xvi. Soldado de Dios / Hija de Lilith
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
xvi. soldado de dios / hija de lilith
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
—Lilith está llamando.
Fue Mazikeen la que pronunció esas tres palabras que Hera odió. Oía la voz de su madre como una canción hipnótica. El aviso de Maze fue innecesario, Hera era consciente. La brisa parecía transportar la voz de Lilith y su cántico sonaba a promesa de desolación, le removía cada fibra de su ser.
Su cabello rubio ondulado se movía contra el viento. Había una parte —primitiva— de ambas que ansiaba el encuentro, hacer la voluntad de su madre y entregarse. Tanto Maze como Hera eran más fuertes que eso. Respiraban con normalidad. Maze estaba hablando pero no lograba juntar las palabras en su mente, mucho menos era capaz de responderle. Estaba presente, lo sabía. Olía la sal que el viento traía y la promesa de una lluvia también. Veía la tumba de Diaval. Sentía el toque de unas palabras que la harían llorar.
«—Dios habla con nosotros mientras nos crea —una voz masculina y grave le dice con convicción—. Después, camina con nosotros en silencio sacándonos de la noche. Éstas son las palabras que oímos tenuemente: Tú, enviado más allá de lo que recuerdas, llega hasta los límites de tu anhelo. Encárname.»
Sus piernas le fallaron por un segundo y perdió el equilibrio. Experimentó el calor del cuerpo de Maze con el suyo mientras su hermana apretaba su brazo. Hera sintió cómo si estuviesen arrastrándose algo desconocido por su cuerpo pero la voz siguió:
«—Estalla como una llama y crea grandes sombras para que yo me pueda mover. Deja que todo te pase: belleza y terror. Solo sigue adelante. Ningún sentimiento es definitivo. No te permitas perderme. Cerca está el país al que llaman vida. Lo sabrás por su mesura. Dame tu mano.*
Hera vislumbró al padre Frank sonreírle.
La demonio lo observó bien. Curiosa ladeó la cabeza. No estaba acostumbrada a ver sonrisas como la que el padre ofrecía en su dirección. No era de orgullo o prepotencia. Le producía un cálido malestar, por alguna extraña razón, Hera comprendió entonces que se trataba de una honestidad desmedida en un gesto tan simple. No había segundas intenciones y Hera no supo cómo responder. Solo bajó la vista al libro que Frank cuidaba entre sus manos.
Dios nos habla a cada uno era el nombre que salía en la portada. Movió su nariz y Frank sonrió por la expresión de disgusto y singularidad. Hera desvío la vista al Jesús crucificado. Ignoró una conexión por otra. Ver la figura del humano sacrificado le hizo sopesar que, a través de él, podría ver a Dios.
— ¿Cree, usted padre, con fervor en esas palabras?
—Lo he vivido —no vaciló en responder. A Frank le agradaba Hera. Ella llegaba en la noche cuando la última misa había terminado y solo preguntaba; Hera le creyó, apreciaba su franqueza y su honesta creencia—. La Biblia no es el único libro u obra de arte que Dios ha tocado. Dios habla con nosotros y a través de nosotros. Siento su voluntad y sé que sigo aquí porque le ofrecí mi mano. Confío, creo y tengo seguridad que, cuando llegue el momento, será mi anhelo descansar en paz en la eternidad que él me ofrezca.
Hera se espantó pero no lo mostró; abrió ligeramente los ojos y la boca.
— ¿Desea morir, padre?
Frank no borraba su sonrisa, negó con diversión.
—Mi anhelo es dar un último mensaje en su nombre. Estoy aquí contigo porque él tiene algo para decirte, Hera.»
Hera abrió los ojos. Enderezó la espalda y escuchó a Maze maldecir su nombre por la fuerza del agarre. Su hermana se sobó en la zona y Hera ignoró las preguntas. Tragó sus lágrimas porque recordar a Frank le dolía. Le echó un vistazo a la tumba de su hermano y el dolor se intensificó.
Hera no quería escuchar ningún mensaje de Dios. Quería que todo terminará. Deseó tenerlo en frente, ¿más qué haría? Rodó los ojos ante su propia indecisión, ante el desastre de su mente. Quería descansar, aunque no sabía bien que significaban tales palabras. Botó aire y una voz llenó el silencio.
—Mis queridas hermanas.
Las hojas crujieron con los pasos de Anyx de Lilim. Maze maldijo y Hera inhaló aire. Perfecto. Su voz chillona y llena de sarcasmo producía jaqueca.
La demonio de cabellos rojos sonrió porque logró divisar lo desprevenidas que se veían ambas ante su aparición.
—No tienes permitido estar en la Tierra —Hera sonó autoritaria y lúgubre. No parpadeó y sostuvo el contacto visual. La orden fue dicha con sutileza pero Anyx no era fanática de la misma.
Así que como respuesta, Anyx avanzó un paso con prepotencia.
—Vengo de parte de la reina del Infierno.
Hera elevó una ceja, curiosa.
Más fue Maze la que habló—. ¿Has olvidado quién tiene el título? Arrodíllate.
Anyx soltó una carcajada sin gracia.
En respuesta a su respuesta burlona, Maze afianzó el contacto visual. Solo esperaría la orden porque ya su daga ansiaba la sangre de su hermana.
