viii. Nada es sagrado
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viii. nada es sagrado
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Pandemonia era el centro de su hogar.
Ahí, en el Castillo Oscuro, donde ningún demonio podía entrar sin permiso, se oía el Mundo de los Condenados en su máximo esplendor. El agujero que estaba sobre la construcción oscura era lo suficientemente extenso para proporcionarle luz para visualizar la extensión tan grande que era, al final y al cabo, su reino.
Hera de Lilim tocó el brazalete que le fue dado hace minutos atrás con aprensión. Su mente corría, justo como las almas que lograban salir de sus bucles, sin ninguna dirección fija. Hera creyó comprender lo que significaba que Lucifer hubiese hecho lo que hizo. Era un secreto, debía permanecer cómo tal pero la mente de Hera tenía variables que moría por responder.
Lo que suponía el Juramento de Lealtad, ella lo conocía. Sabía que si bien ella era su compañera, este nuevo estado de relación sentaba un nuevo precedente. Su sangre corrió fría, más por su línea de pensamientos estrepitosos que por el gélido clima del Infierno.
Drom, que botaba un halo por los orificios nasales, se acostó a sus pies cuando ella reaccionó percibió la negrura de su piel. El perro descansó cerrando los ojos pero su respiración no era silenciosa en absoluto. Gruñía por lo bajo, cada tanto también.
Hera se agachó y acarició su cabeza, su mano trazó el camino desde el centro hasta su cuello. Drom pareció relajarse en el sueño y cuando sintió la esencia de su hermana abrió los ojos azules, se levantó y fue hasta ella. No detrás de ella, Hera percibió a Diaval.
Musitaba algo. Debía ser respecto a los perros. Hera no fue capaz de seguir la línea de su conversación, más no lo interrumpió. Diaval habló y Hera ofreció monosílabas que, pasado unos cuantos segundos, a Diaval no le satisfacían.
— ¿Qué piensas? —inquirió con la ceja alzada.
Hera dirigió su mirada hacia él por sobre el hombro. Debatió por un segundo largo soltar la pregunta quedaría pie a más preguntas de su parte. Otro segundo pasó y Diaval cabeceó para incitarla a hablar. Así que concluyó en lo siguiente: podía preguntar más ser cautelosa era prioridad. Su naturaleza curiosa no resultaba algo nuevo, sus preguntas Diaval las podía tomar como una extensión de eso.
— ¿Has hecho el Juramento de Lealtad?
Hera soltó la pregunta.
Diaval ni siquiera se extrañó por tal inquisición.
Cómo Hera lo pensó: una extensión de su ya curiosa mente.
—No —el demonio esbozó una sonrisa cuando el grito de un alma torturada resonó hasta las paredes del castillo detrás. Diaval le echó un vistazo a Hera para añadir—. No pretendo hacerlo nunca.
Hera afianzó el contacto visual cuando inquirió—. ¿Por qué?
La mirada que le proporcionó Diaval fue clara: «¿Es siquiera una pregunta eso?». Hera la entendió y aun así, le suplicó en el silencio; mediante sus iris azules humanos, una respuesta que saciará sus deseos de saber.
Diaval resopló.
Hera resaltaba entre todos los descendientes de Lilith por ser justamente así: manejarte hasta el grado de saber qué es lo que ella quería de ti. Era confirmado que los demonios tenían cierto grado de manipulación sobre otros; pero lo que hacía Hera... Eso de mirarte a los ojos, era demasiado personal. No lo hacía con todo el mundo.
No todo el mundo tenía su atención.
Hera pensaba mucho, preguntaba otro tanto y callaba demasiado. Así que Diaval se limitó en responder:
—Porque no existe nadie con tanta importancia para mí para hacerlo —su lilim era perfecto como era esperado de todos ellos—. Jurar con mi vida que ningún daño le tocará, que mi devoción será eterna y enlazar mi vida con la suya no suena a algo que yo haría.
