verdoso a su alrededor. Las flores marchitas y el cielo negro con estrellas moribundas le obligaron a acostarse en la hierba. Si pensaba en todo lo que le pertenecía, ¿sería capaz de recordar cada objeto con precisión? ¿Podría llevarse cada cosa a su tumba? Desconocía la línea de pensamientos que le abrumó pero los dejó existir.
La voz que los recitaba en su mente tenía otro tono, seguía siendo femenina, baja aunque las palabras salían en su plenitud, sin vacilación ni temblor: Tu cuerpo morirá. Tu alma dejará este plano y tus huesos retornarán a lo que fueron: polvo. Del polvo a polvo. Já. ¿Ironía o comedia trágica? Te pregunto, ¿Qué es la eternidad?
Chloe no tenía respuesta. ¿Tenía la capacidad de no tropezar sus palabras ante tal filosófica pregunta? Miró al cielo y el resplandor de una estrella, por unos lacónicos segundos, fue mayor que aquellas símiles que seguían en el firmamento. Una ilusión; todas estaban muertas. Los humanos no conocen la carga detrás y todo lo demás que existe en el universo es desconocido para nosotros mismos. La tierra persigue al Sol, aunque pregúntate: ¿Hacia dónde se dirige el Sol?
Chloe no podía hacer nada, no tenía control. Solo tenía la ilusión de sí. Las ilusiones están hechas para perecer. Como tú. El silencio tiene el poder de matar y no es la serenidad sino el caos que le sigue como estela. El mundo entero está conteniendo su aliento y rezan. Chloe, no fuiste creyente pero tienes que serlo. Cree en Dios y la luz, la oscuridad y todo lo demás.
Chloe nació como milagro y detestó ese título conferido. Deseó libertad y la imploró. Para su sorpresa y agonía, sus oraciones fueron respondidas.
Desde aquí se tornó impreciso y confuso, como una foto borrosa: Lucifer le prometió una oportunidad. Escuchó las risas de su padre al jugar con Trixie y la felicidad era calidad como el abrazo de su madre. Tuvo lo que perdió y se obligó a sí misma a dejar un lado. Dios —o eso creía— le sonrió y sintió un sosiego cuando le arrebató su carga; Chloe musitó con vehemencia, «Toma mis lágrimas y mis manos temblorosas. Toma mis memorias y mi felicidad. Toma tú luz que has depositado en mí. Toma, madre, lo que soy si ha de ayudar.»
Una fe pagana movió su corazón y no sintió su presencia en realidad. El cielo se dibujó con galaxias espirales moviéndose, planetas y las estrellas hicieron la sonrisa de su hija en el firmamento. Su último latido selló la promesa de mentira que se le entregó, fue un sueño, una ilusión y, eventualmente, su realidad.
Chloe Decker no despertó de su sueño.
Lilith sonrió conforme, el milagro era inteligente en su mundo e ingenua al mundo que realmente pertenecía. Su alma humana no sobrevivió al Lilim y todos fueron estúpidos al no pensar en ninguna discernible consecuencia fatal. Sueños vacíos; su voz en su mente cada noche en un rezo intangible más no recordable en la mañana. Chloe cayó en el vacío y Lilith obtendría todo lo que quería.
•••
Hera creía que los pensamientos en el silencio crecían; funcionaba como el agua y la luz solar que hacía crecer una semilla en tierra fértil. Todo pensamiento era una semilla.
Después de su arribo en el pent-house, Hera deseó limpiarse hasta que la piel se le tornará roja para remover cualquier rastro de Anyx sobre ella. Carecía de remordimiento ante su asesinato pero no portaba su sangre con orgullo tampoco. Ahí en la solitud del baño, pese a la evidente preocupación de Lucifer que ella decidió ignorar cuando entró, sintió una amargura en el pecho ante la realización que todo terminaría en el único lugar que ella consideró un hogar. La palabra sabía amarga en sus labios, no pensaba en el Infierno como tal. ¿Por qué vacilaba? Procuró pensar, más bien, en la cantidad de cambios por los que seguramente el mundo del tártaro se transfiguró. Su inquieta mente no le proporcionó una respuesta certera, solamente discernió el único cambio que podría importarle lo suficiente para danzar sobre el mismo tema una y otra vez.
A su retorno, Diaval no estaría a su lado.
El recordatorio cumplió su función, le cortó como una daga forjada en el Infierno. Hera sangró internamente.
El agua caliente le tornó roja la piel humana blanquecina aunque no era suficiente, deseó fuego para quemar su piel, así su piel estaría impoluta.
Ni descansó no se inmutó cuando la puerta del baño situada detrás de ella se abrió. La presencia de Lucifer le inundó los sentidos.
El Diablo esperó que su compañera alzará la vista en su dirección, que reconocería su presencia. Desconocía el proceder ante un ser herido, eso sí fue capaz de reconocer. Aunque Hera daba la impresión de estar presente, Lucifer la percibió lejos. Pérdida. Maze le aseguró que ningún daño llegó a ella pero la encontró en la tumba de Diaval sola antes del desastre de Lilith y los demonios en la tierra. Lucifer no comprendía su dolor, ningún hermano que le importará lo suficiente había muerto para ecualizar su luto.
Hera misma no lo entendía.
