xiv. La mente fraccionada te pertenece
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xiv. la mente fraccionada te pertenece
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Diaval de Lilim amaba el caos y el silencio le producía escalofríos.
El demonio alcanzaba, con éxito, oír los gritos de las almas fuera del castillo de paredes oscuras y gruesas. El mutismo no existía en el Infierno. Diaval apretó los labios en un línea fina cuando traspasó el umbral hacía un balcón. Pandemonia era el centro mismo del Infierno y, desde ese balcón donde yacía, podía visualizar el reino a sus pies. El Castillo Oscuro se sostenía asimismo desde una montaña rocosa, se alzaba sobre todo y todos en una vista imperiosa e indestructible.
De la misma forma, parecía correcto que Hera se adueñara de esos mismos calificativos.
El rubio de su cabello disentía con la tenebrosidad en la que siempre se veían sumidos. Diaval siempre tuvo la necesidad de asimilarlo con el sol que se veía en la tierra, ese que estaba cerca de la Ciudad de Plata: brillante y en una perfecta armonía lograba capturar la dualidad entre sus vestimentas vino tino y negro.
Diaval se dejó de su estudio profundo. Sabía que solo alargaba una conversación que no deseaba tener. El desasosiego que le producía su mutismo lo volvía inquieto. Adelantó dos pasos. Tuvo la impresión de que las suelas de sus zapatos ahogaban. Los gritos se antagonizaron y, a su vez, se transformaron en una sinfónica tenebrosa.
—Hermana...
Lilim era un idioma de una entonación fuerte. Diaval logró modular su voz para que sonase como una caricia no peligrosa. Respirar, hablar, estar cerca de su hermana en ese momento le provocó un sentimiento tan aterrador que lo volvían un endeble a su lado. Pensamientos carentes de lógica. Quizás. Hera era un demonio mediocre al tratarse de habilidades de combate... Lo de ella, resultaba algo tan magnánimo que nadie conseguir entender todavía.
Hera no respondió a su llamado.
Así que Diaval preguntó lo que temía:
— ¿Qué quieres que se haga al respecto? —Diaval ladeó la cabeza en aras de obtener algún indicio de su rostro. Falló.
Hera le era, constantemente, imposible de estudiar. Lo que ella pensaba o haría a continuación era un enigma por sí mismo.
— ¿Qué dicen ellos? —el timbre en su voz sonó suave y rasposo—. ¿Qué creen ellos que debería de hacer?
La situación se transformó en un evento sin precedentes. El Infierno tembló de sus cimientos. La presencia de Lucifer no podía ser obviada cuando los demonios lo aclamaban, cuando la promesa de su retorno, después de tanto, estaba ahí para ellos. Todos expectantes ante lo que Hera debía demandar. Ella escuchaba los murmullos en el silencio, oía la desesperanza y la traición de aquellos que llamaban hermanos y hermanas.
Las reglas del Infierno eran básicas en su concepción, si bien, ella era quien portaba el título, su mundo estaba destinado a ser comandado por un ser nacido en el Cielo. Hera tomaba orgullo en su título más la realidad era que Lucifer correspondía comandar. Todos los sabían.
Así pues, Diaval sabía que la pregunta, así como su respuesta, era tan peligrosa como el filo de sus dagas. Sin embargo, el demonio de cabello negro como un cuervo, contestó sin medir la extensión de sus palabras:
—Qué Lucifer debe volver al trono.
Hera tragó saliva y apretó las manos sobre el barandal negro. Cerró los ojos y soltó un suspiro. Relajó sus hombros más no perdió la postura.
—Incluso cuando crees no responder a mis preguntas, lo haces, Diaval —quebró el silencio con un arrastre de palabras tardía—. Así que ellos quieren que yo le ceda mi trono a él.
Las tonalidades de burla e incredulidad no pasaron desapercibidas para Diaval. La intención se volvió, entonces, un insulto a lo que el Diablo constituía para ellos. La razón misma de la existencia de cada demonio se vio ofendida por una oración de su misma reina.
