XXIV
Adam sonrió satisfecho, mientras observaba como Aarón se iba alejando hacía la oficina del director. Amy me miró con odio y supe ahí, que la venganza llegaría tarde o temprano.
Cuando Amy fue con su grupo de amigas afuera de la cafetería Adam volteó a verme, la preocupación reflejada en sus ojos.
— ¿Estás bien? Lamento no haber podido llegar antes.
—Si… Estoy bien… —murmuré por lo bajo.
Antes de que Adam pudiese decir algo más, Tadeo apareció a su lado, sonriendo.
—Él es idiota de nacimiento. – dijo con tono divertido
—Oh, ¿en serio? No me había dado cuenta —dijo Chris sarcásticamente.
— ¿Quieres terminar de comer para irnos? —me preguntó Adam, omitiendo los comentarios de sus amigos.
—Está bien. – me limite a decir.
(…)
Luego de las clases, guardé algunos libros para poder estudiar para el examen de biología y fui junto a Adam hasta su auto para poder irnos a casa.
El camino fue silencioso, y nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando.
Al llegar a la casa, él me tomó de la mano y entramos, siendo recibidos por Sr. Tuko, quien maullaba y se restregaba en nuestras piernas, agitando la punta de su cola en alto. El ambiente se llenó de las risas de Jazmín, quien corría siguiendo a Sr. Tuko. El gato la miró y comenzó a correr, mientras seguía maullando.
— ¡Sr. Tuko! ¡Regresa! —Jazmín gritó, con una sonrisa plantada en su rostro.
Cuando pasó frente nosotros, Adam la agarro entre sus brazos y la alzó sobre su cabeza. Jazmín gritó por la sorpresa.
— ¡Adam, déjame!
—Deja al pobre gato —río el mayor, sosteniéndola en el aire-
Sonreí, viendo la escena familiar desconocida para mí. Los maullidos volvieron, cada vez más cerca.
Sentí como la bola de pelos clavó las garras en mis jeans y comenzaba a trepar por allí. Reí, mientras Sr. Tuko continuaba su recorrido por mi pierna.
Adam dejó a Jazmín sobre su espalda, haciendo que sus finas y pequeñas piernas abrazaran su torso. Ella río al ver al gato llegando por mi vientre y comenzando a trepar por mi abrigo. Yo no sabía qué hacer, solo reía algo nerviosa.
— ¡Gato malo! ¡Déjala! —gruñó Adam.
—Quiero ver hasta dónde llega —lo contradijo su hermana
Sr. Tuko llegó hasta mis brazos, acurrucándose y escondiéndose entre ellos, ronroneando. Acaricie temerosa su lomo, mientras éste se arqueaba sobre mi mano.
Jazmín aplaudió a gusto...
—Un día lo encontraremos plantado al techo —la voz de Pattie resonó en la sala, mientras salía de la cocina secándose las manos con un paño, sonriendo— Trepó la pared de alfombra que hay en la biblioteca. No se podía bajar y gritaba como loco. ¿O no, Jazmín?
—Si. Papá tuvo que subirse a una silla para sacarlo. – comento la pequeña con una amplia sonrisa
Adam rio y la bajó, poniendo sus pies devuelta al suelo.
— ¿Tienen una biblioteca aquí? —pregunté. Jamás había visto la casa completamente.
—Si. ¿Te gustaría verla? —me preguntó Pattie
Asentí con la cabeza sin vacilar.
—Hijo, ¿por qué no la llevas?
—Claro. Ve a dejar tu mochila a tu habitación.
—Vale. – asentí obediente
Subí las escaleras y dejé la mochila sobre mi cama, aún sin soltar a Sr. Tuko.
—Es por aquí —señaló Adam, cuando salí de la habitación. Él estaba señalando hacía otra escalera para ir a la planta superior. Lo seguí, observando cada rincón desconocido.
Él me guio hacía una puerta doble en madera tallada. Sr. Tuko ronroneaba y aquel sonido resonaba por todos los pasillos del tercer piso de la casa. Adam las abrió y encendió las luces, dejándome ver las muchas estanterías de tres secciones donde había muchos, pero muchos libros.
Había de todo tamaño, clase, color y grosor. Un mundo por descubrir.
Adam posó suavemente una de sus manos en mi espalda, empujándome para hacer que entrara dentro de la habitación. Había unas largas escaleras para alcanzar los libros de los estantes más altos, sillones y mesas y lámparas en dos esquinas. Una alfombra realmente bonita estaba en el suelo, con diseños florales rojos y verdes oscuros. Sentí la mirada de él sobre mi rostro, expectante.