—No olvido. Me es imposible decir lo mismo de ti —Anyx chasqueó la lengua—. Madre será misericordiosa contigo, supongo —volvió a Hera y la pelirroja de rostro alargado, facciones suaves escupió con asco en dirección de la reina que le juró lealtad tiempo atrás—. Un Soldado de Dios, eres una maldita traidora. Me das asco.
Hera no se inmutó.
Escuchó a Maze sacar su daga e inquirió la pregunta en el silencio. Decidió esperar. ¿Cómo es que los demonios parecían ser estúpidos? La paciencia era una virtud. Lilith lo entendía y siempre le pareció insensato que sus descendientes no. Hera les daría crédito: Lilith los entrenaban para no pensar por sí solos, seguir al soberano. Órdenes bastante simples: atacar si te atacan. Atacar si no te atacan. Anyx de Lilim no difería en nada y tampoco sobresaltaba en demasía. Era una cazadora, Hera le dio ese trabajo. Quizás tuvo que dejarla morir en las Costas del Augurio.
—Entrega tu mensaje. Para eso has venido, ¿no es así?
Maze seguía vigilante.
Hera no apartó la mirada. Soldado de Dios. Aborrecía ese título, no le pertenecía. Maldita traidora. Hera quiso reír, ¿traidora ella? Hera quería gritos, extrañaba el Infierno.
La rubia se pasó la lengua por sus labios, avanzó un paso con seguridad y Maze apretó la daga en su mano izquierda con vehemencia.
Anyx estaba lo suficientemente cerca para que, cuando sonriera, sus colmillos se notarán. Anyx era más alta que Hera, pese a eso, su presencia resultaba diminuta en comparación. Anyx esbozó una sonrisa al disfrutar los segundos de superioridad que ella pensó tener; Anyx no conocía algún afecto bueno, su gesto careció de emoción sana. Se dibujó en ella la maldad.
Eso fue suficiente para ignorar tener a Hera cerca, su esencia le causaba ganas de vomitar. Verla era recordar las palabras de su madre y saber que Diaval murió por su culpa. Hera nunca fue uno de ellos y le sabía mal haber profesado su lealtad cuando Diaval todavía vivía. ¿El lado lúcido? Es dicha lealtad murió con Diaval. Anyx no sentía amor por su difunto hermano y de haber muerto por la mano de otro demonio, no le importaría en lo absoluto. Su molestia radicaba en Hera, su enemiga. Gozaría el día que su madre la juzgará bajo las leyes del Infierno.
— ¿Qué se siente ser impotente? —Anyx quería provocar. Lilith les había dicho que Hera como un ser Caído era débil. Anyx le creía a su madre. Hera le dio la espalda, aun así, Anyx entregó su mensaje—. La presencia de ambas es requerida para una cena.
Anyx sacó el pecho y sintió ira cuando Hera no se volteó a mirarle. Mazikeen lo hacía y jugaba con la daga en su mano.
Maze le echó un vistazo por el hombro a su reina y divisó el fantasma de una sonrisa orgullosa y deseosa de herir. Maze la imitó inconscientemente. Anyx carraspeó para llamar la atención. ¿Qué era tan divertido?
Hera cerró los ojos. El aire todavía olía a sal y lluvia, desde hace minutos no oía a Lilith cantar en su mente. Exhaló y esperó. A Hera le gustaba torturar sin tomar en consideración los demás. Los humanos eran bastante mandones: Quémame. Congélame. Cómeme. Sería infinita la lista, Hera nunca les daba lo que pedía. Lucifer era lo contrario.
Hera era impredecible cuando de torturas se trataba. Especular como su mente tejía cada castigo y concebía sus ideas suponía una actividad ardua que nadie hacía. Diaval la llegó a comparar con la calma antes de una tormenta; siempre habría inseguridad con ella. Maze nunca fue buena con metáforas así que solo agradecía que sus instintos estuviesen siendo alimentados. Las órdenes de Hera se basaban en murmullos, calaban más que aquellas que se vociferaban.
— ¿Ese es todo el mensaje? —Hera seguía sin mirarle. No se lo merecía.
Dos segundos esperó por una respuesta.
Nada.
Miró a Maze y asintió. Entregó la sentencia.
Si Anyx vio venir el primer movimiento de Mazikeen sería difícil de discernir. Todo suscitó con presteza y ella tardó en reaccionar. La fuerza de Maze era superior a la de ella, le dio una patada a las pantorrillas, la sostuvo de los hombros y la obligó a arrodillarse. La daga en forma de boomerang rozaban su carne y la excitación de tener la sangre caliente se transformó en una escena que no quería ignorar. Quería llenarse de ella y así tendría descanso. La daga, debido al material, le quemaba la piel a Anyx. Se removía en intentos fallidos por escapar.
Segundos después, Hera se volteó hacia ella. Caminó hacia ella e inclinó su cuerpo hacia su dirección, así su rostro estuvo cerca del de Anyx. El odio y la ira eran simples y Hera se regocijó cuando fue testigo de su brillo en los ojos de Anyx.
Hera alzó la vista hacia Maze, elevó su mentón en una orden. Mazikeen delineó con la punta de la daga su cuello sin abrir la carne a profundidad. Un hilo de sangre brotó y la piel comenzó a quemarse, transformándose de manera inmediata en su piel demonio. Pronto se pudriría. Anyx se tragó los gritos ante el contacto de su piel con el metal del Infierno.