Hera conocía esas implicaciones, pero no fue hasta escucharlos de los labios de su hermano que la realización, no solo la abrazó, sino la ahorcó porque eso estaba prohibido por Lucifer mismo.
Y aun así él lo hizo.
Y ella, con la incredulidad batiendo sus alas pero con una seguridad envidiable, le correspondió.
— ¿Cuántos demonios qué conoces lo han hecho? —Hera inquirió y se percató de la mirada analizante de su hermano en su forma humana pero no se inmutó, Diaval no podía leer nada en su rostro porque Hera no se lo permitió.
—Ninguno que todavía viva —el timbre burlesco que utilizó Diaval no pasó desapercibido. Se mordió el labio inferior—. Recuerdo uno... El único memorable; todavía podíamos poseer cuerpos humanos. Este demonio idiota subió y conoció a una humana, una bruja destinada a terminar aquí, logró que el demonio le jurará lealtad... —Diaval soltó una risa baja, quizás porque la historia le parecía graciosa o porque los protagonista de su relato fueron demasiado estúpidos.
Tal vez por ambas razones.
Diaval hizo un paréntesis en su relato para comentar—. Debo admitir que su plan inicial fue ligeramente inteligente pero estaba destinado a fracasar.
—Ella quería evadir su castigo eterno —concluyó Hera.
Diaval asintió.
—Por el Juramento, el demonio necesitaba actuar en contra de quien fuese que tratará de hacerle daño a ella. Así lo hizo. Mató a cualquier que la torturó o tuvo intenciones de hacerlo. Casi si me mata a mí —evocó la adrenalina que sintió en ese momento—. Hasta que nuestro Señor le hizo ver como el alma de la humana bramaba hasta que el dolor de ella, se hizo el suyo. Los gritos abrieron heridas en su cuerpo y lo mató. Fue algo... extraordinario.
Hera atisbó el brillo en su iris oscuro; bastante común en su especie ante el pensamiento o recuerdo de memorias que podían espantar hasta la muerte a un humano.
—Después de eso, nuestro Señor fue bastante claro: no más Juramentos de Lealtad con ningún ser, poco después prohibió las posesiones de humanos. Eso último si dolió —hizo una mueca exagerada de tragedia.
—Entonces, Lucifer nunca lo ha hecho... —Hera puntualizó a sabiendas de la respuesta.
—Y jamás lo hará. En seres celestiales no es simplemente una muerte, hermana —Diaval afianzó la mirada como si el prospecto de Lucifer jurando lealtad fuese horrible—, se trata de quebrar tu alma y dársela al ser al quién le hiciste el Juramento. Lucifer jamás se entregaría a sí mismo.
La sangre se le congeló. Varios gritos se escucharon, ninguno fue tan fuerte como el de su mente. Un ser celestial sin alma se volvía una clase de demonio que no era controlado por nadie. La muerte de la que hablaba Diaval era la muerte de sus recuerdos, de lo que era como ser individual. De un ser celestial se reducía a un demonio maldito.
Solo hubo uno de esos: Asmodel. Él que extinguió el fuego en el Infierno al principio de los tiempos y lo condenó a un invierno perpetuo.
Y Lilith lo asesinó.
Asmodel se perdió en la historia, incapaz de revivir. Un ser sin alma no revive.
Hera parpadeó, se obligó a si misma a no expresar la batalla de su mente. Esa fue la última vez que Hera habló del Juramento con alguien, porque el prospecto de lo que se podía perder era demasiado. Se volvió un secreto.
Porque era una situación con poco precedente.
Lucifer le ofreció todo lo que tenía, todo lo que él era, por ella.
El Diablo nunca se doblegó ante nadie, excepto ante ella. Él le dio su mano, su trono y la hizo su igual, y al hacerlo, juró con su alma.
•••
El sonido de las alas resonó en el aire, provocando que Lucifer Morningstar rodará los ojos mientras divisaba a su hermano mayor esconderlas detrás de su espalda mientras entraba por el balcón del pent-house. Honestamente no tenía intención alguna de conversar con... nadie, más sabía que Amenadiel no iba a invocar ese deseo. El primogénito de Dios era, por sobre todo, insistente. Así que Lucifer bufó bajito, tomó una manzana del frutero que descansaba en el bar, la saboreó y solo cuando inició su caminata hasta Amenadiel fue que denotó la expresión del moreno.
