21: The Ones Who Survive.

Habían pasado semanas desde la última vez que Sana había sacado a JiHyo. En lugar de acompañar a la jefa de la mafia a hacer trabajos, la muñeca había sido encerrada en la casa, sin una explicación clara de por qué.

—No entiendo por qué no puedo ir contigo, siempre me las he arreglado bien en los trabajos—, argumentó JiHyo.

—Es demasiado peligroso, JiHyo. No puedo dejar que te lastimes.

—¡Sé cómo cuidarme sola! ¡No soy una maldita niña!

—Escucha Hyo, no puedo hablar de esto ahora. Tengo que irme, lo siento—, dijo Sana mientras agarraba su abrigo, lista para salir corriendo por la puerta y saltar a un auto con ventanas a prueba de balas. Y un momento después se fue, dejando atrás a una rubia confundida.

Sana no podía decirle, no podía explicar qué había cambiado en el transcurso de solo unas pocas semanas. Solo tendría que confiar en que JiHyo la perdonaría al final. Tal vez era un plan tonto, pero la gente haría casi cualquier cosa por el bien de un ser querido.

Nunca pensó que el archivo estaría en posesión de BangChan, nunca había pensado que él sería uno de los que traicionarían a su familia, pero estaba segura de que lo que fuera que estuviera en la memoria USB revelaría sus razones. Sana estaba segura de que él no era el líder detrás de todo, sabía que tenía que haber alguien con mucha más influencia detrás de él, pero de una cosa estaba segura; BangChan había sido el soplón.

Él había sido el que les dio una forma de entrar.
El que les dio sus ubicaciones.
El que causó la muerte de su familia.
El que le robó a su madre.

—¿Está lista, señorita Minatozaki? —, preguntó su chofer.

—Sí, vámonos.

Sana observó cómo la casa detrás de ella se hacía más pequeña, sintiendo la culpa llenarla cuando notó que JiHyo miraba con nostalgia por la ventana. A ella le hubiera encantado llevar la muñeca con ella, pero JiHyo no podía saber lo que estaba planeando, en ninguna circunstancia podía saberlo. Si lo supiera, probablemente discutiría y exigiría que Sana encontrara otra manera, pero la nipona sabía muy bien que esa era la única opción.

El viaje hasta el garaje no fue largo, en poco menos de media hora llegaron. Sana salió del auto y le dijo a su chofer que mantuviera el motor en marcha. No se quedaría mucho tiempo.

—¿Estás segura de esto, Sana? —, gritó una voz familiar.

La jefa de la mafia se dio la vuelta y vio a Yuta salir de su auto y caminar hacia ella. Estaba vestido todo de negro, el conjunto abrazaba su cuerpo con fuerza. Era necesario para el lugar al que irían después de esta parada.

—Completamente. Una vez que ese USB esté en nuestro poder, habrá un objetivo en mi espalda, y aún más importante; en la de JiHyo. No puedo permitir que le pase nada. Necesito que no haya ninguna posibilidad de que vayan tras ella.

—Pero, Sana, ¿este plan no hará que piensen que ella es cercana a ti? —cuestionó Yuta.

—Puede que sí, pero no si ella cree que me he escapado. Si cree que la he traicionado, entonces ellos creerán lo mismo.

Sana sabía que era arriesgado, sabía que terminaría lastimando a la chica que tanto amaba. Pero era la única manera. Necesitaba saber quién estaba detrás de todo, necesitaba saber por qué murió su familia.

—Minatozaki, es un placer verte. Te ves bien —dijo una mujer alta de cabello negro. Su mono azul estaba significativamente más limpio que el de las otras en el taller de reparaciones, pero sus manos mostraban claramente los restos de la larga jornada de trabajo.

—Tú también, Mina. ¿El negocio va bien? —preguntó Sana mientras ella y Yuta se acercaban a la chica.

Mina era japonesa de sangre, pero había nacido y crecido en los Estados Unidos. Despreciaba a la mafia japonesa. Bueno, en verdad, despreciaba a toda la mafia en general. Pero Sana había salvado su garaje de la ruina, así que ahora Mina ayudaba al Círculo Minatozaki cuando lo necesitaban. Sana prefería usar el pequeño garaje de Mina, sintiéndose segura al saber que la mayoría no tenía idea de que su taller de reparación existía.

—Sí, va bastante bien. Sin embargo, me sorprendió tu pedido. Nunca había tenido un auto aquí que pudiera hacer fallar a propósito, pero supongo que todo tiene una primera vez—, dice riendo, guiando a Sana y Yuta hacia donde estaba estacionado el Mercedes Clase S.

—¿Está listo? —, preguntó Yuta.

—Sí, todo está hecho según tus especificaciones. ¿Para qué es, de todos modos?

—Sin preguntas—, respondió el hombre con dureza, haciendo que la pelinegra se sobresaltara un poco.

—Yuta, relájate. Jesús, sal afuera—, intervino Sana, poniendo los ojos en blanco ante la actitud amenazante del hombre.

Yuta salió del garaje, gruñendo algo sobre la falta de respeto en japones, antes de apoyarse contra el marco de la puerta y encender un cigarrillo.

—Lo siento por él —dijo Sana.

—No te preocupes. Pero sí, el coche está terminado, exactamente como lo querías. Pero ten cuidado, incluso el mecanismo más perfeccionado puede tener problemas. No quiero verte acabar muerta al costado de una carretera.

Sana casi se rió de eso, pensando en lo irónica que era la frase. Aun así, se recompuso y asintió.

—Tendré cuidado. Gracias por hacer esto, sé que es una orden anormal.

—Por supuesto. Sabes que haría casi cualquier cosa por ti —dijo Mina con una sonrisa de adoración.

Sana lo sabía. Era la razón por la que no había mencionado el nombre de JiHyo ni una vez en presencia de la japonesa. Mina había estado interesada en ella desde que tenía memoria, y no había duda de que eso hacía que la chica fuera mucho más servicial cuando se trataba de pedidos extraños o peligrosos.

—Sí, gracias. De todos modos, tengo que irme, pero Yuta se quedará con el auto —respondió Sana, apresurándose para alejarse del coqueteo de la chica.

—Por supuesto, haré que los chicos se lo traigan —dijo Mina, con una decepción evidente en su rostro.

—Genial, el dinero debería estar en tu cuenta por la mañana.

Sana salió del garaje rápidamente, diciéndole a Yuta que se llevara el auto antes de subirse a su propio vehículo y ordenarle a su chofer que fuera lo más rápido posible.

Perfecto, una parada y dos más.

3/4

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