Su consorte le dedicó una mirada luego de segundos, no hicieron faltas palabras. Hera se corrió en la bañera, regalándole un espacio, dándole permiso de llegar a ella. Lucifer lo tomó de inmediato. Se desvistió y entró en la bañera que era lo suficientemente grande para permitir la movilidad de ambos sin obligar a sus extremidades encogerse. Lucifer palpó la piel de Hera en busca de algún daño físico, aunque Maze le aseguró que Anyx no la tocó y él confiaba en la palabra de su demonio favorito, calmaba su mente el saber que su daño no era físico también.
Hera se recostó en él: su espalda descansó en el pecho de Lucifer y él la rodeó por debajo. El cuerpo de Hera se relajó de inmediato. A ella llegó la primera memoria que tenía, su nacimiento. La sensación de vida, un latido y propósito el que seguir. Pero ese no era su primer recuerdo. Jamás conseguir los retazos del verdadero, ni siquiera remembranzas, las memorias de la vieja vida que perdió al caer.
Desde que desarrolló una mente pensante, Hera jamás maquinó una conclusión satisfactoria ante su hambre por el saber, de ser precisa en detalles y la infinita necesidad de alcanzar un nivel tal de conocimiento asociado a la sabiduría. Ningún otro demonio soñó o soñaría con tal objetivo; Hera se volvió un parásito ante el concepto preestablecido del ser que su madre concibió. Sus iguales —o esos que ella conceptuó como semejantes, sus hermanos y hermanas— seguían el mismo tren de pensamiento. Sobrevivió por gracia divina, porque así era requerido en su historia.
¿Hasta su vida debía agradecerle a las fuerzas celestiales?
Agotada, los maldijo a los tres.
Soltó un suspiro cuando el roce de los dedos de Lucifer contra su piel realizando figuras sin forma le proporcionó una calidez en el vientre bajo. Hera lo tomó como era: su bálsamo. En el mejor de los casos, Lucifer sanaría sus heridas internas aun cuando ella no sabía cómo hacerlo.
Lucifer le prometió olvidar.
—No hay momentos... —Hera habló en un tono bajo, sin perturbar su burbuja de paz; su voz no tembló pero las palabras salieron inseguras y débiles—... En que te desconsuela saber que nos arrebataron una parte de nosotros, en los que la curiosidad le gana a la ignorancia y te preguntas cómo fuimos. Cómo fue.
Lucifer no requirió de una aclaración detallada para captar su duda, la única que vocalizó con respecto a su vida pasada, con respecto a él.
Lucifer admitió con honestidad y sin un deje de vergüenza ante la debilidad de su propia mente.
—Todo el tiempo —siguió con sus caricias en el abdomen de ella. Lucifer cerró los ojos, obligó a su mente a dibujar una versión sagrada de Hera, aunque difícil e imaginaria su imagen le produjo sosiego. Abrió los ojos, aspiró el olor de lavanda de su cabello, dejó un beso y siguió—. Aunque, he tomado un agrado en restarle importancia, nos hemos encontrado. ¿Qué sentido tiene? No soy Samael, no eres Arahel.
Hera abrió los labios para cuestionarlo más la pregunta subsecuente murió en ellos. Lucifer no tenía poder para definir quién era ella, siempre lo tuvo claro pese a que era consciente de lo fácil que sería simplemente adoptar lo que él pensará de su ser. Era un vacío lo que tenía y Lucifer no quería ni podría llenarlo.
Las mejillas mojadas por sus lágrimas le hicieron maldecir su reciente y propensa vulnerabilidad. El hueco en su pecho sería eterno. ¡Detente, maldición! Deseó gritar. ¿A quién? Allí se radicó el problema. El padre Frank le dijo, el dolor se extenderá hasta tus huesos y no lo podrás ignorar. El proceso de sanidad duele tanto como la herida.
Su sanidad debía implicar la muerte y la culpabilidad la arrastró a un bucle. Se pegó más a Lucifer como si fuese posible, susurró un «¿Puedo morir?», otro «lo siento» que Lucifer no respondió porque no escuchó ya que la oración no fue enunciada. Hera hizo suyo lo único que le quedó; por debajo del agua, tomó la mano de Lucifer y la condujo hasta su entrada, Lucifer jugó antes de entrar y Hera se deshizo entre sus brazos, fue suficiente en ese momento, Hera parecía desvanecerse como lo hacía la arena entre los dedos. Lucifer entró y salió con suavidad. Hera estaba abierta y hambrienta, le dolía el cuerpo y el alma y su hinchazón dolía en cien lugares diferentes, pero más que nada en su corazón. Lucifer besó las lágrimas y Hera masculló un segundo: «lo siento» que el Diablo sí atendió.
De su parte, él respondió:
—Te encontré en la vida anterior —susurró en su oído mientras Lucifer seguía entrando y saliendo de ella; la velocidad aumentó un poco, Hera jadeó—. Te encontré en esta vida. Te encontraré en todas las demás.
Lucifer lo juró. Moriría en la tierra oscura y fría, pero ninguna tumba podría retener su cuerpo pues, de ser necesario, se arrastraría hasta llegar a ella. Poco y nada le importaba el perdón ajeno. Lo único que ponía en balanza en contra de sus crímenes era una sola cosa. Sabía que decir pero las palabras no las logró emitir.