Amenadiel parecía turbado.
—Oh, hola hermano. ¿Quieres? —extendió la mano ofreciéndole la manzana mordida por dos razones: la primera, le pareció hilarante, la segunda (y quizás la verdadera razón) la imagen de un Amenadiel preocupado le hacía preocuparse a él.
Después de la sesión con Linda, Lucifer quería sentir el equivalente a, bueno, nada.
Amenadiel lo ignoró.
—Diaval ha estado llamado, ¿por qué no has contestado? —el Arcángel preguntó, con esa voz profunda tan propia de él.
Lucifer hizo una mueca de desagrado.
— ¿Por qué querría hablar con Diaval?
Amenadiel estrechó con levedad sus ojos, juntó sus manos y avanzo un par de pasos hacia él. Distaba millas del ser calmado y el Campeón Favorito de Dios, ahí, parecía cualquier humano asustado por un evento que amenazaba con destruir todo lo que conocía. De alguna manera, lo era.
—Lucy, no hay tiempo para respuestas inteligentes —bisbiseó, genuinamente consternado. Esa fue la primera alarma para Lucifer, sintió un golpe en su interior—. ¿Sabes dónde está Hera?
La situación rozaba el concepto de la gracia para él. La última vez que logró verla fue cuando él la despachó del pent-house, de eso, un escaso día transcurrió. Un día en donde, incluso cuando no estaba físicamente, Hera debía estar presente de alguna manera: en su mente hecha un lío, en su corazón, en conversaciones que no quería tener. Incluso en su pent-house; ella estaba en todas partes.
Incapaz de irse.
Incapaz de dejarlo por completo.
Lucifer jadeó en un suspiro cansado—. Asumo que no está en el Infierno.
—No lo está —Amenadiel concedió—. Diaval la está buscando. Maze estuvo con ella por un par de horas hasta que se fue. Ambos la están buscando, pero Lucy, no pueden rastrear su esencia.
El corazón dentro de su pecho comenzó a bombear con premura, con ímpetu. Lucifer enderezó la espalda y tensó la mandíbula, la manzana se cayó de su mano cuando, el brazo que la sostenía, sufrió de un espasmo involuntario. Lucifer se percató de cada cambio que sufrió mientras Amenadiel habló, más cada uno se volvió un antagonista cuando Amenadiel pronunció las siguientes palabras.
—No lo has sentido, ¿o sí? —Amenadiel ladeó la cabeza ante la mirada ambigua de Lucifer—. La energía de la Tierra durante las últimas horas —su piel reaccionó ante las palabras que cavilaba en decir en desasosiego—, he estado intranquilo. Hasta Charlie lo ha estado. Es casi imposible que tú no lo estés... —Amenadiel afianzó la mirada para decir—. Demonios están subiendo, Lucifer.
Lucifer echó su cabeza hacia atrás. La confusión se tiño de recelo.
—Prohíbe posesiones hace eones, Amenadiel.
— ¿Qué son restricciones cuando su rey no está? Nada —señaló con su corazón en la garganta—. Hera tampoco está allí, ¿pero sabes quién si lo está? La voz de Lilith. Impetuosa y salvaje.
Lucifer negó repetidas veces con la cabeza, mientras se mordió el labio inferior—. Lilith está en Lilim. ¿Cuántas malditas veces debo decirlo...?
—Lilith hizo que sus hijos extraerán con éxito la llave del Purgatorio.
Doce palabras bastaron para sacarlo de balance. La sangre en su sistema se enfrío. Lucifer tendía a expresar tanto con sus ojos que esa vez no fue excepción; más, adscribirle un calificativo a lo que podía estar transitando por su cabeza era una tarea que Amenadiel no podía conferirse, no cuando todavía intentaba mantener la calma para no sucumbir al pánico que sabía que la situación traería.