—Esto es poder —Hera no alzó la voz. Con facilidad, sus palabras pudieron perderse con el viento por el murmullo. Fue tenue como la oscuridad que las arropaba y de la cual las tres habían nacido—. No las palabras que dices. Esas son nada, no valen nada —Hera soltó un suspiro como si realmente pensará acerca de su siguiente movimiento. Enderezó la espalda y conservando el contacto visual declaró—. Deberán enviar a alguien más para los detalles —pese a la corta distancia y diferencia de altura, Anyx observó lo azul de los ojos de Hera cuando cerró su oración—. Corta su lengua.
De inmediato, Anyx abrió los ojos. Se removió ante la fuerza de Mazikeen, más, no logró escapar.
Hera decidió: tener lengua y no saber usarla era un pecado.
Hera castigaba los pecados.
Mazikeen sonrió mostrando los dientes. La tiró al suelo con su puño cerrado en el rostro. Golpeó su estómago, vientre y piernas. Anyx intentó tomar su tobillo, la desequilibró por unos instantes, más con su piel libre, Maze la piso. Anyx gruñó y Maze le golpeó la cara con su pie. Anyx botó sangre cuando escupió, contó cuatro segundos y logró derribar a Maze justo a su lado. Golpeó a la primogénita y se arrastró para levantarse. Ahí, Maze la alcanzó. Se acomodó en la tierra y golpeó su espalda. Anyx cayó boca abajo, Maze la volteó y se colocó encima de ella. Anyx le escupió en el rostro y Maze atestó un golpe con dirección a su mejilla.
—Maldita —Maze profirió en Lilim.
Tomó la daga en su mano izquierda y, Maze decidió, que odiaba su sonrisa prepotente y orgullosa. Le marcó la boca y las mejillas de manera permanente. La sangre salió y debido al metal contra su piel, Anyx gritó. Sus gritos se mezclaron contra la fuerza que parecía cobrar el viento con cada segundo. Anyx estaba teniendo estamos bajo Maze.
Las armas forjados en el Infierno tenían el poder de pudrir cualquier zona que el metal tocase en el cuerpo de un demonio.
Maze atajó la lengua en su mano derecha, la daga en su dominante, comenzó a cortar el órgano muscular. Anyx musitó incoherencias. Mazikeen estiró la lengua suficiente, no podría cortarla desde raíz pero le parecía suficiente. Su boca hacia abajo estaba quemada, Anyx lucia grotesca con su piel original llena de sangre y podrida. Lucia de un color ciruela, casi negro. Maze disfrutó cada segundo.
La ofensa a Hera se castigaba con sangre, aunque nunca era propiamente ella quién la derramaba. A Hera le gustaba de esa manera, era otro tipo de poder infligir dolor en alguien sin tocarlo. Hera no apartó la vista en ningún momento y se deleitó con la orquesta: las ráfagas de viento eran tan fuertes que parecían que los árboles saldrían de la tierra, volvió a escuchar la voz de su madre en un tono menor a los gritos de Anyx pero lo que le causaba entera satisfacción —pues sus dedos cosquillaban y no evitó la sonrisa inconsciente— fue ser capaz de oír la daga cortar con simpleza el órgano muscular sin mucho reparo.
Mazikeen terminó con un suspiro y con sus manos y rostro tintados de carmesí. La parte superior de la lengua, el dorso, estaba húmeda y su coloración rosácea volvió al bermellón natural para luego hacerse tonalidades más oscuras en el morado. Maze se levantó con la lengua en su mano para que Hera pudiese tener una vista mejor de la consecuencia a su castigo.
Anyx quedó tirada en el suelo, sus oídos zumbando y espasmos en sus piernas que mandaban choques como eléctricos por todo su cuerpo. Lloriqueaba en murmullos incomprensibles, soltó una lágrima que ninguna de sus hermanas vio y esa fue su única victoria.
Hera pretendió observar el músculo. Por un instante, Hera sopesó en invitar a Anyx a la cena. Le ordenaría a alguien cocinar su lengua para que se la tragará. Caviló y entretuvo la idea por unos segundos. ¿Qué otra parte de cuerpo le haría comerse? Debía seguir con algo simple; las partes del cuerpo removidas por armas forjadas en el Infierno impedían la regeneración incluso para las más vagas. Lo acompañaría con sus dedos tal vez.
Entre esos segundos recordó a su madre.
Lilith tenía una filosofía engravada en piedra: «Si no sirves, mueres»
Lilith creó seres disfuncionales y Hera agradecía la experiencia. Ella enfrentó y ganó cada combate que Lilith puso en su camino; si bien Hera demostró habilidades corrientes que solo aclamaban a un estado perpetuo de decepción por parte de su madre, ella venció y no iba a morir con ese motto de fondo. Hera le daría a Anyx el tratamiento que tanto ansiaba y cumpliría su deseo en el proceso. Castigar y ser castigado.
Hera tomó la lengua ya oscura y no se sintió asqueada por lo blando que todavía se sentía. Hizo su camino hasta el cuerpo débil de Anyx. La demonio en el suelo abrió los ojos y se echó hacia atrás porque vio a su madre. Hera estaba maldita a repetir patrones. La escena se repitió para todas un millón de veces: su cuerpo agotado y sudoroso, el sabor de la derrota rezando por una muerte rápida que no vendría. Hera no escucharía a Anyx pedir su muerte, sería más débil que el miedo en sus ojos.
