Prólogo|| Verosímil
La música es un complejo, pero atractivo sistema de sonidos, melodías y ritmos que nos refresca la vida. Es un arte, no todas las melodías son dignas de ser llamadas así, pero existen aquellas que con sólo oírlas una sola vez sabes que fueron hechas con el corazón.
El pequeño ser de cabellos verdes, piel blanca cual porcelana delicada y envidiable, unos bellos ojos que resultaban una dicha, de iris esmeralda, un resplandeciente tono jade que se mezclaba con la oscuridad de aquellas calles solitarias.
Él escucha una melodía, una de sus favoritas, perdiéndose entre sus notas que siente que están sincronizados, tanto que su mente divaga entre alucinaciones, entre paraísos blancos, lugares alejados incluso de ésta galaxia.
Las ruedas debajo de sus patines no se están escuchando. Es como si estuviera bailando sobre un lago de agua cristalina, sobre una espaciosa pista de hielo, sobre una nube gris, se siente tan blando y liviano que ya no puedo pensar en nada.
Es uno consigo mismo, uno con sus patines, uno con el sonido de la melodía en sus tímpanos, uno con la armoniosa paz que lo envuelve y parece estar asfixiando, pero se dejaría asfixiar sin quejas.
La lluvia acompaña de forma reconfortante, mojando su estructura, chocando contra el suelo y los tejados, algo que no oía, pero sentía cada vez que sus pequeñas ruedas pasaban por encima de algún charco y el agua salpicaba levemente su ropa.
Viajaba libremente a través de los pasadizos y calles, tan rápido que el frío viento golpeaba directamente su rostro, no evitando sentir la brisa que lo congelaba, pero agradaba.
Las noches heladas, las noches de lluvia y sus patines, eran su escapatoria favorita.
Cada vez que su cuerpo y mente estaban tan sincronizados que entraba en un estado de trance del que no podía escapar.
No sabe cómo.
Quizás estaba escrito conocerse.
Fue esa fría y oscura noche en la que conoció a un "Ave Fénix".
Apenas lo observó por instantes, en ese momento estaba tan embobado que no tuvo el valor para acercarse, pero sí sabía que ese era un chico que fácilmente podría ser un símbolo de la libertad.
Un muchacho que parecía envuelto en la más profunda armonía consigo mismo, alguien que era libre, alguien que no se podía domar y esa era la imagen que ese peli-verde quería proyectar al inicio, pero lo veía en otra persona y no le disgustaba, en absoluto.
Él no lo sabía.
Pero se había convertido en su adicción más profunda.
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