Pero Amenadiel lo hizo.
Simplemente lo aparentó tan bien que provocaba terror.
Sus ojos se abrieron en horror cuando la camisa blanca de Lucifer se tiñó de rojo.
—Lucifer... Estás sangrando.
Preocupación se reflejó en sus ojos.
Lucifer, aturdido por la sentencia que su mente todavía intentaba procesar, descendió la vista hacia el punto donde Amenadiel punteó. La mancha de sangre se propagó y cuando Lucifer traspasó sus dedos por el lugar, tocó la herida que se abrió en su pecho. Solo cuando su dedo hizo contacto fue que volvió a la realidad.
La herida le ardió.
Un gruñido brotó de su garganta.
Obligó a su cuerpo a tensarse cuando fue consciente de cómo otra parte de su cuerpo se abría.
Amenadiel se acercó a él de prisa.
— ¿Qué está pasando, Lucifer?
Lucifer soltó otro gruñido contenido.
—Es Hera —las alas blancas se abren en un comando de instinto protector que inconscientemente activó—. Alguien le está haciendo daño.
Y él mismo se encargaría de hacerle daño a ese alguien.
•••
—A él no le gustan las cabras.
El Padre Frank junta sus brazos sobre el otro, pero no los cruza. Su rostro cansado por el día refleja una sonrisa que sabe a calidez, sus ojos, reflejos de su alma calmada, se entrecierran con ternura cuando vislumbra a Hera de Lilim tocar los objetos que son parte del altar de Dios con curiosidad.
— ¿A quién no le gustan? —el Padre recuesta su peso en el borde de la mesa principal del altar, mientras sigue con la mirada a Hera.
—A Lucifer. Es gracioso que los humanos encuentren simbolismos de él en las cabras.
Frank soltó una carcajada por lo bajo; gruesa y rasposa.
Los silencios con Hera no eran silencios largos. En algún punto, ella lo quebraba para decir lo que sea que por su mente pasaba. Frank tenía la certeza, después de pasar los últimos días con ella, que su mente era ruidosa. Qué la calma que ella exteriorizaba estaba hecha para engañar y que, incluso ella, tenía sus propios terrores.
Pero Lucifer Morningstar no era de esos.
— ¿Has hablado con él?
Hera no detuvo su actividad. Parecía tan inmersa en encontrar algún significado a los diferentes ornamentos que veía que, Frank dudó, que ella lo hubiese escuchado.
No obstante, Hera lo escuchó.
—Él no quiere hablar conmigo. Me evade cómo si significará nada para él y, usted, entenderá, Padre —le echó una mirada por encima de su hombro—, si mis deseos de perseguirlo disminuyen.
Frank asintió levemente—. Comprensible, sin embargo, cuestionable... ¿Por qué sigues aquí, entonces?
—Tengo una misión.
Fue tan automático, tan deprisa, que a Frank le pareció una respuesta predeterminada. Lejos de ser una respuesta honesta parecía una mentira contada frente a un espejo mil veces. Se extrañó porque Hera no decía mentiras.
Pero eso no significaba que no dijese verdades a medias.
Aunque, por alguna razón, ni siquiera podía contemplarlas como opción con el Padre Frank, porque su alma era tan buena, tan pura, que podía sentirse cercana más no sabía a qué. Por eso, sus palabras siguientes expresaron de manera precisa su intranquilidad:
—No me gusta la Tierra —su dedo índice trazó la figura de una estrella que estaba bordada en el mantel de la mesa—. Me hace sentir... Cosas. Cosas que no sé cómo llamar.
Hera murmuraba; demasiado asustada para decirlas con timbre más alto. Aterrorizada del prospecto de que su madre, por ilógico que suene, la escuchará. Ella fue entrenada para sentir todo menos... eso. Y lo que parecía más incoherente era que resultaba extrañamente familiar.
— ¿Es eso malo? Los sentimientos no son malos, en realidad, son lo contrario.
