Capítulo 6: El Descenso
Han pasado dos semanas desde la caída de la Iglesia de la Luz Negra.
El eco de la noticia sobre la muerte de Amanael resonó en las salas de redacción, un eco que se sentía tanto en los rincones oscuros de la ciudad como en los estruendos de las pantallas internacionales. La Interpol, después de años persiguiendo a este líder de culto, había logrado un avance, pero la victoria parecía una sombra lejana. La secta, con sus tentáculos aún aferrados a la vida, seguía siendo una amenaza. Pero esos pensamientos eran un eco distante para Saki, quien había dejado que su mente se adentrara en un laberinto de tormentos personales.
Sentada en la cama del apartamento de Matsumoto, sus ojos vagaban por la ventana, donde la luz del sol intentaba entrar, pero para ella, solo iluminaba el abismo de sus recuerdos. Allí, a su lado, descansaban sus antiguos lentes, símbolos de una vida que había abandonado, una vida que ahora solo le traía melancolía. En ese momento, Matsumoto regresó de hacer las compras, la bolsa en sus manos era un recordatorio del mundo que seguía girando, ajeno al caos interno de Saki.
—¿Sigues pensando qué hacer? —preguntó él, al sentarse junto a ella en la cama, su voz era un susurro cálido que buscaba la conexión.
—Todo ha sido tan confuso y caótico, Matsumoto —respondió Saki, su voz temblando como un frágil hilo—. Nunca pensé que mi vida daría un vuelco tan horrible. Estos lentes... son de mi antiguo yo, antes de esta... metamorfosis.
Miró hacia abajo, como si la gravedad de sus palabras pudiera arrastrarla de vuelta a la oscuridad. Había perdido tanto, tantas vidas queridas se habían desvanecido en el aire enrarecido por el terror y el dolor. La desesperación había estado a punto de consumirla por completo, pero Matsumoto había sido su salvación, un faro en medio de la tormenta.
El agente tomó su mano, sus ojos buscaban los de ella con una mezcla de ternura y comprensión.
—Tú también me has ayudado, Saki. Desde que Yoko me pidió que te vigilara, he sentido que debía protegerte. En este poco tiempo, he comenzado a sentir algo por ti.
Sus palabras flotaron en el aire, llenas de una vulnerabilidad que hizo que Saki se sonrojara. Sin pensarlo, se lanzó a su cuello, sus labios se encontraron en un beso que prometía redención, un momento en el que ambos se entregaron, no solo por placer, sino por un amor que parecía un refugio ante el horror.
—Nunca había sentido tanta felicidad —susurró Saki, sus ojos brillando con lágrimas sinceras—. Te amo... de verdad, te amo.
Matsumoto sonrió y acarició su cabello con dulzura, su promesa resonaba en el aire como un juramento eterno.
—No importa lo que pase, siempre estaré a tu lado.
Pero a pesar de la calidez de su conexión, Saki sintió el peso del medallón en su muñeca, un recordatorio de que había un último reto por enfrentar. Su hija, Hanna, seguía atrapada en algún lugar del infierno, su alma clamando por liberación.
—Mañana iremos con Yoko —dijo Matsumoto, su voz firme—. Ella nos dirá dónde puede estar tu hija, pero debes prepararte y demostrarle que realmente has cambiado.
Mientras Matsumoto se vestía, Saki se sintió sola, atrapada en sus pensamientos. Se acercó al buró y tomó sus lentes, una oleada de recuerdos dolorosos la invadió, y la severidad de las palabras de su hija resonó en su mente, desnudando su espíritu.
De repente, se armó de determinación. Se quitó la pintura de su cabello, dejando caer las hebras de colores artificiales hasta volver a su castaño original. Una a una, desechó las vestimentas provocativas que la habían definido, mientras los ecos de su pasado la perseguían, como sombras en la penumbra.
—No más —murmuró, su voz resonando con un nuevo propósito.
Cuando Matsumoto regresó, la visión que se encontró lo dejó sin aliento. Saki, vestida con sencillez, irradiaba una nueva fortaleza. Era la primera vez que la veía con sus anteojos, la primera vez que el reflejo de su verdadero ser emergía de entre las sombras.
—Te ves hermosa, Saki —dijo Matsumoto, su sonrisa iluminando la habitación.
—Gracias, cariño. He decidido dejar toda esa vida atrás —respondió Saki, con una sonrisa tímida, pero llena de resolución.
—Debemos prepararnos para mañana. Será un largo camino.
Saki asintió, sus ojos se perdieron en el horizonte desde la ventana del apartamento.
Llegó la hora de acabar con esta pesadilla.
A la mañana siguiente, ambos se encontraron en el santuario. Yoko se sorprendió al ver a Saki en su nueva apariencia.
—Oh, Saki, se nota mucho tu cambio, no solo físicamente, sino espiritualmente.
—Estoy lista para enfrentar mis pecados cara a cara. Voy a salvar a mi hija.
—No será fácil. Debes tener un temple fuerte. Si titubeas en el infierno, será tu fin.
Las palabras de Yoko eran un eco de advertencia en la mente de Saki, quien sabía que debía enfrentarse a la versión corrupta del lugar donde todo había comenzado.
Yoko le entregó un tablero redondo que podía abrir portales, advirtiéndole que debía estar preparada. Matsumoto, siempre atento, conocía el ritual necesario y, al finalizar, Saki sintió la adrenalina pulsando en sus venas.
—Vamos, Saki, es hora —dijo Matsumoto, rompiendo el candado de la antigua escuela donde había comenzado todo.
Al entrar, las risas de los chicos se convirtieron en ecos distorsionados en su mente. La melancolía la invadió mientras se dirigía a su antiguo pupitre, acariciando la superficie desgastada y recordando los insultos grabados en su memoria.