Hera se colocó en cuclillas justo al lado de su moribundo cuerpo. Pese al demacrado estado, Anyx no moriría hasta que Hera no diera la orden. Así de perfecta era la precisión en Mazikeen.
—Si no sirves, mueres —Hera habló en Lilim con el mismo tono gutural y letal.
Anyx y Maze vivieron a su madre en Hera. ¿Qué tanto de Lilith había en ella? Hera nunca se dio cuenta pero ahí yacía su verdad. Lilith es donde ella comenzaba y siempre habían estado en guerra, su relación es odio y miedo por su propio reflejo.
Hera tomó la barbilla podrida de Anyx y le obligó a abrir la boca en una escena grotesca, Anyx se resistió y perdió; la lengua reposaba en su boca ahora y Hera ejerció presión para que la masticará. Anyx no se la tragó y su única victoria la perdió: Hera observó las lágrimas silenciosas correr. La rubia tomó el rostro de Anyx entre sus manos y besó sus labios, sintió la baba mezclada con el sabor metálico de la sangre.
No era un Soldado de Dios.
Era la hija de Lilith.
Hera se levantó para ver a Maze.
—Hazla escupir la lengua y gritar. No dije en ningún momento que se detuviera.
Maze acató la orden.
Hera no tendría misericordia con los que osaban en desafiarla. Lilith era su madre y como toda madre, moriría primero que la hija.
•••
La voz de la radio todavía le perseguía. «¿En qué crees?»
Lucifer tenía su respuesta: en él mismo. Su existencia era una carga en sí misma y su infelicidad se radicaba en aquello que no podía y jamás tendría, pues eso era él en su concepción. La necesidad por lo que no se puede tener. Amenadiel lo llamó avaricia, pero el Diablo renegó. La avaricia nacía por lo que ya se encontraba disponible, si bien, no negaría que él era capaz de experimentarla, su existencia se basaba en el deseo y en su lucha hacia su padre, eso lo convirtió en lo que era y no pretendía disculparse. Serían mentiras.
Hace años se rindió en su misión de intentar comprender la mente humana. Linda lo llamaría un avance. Lucifer le creería. Los creyentes estaban desesperados, siempre lo habían estado. El Diablo me hizo hacerlo. Nunca fue gracioso o verdadero. Lucifer no vivía su vida por ellos, tampoco llamaba sus almas al Infierno pues él no tenía uso de ello. Amaban decir que su alma jamás le pertenecía al Diablo, al monstruo y la bestia que era. ¿Cómo podría quién sea ser dueño de un alma ajena? No. Sandeces. El regalo a la humanidad de su parte fue el libre albedrío y bajo eso, sus almas le pertenecían a ellos mismos, solo odiaban enfrentar su realidad.*
No sería tan duro, sin embargo. Él mismo aborreció saber que su vida le pertenecía a su padre, que siempre sería controlado. El deseo de libertad seguía ahí en sus adentros, discernía en volver hacer sangrar a los demás. Lucifer encontró la sabiduría al reconocer que la única manera de lidiar con un mundo en cadenas es ser tan libre que la misma existencia se convirtiera en un acto de rebelión.* Las palabras de Azrael tomaron fuerza porque no tendría sus recuerdos de Hera en la Ciudad de Plata devuelta pero algo dentro de él sabía que, parte del motivo de su caída, era su existir sin complejos ni arrepentimientos.
En LUX la radio sonaba vagamente desde debajo de la barra. Tomó una botella, un vaso y sirvió sin fijarse lo suficiente en el tipo de bebida que eligió. Solo quería licor. «Es como si estuviesen poseídos. O eso dicen los reportes, hablan en un lenguaje extraño no identificado. Algunos cuerpos ya han sido identificados, los robos van en ascenso, así cómo se cree que hay reos sueltos. El Departamento de Policía de Los Ángeles instó a la comunidad a no salir de sus casas. Cerrar las puertas y ventanas, tener consigo los números de emergencia ante cualquier eventu...» Lucifer apagó la radio, descansó sus manos en la barra, bajó su cabeza y cerró los párpados.
Azrael voló en dirección al Cielo. Antes, le pidió convencer a Amenadiel y Lucifer, aunque aceptó, sabía que no sería suficiente de antemano. Su teléfono sonó con el nombre de la detective brillando en su pantalla. Lucifer vaciló la primera vez y realmente sopesó en contestar su llamada. ¿Qué le diría? No atendió el teléfono las seis veces después que llamó. Chloe se rindió. Maze le informó que estaría con Hera y eso fue lo último antes de que perdiese el aparato.
Bebió todo el contenido del vaso decidido en su plan.
En la playa con Azrael, la ráfaga de viento trajo consigo una ira creciente. A Lucifer no le molestaba el caos, despreciaba sus órdenes sin cumplir. La falta de presencia no debía ecualizar irrespeto hacia lo que él representaba como soberano del Infierno y sus reglas. Lilith era madre de todos los demonios pero su lealtad no debía ser hacia ella, sino hacia él. Le complacería escuchar sus súplicas por piedad, sabía que Hera no les daría ninguna.
Su sonrisa fue fugaz y evidente ante el prospecto, le siguió una punzada de dolor en el pecho. Sirvió otro trago sintiendo la presencia de Amenadiel llevarse cualquier pensamiento con él. Le causó conflicto elevar la vista al primogénito de Dios; su expresión preocupada e intranquila.