Diaval avanzó un paso.
—Lucifer es el rey.
Hera se volteó y caminó hacia él. En respuesta, Diaval retrocedió un paso.
La reina miró a su súbdito por encima de su hombro. Diaval bajó la mirada. Hera producía miedo. La forma más pura y el inicio de una cadena que comenzaba con el y concluía con un terror que no desaparecía. Diseñado para conducir a la locura. Diaval lo había atestiguado demasiadas veces ya. En almas humanas, en demonios, en ángeles caídos. Simulaba interesante de ver más no de experimentar.
La dualidad de su rostro de demonio y humano no era extraño para él. Sin embargo, lo rojizo que se volvían las cuencas negras prometía castigos y torturas de las que él no deseaba ser partícipe. Hera misma simulaba el caos y la disonancia aquí hacía: eso que ella prometía en el silencio, Diaval le temía. Con ella, el caos parecía tomar otra forma.
Hera no necesitó reformar con palabras su posición en la jerarquía.
Hera alzó el mentón y posteriormente se volvió más alta que él.
—Él se fue y yo escucho todo. ¿Creen que volvió por nosotros? Quieren que yo ruegue por su estadía y no lo haré —Diaval se mordió el labio inferior mientras alzó la mirada hacía su reina—. No encuentro el uso uso en sentir lástima ni tiempo para consolación.*
—Los demonios quieren a Lucifer —recordó con voz baja.
—Querer es un deseo humano —replicó asqueada—. No tenemos alma para sentir y nuestro corazón solo funciona para latir. No rogaré. De hacerlo alguien, él lo hará.
Diaval colocó en duda el verdadero poder de Hera. Era innegable, sin embargo, que Lucifer besaba el piso por el cuál Hera caminaba más, finalmente, él era el rey. Él le dio la corona y el reino. También podía quitárselos y ella no podría ser nada al respecto.
Los tacones de Hera resonaron hasta el fondo de su mente.
—Limpia su camino mientras esté aquí. Se su sombra. Lucifer quiso la libertad que se le quitó y yo, gustosa, se la ofrezco hoy —encorvó una sonrisa fugaz—. Está prohibido acercarse a él y de hacerlo cualquier demonio... —Hera ladeó la cabeza y su presencia cercana le obligó a mirarla a los ojos. Una delicadeza impropia de ella adornó sus facciones—... Se creativo con el castigo, hermano.
— ¿Es una orden?
Ésta, vez, cuando Hera sonrió, el gesto se convirtió en algo astuto y burlón—. De tu rey.
Diaval cumplió con el comando.
Hera se dirigió hacia sus aposentos. Allí, se despojó de la tela vino tinto y negra que, mientras, la retiraba de su cuerpo entraba en contacto con las heridas del cuerpo que no sanaban del todo todavía. La sangre estaba seca en la ropa y manchaba su cuerpo desnudo.
Los cimientos del Infierno temblaron cuando Lucifer volvió a su hogar.
Hera se posicionó frente al espejo de cuerpo completo. Las heridas abiertas se cerraban sola con lentitud. Injurió un poco más.
Hera casi muere cuando Lucifer volvió al Infierno y eso solo se podía significar algo. Lucifer tuvo que ser lastimado para volver. Algo en la Tierra era lo suficientemente poderoso para herirlo y Hera necesitaba encontrar de qué se trataba antes de que pudiese ocurrir una segunda vez.
•••
La premisa del Cielo no le pertenecía.
Hera cavilaba, argumentando para sí misma que alcanzaría adivinar que se sentiría estar en la Ciudad de Plata. En momentos de confesión, era una práctica que, desde uso de razón, tenía. Más se quedaban ahí: en palabras que no lograban calzar con una idea que era suya y, al mismo tiempo, no era. De ser un caído, Hera no rememoraba nada de su pasado y eso perpetraba a su propia idea de que estaba un limbo. En apariencia, no le molestaba. No obstante, Hera comparaba. Una profunda necesidad de conocer la embargaba y buscar asimilaciones se volvió una obligación para darse sentido porque comprendía que esa concepción del Cielo jamás la tendría.