— ¿Te gusta leer?
—Por mi leería todo el día… —murmuré, sin mirarlo.
—Ve y revisa lo que quieras. Debo hacer unas cosas —me sonrió antes de alejarse de la biblioteca, dejándome sola.
Caminé hacía una mesa, dónde habían varios libros. Me hinqué frente a ellos y comencé a ver sus títulos, hasta que vi uno; Romeo y Julieta.
Mi libro… En mi casa… Junto con los otros de mi madre. ¿Cómo los pude haber olvidado allí? Debía tenerlos. Ahora. Ya.
Me levanté, decidida a ir hasta allí para buscar mis libros. Sabía ya por la hora que mi padre no estaría en casa, así que tenía como dos o tres horas como mínimo para ir y volver. Nadie debía verme si quería ir rápido, así que bajé las escaleras lo más despacio posible. Por mi peso y estatura, mis pasos eran ligeros y no resonaban por el suelo, pero aun así tuve cuidado.
Llegué a la sala, dónde estaba al fondo la puerta que daba el exterior. No había nadie, excepto Sr. Tuko, quien estaba sobre el sofá, mirando mi llegada expectante. Abrí la puerta, escuchando el chirrido de parte de ella. La abrí lo necesario como para poder salir.
Corrí por las rocas y tierras y pedazos de césped ágilmente. No quería demorarme mucho. Adam podría ir a buscarme y no encontrarme dónde me había dejado, o también Jazmín, o Pattie, o Alexander.
(…)
El olor dentro era insoportable. Platos y vasos amontonados en el lavaplatos, sucios, de hace semanas. El suelo lleno de migajas, húmedo, con hongos. Todo estaba deteriorado. Papá no había hecho nada mientras yo no estaba. Me sentí mal por él en un momento, pero luego me arrepentí.
Fui a mi habitación, que se encontraba tal cual cómo la había dejado. Me agaché bajo para ver bajo mi cama y vi los libros. Todos.
Sonreí y los cogí entre mis manos, sintiendo el conocido tacto sobre mis dedos.
Revisé los títulos una vez más y comencé a ojearlos.
Lo que me llamó la atención, fue que entre las hojas de en medio había unos sobres y papeles. Arrugados y sucios, todos juntos. Tomé el más grande que se encontraba doblado por la mitad. Era suave, por más que estuviera arrugado. Un papel grueso, resistente. El miedo había comenzado a picar sobre mi cuero cabelludo. Lo desdoblé y comencé a leer con atención cada palabra.
El mundo cayó sobre mis pies.
—Adopción… —susurré, bajo mis propias lágrimas— Padres biológicos: Patrick Wells y Christina Wells. Padres adoptivos: Seth Deveraux y Amanda Deveraux… No… —me rompí en ese momento.
La presión era demasiada. Necesitaba procesar aquella información con tranquilidad. Volví a dejar todo en el libro y los cargué todos firmemente contra mi pecho para poder irme de aquella casa que jamás fue mía. Mi… padre, no había tenido ningún derecho sobre mí, cómo para golpearme todos estos años. ¿Y mi ‘’madre’’? Lloriquee todo el camino hasta llegar a la casa de Adam. Entré por la puerta de atrás, por la cocina.
Para mi suerte, no había nadie. Subí lo más rápido que pude las escaleras para ir directamente a la biblioteca. Me fui a un rincón, acuclillándome en una esquina y dejando todos los libros frente a mí.
Volví a sacar aquellos papeles y continué con mi lectura.
Organizaba sobre mi cama los pedidos que debíamos entregar de aquí a la semana que viene con los chicos. Tenía una pequeña agenda con la que podía allí anotar cosas para que no se me olviden. Suspiré mientras me frotaba los ojos. Estuve hablando sobre cómo, cuándo y en dónde entregaríamos los pedidos con Michael, quien aún no decidía. Me había dicho que me llamaría de aquí a una o dos horas más, por lo que tenía algo de tiempo.
— ¿Adam?
Escuché la voz de Beca detrás de la puerta, pero ésta no se abrió. Guardé todo en una mochila que escondí bajo mi cama antes de ir y abrí la puerta. Rebeca me daba la espalda y tenía el cabello revoltoso. Ella se dio vuelta, dejándome sin expresión; tenía los ojos hinchados y rojos por haber llorado mucho. Sus jeans tenían manchas que daban evidencia a que habían sido mojados con algo.