Así que se aferraron a lo que tenían; la esperanza los abrazó a ambos otorgándoles la dicha de un momento efímero que prometía ser perpetuo.
Al salir, decidieron vestir de negro. El color perfecto para el epílogo que traía la muerte.
•••
Hace alguna vez Hera tuvo un imperio.
Cuando las Puertas del Infierno se abrieron para ellos y en la lejanía Hera divisó el Castillo Oscuro sobresaliendo, la premisa de haberlo perdido todo la recibió. Caminó a la par de Lucifer y Maze, oía que mencionaban algo más Hera no logró aportar nada en la conversación, experimentó un remolino de sentimientos tan familiares como extraños que le obligaron a levantar la quijada como si tuviese algo que probar. En cierto punto, lo hacía.
El Infierno ya no era suyo.
La estela de cuerpos moribundos y cadáveres en las espigas hacia Pandemonio no le causaron disgusto, incluso cuando uno que otro demonio agonizante aclamó su nombre con alegría efímera. Lilith mató a cualquier demonio leal que estuviese de su lado, Maze perdió la cuenta cuando llegó al número doscientos uno; Drom. El perro de Hera que parecía más de Diaval, la cabeza del animal con su lengua afuera y ojos cerrados estaba ahí para ella verlo y que fuese su castigo.
Hera se tragó las lágrimas. Ansiaba padecer una emoción más allá que el bucle de tristeza y vacío. Perseguía la ira. Y tal vez, solo tal vez, descansaría.
Caminaron por la nebulosa oscura y le dieron vuelta a la montaña que los llevó a la puerta de su hogar. Lucifer abrió la puerta de su castillo y le otorgó el paso a Maze primero, la demonio sacó su daga y echó una mirada rápida a la sala vacía. Les dio la luz verde para adentrarse al lugar. Lucifer, entonces, estudió a Hera. En el camino, intentó un par de veces acercarse y Hera se alejó sin ser consciente de ello. El Diablo colocó su mano en la espalda baja.
—Volverá a ti —sus palabras sonaban a promesas, fue ahí que Hera giró el cuello en su dirección. Su cabello rubio suelto ondulado marcó su rostro ovalado en una pieza de arte que Lucifer se aseguró de tener siempre en su mente. Las luces tenues azulinas del Infierno mismo le daban un aire etéreo a Hera y Lucifer no dudó: era evidente que su creación se debía a un poder divino.
Lucifer no se cansaría de contemplarla.
Hera, por su parte, sabía a qué hacía referencia su promesa. Ella solo asintió. Existía solo una cosa que Lucifer no podría devolverle.
Adentro, un demonio rojizo pequeño, con cuernos y ojos negros salió de unas de las puertas. Sobresalía entre la casi inexistente iluminación del recibidor.
—Su Majestad lo espera —la voz del demonio era irritante y chillona.
Hera, Lucifer y Maze siguieron al demonio a una habitación iluminada con velas en posiciones estratégicas que la hacían ver espaciosa y luminosas en contraste al pasillo oscuro por el cual el demonio se marchó luego de una reverencia rápida. La cena había sido dispuesta con el único propósito de ser un circo vestido de invitación a seres que no eran ni amigos ni enemigos. Lilith les hizo un ademán para que tomarán asiento el comedor, la sonrisa que la Diosa de la Oscuridad les tendió provocó reacciones dispares.
Mazikeen se incomodó mientras tomó asiento a la derecha de su madre, bajo su atenta mirada que la demonio no podía igualar. No recordaba la última vez que estuvo en presencia de su madre aunque jamás lograba olvidar que compartía su rostro y ése era el único castigo que Lilith le dio.
Lucifer pareció imperturbable, se dijo a sí mismo que entretendría el desesperado intento de falsa concesión de Lilith solo hasta que fuese aburrido para él. El Diablo sintió pesar cuando denotó la mesa adornada con lujosos manjares, bien alguno podría tener veneno y terminar con esto.
Hera, a su lado, se concentró para controlar su respiración. La imagen de su madre nunca la abandonaba y entre sus ojos oscuros, Hera podía ver su propio final. Hera estaba cansada, pero elevó la curvatura izquierda mientras divisó la silla vacía del lado izquierdo, junto a Maze.
—Un cuarto invitado —musitó y chasqueó la lengua en un tono desaprobatorio—. Espero que no sea ninguno de los dos demonios que enviaste con la invitación.
—Uno era un Sin Nombre y Anyx fue, alguna vez, leal a ti, una prueba consideré darle —Lilith tomó la copa de vino y tomó darle—. Mis descendientes sirven un propósito, Hera. Eso, ustedes dos —le echó un vistazo a Maze—, lo saben bien. Aunque dime, Hera, ¿fueron su muertes honorables?
—Morir por ti no es honorable, madre —Hera afirmó con una honestidad hostil.
—Aun así, es lo único que aspiran y, con un poco de suerte, lo tendrán —con una sonrisa descarada agregó—. Mira a Diaval, de él haber poseído un alma, el descanso eterno se le habría privado. Oh, Diaval, mi dulce hijo —entonó con fingida aflicción.
Hera se mordió el labio y tragó saliva. Lucifer buscó la mano de Hera por debajo de la mesa y le dio un apretón. La sonrisa fina que Hera le mostró a Lilith, impresionó en un sentido burlón a la Diosa y su gesto lo demostró.