«Estoy bien con eso». Así concluyó cuando experimentó el toque de Lucifer en su piel. Aseveraba, con una convicción envidiable, que el Cielo se sentiría solo así de magno al estar cerca de Lucifer, al no saber dónde terminaba ella y comenzaba con él. La comparación era una blasfemia en sí y a Hera le fascinó por su matiz. Un insulto hacia Dios.
Lucifer la consumió porque ella se lo permitió y por horas... Fue más que suficiente. Fue todo. El mundo pudiese haberse acabado y no le importaría. Francamente, no le importa. Cualquier pensamiento crítico, racional o lógico se disipaba con el viento cuando Lucifer la alababa de la manera en la que él debería. Porque sí. Hera no era una diosa aun así Lucifer se aseguró de hacerla sentir como una. Sobre ella, no había nadie.
Y Hera lo extrañó. Cada parte del todo que habían construido. Cada parte de él: Lo deseaba, lo anhelaba y ahora lo tenía. La esencia de él volvía y la embriagaba. Abrazó la inmortalidad tanto como la promesa de saber que todo, menos ellos, era finito. Se sintieron limpios, libres de cualquier pecado aquellos eran el cuerpo de cada uno. No querían absolución. Ésta era su iglesia. Lucifer estaba volviendo a ella. Más importante aún, Lucifer estaba volviendo a él.
La envidia, entonces, se hizo hueco en su ser y allí se instaló.
¿Cómo se sentiría?
Extraño. Desconocido. Impropio de ella.
Lucifer la acarició hasta que ella le hizo creer que cayó dormida. Hubo unos cuantos segundos en el que su toque, pecaminoso y seguro, conservaba con él lo más cálido que podía existir en el universo. Donde podía purificarla; no hacerle recordar un pasado, una vida que no quería, sino consolidar a aquella a la que se aferraba. Tomó su camisa y esquivó el desastre que se volvió la habitación de Lucifer.
El aire de la medianoche la golpeó. ¿El sentido del tiempo? Completamente perdido. Habían iniciado en la noche y recordaba al sol salir, brillar y caer en un segundo, para luego comenzar la noche una vez más. Daba la impresión que los aguardaba, que solo existía para ellos... Que nada externo podría tocarlos.
Sonaba a un dictamen, ofrecía seguridad, más estaba alejado de su realidad.
Las nubes grises eran cinceles del reflejo del caos en el Cielo, de ese que podría llegar a la tierra. Hera pensó en caos. Instantáneamente pensó en Diaval y no había sorpresa en tal conclusión. Era el demonio quién la mantenía despierta. De poder dormir sin un arrepentimiento sobre sus hombros, sin tormentos, no vería el rostro de su hermano y tampoco sentiría la sangre ajena en sus manos.
Y es que había que entender que Hera no le era indiferente la muerte así como tampoco el acto de asesinar. «Sobrevivir.» Se ordenó a sí misma la primera vez. Hera lo recordaba porque simbolizaba algo que lograba entender: la fractura del alma que poseía. Cuando se asesina, el alma se divide. Esa vez, el demonio llevaba la ventaja, estaba sobre ella. Recordaba la sonrisa socarrona y victoriosa de su contraparte y también rememoraba como ésta se esfumaba como sombras cuando, de manera sagaz, le abrió la carne de la garganta y la sangre brotó, bañándola a ella en el proceso. Hera se levantó con la certeza de que algo había muerto dentro de ella. Estuvo bien con eso. No. Estaba bien con eso. Ella era un demonio.
Las lágrimas. Malditas lágrimas. Ellas parecían haberse convertido en un acto que debía realizar con frecuencia, ¿con qué fin? Los humanos lloraban por debilidad. Le era apático, no le gustaba asimismo también cavilaba que había sido suficiente. No quería llorar más. Se las tragó.
