Prologo, Inicio de la Pesadilla

Saki se encontraba en el baño de un motel de mala muerte, el aire pesado y nauseabundo llenaba la habitación. En la penumbra, su cuerpo desnudo reflejaba la historia de un sufrimiento inimaginable. Las marcas y lesiones en su piel eran testigos mudos de un pasado atormentado, cada cicatriz un eco de maltratos. En el lavabo, los restos de drogas y pastillas, desde anticonceptivos hasta analgésicos, parecían burlarse de su estado.

Sus piernas temblaban mientras intentaba ponerse de pie. Con esfuerzo, tiró de la palanca del inodoro, el sonido del agua fluyendo apenas ahogó sus pensamientos oscuros. Al mirarse en el espejo, su deteriorado rostro le devolvió una mirada de desolación. "¿En qué me he convertido?" murmuró, sus largos cabellos rubios ocultando el dolor y la rabia que asomaban a través de sus lágrimas.

El agua fría le azotó la cara, intentando ahogar sus demonios internos, pero en lugar de calma, solo encontró más angustia. Con un grito desgarrador, arrojó las pastillas a un lado y golpeó el espejo, haciendo que sus nudillos comenzaran a sangrar. Observó su imagen distorsionada, preguntándose por qué había abandonado todo por placeres mundanos: sus sueños, su familia, su dignidad.

El reflejo fragmentado le mostró sus antiguos yos: la tímida y solitaria Saki, despreciada por su apariencia, que se había transformado en una sombra de sí misma. El alcohol, las drogas y el sexo se convirtieron en su vida diaria, su única manera de sobrevivir en un mundo cruel. Pero, cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que su familia y los pocos amigos que una vez la amaron ya no estaban a su lado.

Sentada en el borde de la cama, las luces de los coches que pasaban afuera proyectaban sombras inquietantes sobre su rostro. En sus manos sostenía 1200 yenes, el pago por un acto que la había dejado vacía. Recordó con asco los encuentros carnales que al principio le brindaban alegría, pero que pronto se transformaron en repugnancia, cada cicatriz un recuerdo de la tortura que había soportado.

De su bolso sacó una pequeña pistola, el metal frío le heló las manos. Mientras la levantaba a su boca, una risa nerviosa se mezclaba con las lágrimas que caían por sus mejillas. Sabía que no tenía el valor para apretar el gatillo, temerosa de lo que le esperaba en el más allá. En su desesperación, dejó caer el arma, gritando una y otra vez: "¿Por qué? ¿Por qué fui una estúpida?".

Al salir del motel, su atuendo provocativo—una minifalda de látex negro y un sujetador de leopardo—era un intento de ocultar su fragilidad. Los hombres la abordaron con palabras vulgares, pero ella los ignoró. Uno, más atrevido, la tomó del hombro, solo para recibir un golpe certero que le fracturó la nariz. Saki, ahora con una mirada feroz, se abrió camino a su hogar.

El camino era largo y silencioso, cubierto por una espesa neblina que aumentaba su inquietud. Un escalofrío recorrió su espalda al escuchar gritos provenientes de un bosque cercano. Un niño pedía ayuda a su madre, y algo en Saki se encendió, un recuerdo que había tratado de enterrar. Sin pensarlo, corrió hacia el bosque y se encontró con un santuario abandonado.

La escena que presenció la llenó de horror: una secta celebrando un ritual macabro, el cadáver de un niño quemado hasta los huesos. Su grito desgarrador alertó a los sectarios, que se volvieron hacia ella con miradas enmascaradas. "¡Una intrusa!", gritó el sacerdote. Saki, temiendo por su vida, sacó su arma y comenzó a disparar, cada bala un eco de su desesperación. Uno de los sectarios cayó en el fuego, y el sacerdote fue aplastado por un tronco que Saki había derribado.