— ¿No estás orgullosa se mí, madre?
Lilith soltó una risa baja y se recostó en el espaldar de su silla.
Hera advertía que la respuesta jamás sería una afirmativa. De igual forma, la poca importancia que demostró al realizar tal banal acción le ardió en una herida que ella creyó cerrada. Atrapó a Maze en la esquina de su ojo, un sentimiento compartido, le molestaba la sumisión a la que Mazikeen misma se encadenó pero entendía: Lilith era una semilla podrida de la que solo se podría cosechar frutas podridas.
—El cuarto invitado es un seguro —Lilith continuó, tomando dirección de la conversación—. Quiero paz. Un nuevo comienzo.
Ni Hera ni Maze creyeron una palabra que salió de la boca de su madre pero tampoco contradijeron algo.
Lucifer soltó una risa gutural.
—Eres la madre del caos y hemos dejado de ser niños para que nos alimentes con mentiras —el Diablo soltó con una pizca de cansancio.
Lilith conservó el contacto visual con Lucifer.
—Dios nos ha quitado algo, mi paz no está con él. Con ustedes, sin embargo, puedo ser indulgente. Tengo planes, Lucifer —alzó el brazo en dirección a la puerta que se abrió, las tres cabezas siguieron el camino, del oscuro pasillo emergió la figura del Arcángel Miguel, en una presencia magna y extraña, causando un evidente contraste de su ropa gris y blanca con el negro que Lucifer, su gemelo, portaba.
Miguel amparó su mirada fija en Lucifer. La tensión bullía en una ventisca fría. Mazikeen se descolocó ante el reflejo del Arcángel, a simple vista no había nada que pudiese diferenciar el uno del otro, más la esencia de Miguel era diferente de la que alguna vez sintió con Lucifer. El Arcángel tomó asiento de su lado y Maze quiso vomitar.
Hera, por su lado, un poco impresionada por el parecido, se removió en su asiento cuando el Arcángel dirigió su mirada hacia ella. Su esencia celestial inundó sus sentidos y su misma presencia le recordaba a algo que le fue arrebatado.
—El destino de un traidor has de tener —declaró Lucifer fuerte y grave, más no parecía una sentencia sino la saboreó como un recuerdo amargo. Tomó la copa en su mano y la removió en el aire, el vino olía a limón y manzana—. ¿Tanto me has extrañado, hermano, que te has convertido en lo mismo que desprecias?
Lucifer bajó la vista a la copa de vino, no queriendo gastar un minuto más en una conversación sin sentido. Es allí, por un breve instante, que se da cuenta que el vino blanco tiene gotas rojizas cayendo desde arriba que luego se convierten en un par de ojos azules diferentes a los de Hera. Los ojos lo atrapan y él intentó llamar a su portadora pero es la voz de su gemelo que lo trae devuelta y Lucifer la pierde.
—Serví un propósito, no espero que entiendas lo que significa. Tus deseos siempre han nublado tu juicio, Samael —Lucifer parpadeó confundido en su dirección, la copa está encima de la mesa y el Diablo pareció ignorar, para sorpresa de Hera y Maze, el nombre que Miguel utilizó—. Mazikeen —Miguel saludó a su izquierda con un asentimiento de cabeza—. Arahel —Miguel imitó el mismo saludo.
—Utiliza mi nombre o no me hables en lo absoluto.
Miguel le otorgó una sonrisa condescendiente.
—Mi madre te nombró. Eres Arahel para mí. Siempre lo serás.
—Qué apasionada muestra de atención de tal envidiosa alma —Hera no tenía energía para debatir con un buscador de atención—. Dime, Miguel, ¿Qué te ha prometido mi madre? —Hera le echó un vistazo a Lilith y manteniendo su vista en ella, musitó con burla—. ¿La gloria de la que ella solo sueña?
La sonrisa burlona hizo el amago de caer, pero Hera notó la fricción. Y la tomó como su primera victoria de la noche.
—No te crie para ser tan insolente —contestó burlona pero severa. Era la primera verdad que Lilith declaró esa noche—. ¿No fue suficiente el entrenamiento? ¿Debo enviarte con mis hijos para que te corten otra vez?
—Nadie corta como tú, madre.
Lilith giró la cabeza a su derecha y observó a su primogénita. Le tomó el mentón y le obligó a mirarle. Mazikeen de Lilim, su orgullo y decepción.
—Una burla es lo que es —declaró mirando a su hija, quizás a la única que alguna vez quiso—. La perfección nació cuando te creé, mi primogénita —Maze sintió un tirón fuerte en su interior porque sentía que su madre decía la verdad—. ¿Por qué ningún otro puede ser cómo tú, dulce Mazikeen?
Lilith no apartó la mirada y Maze supo que deseaba una respuesta de su parte. ¿Qué podría decirle? Lilith no era una madre ejemplar y le confería el hecho de que todo lo que a Maze le gustaba de sí misma había sido gracias a ella, sí. También todo lo que odiaba había sido por ella.
Miguel, el único externo a la relación, percibió el resplandor de dolor de dicha conversación privada. Así que se adelantó, salvando a una Mazikeen sin palabras.