Las palabras de Lilith y Azrael resonaban también en su cabeza. Confrontarlas fue imposible, calzaban a la perfección y ambos discursos la trazaban a una misma conclusión: que estaba siendo controlada. Recordó a Frank. Miró al cielo. Y también recordó a Dios. Añoró, por un lacónico segundo, una vida que no recordaba. Una caída de la cual no sabía la razón y desprecio todo lo que la Ciudad de Plata representaba. Existían mil y unas oraciones que podía dedicarle a Dios, ninguna de ellas serían cálida.
Finalmente, conversó su voz para ella misma.
Diez minutos transcurrieron aunque Hera no era capaz de afirmarlo. Tal vez, fue menos. Tampoco le importaba. Los brazos de Lucifer la rodearon e inconscientemente cerró los ojos y dejó descansar su cabeza en su hombro. Se sintió bien.
Hera no podía dormir y Lucifer entendía la razón detrás. El peso de asesinar a un hermano era algo que ambos podían entender. Las palabras no eran necesarias.
Después de todo, ¿Qué podría decirle él a ella?
Nada lo ayudó. Eso fue hasta que vio a Uriel una vez más.
Hera jamás podría ver a Diaval de nuevo.
—Vas a ir al Infierno conmigo —Hera rompió el silencio con un timbre aterciopelado. No preguntaba, tampoco demandaba. Simplemente establecía un punto.
Lucifer apretó el agarre y dejó un casto beso en su cabello.
—Necesito hablar con Azrael primero.
A Lucifer no le gustaba mentir, aunque, sí poseía la agudeza mental suficiente para aprender a enfocar sus palabras en una comprensión ambigua. No se trataba de mentir. Era manipular la información contenida para ser vago o, en su defecto, ignorar. Justo como lo hacía ahora. Hera discernía que preguntándole no llegaría nada más percibía que era lo que le hacía guardar una distancia.
El Diablo era tan sigiloso y alevoso como una serpiente.
Lucifer movió sus manos de manera sagaz hasta su espalda. Hera seguía cubierta con su camisa y, en un instinto, acarició el lugar en su espalda donde correspondía sus alas. Las marcas grandes que él alguna vez tuvo. Hera se estremeció y no lo apartó.
—Lilith... —arrastró el nombre de su madre con pesadez. Como si fuese un tema del que no quisiera hablar pero igual de necesario—. Pídelo.
Su toque no dolía.
La encasillaba en una posición débil.
—Todavía no —se volteó para unir sus miradas—. Castigar sin el principio de merecerlo no me regocija tanto como debería.
Para Lucifer, Lilith lo merecía. Sin embargo, entendía si Hera quisiese esperar. La concepción de venganza era tan delicada como satisfactoria.
Lucifer tomó las manos de Hera en las suyas y depositó un beso en sus nudillos.
Era ese júbilo que él traía consigo. La premisa del Cielo no le pertenecía más la del Infierno definitivamente era suya y sería suficiente. Tenía que.
•••
Chloe Decker se ajustó los lentes cuando el sol pareció estrellarse en su rostro.
Por seguridad, divisó a su alrededor. Alerta a cualquier cosa, con una incertidumbre que era su amiga por su línea de trabajo.
Hace dos horas, aproximadamente, recibió una llamada anónima acerca de una persona que deseaba cooperar en un caso. Afirmó un par de veces que sabía que la situación podía parecer extraña pero le instó a confiar en su persona, solo quería ofrecerle información que a ella le interesaría. El único requisito es que fuese al lugar de encuentro sin compañía. ¿El lugar de encuentro? Una iglesia abandonada a las afueras de la ciudad, concretamente en el cementerio que el viejo lugar conservaba.
Las hojas secas crujieron bajo sus botas y al mismo tiempo la grama alta del lugar, signo de un descuido evidentemente, impide que el sonido sea un factor que la distraiga. Al inicio cuenta cuatro tumbas sin el nombre de sus muertos. Solo una cruz en el cemento donde va una identificación vaga del fallecido. El hecho la deja con un sabor amargo en la boca. La iglesia y el cementerio le brindan una imagen de zozobra que no puede ignorar. Es de día y no teme, sin embargo, es simplemente natural reaccionar ante lo tétrico que es su escenario y el cambio radical que supone estar en la ciudad donde el bullicio es constante y ahí el silencio evidente.