El santuario se incendió, y ella corrió, temblando ante lo que había hecho. Al llegar a la calle, el aire fresco la abofeteó, pero el terror no se desvanecía. Alguien la observaba. Giró para encontrar a una anciana de aspecto siniestro, vestida como sacerdotisa, sosteniendo un cetro ceremonial con anillos brillantes incrustados en su superficie. Saki sintió que el horror de su vida la seguía, no podía escapar de los demonios que la acechaban, ni de la pregunta que la atormentaba: ¿Qué había hecho de su alma?

Saki se encontraba de pie en la oscura esquina del metro, su corazón latía desbocado, ahogado por una opresiva sensación de ansiedad. La anciana había pronunciado su nombre con una calma inquietante, como si conociera cada rincón de su alma atormentada. ¿Cómo podía saber quién era ella? Con un ligero retroceso, las palabras de la anciana resonaban en su mente, retumbando como ecos de advertencia. "Sufres un terrible destino, por culpa de tu ambición".

El sonido del cetro resonó en el aire como un tañido de campanas que anunciaban su condena. La anciana continuó, su voz más firme, cargada de un ominoso presagio: "El mal karma ha entrado en ti. Tus demonios internos se manifestarán. Ellos vendrán por ti".

Saki sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si una fría mano invisible la empujara hacia el abismo de la locura. Sin poder soportar más, salió disparada hacia la estación de metro más cercana, donde, para su sorpresa, el tren permanecía inmóvil en la plataforma. Se hundió en uno de los asientos, el sudor empapando su frente, mientras la atmósfera del vagón la envolvía en una inquietante soledad. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que estaba completamente sola, un silencio ominoso llenando el aire.

Mientras su mente divagaba, un pitido sonó en su teléfono. Un mensaje de un número desconocido. "Ellos ya vienen por ti". Un grito silencioso de terror brotó en su pecho. En la penumbra del tren, la sombra de una figura se recortó en la puerta de separación de los vagones. El parpadeo de las luces, como un latido errático, la llenó de pánico. Se giró, pero la figura había desaparecido, dejando solo el eco de su propio aliento.

Sintiéndose ligeramente más tranquila, Saki cerró los ojos y sucumbió al cansancio. Sin embargo, al despertar, se encontró en una estación desconocida. Una anciana, con aspecto descuidado y cargando pesados bolsos, se sentó frente a ella. Saki intentó mirar la estación, pero el anuncio que brillaba en el letrero la hizo sentir un nudo en la garganta. Un comercial de pañales y comida para bebé.

Cuando levantó la vista, la anciana la observaba con unos ojos cargados de ira y juicio. Una incomodidad creciente se apoderó de Saki, el aire se volvió espeso y su corazón palpitó con rapidez. Con una mezcla de enojo y miedo, finalmente no pudo soportar más aquella mirada. "¡¿Por qué me miras así?!", gritó, su voz resonando con un eco de desespero. La anciana permaneció en silencio, su mirada aún fija, inquebrantable.

Desesperada por el juicio silencioso de la anciana, Saki se dio la vuelta, pero su atención fue atraída por un movimiento en el suelo: una larga cola de rata que emergía de su minifalda. La repulsión la llenó de horror. El tren se detuvo de repente y, con un grito ahogado, se levantó, dejando atrás la mirada penetrante de la anciana.

Mientras el tren arrancaba de nuevo, una forma grotesca se dibujó en la ventana, una criatura desnuda con piel gris, deformada en espirales, que convulsionaba en un espasmo mórbido. Saki se llevó las manos a la boca, su grito desgarrador resonando en el aire, atrayendo la atención de un guardia que, preocupado, se acercó a ella.

Ella, todavía en shock, le suplicó: "¡No dejes que el monstruo me atrape!". El guardia, desconcertado, le preguntó de qué monstruo hablaba, y ella, confundida, pidió ser llevada a casa.

En el camino, el guardia le habló de sectas oscuras que realizaban rituales infames, cada palabra un eco que resonaba en su mente, llenándola de dudas y escepticismo. Al llegar a su apartamento, Saki se vio atrapada entre la realidad y la locura.