Temblaba y mucho, tenía los ojos oscuros, las pupilas dilatas y los labios resecos. Estaba pálida y tenía la mirada perdida. Ella se fijó en mí y suspiró entrecortadamente, mientras bajaba su cabeza y escondía su mirada.
— ¿Qué te sucedió? —exigí saber mientras agarraba con cariño uno de sus brazos y la llevaba hasta dentro de mi habitación. Cerré la puerta tras ella.
—Y-yo… —joder. Estaba aterrada. Solo tartamudeaba así cuando lo estaba. Me acerqué a ella y la abracé, estrechándola sobre mis brazos y reconfortándola de lo que fuese. Acaricié su enmarañado cabello mientras ella se hacía trizas sobre mí, derramando un mar de lágrimas sobre mi camiseta.
—Shh… ¿Quieres explicarme? ¿Qué ha sucedido?
Ella respondió alejándose de mí, intentando controlar su llanto. Sacó unos papeles de los bolsillos de su chaleco y me los tendió. Los tomé sin vacilar y abrí el sobre que parecía ser el papel más grande entre los que tenía en mi mano. Al leer el título, me quedé anonadado. Sentí a Beca moverse para ir a sentarse a mi cama, abrazando a uno de mis cojines. Dejé de leer la carta en cuanto llegué a los nombres de sus padres biológicos para poder mirarla. Tenía escondida la cabeza en la almohada y lloraba, como sospechaba. Dejé las cartas y notas sobre mi mesita de noche y me acosté junto a ella, estrechándola en mis brazos obligándola a terminar tumbada junto a mí.
— ¿Te sientes bien? —pregunté. Era claro que era una pregunta estúpida, pero no sabía qué hacer en ese momento.
Negó, mientras suspiraba. Mantenía los ojos cerrados, intentando así poder detener las lágrimas que continuaban saliendo.
— ¿V-viste… que tengo un hermano? —preguntó.
- ¿Hermano?- Besé la cabeza de Rebeca con suavidad para volver a tomar el papel que contenía la información más importante ahora. Observé los nombres con atención, guardando las palabras en mi cabeza.
Sus padres biológicos se llamaban Patrick y Christina Wells. Nacionalidad mexicana. Tenía un hermano, Kyle Wells…
— ¿Kyle Wells? —susurré. No, era imposible. Michael me había contado que la hermana de Kyle había muerto en una explosión en México junto con su madre.
Volví a revisar la información de Christina Wells; ‘’fallecida’’. Eso quería decir que había muerto antes de que entregaran a Rebeca en adopción.
—Tuve una… Pérdida de memoria… Los certificados médicos explicaban que había recibido un golpe muy fuerte en la nuca que me hizo perder cinco años de mi vida. Cuando me recupere tenía 15 años. Pensé un poco… Mi, uhm… papá, me decía que mi madre había muerto cuando yo tenía diez. Creo que me adoptaron a los doce, y también creo que mi madre adoptiva había muerto antes de que me entregaran a mi papá adoptivo. No sé si me entiendes… No sé explicarme… yo-.
—Tranquila Beca…
— ¿Tranquila? Eh vivido toda mi vida en una mentira… Ni si quiera me puedo explicar bien. Adam… —la callé besándola en los labios suavemente. Me aparté mientras suspiraba.
—Vamos a aclarar esto más tarde, ¿sí?
—Ni si quiera sé si mi padre o mi hermano biológico siguen vivos.
“Tengo ligeras sospechas de que tu hermano es Kyle, el que conociste.” Pensé en decirle, pero no quería alterarla más de lo que ella ya estaba.
—Intenta dormir, ¿vale?
—Vale…
— ¿Y Rebeca? Tranquila.
La apegué más a mí. Ella cerró los ojos mientras suspiraba. A los minutos estaba dormida.
Me levanté con cuidado de no despertarla y salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí y bajé. Mi madre estaba leyendo una revista en uno de los sofá, con la radio encendida en una emisora que tocaban canciones de los años 80’s y 70’s. Ella me miró y sonrió.
—Tu padre me invitó a salir esta noche, pero no quiero dejarlos solos.
—Tú tranquila. Yo cuido a Jazmín. – Me apresure a hablar-
—No hará falta. La dejaré durmiendo antes de salir. ¿Seguro que no hay problema? – Me miro, con duda
Suspiré y negué con la cabeza, sonriendo en su dirección.
—No. Ya hacía falta que salieran ambos juntos solos.
Ella río, mientras se sonrojaba.
Yo comencé a pensar en cómo estaría yo si supiera que era adoptado.
—Oh, bien. Le avisaré entonces a tu padre que saldremos.
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