Denotó la angustia en su hermano y su premura al hablar, Lucifer se fijó en su vaso medio lleno, tomó un sorbo e interrumpió cualquier pensamiento de su contrario:
—Lo hice porque se sentía como el lugar donde pertenecía. Cuando caí, me volví consciente que perdí algo y viví con mi fracaso. No descansé ningún día por lo vacía que se sentía mi alma. Fue difícil discernir si me impuse sobre la nada o simplemente me volví nada* —Lucifer se detuvo unos segundos, bajó la mirada y exhaló. Volvió a subir su mirada con convicción—. Me sentí vivo cuando la conocí y mi deseo de preservar una emoción que me traía tanta dicha, de darle todo lo que me pertenecía; creció volviéndose más grande de lo que alguna vez imaginé.
Amenadiel tomó cada palabra, perdido en la mitad de la conversación. Por un vago segundo, sus preocupaciones se volvieron polvo e incluso antes de que pudiese preguntar por la razón de tal sincera e inesperada confesión, Lucifer contestó con su vista fija en él.
—Me preguntaste el porqué de mi Juramento de Lealtad a Hera —la escena en la playa cuestionándolo se reprodujo en la mente de Amenadiel—. Lo hice porque vivir en un mundo donde ella podría morir y yo no era inaguantable. Lo hice porque yo decidí que ella sería el único ser, en este y todos los universos, en el que depositaría mi fe.
Amenadiel no sabía que replicar, así que lo único que salió fue su preocupación más vaga.
— ¿Y por qué me estás diciendo todo esto?
Lucifer tomó un sorbo.
—Es Miguel quién está maquinando todo esto. Él está detrás del poder Demiúrgico e irá por el trono si no es que nuestro padre no se lo ha dado ya —Amenadiel apretó los labios—. Debes volver al Cielo. Debilitar tanto como puedas el bando de Miguel, reclamar tu posición si es necesario. Azrael te apoyará.
Amenadiel negó y apartó la vista. Retrocedió un paso y se encontró en pensar como un Comandante como lo fue. El vago plan era lógico, la única salida posible: si demonios estaban en la Tierra por Lilith y Miguel era un aliado, el caos que ya estaba en proceso solo podría ser detenido por ángeles. Los ángeles no bajarían sin orden de su Comandante. Amenadiel dudaba de la avaricia del poder de Miguel, ciertamente no era su hermano favorito pero esto era traición. Amenadiel se culpó, al decidir quedarse fue negligente en su deber. Se pudo haber prevenido. El arcángel se sobó la cien y asintió repetidas veces pero elevó su índice y lo apuntó a su hermano, comprendió algo en su diatriba:
Lucifer no era propenso a epifanías sin un motivo detrás.
Repasó el discurso. Atajó ciertas palabras.
Amenadiel volvió a negar bajo la mirada firme de Lucifer. Contrario a él, el Diablo parecía calmado, la tenue luz verdosa de LUX le ocultaba parte de su rostro y las luces blancas detrás del estante le daban un aire sosegado, pese a que tenía una botella de whisky a la izquierda.
Lucifer agarró la mirada de Amenadiel. Ante él no estaba el Campeón de Dios, sino un padre preocupado. Lucifer no entendería dicho sentimiento jamás, pero si lograba empatizar con el pensamiento de perder algo que se ama. Lo sufrió una vez.
—No estás solo como lo estuviste hace tiempo, hermano —Amenadiel se acercó a la barra—. Entreveo tu plan, hay otra opción.
—Siempre habrá otra pero el tiempo no está de nuestro lado. Hera me pidió ayuda y yo debí escucharla. Tarde para lamentos. Le daré lo que necesita y que perdió; espero, hermano, que estés allí para guiarla.
Amenadiel vio convección y sinceridad en la petición genuina de su hermano. Amenadiel tragó saliva y lágrimas, aunque sus ojos ya lo delataban.
— ¿Servirá?
—Los Serafines se transforman. Los arcángeles mueren —Lucifer sonrió pero el gesto no llegó a sus ojos. Sacó un vaso de la parte de abajo de la barra y sirvió el whisky en los dos. Le tendió uno a Amenadiel pero el arcángel no miró el líquido—. Me iré con un arrepentimiento: ser el hijo de mi padre.
Lucifer elevó su vaso y brindó.
Estaba cansado de pensar y agotado de pelear más sabía que era su propósito de vida. Lucifer lanzó una carcajada rasposa. Jamás sería parte de separarse de Su nunca interminable plan.
Con júbilo, no obstante, pelearía una última vez.
•••
Cuando Lucifer cayó en desgracia, Miguel todavía tenía la sangre de su gemelo en sus puños.
La imagen impoluta de la Ciudad de Plata, esa que tuvo en su mente desde su creación, se difuminaba como el carboncillo que él utilizaba en sus bocetos en su torre. Miguel no oía nada. Era consciente del bullicio a su alrededor porque sus ojos captaban con rapidez a la masa de ángeles inquieta y asombrada. Sintió la fuerza del júbilo de sus hermanos y hermanas: Gabriel fue el primero en felicitarlo frente a la multitud, exaltando el nombre de Miguel como la fuerza misma de Dios. Uriel lo felicitó con una sonrisa. Raziel y Remiel aclamaron el cómo Miguel venció a Samael en la batalla final, pese a que nadie más que ellos dos estuvieron ahí. Miguel asintió de manera robótica, el arcángel pensaba en todo y nada. La batalla se repetía en su mente y ojos viajaban con frecuencia a sus puños, manchados de sangre seca y ajena.