—La perfección es casi imposible de replicar —la atención de la Diosa viajó a él—. No temas, Lilith. El error será corregido.
Lucifer no evitó reírse. Como Miguel, aguardó su silencio y se dedicó a examinar el intercambio entre ambas partes con la finalidad de encontrar el punto exacto que le daría una imagen completa del panorama. Lo consiguió. Miguel era petulante y si gozaba de arreglar un error es porque tenía los medios para ello. Temió por Amenadiel y su plan pero no tenía tiempo para lamentarse demasiado.
—Eres un bastardo ridículo —el Diablo se inclinó hacia adelante—. Tus deseos, Miguel, los veo con claridad. Yo hago trucos y me burlo, ¿a quién intentas engañar?
Lilith tomó la palabra—. Oh, Lucifer. La paciencia no es tu amiga, ¿no es así?
Lucifer rodó los ojos.
—Las mentiras no lo son —Lucifer se levantó de la silla y se dirigió a Lilith—. Deleité esta...—apuntó a la mesa adornada con evidente desprecio—... necesidad tuya de superioridad una última vez, te dejé utilizar lo mío como un artillería para tu maquiavélico plan el tiempo suficiente para que te sintieras importante.
Lilith también se levantó, sus ojos fulguraron en una ira creciente. Perfecto, Lucifer concluyó, quería ver a su versión real. El Diablo se cansó de caminar como si estuviese rodeado de bombas a punto de explotar.
—Tú dejaste tu posición —le recordó con falsa cordialidad y agotamiento evidente—. Yo tomé lo que es mío e intenté... —Lilith se pausó a sí misma, inhaló y bajó la cabeza, cerró los ojos dándoles, así, la impresión a los invitados como si hablará consigo misma.
Maze y Hera se levantaron esperando un ataque que hasta Miguel sabía que vendría. El Arcángel fue el único que notó las sombras danzarinas debajo de la mesa y a su alrededor, tomó un sorbo del vino blanco, observó hacia el techo y esbozó una sonrisa. Se levantó y se preparó.
Como lo esperó, Arahel fue la que detonó la bomba.
—Una súplica por compresión luce grotesco en ti, madre. No intentaste, pretendiste que...
Las sombras salieron debajo de la mesa tomando una personificación corpórea de gigantes que retumbó en el núcleo del Infierno cuando retuvieron con una fuerza extraordinaria a Hera y Mazikeen en alas diferentes de la habitación. Miguel voló hacia Lucifer, ejerciendo una ventaja sobre él y las sombras tomando sus tobillos. El Diablo sacó sus alas instintivamente más no se soltó.
Lilith soltó su veneno.
—Madre —repitió con asco—. La palabra que brota de tus labios siempre me ha disgustado —la sombra le tapó la boca y Lilith se giró a Maze—. Y tú... ¿Tendré que quemarte el rostro otra vez?
Maze se removió en vano.
—Hazlo. Soy tan monstruo como lo eres tú, madre.
De la sombras salieron garras que se clavaron en el lado izquierdo de su rostro obligándole a Maze soltar un grito quejumbroso y roto al final que se impregnó en el aire. El contacto le ardió y quemó al mismo tiempo. Maze se removió en vano.
—Tu jamás serás como yo —sentenció mientras la mano de la garra se hizo más grande hasta que la engulló toda y el cuerpo de Maze desapareció.
Lilith se enfocó en Hera y Lucifer logró quitarse a Miguel de encima y volar hacia Lilith tomándole del cuello y alejándole de Hera. Su rostro se volvió rojizo con grietas. Sus pupilas se tornaron negras y lo que era blanco se tornó rojo escarlata. Sus labios eran negros y secos.
— ¿Dónde está ella? —la fuerte vibración de su voz retumbó en el Infierno como si fuese un eco, llenó cada vacío. No fue un grito, resultaba una extraña combinación en la que su agresividad estaba guardaba en sus gestos faciales.
El Infierno se quedó en silencio, abrumado, por el sonido de la voz de su rey.
Lilith le echó un vistazo a Miguel.
Lucifer ejerció más fuerza sobre su cuello y la volvió a estampar contra la pared.
— ¡Mírame!
Lilith se carcajeó en su cara.
—Oh, Lucifer. No es ella de quién tienes que estar preocupado.
Lucifer, instintivamente, se volteó hacia Hera desmayada en los brazos de Miguel. Soltó el agarre contra Lilith y las sombras de la Diosa de la Oscuridad lo alejaron de su cuerpo, tomando fuerza mientras Lilith engulló el salón en una oscuridad en la que Lucifer no pudo ver nada.
Tres segundos.
Cuatro segundos.
— ¡Lucifer! —la voz de Hera es la que suena.
La desesperación creció. El corazón se le saldría del pecho y no lograba ver nada, sí lograba sentir, aparte de angustia, un deseo ardiente que él reconocía como cólera. La adoptó. La voz de Hera siguió gritando su nombre y la mente de Lucifer fue puesta a prueba en una tortura ingeniosa y cruel.
Lucifer caminó, nadó y corrió y no encontró su camino.
Escuchó lejano a Lilith con odio, rabia y celos:
—No eres hija mía. No eres el nombre el que te di, ni ningún otro. Eres nada. Pero yo... Yo soy tu inicio y tu final.