"Esto debe ser un maldito sueño", murmuró, llenándose de una inquietante sensación de ser observada. Mientras se bañaba, la sensación de ser vigilada se intensificó, y al mirar de reojo, vio una silueta tras la cortina. Su corazón se detuvo un instante, las gotas de agua parecían caer en cámara lenta.

Con un grito sordo, levantó la cortina, solo para encontrar el vacío. "¿Qué está pasando?", se preguntó, el miedo en su pecho ardiendo como una llama inquieta.

Al día siguiente, decidió reunirse con Kikyo, una amiga de sus días en los antros. En un puesto de ramen, mientras compartían anécdotas, Saki sintió el peso de la noche anterior apretando su pecho. Kikyo, con ojos ámbar y cabello corto, la miraba con preocupación. "Te ves mal", dijo con suavidad, y Saki, sintiendo las ojeras marcadas y el temblor en sus manos, supo que la sombra de su pesadilla aún la acechaba.

Saki, ¿qué ocurre? preguntó Kikyo, su voz trémula resonando en el aire cargado de tensión. Parece que has visto un fantasma. Ayer te estábamos esperando en el antro para festejar nuestra jornada.

Saki se quedó en silencio, sus ojos parpadeando en un vacío de confusión. Respiró hondo, tratando de calmar la tempestad que la consumía. Lo siento, ocurrió un imprevisto, yo... no sé qué decir, de verdad lo lamento.

La mirada de Kikyo se llenó de sorpresa. Jamás había visto a Saki tan aterrada. Su amiga siempre se había mostrado fuerte, incluso armada para defenderse. ¿Te quisieron hacer daño, Saki? inquirió, pero Saki, temblorosa, sólo sacudió la cabeza. Entonces, sus ojos se posaron en una mesa cercana.

Ante sus ojos, cuatro figuras grotescas devoraban lo que parecía ser un perro y un bebé, sus cuerpos en descomposición, con risas crueles que retumbaban en su mente. En un instante, la risa se desvaneció, y el horror llenó su corazón. ¡¿Qué rayos te está pasando, Saki?! exclamó Kikyo, alarmada por la súbita agitación de su amiga.

Vámonos, vámonos de aquí, por favor, Kikyo, suplicó Saki, su voz temblorosa. Su mente luchaba por mantener el control mientras su cuerpo se llenaba de ansiedad.

Ya en un parque cercano, Saki miró hacia la pequeña laguna frente a ellas, sus manos temblando en un intento de controlar la ansiedad. ¿No viste lo mismo que yo? preguntó, su voz un susurro tembloroso.

¿De qué hablas? replicó Kikyo, confusa.

Vi cómo asesinaban a un niño... en una especie de ritual. Esos encapuchados lo quemaron vivo, y venían tras de mí. Joder, creo que me estoy volviendo loca.

Kikyo permaneció en silencio, contemplando la desolación en los ojos de su amiga. Eso debió traumatizarte, Saki. Tal vez deberías tomarte unos días. Su tono era suave, comprensivo, pero Saki se irguió, con un brillo de desafío en sus ojos.

Está bien, seguiré tu consejo, pero no sé si pueda vivir tres días sin... ya sabes.

¡¿Aún sigues consumiendo esa mierda?! Kikyo la miró, horrorizada. ¡Sabes que si sigues con eso, morirás de una sobredosis!

¡No sigas, Kikyo! Saki imploró, las lágrimas brotando de sus ojos mientras se tapaba el rostro. Por favor, no sigas.

Kikyo la abrazó, llena de compasión, mientras Saki se dejaba llevar por el llanto. Esa misma noche, Kikyo invitó a Saki a una fiesta en el antro, esperando que la música y el baile pudieran ahogar el eco de su oscuro recuerdo.

Kikyo bailaba sensual en el escenario mientras Saki, atrapada en una espiral de autodestrucción, se entregaba a un hombre en un acto de salvaje desenfreno. ¿Qué te pasa? le preguntó el hombre, frustrado, al sentir que su momento íntimo resultaba insípido.

