If You've Got Trouble

Estaban algo nerviosos, pero sobre todo incómodos porque no podían quitarse los trajes coloridos y brillantes de sargento. Al entrar en el escondite de Yoko tendrían que sacarse los trajes de buzo, y no querían estar en ropa interior. George no quería quitarse su sombrero.

—No te entrará la escafandra —le dijo Paul como si su amigo fuera un niño pequeño que no comprendía las cosas.

—Pero me queda genial —refunfuñó George.

Una vez que tenían puestos los trajes de buzo, se despidieron de Evans y de Aspinall y salieron por la escotilla del submarino. Se sintieron extraños, pero más que nada sintieron como si estuvieran dentro de un horno. Casi no podían respirar por el calor que hacía dentro de los trajes, era demasiado asfixiante.

Era la primera vez que usaban trajes de buzo y nadaban a tanta profundidad del mar. Observando hacia arriba, podían ver al sol iluminar un poco el ambiente, pero las luces del submarino eran las que les daban una visión más clara del panorama. De haber sido la noche, de seguro sería más emocionante, claro que no se habrían atrevido a adentrarse al mar. Nadaron hasta la puerta sobre la pared de piedra, allí había una especie de volante. Intentaron girarlo pero este no cedía.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Ringo con decepción.

—Creo que sé qué hacer —dijo Brian, adelantándose a la puerta. El mánager parecía una caja de sorpresas, no conocían su lado astuto, pero sí lo conocían enojado y de ese modo era peor que soportar a una esposa celosa. Golpeó tres veces y esperó.

Los demás lo observaban sin comprender, se suponía que debía ser un "ataque sorpresa", y golpear la puerta los delataría. Sin embargo, una voz similar a la de una grabadora les preguntó: "¿contraseña?".

Los tres Beatles se miraron con curiosidad, al parecer no eran los únicos que ponían contraseñas para entrar a lugares privados.

—¿Cuál es? —preguntó George.

—No lo sé... —dijo Eppy, dubitativo.

Esperaron un momento en silencio, pensando en una posible solución para entrar; estaban seguros de que jamás adivinarían la contraseña secreta. Casi se dieron por vencidos cuando la misma voz de la grabadora dijo: "recuerda, tu Beatle favorito".

Los muchachos no podían creerlo, hasta rieron al escuchar eso. ¿Quién diría que la villana que los estaba acosando era su fanática y ponía a uno de ellos como contraseña? Supusieron que su Beatle favorito sería John, es decir, lo había secuestrado. Pero, al decir su nombre, la puerta siguió cerrada. Macca se adelantó y dijo fuerte y claro:

—Paul McCartney.

Por unos segundos, la puerta siguió cerrada. George y Ringo se miraron.

—¡Tengo una oportunidad! —exclamó con felicidad Rings; pero, en ese momento, la puerta se abrió.

—¿Quién lo diría? —preguntó Paul triunfante—. Todos me aman.

—Excepto los sujetos que nos alquilaron el submarino —le recordó George sonriente.

***

Al pasar por la puerta —la cual estaba hechizada para que ninguna gota de agua penetrara del otro lado—, se encontraron en un pasillo con muy poca iluminación. Allí se sacaron los trajes de buzo y finalmente respiraron aire puro, o al menos aire.

Observaron las paredes y notaron que estaban hechas de lodo seco, pero el ambiente olía a algo entre humedad y césped después de la lluvia.

—¿Ustedes también huelen a sudor o soy yo? —preguntó Ringo tapándose la nariz con una mano.

—Creo que son las paredes —explicó George.

—Brian, ¿recuerdas esto? —le preguntó Paul.

—Ehh... eso creo. No estoy muy seguro, apenas veo lo que hay alrededor —dijo el mánager, achinando sus ojos para una mejor visión.

—Creo que es como un pasillo, debemos seguirlo —se le ocurrió a George.

—Trato hecho —respondió Macca, y comenzaron a caminar en dirección contraria a la puerta por la cual habían accedido.

El pasillo hecho de tierra parecía ser sólido, pero aún así había un calor sofocante en el ambiente, los cuatro apenas podían respirar. Todo estaba en silencio y oscuridad, hasta que un trozo de lodo cayó en el hombro de George. 

—Demonios —exclamó este.

—¿Qué pasó? —preguntó Paul, intentando ver lo que ocurría.

—Me cayó lodo en el hombro, bueno... creo que es lodo —dijo George limpiándose el hombro con sus manos.

—¡No! —exclamó Ringo. 

—Descuida, estoy bien —le aseguró George.

—¿Y qué? ¡Manchaste el traje! El lodo no se quita, ¿lo sabías? ¿Acaso quieres aparecer en la portada del disco con un traje embarrado? ¡Ahora tendremos que ponerle hombreras! ¿Sabes lo duro que trabajó Maureen por ese traje?

—¿Pueden calmarse? Parecen una pareja de veinte años de matrimonio —dijo Paul.

—Mira quién habla, tú rescatarás a John como si fueras su príncipe azul y él tu dulce doncella —replicó George.