Seguidamente, oyó un llanto que lo hizo aborrecer a sus enemigos e injuriarlos. Corrió con ímpetu en la brumosa negra, el calor le quemó la piel y fue una luz que lo cegó mientras gritó el nombre de Hera en una súplica que rebotó en los oídos ajenos. Lucifer cayó de rodillas y sufrió un peso desconocido en sus brazos. Como si hubiese caído el cuerpo ahí, tocó su rostro y cuando logró abrir los ojos, no encontró el cuerpo de Hera.
Encontró el cuerpo de Chloe Decker en sus brazos.
•••
Maze vio una cascada en un campo de flores naranjas, moradas y blancas. El sol se escondió en el horizonte y el cielo se pintó de un lila que le otorgó dos sentimientos opuestos: de estar en casa e inseguridad.
Sin embargo, nada la hubiese preparado para la vista que sus ojos captaron: el cabello largo y platinado del ser sentada en la roca luciendo perdida en sus propios pensamientos. Mazikeen sabía de quién se trataba sin mirar su rostro, sus pies comenzaron la caminata sin pensar en su alrededor por mucho tiempo.
El distintivo olor a muerte forzó a Maze a orbitarla como los planetas lo hacen con el sol. Siempre. Sin fallos. El latido del corazón de Maze se tornó la canción de fondo en una tonalidad rápida y ansiosa.
—Azrael —Maze murmuró su nombre con cuidado y sentimiento. La demonio no podía apuntar que era precisamente, más había una tristeza que las envolvía, podía ahogarlas como una ola.
Más, Maze le prestó una atención casi nula a sus propio pensar cuando Azrael giró la vista para observarle. Sus ojos grisáceos se encontraron con los propios y Maze notó la tristeza en ellos. Notaba a Azrael diferente, sus palabras murieron en su lengua. ¿Qué podría decir?
Todo lo que Mazikeen tenía eran pequeños momentos, aun así ella escuchaba la voz de Azrael en su mente todos los días. Maze le haría daño y Azrael la destruiría pero la demonio se entregaría al Arcángel cada que fuese necesario. Egoísta_. Maze lo sabía, sabía que no había ninguna buena intención detrás de desearla como si alguna vez Azrael fuese suya para extrañarla como lo hacía, no obstante, Maze lo sentía. Desmedido.
La demonio quería luchar contra lo que fuese le causará tal desazón, ansiaba asegurarle que nada le haría daño más desconocía si quiera el factor causante de su congoja. ¿Cómo preguntarle? Maze no era habilidosa en situaciones sociales y no poseía las palabras que aliviarán su pena; Azrael pareció comprender que su acompañante carecía de tales habilidades, así que la Arcángel tomó la mano del demonio y la condujo a su lado para que se sentará en la roca ancha que tenía espacio para ambas. Maze así lo hizo y Azrael la miró con tal vehemencia que obligó a la demonio mirar hacia el agua, salía vapor de ella y un ligero calor traspasó los zapatos. No lograban tocar el agua por la altura de la roca.
Maze solo podía prestarle atención a su propio reflejo en el agua. Parecía un pozo sin fondo.
Maze sintió un golpe en el pecho, donde descansa su corazón, cómo si alguien se lo arrancará, Azrael apretó su mano y la acarició, Maze entreabrió los labios para buscar el aire que no lograba obtener por las vías respiratorias. No entendía. Maze no poseía un alma para un dolor tan férreo.
El dolor no cesó, pese a que estaba en campo abierto, sentía como si paredes la apretaran.
Buscó los ojos de Azrael y no se dio cuenta cuando de sus labios soltó un anhelo propio:
— ¿Puedes tú amar? ¿Puedo yo amar? —las lágrimas cayeron sin previo aviso, fue un grito de desesperación, un fuerte afán de soltar lo que ya no podía guardar. La necesidad de ser vulnerable pues no tiene nada que perder.
Azrael entrelazó sus manos con las de su contraparte y lo único que le ofreció fue una sonrisa taciturna que dijo todo y nada.
—Se libre y podrás.
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Hera despertó en una montaña con un cielo gris sobre ella y una ráfaga fría que movía su cabello en dirección contraria.
Cayó en sus rodillas cuando el pecho se le oprimió en un dolor que, con presteza, se volvió un suplicio. Le faltó el aire, la leve migraña y el zumbido en sus oídos la desorientó al punto que su alrededor rodó en una velocidad que le hizo caer en la tierra.
Visualizó los truenos en el cielo y las nubes corriendo como si fuese una competencia. Hera cerró y apretó los ojos con fuerza. Se volteó contra la tierra y palpó la misma hasta encontrar su centro, elevó su tronco y quedó de rodillas. Contó hasta tres y se levantó. Sus piernas temblaron al sostener su propio peso, inhaló con fuerza y abrió los ojos. Atajó a su percepción no fidedigna, su debilidad momentánea.
Hera se tomó un momento para orientarse. Estática, su pecho subía y bajaba, en una tranquilidad amenazante, dejó su vista en un punto fijo en ese campo abierto: una torre lejana que tenía ojos propios y Hera sabía que estaban sobre ella.
Y así, cuando los recuerdos la golpean, Hera de encontró a sí misma con su vista fija directamente en el corazón de aquella que pagaría su traición con sangre. Absorbió su esencia; comandó su orden sin enunciar vocablo y un relámpago oscureció el cielo dándole paso a un brillo de luz que le permitió tener frente a ella a la misma personificación de las ilusiones.