Cuatro tumbas más y finalmente llegó hacia la persona que la citó.
Ante la extraña familiaridad que la recorrió, soltó un suspiro.
El rubio de Hera es una tonalidad más clara que el suyo y ella la espera como si poseyera toda la paciencia del mundo. La recibe con una sonrisa que pinta ser cortes, no obstante, sí Chloe sabe algo con certeza es que las apariencias engañan. Por un instante, Chloe consideró la idea de desechar la premisa de su encuentro y volver a su trabajo... Verla trajo consigo su estadía en Lilim y confesiones que no lograba entender todavía. También la veía y veía a Lucifer. Cuando Lucifer la salvó, la conversación fie mínima.
Él se aisló.
Ella se aisló.
Cinco días habían pasado de eso.
Chloe no sabía que esperar y no le gustaba esa sensación.
Aunque, contra todo pronóstico, alzó el mentón, se enderezó y decidió enfrentar lo que venía. Después de todo, su encuentro no sería prologando por mucho más tiempo. Hera no se movió ni un ápice de su lugar, así que ella inició su caminata. Ahí se dio cuenta de eso que Lilith había dicho: había algo que la hacía orbitar hacia su persona. La discrepancia que existía entre el miedo que le producía y la atracción se expresaba en volúmenes altos. Incapaz de excluirlos, tentada a seguirlos.
—Supongo que no tienes pistas de ningún caso —Chloe ladeó la cabeza—. ¿Qué estoy haciendo aquí, Hera?
—Nuestra conversación está pendiente desde hace algunos días. Pensé que hacerlo en el penthouse de Lucifer pero creo que esto... —señaló su escenario de plantas y muertos—... Es más apropiado.
— ¿El cementerio de una iglesia? —alzó una ceja, curiosa y aterrada por su lógica perversa.
— ¿Qué hiciste cuando aceptaste que Lucifer es el Diablo? —pese a ser una pregunta, Hera no le otorgó tiempo suficiente para responderla, seguidamente agregó—. Búscate por respuestas. No eras una creyente e, inclusive ahora, sigues siendo un poco escéptica. Tiene sentido, tu trabajo necesita de pruebas para ser completado y, por extensión, lo haces tú. Cuando la obtuviste, cuando leíste la historia... ¿Calmó tu mente?
Y justo así, Chloe se sintió bajo el lente de un telescopio. Tan abierta como un libro y la diferencia entre ambos radicaba en que no había musitado palabra.
—No —contestó honesta y abrumada de repente—. No lo hizo. Lo que se dice, lo que está escrito, no encaja con la perspectiva de Lucifer que tengo de él. No creo en las escrituras.
Hera alzó la curvatura izquierda, satisfecha.
—Y no deberías. En cada versión hay un poco de verdad más todo está escrito para alzar una sola perspectiva de todo. La verdad sea dicha, mi perspectiva de los hechos, realza mi favoritismo en esta eterna. La primeria falacia sería pensar que Dios creó todo, no. Él lo manipuló porque ese es su poder... Justo como estos humanos que lo adularon. Verás, yo nunca olvidó nombres y cada padre que está aquí enterrado... Se está pudriendo en el Infierno.
Chloe le creyó.
— ¿Por qué me dices todo eso?
—Porque tú eres parte de todo. Tienes algo que me pertenece —Hera aseveró. Su voz fue puntual y austera. Chloe parpadeó, enderezó su espalda y se obligó a mantenerse quieta cuando Hera avanzó un paso en su dirección—. Y también eres un milagro.
«Milagro.» La palabra le llegó a enfermar. La sola idea de que su estadía en la tierra fuese premeditada y solo hecha con el propósito de Lucifer la hacía temblar porque repelaba tal idea. No quería ser el propósito de alguien más, mucho menos que su existencia fuese un conducto para la de alguien más. Quería existir por y para ella.