Saki, perdida en su propia angustia, se disculpó, pero el golpe en su mejilla fue instantáneo. Mejores perras me han dado placer, le lanzó con desdén. Ella se quedó callada, tocándose la mejilla, el dolor de su golpe resonando en su mente.

Mientras el hombre se vestía y se marchaba, Saki se quedó, lágrimas brotando al darse cuenta de que su cordura se desvanecía. Un risita de niña surgió del baño, rompiendo la atmósfera cargada. ¿Una niña? ¿Quién demonios dejó entrar a una niña aquí?

Al abrir la puerta, se encontró con un vacío abrumador. ¿Qué demonios me está pasando? La duda comenzó a infiltrarse en su mente. Desconcertada, se vistió y abandonó el lugar sin despedirse, anhelando soledad y claridad.

Mientras caminaba a paso rápido por los callejones, una inquietante quietud llenó el aire. Era viernes; debería haber vida, pero todo lo que encontraba era un silencio inquietante. Un ruido llamó su atención, un crujido extraño, como el sonido de alguien masticando carne.

Saki, con la linterna de su celular en mano, avanzó cautelosamente. La oscuridad parecía haber engullido los alrededores, las manchas de sangre y óxido cubrían los edificios. ¿Qué rayos está ocurriendo aquí? murmuró, sintiendo que el terror la envolvía al encontrarse con una camilla cubierta por una bolsa para cadáveres.

Saki quedó paralizada, el horror la envolvió mientras retrocedía lentamente. Pero un sonido, crujiente y grotesco, la hizo girar. La luz de su celular iluminó el fondo del callejón, y lo que vio la sumió en un abismo de terror absoluto.

Allí, encorvado sobre un cadáver, había un ser que masticaba la carne de su víctima con un fervor inquietante. La criatura, con la piel gris y cubierta de llagas sangrantes, alzó la vista. El rostro de lo que parecía ser un hombre estaba deformado por mordidas, y en ese instante, Saki sintió cómo el miedo la atravesaba como un rayo.

Al levantarse, el ser reveló su altura de casi dos metros, completamente desnudo. Saki se quedó sin aliento al observar su rostro, un espectáculo de desesperación y locura. La piel había sido devastada por la sífilis en su estado más extremo; enormes colmillos asomaban de entre labios partidos, y unos ojos anaranjados brillaban en la oscuridad, moviéndose erráticamente como si estuvieran poseídos. Fue entonces cuando un grito desgarrador brotó de sus labios. ¡Aléjate! ¡Que alguien me ayude!

El eco de su súplica se perdió en la nada, y la desesperación se apoderó de ella mientras retrocedía lentamente. Pero la criatura, al notar su temor, se excitó. Su respiración se volvió agitada, y su grotesco miembro se alzó en una expresión de deseo enfermizo. Con cada paso que daba, pequeños espasmos recorrían su cuerpo, acentuando su aspecto aún más aterrador.

Lágrimas de terror comenzaron a brotar de los ojos de Saki, pero de repente, su mano topó un palo de madera lleno de clavos, una herramienta macabra en medio de la locura.

Con un grito de desesperación, la criatura se lanzó hacia ella. En un instante de instinto salvaje, Saki tomó el palo y, con un furor que la sorprendió, comenzó a golpear a la bestia una y otra vez. Los clavos se hundieron en su carne putrefacta, bañándola a ella y al monstruo en una lluvia de sangre. La locura se desató dentro de ella, y con cada golpe que asestaba, el horror se transformaba en un éxtasis delirante.

Saki, en un frenesí que parecía no tener fin, destrozó el cráneo de la criatura. Al verla caer sin vida, el éxtasis se desvaneció, y una ola de horror la invadió. Soltó el palo, horrorizada por el acto atroz que acababa de cometer. La realidad se tornó borrosa mientras el vómito brotaba de su garganta, y repetía una y otra vez, He matado a alguien, he matado a alguien.

La pesadilla había comenzado para Saki, un abismo del cual no sabía si podría escapar.

Miembro de la Secta de la Luz Negra.

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