Medea era su nombre.
Medea rezaba el nombre de Hera.
Medea le prometió su alma a Hera.
Medea era mentirosa y poco confiable, deseosa de un destino más grande que ella, quién fuese que confiase en la pelinegra carecía de inteligencia. Medea solo servía a un ser: a sí misma.
Medea caminó hacía Hera y se arrodilló. Suplicó por un perdón que Hera no le daría. Le desagradó en demasía sentir las lágrimas de Medea, su sirviente, tocar su piel. Aun así, no se inmuto. Verla rogar, aunque le causaba conflicto, le obligaba a despistar su atención de lo que pasó. No quería pensar en la luz que su alma misma llamó antes de desvanecerse en la oscuridad.
Inhaló hondo.
—Llévame devuelta al Infierno.
Medea la contempló desde abajo, aclaró su garganta y no osó levantarse pese a que sus rodillas dolían y las diminutas piedras en la tierra le molestaban. Hera le comandó, no solicitó, ni tampoco le concedió el permiso de levantarse. Medea asintió, entendía el pretérito.
—Seguimos en el Infierno, mi Señora —le informó con ligera duda en sus palabras.
Hera le examinó, Medea no tenía pupilas propiamente. Las galaxias se movían con una delicadeza hipnotizante. Hera apretó la mandíbula apreció su alrededor.
No.
No estaban en el Infierno.
—Deja el juego —demandó distante y fría.
Medea se levantó y el mundo comenzó a dar vueltas una vez más. Hera pensó que caería, sus ojos se voltearon y perdió la fuerza en sus extremidades. No tocó el suelo jamás, unos brazos detuvieron su desplome.
Lucifer la sostuvo entre ellos y Hera se aferró a él cuando tomó consciencia de que era él y no nadie más. Su corazón se volcó y lo abrazó con fuerza vehemente. Con ese gesto humano, la remembranza de lo sucedido comenzó a funcionar como tortura en ella.
¿Cómo se diferencia un sueño de una ilusión?
En el Cielo, Lucifer soñó en demasía más para él siempre fue evidente que era eso: un sueño. Después de su caída, el lujo se le fue arrebatado y nunca más entregado. Rememoró, una vez, cuando el rey de las Sueños y Pesadillas lo visitó: su piel porcelana y pálida, ojos cuya pupila tenía de lleno una estrella en cada uno, sus ropajes eran negros como la noche y desentonaba con el lugar que Lucifer llamó hogar. Las alas de Lucifer eran blancas con tintes de rojo sangre y en su rostro, la inocencia de la santidad hace rato lo había abandonado. Morfeo le tenía lástima y Lucifer lo odió por ello, con excusas que le aburrían, Lucifer sabía muy bien que lo resentía por algo que el Señor de los Sueños no tenía culpa.
Lucifer lo despidió.
Morfeo, tan respetuoso y educado como él mismo, acordó con el rey del Infierno. Él se fue, no obstante, sus palabras quedaron impregnadas en el fondo de su mente. Las recitó como una promesa y una maldición.
Volverás a soñar, Lucifer Morningstar.
Lucifer lo odió más por mentir. Él nunca soñó en el Infierno cómo lo hizo muchas veces en el Cielo — Lucifer fue alimentado con ilusiones. Morfeo no mintió. Lucifer nunca soñó con sus ojos cerrados, siempre estuvieron abiertos.
Las ilusiones nunca lo abandonaron. Lucifer simplemente no les prestó atención. Cuando Hera no tomó su mano y escogió el Infierno sobre él, el Diablo dejó su reino atrás y adoptó a la Tierra con una esperanza desesperada de olvidar todo. No lo logró. Hera estaba en todos lados, siempre. Lucifer nunca soñó con ella, aunque con frecuencia sentía sus caricias en su piel y su esencia sobre él.
Él moriría gustoso llevándose ese sentimiento, esa victoria; el de estar en sus brazos y no ser un sueño o una ilusión. Pese a que Lucifer falló en rescatar una característica distintiva. Se llevaría lo que él atesoraba: su realidad y que ningún Dios podría arrebatarle.
Miguel se llevaría la satisfacción de su pronta muerte más Lucifer selló el destino de su gemelo cuando tomó la mano de Hera y sus piernas se debilitaron, Hera impidió su caída. Sus ojos azules repasaron su abdomen con presteza y notó los golpes y la sangre brotando de las heridas abiertas.
Lucifer Morningstar le dio la bienvenida y se convirtió en la oscuridad una vez más.
Hera seguía usando el anillo que él le entregó. Lucifer tomó el cuello de ella con su mano izquierda ensangrentada y la acercó a sus labios para, posteriormente, apretar el anillo en su dedo anular. Hera intentó prometerle que estaría bien más Lucifer la besó, interrumpiéndola. El beso sabía a sal y a Lucifer le recordó a su lugar favorito en el mundo: la playa. Una sensación calmante e intoxicante lo abrumó. Lucifer la atrajó hacia su cuerpo y Hera se pegó a él. Hera no esperó el beso y no fue suave o lento.