—No tengo poderes —negó al recordar su breve conversación con Lucifer al respecto.
—Tú tienes luz dentro de ti —explicó con simpleza y agregó—. Si un demonio, un ángel caído, mi madre, Lucifer, Maze o yo... Te cortamos, tu luz va a aparecer e intentar defenderte. En algún punto, incluso, abrirías las puertas del Cielo.
Molestia se imprimió en su rostro y dudó de la veracidad de lo que Hera decía.
—Lucifer no me dijo nada de eso. Él me hubiese dicho.
—Lucifer cree que eres débil y lo eres —explicó sin mucho rodeos—. La ignorancia es el verdadero enemigo. Es justo que sepas todo y allí decidas.
Chloe estrechó los ojos—. No quiero nada de esto.
—Es justo...
—Y tampoco quiero nada de tus explicaciones a medias —la cortó con osadía.
Sentirse amedrentada por Hera no sería una opción que ella tomaría. Chloe Decker alzó el mentón y buscó fuerzas para utilizar su mejor máscara. Esa que le otorgaba una fiereza interna e imperturbabilidad envidiable. Parecer débil jamás había sido su objetivo, nunca lo sería, sin embargo, daba la impresión de que no podía controlarlo cuando estaba en presencia de Hera.
Ante la presencia magna de Hera, Chloe se volvía pequeña.
— ¿Por qué no ser claras de una vez? —alzó una ceja, curiosa y furiosa en partes iguales—. Toda ésta charla informativa para hacerme ¿saber qué? ¿Qué me quieres asesinar? —se aventuró en preguntar, temerosa porque, muy en el fondo por la respuesta, temía la respuesta—. Mi teoría difiere.
Hera no habló. La instó a seguir cuando elevó una ceja, intrigada. La demostración de poder le salió natural, la disensión entre ambas era un mundo completo. Realmente, Chloe creía que Hera era diferente a todos. Compararla con Lucifer resultaba un insulto, no tenía mucho de Maze, distaba en demasía a Amenadiel. Hera era ella: tal vez un conjunto de características de todos, tal vez, algo nuevo desde cero.
—No sabes lo que quieres, mucho menos qué hacer —zanjó al comenzar. La oración era una sentencia que causó en Hera una turbulencia, resonó. Chloe estaba segura—. Lo que haces... Yo lo vengo haciendo desde hace un largo tiempo ya, ponerme entre la espalda y la pared, esperando con una sonrisa victoriosa, el punto de quiebre de tu desigual porque no soy estúpida, Hera.
El cabello rubio de Hera estaba suelto, siempre caía en ondas no pronunciadas. En sus pocos encuentros no recordaba haberle visto con el cabello lacio. A decir verdad, era irrelevante si no fuese que, por contradictorio que fuese, la luz del sol pareció estar detrás para que el rubio brillase como la misma estrella.
¿Era posible que un demonio fuese tan bello como un ángel?
—No me harías daño porque, si algo sé con certeza, es que todos los demonios ven a Lucifer como su rey. Su palabra es sagrada y Lucifer jamás me haría daño a mí.
Hera tocó su colmillo izquierdo con la lengua.
—La verdad es que, Chloe, es arduo para mí identificar con éxito sentimientos humanos. Tienen una tendencia de clasificar lo que sienten lo cual me parece un... —divagó hasta que logró encontrar la palabra adecuada—... sin sentido. No obstante, sí puedo identificar que sea lo que sea que sientes por Lucifer te vuelve, así lo crees tú, intocable. A él le importas más no es recíproco. Eso lo puedo jurar con mi sangre.
Chloe mordió su labio inferior internamente.
—Lilith va a herirte. Yo podría herirte más no quiero. Lucifer es mi rey pero él no está por encima de mí. Él no es igual a ti. Es igual a mí. Así que, tómalo como un consejo de alguien cuya experiencia sobrepasa el promedio de tu vida, no alardes de un poder que es tan inestable cómo la vida misma.
Chloe sintió la realización que vino con sus palabras como un golpe limpio.