—¿Estás lista? —preguntó Matsumoto, colocando el tablero sobre el pupitre.
—Estoy lista. Acabemos con esto.
Con el ritual comenzando, la luz del tablero iluminó la habitación y, en un instante, el mundo a su alrededor se transformó.
Descenso, Lugar, Escuela Infierno.
Cuando Saki abrió los ojos, se encontró en una versión infernal de su escuela, donde el horror y la descomposición la rodeaban, y el palpitar de las paredes parecía resonar con las pesadillas de su pasado. Allí, en la puerta del salón, vio a su hija, junto a la criatura que había encontrado en el bosque, una sombra de su propia pesadilla.
¡No dejaré que te lleves a mi hija! Saki se levanta de un salto, su corazón palpitando con furia y miedo. Al salir de la habitación, un silencio sepulcral la envuelve; el pasillo, bañado en una luz roja sangre, parece respirar a su alrededor, un aliento oscuro que le eriza la piel. Los lamentos de una mujer resuenan a lo lejos, y Saki siente que su sangre se congela al percibir las sombras que comienzan a materializarse. Con determinación, blande sus armas, aplastando cráneos en una danza macabra de supervivencia.
Su mirada se escapa hacia la ventana, donde vislumbra a su doble, la grotesca parodia de sí misma, llevándose a su hija hacia un hospital que se alza, amenazante, entre los edificios que parecen retorcerse bajo el cielo rojo. Sin un momento que perder, se lanza a la aventura, buscando la salida de aquel laberinto infernal. En su camino, se encuentra con visiones que desafían la cordura, escenas de horror que harían temblar al más valiente. Su medallón, símbolo de su lucha, se quiebra, y un dolor indescriptible recorre su cuerpo, pero su voluntad se mantiene firme.
Cuando su camino la conduce a un caldero humeante, donde horrendas criaturas gritan de dolor, el calor la asfixia, pero se niega a sucumbir. "Este lugar debe ser lo más profundo de los infiernos... de mis infiernos..." murmura entre dientes, mientras avanza por un páramo desolado, con la esperanza de que Matsumoto aún esté en el hospital. Pero las criaturas no la dejan en paz; la rodean, y ella se defiende con furia, recordando las palabras de Yoko sobre dejar municiones para sus armas.
Al llegar al hospital, se abalanza sobre la puerta con una patada. ¡¿Dónde estás, maldito monstruo?! ¡No dejaré que te lleves a mi hija! La desolación se cierne sobre ella mientras inspecciona cada habitación, el eco de sus pasos resonando como un lamento. Su mirada se detiene en una gran puerta al final del pasillo; la curiosidad y el temor la empujan a ignorar los susurros de advertencia, y se lanza hacia la puerta.
Al abrirla, se encuentra con una escena espantosa: Matsumoto yace sin vida en un mar de sangre. Un grito desgarrador escapa de sus labios mientras corre hacia su amado, abrazándolo, el dolor desgarrador de la pérdida consumiéndola. Pero detrás de ella, un charco espeso de lo que parece leche comienza a formarse, y de él, su yo monstruoso emerge lentamente.
¿Tú le hiciste esto a Matsumoto? La criatura se limita a reír, su risa distorsionada reverberando en la sala. Saki se pone de pie, volviéndose para enfrentar a su reflejo más oscuro. ¡Cómo pude haber caído tan bajo! Solo por querer ser aceptada por una sociedad que nunca me entendió. Esta vez será diferente. ¡Acabaré contigo de una vez por todas y salvaré a mi hija!
Con lágrimas de ira brotando de sus ojos, empuña un cuchillo, su corazón palpitante en el pecho. La criatura desenfunda un hacha y la pelea comienza, el recinto circular descendiendo como un elevador hacia lo desconocido. Saki dispara, pero la criatura emite gemidos perturbadores, su cuerpo se niega a sangrar, y en su lugar, un chorro de leche brota, convirtiendo la escena en una pesadilla surrealista.
Saki gira, buscando a su enemigo en un frenesí, solo para encontrarse con la criatura armada con pistolas. El sonido de disparos estalla en el aire, pero Saki salta, apuntando y disparando a las piernas de la abominación. La bestia cae, pero se derrite, como si su forma fuera solo un sueño grotesco.
Cuando la criatura reaparece, empuñando una motosierra, Saki se prepara, pero el miedo no la detiene. En un intercambio brutal, ella utiliza un tubo del suelo, golpeando una y otra vez, hasta que logran enfrentarse cara a cara. ¡Pagarás por haberme quitado al hombre que más amé en mi vida miserable! La risa de la criatura resuena mientras se enzarzan en una lucha de fuerzas, pero Saki, alimentada por el dolor y la rabia, logra empujarla hacia atrás.
Con determinación, toma la motosierra y comienza a partir a la criatura. Los gritos de dolor son una mezcla de horror y liberación, y, al final, Saki cae de rodillas, las lágrimas fluyendo mientras observa cómo el cuerpo de su enemigo se convierte en polvo.
Con un suspiro, se levanta y se acerca al cuerpo de Matsumoto, tomando su mano con suavidad. Siempre te amaré, Matsumoto. Siempre. Gracias por darme tu amor. Prometo que salvaré a nuestra hija. Saki deja la mano de su amado en su regazo, y el elevador se detiene frente a una cueva que se adentra en la oscuridad.
Escuchando el viento soplar, una risa infantil resuena en la distancia. Hanna... Saki comienza a bajar las escaleras lentamente, perdiéndose en la negrura, un paso más cerca de su destino.
Continuará.
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