El mundo se disipó, dejó de importar lo que pasó y pasaría. El beso fue esa esperanza al que todo ser se aferra como si su vida dependiera de ello. Hera pensó que su vida misma dependía de él, de ese beso. Les faltó el aire más Lucifer no se alejó, selló su destino.
Con ese último beso, Lucifer le entregó a Hera todo lo que tenía para entregarle, su vida.
Lucifer Morningstar murió.
El universo contuvo el aliento cuando la luz sumergió todo lo vivo de cada rincón existente como si de una ola se tratase. Llegó hasta el Vacío, hasta donde el universo terminaba y el tiempo no era una distancia, ni el presente o el pasado no tenían significado alguno.
Y en cadena, Hera de Lilim murió.
Hera Morningstar nació.
Y el universo escuchó como sonaba un corazón roto.
Después de que la luz la engulló, Hera quedó con la luz de la Estrella del Alba y un cadáver entre sus brazos.
Hera gritó hasta que su garganta se lastimó e incluso así, no se detuvo. Su cuerpo tembló y cerró los ojos para rezar a alguien. A quién sea. Por favor. Por favor. Hera suplicó* una y otra vez mientras abrazó a Lucifer y juró que jamás lo dejaría ir. Sintió mil punzadas en su piel y su cómo su sangre salía de ella misma, muriendo, perforándola desde afuera y como su corazón mismo parecía latir con lentitud.
—Vuelve a mí, por favor —Hera murmuró en el oído de Lucifer. Con una mirada esperanzadora observó paciente alguna señal, acarició su rostro suave y la sensación de su barba contra su palma no le causó molestia—. Por favor, Lucifer —juntó su frente con la de él. Colocó sus dedos en sus labios—. Por favor —lo besó mientras sus propias lágrimas caían en el rostro de Lucifer.
Hera se quedó sin respuesta. No había un latido el cuál escuchar e hizo lo único que pudo: lo sostuvo con fuerza, pegándolo a ella y lloró más en el disturbio silencio que el Infierno le brindó. La única vez que detestó el mutismo que impero a su alrededor. Hera se quedaría así para siempre — sostendría a Lucifer hasta el final de los tiempos. La eternidad era suya y de él. Hera jamás lo dejaría ir.
"I'm slipping, I'm slipping away like sand slipping through my fingers. All my cells are open, and all so thirsty. I ache and swell in a hundred places, but mostly in the middle of my heart. I want to die alone. Leave me alone. I feel I am almost there—where the great terror can dismember me." — Rilke's book of Hours: Love Poems to God, Rainer Maria Rilke.
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n/a: este capítulo fue reescrito en casi su totalidad & está mucho mejor que su versión anterior.
con eso dicho, que decirles.... le tengo una relación amor/odio a este capítulo porque funciona para su propósito, siento que falla en puras cuestiones de escritura en detalles (que nunca ha sido mi fuerte 😭) pero al mismo tiempo estoy orgullosa porque me costó dos días completos que hasta mi novio y mi hermano me tuvieron que echar una mano porque me bloqueé (god bless them) y esto es un fanfic!! pura diversión (lo dice quién se estresa por sus fics igual)
la verdad lloré un poquito con la escena de maze & azrael, mis niñas gotta love them!!
lloré otro poquito con hera & lucifer, pero era algo que se venía desde hace rato. les juro que desde que comencé esta versión de la historia, temía y quería llegar a esta parte en la que lucifer le entrega sus poderes a hera & ahora quiero que queme el mundo la vdd pero escribiendo este capítulo me di cuenta que rompí a hera 😭 (like para darle terapia)
hera nunca se va a perdonar lo de diaval y desde eso, su sentido de pérdida se intensificó. de ahí a que ella ya no vea el infierno como casa o que cuando narro, ella no se vea así misma como reina del infierno, está viviendo porque se levanta todos los días pero está pérdida sin su propósito. ahora que se quedó verdaderamente sola... lo único que se puede es subir, explicó esto porque pese a que esto es un fic y no pretende enseñar nada, toma mucho de eso de "para encontrarse hay que perderse" y si siguen aquí leyendo mis sandeces, sepan que todo se pondrá mejor 💓
no quiero que la nota le haga competencia al capítulo en sí así que pensamientos finales:
cuénteme lo que piensan, dudas, teorias, reclamos de terapia, todo es bienvenido ✨💗
tomaré mi victoria si al menos se sintieron que no entendían nada porque no sabían si lo que estaba pasando era real o no, esa era la intención. cortesía de: medea mi personaje original de mi gusto corta de the sandman (hera & lucifer hacen una aparición fugaz por allá, la pueden encontrar en mi perfil si tienen curiosidad). pero en resumen lo que necesitaban saber ya se dijo: ella manipula y crea ilusiones, todo consecuencia que incluye la muerte fue real y todo lo que les hizo a los personajes dudar de sí era real o no, fue mentira. si no entienden algo, pregunten con confianza, no hay preguntas tontas!
me gusta enlistar lo que me sirvió de inspiración pero si lo hago no terminaría nunca así que iré con lo principal, este capítulo es un mix de: son of nyx de hozier / de selby (part 2) de hozier / castles crumbling de taylor swift / say yes to heaven de lana del rey / slowly we fell into slumber and i held you until the end of time de ursine vulpine 💖
graciaspor seguir aquí ❤️
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