Hera alzó la mirada hacía Frank. Sus ojos oscuros la inspeccionaban, no obstante, el hombre de fe no iba a obtener nada de una expresión cuya única ventana de debilidad eran esos dos océanos que tenían por ojos. E incluso así, si Frank miraba lo suficiente cerca, el tiempo suficiente podría ahogarse.
—No saber, Padre, eso es lo malo —sus orbes se cristalizaron. Las palabras parecieron quedarse atoradas en su garganta pero lograron salir cuando tragó saliva—. No sé qué es lo que estoy sintiendo.
El rostro de Frank era amable. Honestamente todo en él lo era, desde sus palabras hasta los gestos que hacían brindaban una seguridad que le asustaba al demonio al otro lado del altar.
—Tal vez lo que sientes es eso que anhelas. La segunda oportunidad que dices que quieres; la verdadera razón del porque estás aquí. La búsqueda de tu propio lugar. De tu hogar.
—El Infierno es mi hogar.
—Hubo un tiempo donde me aferré a un lugar donde me convencí que era mi hogar —el hombre de fe se acercó hasta ella y tomó sus manos entre las suyas—. No eres tan diferente a nosotros, Hera. Cómo tú, nosotros buscamos nuestro lugar en el mundo. Muchos tendemos a aferrarnos al que no es, por miedo a conocer al que puede ser. Lilim nunca fue tu hogar y te dijiste a ti misma tantas veces que el Infierno lo es... Qué terminaste por creerlo.
Hera nunca lloró.
Sabía del concepto pero nunca lo comprendió hasta que Frank emitió cada palabra con una familiaridad que la ahogaba. Se dejó sentir: una sola lágrima derramó y experimentó una opresión en el pecho. Entreabrió los labios, los pensamientos insostenibles. La mirada que le brindaba el Padre Frank habló en mil palabras que, en cada lenguaje que ella conocía, tuvieron el mismo significado.
Otra lágrima cae, ésta se va con el anhelo que persigue: una mirada de cerca a la segunda oportunidad, de esa que Azrael le comentó cuando le encomendó su misión. Lo había soportado por tanto, lo escondió por tanto... Y todavía Hera no sabía de qué se trataba exactamente.
Cuando Maze dejó el apartamento, Hera necesitó un tiempo aparte. Para respirar. Para colectar sus pensamientos. La razón del levantamiento de Lilith ahora era claro y, Hera, sabía que Lucifer ayudaría pero le pasaba porque también era consciente de que no lo haría porque ella vino hasta él.
Sino porque el bienestar de Chloe Decker estaba en juego.
Y pese a que ella entabló cada palabra que le dijo a Maze en serio, Hera no podía evitar sentir rabia.
Porque el Juramento le fue hecho a ella.
La devoción de Lucifer debía ser para ella.
Pero ahora no lo era.
Así que con lo único que podía identificar, la pregunta le quemó—. Entonces, Padre, ¿A dónde pertenezco? Porque ahora que usted cree mis palabras, comprenderá que un demonio solo tiene un lugar en el mundo.
Una sonrisa triste se imprimió en las facciones cansadas del hombre calvo y barba oscura.
—Eres más que eso, sé que eres más que eso. Eres hermosa. La verdadera tú.
Hera brotó una risa baja sin gracia.
—Usted tendría pesadillas si viese mi verdadera forma, Padre.
—Lo dudo —acunó su rostro entre sus manos y Hera atisbó un brillo de paz en sus ojos, eso le hizo fruncir el ceño—. Te he visto, Dio...
La oración quedó en el aire.
Sangre comenzó a salir de su boca.
Hera parpadeó repetidas veces y sostuvo a Frank cuando él se desplomó en el suelo. Su respiración cayó con tanta rapidez que Hera solo fue capaz de entender que el hombre entre sus brazos estaba muerto cuando divisó la daga en su espalda en dirección a lo que debía ser su corazón.
Hera acarició su rostro barbudo y otra lágrima se resbaló por su mejilla.