«No te mataré pero te haré sangrar». Miguel así lo hizo.
Samael dejó de ser Samael, ¿pero quién era Miguel?
Caminó entre vítores y el gesto de Amenadiel hacia él lo aterrizó. Un asentimiento banal y obligado, ninguna palabra en su dirección. Amenadiel lucia agotado, aun así, Miguel sintió una punzada de algo molesto en su interior. Trató de ignorarle porque no debía esperar por una aprobación de su hermano mayor, más, aunque intentó, lo sintió como un golpe cuando Azrael fue la única que lo ignoró. Peleó contra ellos, se rindió y sería castigada. ¿Creía Azrael que era mejor que él? Era una traidora, eso era todo.
Miguel logró respirar con tranquilidad cuando llegó a su torre. La Torre Fortaleza, la única separada de las demás en el ala de los arcángeles. Picosa y con una ventana en dirección a las Puertas del Cielo, su torre fue el único lugar donde se permitió soltar un suspiro.
Cerró los ojos y se escuchó a sí mismo: «Ríndete, Samael. O destruirás todo lo que Padre ha creado».
Samael sonrió, peligroso y con un instinto oscuro; impropio de él. Musitó un excelente y le abrió su carne para hacerlo sangrar. Miguel abrió los ojos.
¿La guerra había terminado? Discernía. Su hermano no era el primer Caído, Miguel sabía que no sería el único. La perspectiva le agotó. Se quedó quieto por tanto tiempo que sintió flotar en la nada. El silencio lo engulló. El olor a muerte jamás lo abandonaría. Todo se reducía a sacrificio.
Los muertos seguirían muertos y él no lloraba por ellos. Le dolía lo que la Rebelión supuso. Fue Dios quien condenó a Samael pero fue él quien ejecutó la sentencia bajo su orden. Miguel colocó su mano derecha en su cuello; nadie pareció notarlo o al menos supieron que las marcas rojizas ahí se debían a Samael.
Error.
La puerta de sus aposentos se abrió y supo de quién se trataba sin la necesidad de voltearse. Enderezó su espalda, divisó las estrellas y el atardecer: el rosado, lila y naranja contrataba con lo blanquecino de las estrellas. Esa luz era de otros universos. Las estrellas y su luz eran incontables.
— ¿Has venido a terminar el trabajo? —Miguel quebró el silencio en un murmullo suave. Se giró a observar a su invitada.
Arahel había dado un mísero paso hacia sus aposentos. La puerta seguía abierta detrás de su presencia, su comentario rozó la osadía e hizo que la Serafín pasará de sus ojos a su cuello. Incluso con tal distancia, su visión era perfecta y podía ver las marcas que les dejó. La ira era tan peligrosa como poderosa.
— ¿Te complace saber que tuve tu vida en mis manos? —no había deleite en su expresión. Contrario a la mirada pérdida y diabólica de Samael, Miguel comparó—. Morirás, Miguel.
—Todos pereceremos, Arahel. Me pregunto, ¿cómo deseas morir? Supongo que en los brazos de tu amante.
Arahel no se inmutó. ¿Debía sentir algo ante sus palabras? Miguel disertaba en demasía para su gusto. Carecía de estupidez, consentía que Miguel solo buscaba una reacción. No obtendría ninguna porque no había nada que pudiese sentir más allá. Arahel no murió cuando intentó salvar a Samael, sangró en él y lo observó desvanecerse mientras que rogó, suplicó y maldijo a Dios y a Lilith en sus adentros.
Arahel perdió a Samael.
El alma se le fue y Miguel lo atestiguó, lo que podía hacer la ira; Arahel arremetió contra él y apretó con tanta fuerza sobre su cuello que sintió sus adentros explotar, sus ojos se tornaron blancos. Miguel dejó de luchar, cerró los párpados y... Volvió a respirar.
Se encontró solo en tierra de nadie.
Ahora sus ojos demostraban lo anterior: la nada, la pérdida de algo que Miguel no podía conciliar. Su duda iba más allá. ¿Por qué lo dejó vivir? No le preguntaría directamente. Arahel no le respondería pero el arcángel tomó su ventaja:
— ¿Alguna vez has mentido, Arahel? —no le brindó tiempo para responder, avanzó un paso—. No aborrezco las mentiras como mi hermano lo hacía. Verdades o mentiras —Miguel se encogió de hombros, manteniendo la vista fija—, son lo mismo para mí. Puedes confiar en mí la verdad o intentar endulzarme con la mentira. Adelante, no impedirá mi descanso.
Arahel desganada respondió:
—Morirás más no por mí, concluyó que ya lo sabes. Un monosílabo o una oración completa es lo mismo para ti —le imitó su tono prepotente—. La vulnerabilidad es una desgracia, la desesperación es igual. No rogarás pero es la única manera en la que obtendrás una respuesta de mí, aunque es evidente que la ignorancia es cómoda. Deja que te arrope, te terminará asfixiando.
La animosidad de Arahel no era nueva y era tan filosa como las lanzas de los ángeles.
