Prelude
PRELUDIO.
❝Las estrellas caerán del cielo.
También esto sucederá:
Toda la tierra
y las montañas temblarán
y todas las cadenas
y lazos se quebrarán
y romperán.❞
─ Völuspá.
Se atajó de sus piernas cuando cayó a tierra, dio unos pasos hacia atrás por el impacto y movió su cabeza rápidamente para observar en donde lo habían mandado esta vez. Trabajar para la TVA no era lo que el Dios de las Mentiras tenía en mente, pero era eso o un cubículo en la prisión más segura del omniverso, aunque claramente no pensaba mantenerse por mucho tiempo con aquellos extraños agentes intergalácticos.
Esperaba encontrarse con un mundo destrozado, sí, de eso se trataba ser agente de la TVA. Pero los demás mundos poseían personas salvajes peleándose entre ellas o al menos que sea como aquella realidad quebrada donde tuvo que escapar de meteoritos. Esta tierra, la reconoció como Midgard, estaba muerta en todos los sentidos. No había absolutamente nada más que escombros y niebla, el sol estaba oculto (¿había un sol al menos?), partes del suelo se encontraba desproporcionado como si un fuerte terremoto hubiera partido el suelo, no solo en dos, sino en muchas partes. No había árboles y muchos menos agua, era una tierra desértica, desolada.
Miró el suelo bajo sus pies notando las placas agrietadas, supuso que anteriormente un río o un lago había corrido por ahí. Giró donde una ciudad despedazada le dio la bienvenida, el silencio era sepulcral cuando alzó la cabeza hasta el cielo y unas bolitas blancas terminaron en su rostro confundido y cabellera negra. Lo primero que pensó fue que estaba nevando, más frunció el ceño al darse cuenta que no hacía ni una pizca de frío, entonces, ¿qué era aquello? Su pregunta fue respondida cuando alzó la mano y notó que no era nieve, como lo supuso, eran cenizas.
Cenizas cayendo desde el cielo en una lluvia tranquila e inmortal. Buscó señales de algún incendio reciente, pero, como al principio, no halló nada. Aunque la situación era extraña, avanzó hasta la ciudad partida en millones de trozos sin evitar soltar un bufido. No había nada y aún así lo habían mandado por alguna razón que iba a averiguar. Aunque en la TVA eran expertos en jugar con su paciencia, sabía por mano propia que no todo es lo que parece. En esta tierra desolada debía existir una amenaza que logró alterar todas sus máquinas.
No conocía en que parte de Midgard se encontraba, pero debió de haber sido una gran y avanzada civilización por los pocos restos que quedaban en pie. Lo analizó entonces mientras se adentraba, los edificios parecían empujados de izquierda y derecha. Como si algo en el centro los había golpeado desde abajo como una onda expansiva, tal vez una de las bombas nucleares que los humanos parecían encantados en usar. Tenía entendido que esa clases de armas eran realmente letales y podía lograr una catástrofe de aquel calibre, aunque eso no explicaba la lluvia de cenizas. Aunque no se sorprendería si ellos fueran la causa, los humanos eran egoístas y tontos, sabía de antemano que no hacía falta ningún ejército extraterrestre para que los mortales pudieran matarse entre ellos.
Caminó entre edificios caídos y escombros que ni siquiera parecían de esta zona, desvió partes de tierra quebrada y rocas gigantescas. Al pasar a lado de una de estas últimas mencionadas pasó sus dedos por la capas de la corteza, un escalofrío cruzó su espalda y apartó la mano rápidamente, se dio cuenta que sea lo que sea que había pasado ahí causó que la roca sea extraída de lo más profundo de la tierra. Esa cosa no debería de estar ahí, sino a kilómetros de profundidad bajo sus pies. Pero no fue eso lo que alteró sus sentidos. Podía sentir los hilos de magia adheridos no solo a la roca, estaba en todos los lados, danzando de una forma que lo congeló por un momento. Aguantó la respiración, era familiar y a la vez.
Apretó sus manos antes de volver a avanzar siguiendo los hilos, llevándolo hasta el centro de la ciudad, estaba seguro que lo que había causado la muerte de aquella zona —y lo que el TVA calificaba como un peligro para la línea continua del universo— había empezado ahí.
Al llegar se encontró con un cráter y sus sospechas fueron confirmadas. Algo había explotado ahí, algo que no debía suceder, algo que quebró esta parte del multiverso. La presión de la magia era más fuerte en esa zona, casi tan fuerte que parecía que quería aplastarlo como un insecto. La sensación de que lo conocía y a la vez no se le atascó en sus pulmones, eso tal vez era peor que no poder identificarlo. Era pesado, demasiado oscuro que no lograba ver a través de ella. Aferrado a la tierra muerta de una forma espantosa.
Tragó saliva girando su cabeza a un lado, los hilos se movían hasta girar en una esquina. Con el ceño fruncido y un mal sabor en el estómago lo siguió. En el camino notó pequeñas llamas prendidas en un celeste ardiente y congelado, como si eso pudiera tener sentido. No esperó encontrarse con algo así. Había un castillo formado por escombros negros, por las manchas que el ladrillo y el concreto pudo armar la teoría de que hubo un incendio, lastimosamente él si conocía esta sensación abrumadora.
Había una calma aterradora, las llamas danzaban frente a sus ojos y a lo lejos pudo escuchar el eco de un tocadiscos repitiendo la misma canción una y otra vez en bucle.
Se detuvo frente al castillo sin saber que pensar, había una gran roca que hacía de entrada a falta de una puerta. En ella tenía grabado una runa, tenía un círculo dividido por la mitad, en el centro se dibuja un eje que se une a la parte de abajo, formando como una especie de dos extremidades. Lo reconocía, era la runa del amor, el símbolo de la unión de una pareja. Sin embargo estaba tallado sobre una roca funeraria.
Mientras pensaba las posibilidades, el montón se cenizas amontonadas frente al castillo de escombros se movió. Todo a su alrededor comenzó a moverse, dejándolo en medio. Un aliento tan frío que ya parecía caliente lo golpeó moviendo sus cabellos, la figura se levantó dejando caer las cenizas que lo ocultaban antes de revelar una coraza negra y dura con protuberancias y unos dientes que tendrían su altura. Unos ojos azules eléctricos lo observaron con una línea recta en sus pupilas, parpadeó moviendo su larga cola para obligarlo a acercarse a él.
Loki lo reconoció al instante pero hacía años que no lo veía.
—Rakharos —murmuró sin dejar de observar al dragón, era su fuego lo que había visto bailar entre los escombros, su pista dibujada en las estructuras manchadas.
Fue Rakharos, pero el dragón no lo haría solo, el dragón no tenía esta magia aplastante. Abrió los ojos y con una alerta alzó la vista hasta la segunda planta del castillo, como si hubiera contestado un llamado, vio un par de ojos celestes mirándolo, entre lágrimas, con una mirada ciega y pérdida que temblaba nada más observarlo. Lo miraba como si fuera un fantasma y Loki no pudo encontrar en sus ojos a la persona que alguna vez fue.
Entonces finalmente entendió por qué lo habían llevado hasta allí.
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