—Un minuto de silencio por el Padre.
La voz era desconocida pero el demonio que habitaba el cuerpo del humano no lo era. Hera alzó la vista hacia él y el demonio le sonrió de manera tan inhumana que le hizo jurar, en ese instante, que él moriría por su mano. Qué la sangre que tenía en la mano, pronto se iba a mezclar con la de él.
—Rynx.
—Amén —entonó y para seguir con su burla se persignó—. Hola, hermana.
—No puedes estar aquí —Hera se tragó cualquier intención de llorar. No podía ser débil, especialmente no ahora. No con él.
—Tampoco se supone que tú deberías estar aquí —hizo un ademán refiriéndose a la iglesia—. Esto es denigrante. ¿Encariñarse con un siervo de Dios? Oh, tu juicio será glorioso —saboreó las palabras con un tinte macabro.
Hera no quería oírlo, infló su pecho y se levantó del suelo, más no se movió.
—Abajo —le ordenó con un timbre severo en un perfecto lilim.
Rynx chasqueó la lengua.
—No tomó órdenes de ti, hermanita —le explicó con falso pesar—. Una vez que tomó el brazalete —lo señaló—, a la única reina a la serviré será Madre.
—No vas a tomar nada —Hera aseveró sin ninguna emoción. Una efigie misma de su rostro.
Rynx ladeó la cabeza.
—Yo creo que sí, pues verás, estoy en ventaja.
Y justo en el momento en que Hera intentó replicar, lo sintió... Un objeto puntiagudo y que ardía contra su ropa, que quemaba su piel. Hera gritó hasta que la garganta le dolió. Había alguien atrás que logró ver —borroso debido al estrés del asalto— por sobre de su hombro, alcanzó a escuchar a duras penas un «hermana» y solo porque Hera sabía que Rynx no hacía nada sin Nyx, supo que se trataba de ella.
Hera maldijo, pero que más podía decir si cuando nada es sagrado, nadie está a salvo.
Oyó unos los pasos de Rynx acercarse. Pero el sonido era lejano. Era consciente de que está hablando con su hermana: su boca se movía en la imagen borrosa, no alcanzaba a percibir si Nyx contestó algo, pese a ella estar detrás de ella, intentando penetrar la daga mucho más profundo.
No recordaba ningún arma así hecha en casa.
Pero pensar en eso se vuelve imposible cuando otro objeto, que solo suponía debía ser un arma igual, se clavó en su estómago y la abrió tanto que le arrebató otro grito.
Pero esta vez fue diferente.
Hera no podía mantener sus párpados abiertos y saboreaba lo salado de sus propias lágrimas silenciosas.
Pero fue capaz de, con el grito, entonar dos palabras que ella creyó pérdidas. Qué no recordó hasta el momento en que sintió la vida irse de su cuerpo.
«Fiat lux».
Hágase la luz.
Y la luz se hizo, trayendo consigo dos pares de alas grises inmensas para su cuerpo... Que salían de su espalda.
•••
n/a: estoy emocionada (& un poquito nerviosa) por este capítulo 😬, era algo a lo que quería llegar desde que comencé con esta idea and here we are 🤯. cuéntame, ¿qué les pareció? ¿cuál fue su escena favorita?
aquí les traje en lo que consiste el juramento que hecifer hizo & damn ya lo vieron en acción 💃🏽. esto que ellos tienen es algo grande & en el próximo capítulo vamos a ver cómo se unen ellos dos u poquito más, porque mucho tiempo ha pasado & es necesario que hablen bien.
eso por un lado, por otro... rip padre frank 😔. el propósito de él en la historia para el segundo acto porque, aunque no lo haya mostrado tanto, siempre que hera no estaba siendo narrada estaba con frank. ella se apegó a él por una razón & si prestan atención a los diálogos pueden conocer varias cositas 😈
ahora sí, el capítulo quedó largo, no quiero que la nota le haga competencia, así que nos estamos leyendo en el próximo capítulo, gracias por leer ❤️
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