Arahel salió de la habitación sin esperar respuesta. Miguel quedó solo; para su sorpresa, en silencio. Arahel calló sus pensamientos. Los estragos, las memorias, el sacrificio de asesinar a su hermano... La presencia de Arahel fue entretenimiento suficiente para ignorarlos. ¿Sería ese sentimiento por lo que Samael desarrolló lealtad a ella nada más? No tendría respuesta jamás. Miguel se quedó ahí, ignorando el hecho de que la puerta seguía abierta. No la cerró. El magnetismo que desprendían los Serafines era atrapante; su privacidad —que era invaluable— fue antagonizada por el deseo de estar presente en la conversación.
Miguel deseaba comprender. ¿Por qué ella?
No obtendría respuesta de nadie. No de su madre que le gustaba decorar sus palabras, mucho menos de su padre.
«Omnipotente, omnisciente y omnipresente. Todo lo que pasó y pasará fue y será parte de Su diseño.» Samael lo mencionó cuando el primer Serafín cayó en desgracia.
Nunca poseyó la osadía de contradecir a Dios, ni siquiera en pensamientos. Tal vez, se debía que su mente estaba en todo y nada, no era un injurio pensarlo: ¿Qué pasaría si el plan de su padre fuese defectuoso?
Con dudas que desconocía como enunciar, palabras que intentaba ordenar en su mente, Miguel solo hablaba consigo mismo. En su mente. Dios solicitó su presencia afuera del plan, extrañado Miguel acató la orden. Fue preciso cuando preguntó: «¿Arahel?». Miguel, por razones desconocidas, la protegió. Dios elevó sus labios y un fantasma de sonrisa cruzó en ellos. Miguel era incapaz de categorizar que tipo de sonrisa le brindó su padre. Así pues, en cada alba, a Miguel le ahogaba una extraña sensación. El arcángel hacía lo posible por ignorarle, no le causaba sosiego tener pensamientos contradictorios. Pintar o entrenar, sus días se volvieron la repetición del otro. En todo su tiempo de vida, ésta había sido suficiente, hasta que no.
El conocimiento de los Serafines respondían las consultas realizadas por los ángeles y arcángeles a la par. Dicho conocimiento quedaba atrapado en libros que ellos mismos escribían. La mente de los Serafines estaba en constante expansión, serían ellos quiénes formarían la mente de no iguales. Así que Miguel estudió. Tomó libros de la librería de Arahel y los llevó a su torre.
Ahí Miguel adivinó.
Él despreciaba el caos y la anarquía, hijo de su padre. La perfección era alcanzable. El poder de crear y manipular las creaciones solo le pertenecían a los Celestiales. Una ventaja maleable, subjetiva e inestable. Los Celestiales regirían cada rincón conocido y desconocido hasta el final de los tiempos: moldear a su gusto y transformar a la vida. Ninguna creación de ellos era perfecto a los ojos del otro. Amaban ser únicos pero no existían sin el otro. A Miguel le dio una punzada en la cabeza, nada que no supiese ya. Miguel tenía conocimiento de que todo, eventualmente, perecería. Morir es inevitable y necesario.
Un sacrificio.
Los Serafines fueron creados por la Diosa de la Luz. Fueron siete hace mucho tiempo. Los Primeros Soldados de Dios fueron los primeros entes de vida pensante después de los Celestiales, creados bajo siete elementos: Luz. Fuego. Amor. Justicia. Voluntad. Armonía. Sabiduría. Su fuerza venía en grupo.
Para Dios fueron perfectos.
Para la Diosa de la Luz podían mejorar.
Fue a su hermana, Lilith, para alcanzar el máximo potencial. La Diosa de la Luz fue ingenua al principio. Arduo sería afirmar que se arrepentía al alba de hoy. Consiguió lo que quiso pero Lilith sabía la verdad: los Serafines fueron creados con una luz que serviría para crear más seres y destruirle. Los maldijo en su misión: susceptibles a la oscuridad, la voz les llama en un cántico desde sus adentros. Le llaman para conocerla, le llaman para rendirse. Lilith era la sombra y ya empujó a uno a la oscuridad con éxito.
Guardianes del Trono Celestial.
La caída del primer Serafín los redujo a una posición que el mismo Miguel categorizó como insultante.
Miguel entendió que toda creación que vino después, fue hecha con el propósito de erradicar la oscuridad. Más allá del Cielo, estaba lo que se conocía como el Vacío. Un mundo lleno de luz y nada más que existía como una creación fuera del plan. Miguel dedujo que su madre la había creado; le pertenecía a Lilith y su madre la venció.
Ese día, Lilith lloró.
Mientras Miguel más leía, llegó a una conclusión temible: Yahweh, Lilith y Yehiore* eran débiles pese a su estatus omnipotente. La misión de sus padres era clara y los culpó. ¿Por qué Lilith seguía teniendo poder sobre ellos? Miguel entendió que ni Dios ni la Diosa de la Luz estaban haciendo su trabajo. Sí, construyeron un ejército y debido a la rebelión de Samael, Lilith permanecería encerrada en el Lilim, ¿por cuánto tiempo?
Miguel tuvo teorías por mucho tiempo hasta que Arahel cayó en desgracia para la sorpresa de todos. Su imagen se fue borrando y Miguel fue testigo cuando la Torre de la Sabiduría se desmoronó ante su descenso. Dios no habló con nadie que no fuese Amenadiel.
Arahel murió.
Hera nació.
El nombre le sonaba repulsivo. Arahel fue el nombre que su Creadora le regaló y llamarle como uno que no le pertenecía le resultaba una falta de respeto a su madre. Para Miguel, siempre fue y sería Arahel. Un Soldado de Dios, jamás una hija de Lilith.