—Así que quieres que te ayude —la detective echó su cabeza hacia atrás—. Debajo de amenazas sutiles, información agobiante —obtuvo su respuesta cuando, por primera vez desde el inicio de su conversación, Hera pareció tan abierta como ella. Chloe sonrió victoriosa en su fuero interno—. Pedir ayuda no es sinónimo de vergüenza. En mi posición ahora, tenerte miedo no es una opción.
Quizás se trataba de unos seis u ocho metros de distancia entre ellas. Medición banal. La demonio se dedicó a probar la teoría de la detective humana frente a ella. Obtuvo lo que quiso en diferentes fases. En la primera, Chloe no se revolvió ni un centímetro, daba la impresión de que sus pies se habían vuelto uno con la grama verde clara. Fue suficiente para tensar la cuerda invisible que las unía.
Y una metamorfosis a medias se volvió la protagonista de las pesadillas de Chloe. La imagen del rostro demoníaco de Hera, de las cuencas vacías donde se suponía que debía haber ojos, de la piel carmesí, cuarteada y rasposa, la perseguía. El destello fugaz bastó para hacerla parpadear y reaccionar por defecto, retrocedió un paso.
Hera ladeó la cabeza.
—Me temo que tú cuerpo no le hace caso a sus palabras.
—No me harás nada —su voz denotaba a un nivel casi imperceptible lo afectada que se encontraba. Ésta vez, no lo afirmaba por la certidumbre que le provocaba Lucifer sino por la confianza que emanó Hera cuando lo afirmó.
Y así fue como se rompió.
—Lo deseo, sin embargo —Hera chasqueó la lengua. Ya Chloe no sabía que concluir—. Me pregunto... ¿Siempre obtienes lo que deseas?
Chloe decidió ignorar los latidos vehementes de su pecho. La extrañeza del cambio le proporcionaba una falsa sensación de seguridad y, a su vez, le obligaban a estar alerta. La disensión entre ambas acciones le cansó rápidamente.
—No todo el mundo obtiene lo que desea. No todo el tiempo, al menos.
—Yo lo hago —Hera se jactó acompañada de una sonrisa condescendiente. La distancia, minima, les brindaba la intimidad suficiente para las respiraciones chocasen y se volviesen una. Hera susurró en su oído, el cuerpo de Chloe reaccionó de inmediato. Su piel se estremeció e inconsciente giro su cuello hacia Hera—. Puedo ver lo que Lucifer ve en ti. Me gusta —Hera se posicionó frente a ella y acarició su rostro—. Ten un bonito día, Chloe.
"What should stay me? He's gone. And he won't return. I've no use for consolation, Elaine Belloc. Or for pity."*
— Cómics de Lucifer; Mazikeen hablando de Lucifer.
•••
n/a: yo volviendo después de no subir desde hace meses
pERO HERA IS BACK FOLKS 😈
primero que todo, gracias por seguir aquí, pese a todo. no sé que tiene ésta historia que todavía tiene gente que la lee pero me hacen el día con sus comentarios y saber que todavía tienen curiosidad por ella. mi corazón está rebosante de amor 🥺❤️
así que les traigo un capítulo algo largo, transitivo con una pizca de información 👀 porque en el próximo si va a ver quizás bastante info, aunque en resumen creo que podemos decir: hera, pisame. gracias 🙏
lucifer #1 simp de hera as he should & bueno los amo muchito, les comento que recientemente caí (otra vez) en mi fase hozier & gran parte de los pensamientos de hera acerca de ella/lucifer son inspiradas en take me to church y escribí sus partes finales con dinner & diatribes.... i think it's beautiful.
& hera/chloe... me encanta escribirlas, no lo escondo & su conversación está inspirada en la canción en multimedia dark side cece and the dark hearts. es muy ellas dos, no sé.
¿parte favorita del capítulo? ¿qué extrañaban de hera? ¿dudas, preguntas? dejenlo todo aquí. una vez más, gracias por tanto y perdón por tan poco ❤️
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