Incluso en el Infierno, Samael y Arahel se encontraron. Samael la volvió su consorte.
Miguel no despreciaba las mentiras pero en sus libros nunca hubo una mentira expuesta. Eones después, Amenadiel decidió renunciar a su puesto y en él fue conferida el conocimiento por su madre. «Es tu deber» la Diosa le había dicho. Yehiore seguía siendo ingenua a los ojos de su hijo. Miguel lo atribuyó a una falta de avidez, pero le daría crédito a su madre y a Lilith, también comprendía el enfado y silencio de su padre.
El Supremus, aquel único Serafín que podría lograr un entendimiento completo bajo sus elementos, sería el que traería un nuevo capítulo al plan de su padre.
O lo destruiría.
•••
Cuando Amenadiel se fue y Lucifer quedó solo, subió a su pent-house. La luz blanquecina de los bombillos contrastaba con lo fúnebre de su hogar; Lucifer subió las escaleras en dirección a la biblioteca en la parte superior. Poseía libros solo en la primera parte y el pasillo era más extenso de lo que podía ver inicialmente.
Allí donde terminaba su biblioteca y nadie tenía permitido el paso, yacía una pared con el final que decidió. Tocó la fina madera con sus dedos y sintió el material frío bajo ellos, ensimismado por el prolijo trabajo al escultor. Talló con precisión el rostro de Hera y éste sobresalía con lo querían destellos de luz a su alrededor.
Lucifer deseó algo que jamás podría tener: los recuerdos que le fueron arrebatados. Él ya no era Samael de la misma manera que Hera ya no era Arahel pero sus memorias eran eso: suyas.
¿Por qué Dios les culpaba por amar? ¿Por querer más?
Lucifer tenía claro que eran paganos y estaban destinados a robar. Lucifer fue avaricioso, tendría su amor eterno. Jamás volvería a ver a su padre, poco le importaba. No se detendría por nada, su vida era suya y la libertad también.
Lucifer percibió el elevador abrirse. La peste demoníaca lo envolvió. Se alejó de la obra de arte que tenía por nombre: El Diablo es humano.
"God speaks to each of us as he makes us, then walks with us silently out of the night. These are the words we dimly hear: You, sent out beyond your recall, go to the limits of your longing. Embody me. Flare up like a flame and make big shadows I can move in. Let everything happen to you: beauty and terror. Just keep going. No feeling is final. Don't let yourself lose me. Nearbyis the country they call life. You will know it by its seriousness. Give meyour hand." — Rainer Maria Rilke, Go to the Limits of Your Longing.
"They talk of me going around and buying souls, like a fishwife come market day, never stopping to ask themselves why. I need no souls. And how can anyone own a soul? No. They belong to themselves... They just hate to have to face up to it" — Lucifer a Morfeo, The Sandman #23.
"And so it's hard to tell whether he imposes himself on the emptiness or becomes it." — Pensamientos de Lucifer en su caída, Lucifer cómic.
"That's what desire is. The need for what we can't have. The need for what's readily available is called greed" — Lucifer a Dios, Lucifer Vol. 11.
"The only way to deal with an unfree world is to become so absolutely free that your very existence is an act of rebellion"— Albert Camus.
Yeh 'or significa hágase la luz en hebreo. Jugué con las palabras para obtener Yehiore, que sería el nombre de la Diosa de la Luz, en la historia.
•••
n/a: yo con todo el capítulo
todo este capítulo fue reescrito & está mucho mejor que la primera vez que publiqué este capítulo, sé que parece que no tiene cambios pero hay unos grandes: hay información que quité porque me di cuenta que es irrelevante, esta historia me abruma (incluso cuando ya sé que final tiene 😭). hay información que agregué para que sepan a donde nos vamos:
1. los callbacks de maze & anyx viendo a lilith en hera (i'm in love your honor)
2. el plan de lucifer, kind of pero si lo leen entre líneas se dan cuenta especificamente a lo que se refiere (jsjsj vamos a llorar jajsj)
3. la escena de miguel, meterme en su mentalidad implicó cuatro/cinco días en nada más reescribir su parte pero estaba determinada por cómo tenía en mente que fluyera todo, especialmente por el mini-flashback de hera cuando todavía vivía en el cielo (sí, post-rebelión. el hecho de que cuando miguel ganó, she went berserker on him yess give me the rage!!)
4. otro capítulo, otra prueba de lucifer es un simp (and we stan)
me siento bastante orgullosa de cómo quedó todo y no me pasaba desde hace bastante, espero que hayan disfrutado el capítulo 💓
importante: referencias!! no les puedo decir la cantidad de pasajes que tenía/tengo de los comics ya sea porque me inspiran y/o porque le agregan más dinamismo a lucifer y quería ponerlos aquí.
para los que me siguen, saben que yo dije que estoy teniendo un bloqueo con hera básicamente desde diciembre, no sabría decirles si el bloqueo se fue hasta que comience con el nuevo capítulo (el 18) pero i'm hopeful! <3
este capítulo fue una fusión de canciones: the devil is human de aurora / devil i know de suki waterhouse (cortesía de providnce porque siempre me pasa las canciones que le recuerdan a hera, tqm 😭💖) / heathens de aurora
el siguiente capítulo que será la cena pasará por una edición también, casi completa. lo único que les puedo prometer & decir con seguridad es que estamos en la recta final, así que muchas gracias por seguir leyendo 💕
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top