—¡Cierren la boca! —les gritó Eppy en un susurro—. Yoko se dará cuenta de que estamos aquí.

Los tres Beatles se calmaron y siguieron caminando en silencio. Les parecía extraño que el pasillo sea tan extenso. Ringo abanicaba sus manos en dirección a su rostro para poder respirar mejor; Paul se pasaba su muñeca por la frente para quitarse la transpiración; George pasaba sus dedos sobre su largo bigote para quitarse las gotas de sudor; Brian intentaba estirar el cuello del traje para no sentirse tan sofocado. Cuando, de repente, vieron una luz a lo lejos. Se miraron entre sí, o al menos lo intentaron porque la oscuridad era tan abundante que apenas veían siluetas. 

Se acercaron con sigilo para espiar qué es lo que había ahí, y lo que encontraron los horrorizó. 

—¡Están besándose! —exclamó Ringo en un susurro, estaba horrorizado.

—Agradece que tienen ropa puesta —le dijo George con una expresión que reflejaba repugnancia.

—¿Qué pasará con Cynthia? —preguntó Paul, casi tapándose los ojos.

—Eso no importa ahora, ¡debemos sacarlo de aquí! —propuso Brian, todos asintieron. 

—Propongo entrar golpeando algo —sugirió Rings—. Las mejores entradas son inesperadas, repentinas, como por arte de magia.

—Sugiero tirar esa gran biblioteca —dijo Paul, señalando la estantería de casi cuatro metros.

—¿No escuchan las idioteces que están diciendo? —preguntó George, sonaba fastidioso—. Todos saben que las mejores entradas son las explosivas, debemos hacer una explosión.

—¿Y cómo la provocaremos, genio? —preguntó Paul con sarcasmo. 

—¿Cómo piensas tirar una biblioteca de cuatro metros? —replicó Harrison. 

—Te empujaré contra ella —amenazó Macca.

—Son peores que niños de jardín de infantes —expresó Brian, tapándose la cara con una mano.

—¡Basta! —les dijo Ringo, interponiéndose entre sus compañeros que se miraban de manera amenazante—. Somos Beatles, ¿recuerdan? No podemos dejar que una discusión sobre la mejor entrada nos afecte, ¿acaso tienen cinco años? Zak es más maduro que ustedes dos juntos. 

Un silencio se formó en el ambiente.

—...Lo siento —dijo Macca.

—No, yo lo siento —reconoció George.

—No, YO lo siento —exclamó Paul.

—Pero yo lo siento MÁS —declaró Harrison, frunciendo el ceño.

—¡Suficiente! Se besan luego, ahora salvemos a John —les gritó Ringo en un susurro. Ambos se lanzaron miradas acusadoras. 

—Entremos y ya —propuso Brian, acercándose cada vez más a la luz.

***

—Yoko, me haces tan feliz —le dijo John acariciando su cabello.

—Lo mismo digo —respondió ella.

John no había notado que Yoko no demostraba sentimientos hacia él, su amor lo había dejado ciego. Mientras tanto, ella esperaba a los demás integrantes de la banda con ciertas ansias. Sabía que vendrían, conocía la lealtad de los Beatles, pero no estaba segura de cuándo lo harían. 

Había dejado ciertas trampas para que cayeran, como embrujar el mar para que se quedaran varados allí. Sabía que era imposible evitar las discusiones en un lugar cerrado como un submarino, tal vez se mataran entre ellos y Yoko se quitaría el problema de encima. También había hechizado a los sujetos del muelle para que no reconocieran a Paul. Su orgullo era demasiado alto y quizás, al no ser reconocido, se enfade con ambos y no quiera su ayuda. Por ende, no tendrían submarino y John se quedaría con ella por los siglos de los siglos.

—¿Estás bien? —le preguntó John—. Te noto distante.

—Me preocupa que quieran llevarte lejos de mí —mintió Yoko, era rápida para decir mentiras.

—Eso jamás sucederá porque te amo y no permitiré que me alejen de tu lado —le aseguró Lennon, besándola.

***

—¡Oigan, ustedes! —les gritó Paul a la pareja.

Decidieron seguir el consejo de Brian y entrar repentinamente. Pero la pareja no los miró siquiera, seguían besándose como un par de adolescentes. A los cuatro les parecía repugnante, John y Cynthia jamás se besaban así, a decir verdad pocas veces los habían visto besarse. Sentían pena por Cyn, era una mujer maravillosa y Lennon con frecuencia solía despreciarla. 

—¡Te lo advierto Ono, devuélveme a mi amigo o vas a sufrir! —siguió Paul.

—Algo no anda bien... —comentó Brian dubitativo al ver que John y Yoko ni siquiera los escuchaban. 

Los tres Beatles se acercaron al par y el mánager se dio cuenta de la trampa de Ono. 

—¡NO! —les gritó, pero ya era tarde. 

Una jaula cayó del techo y los atrapó, ahora no podrían salir y sabían que Yoko podría aparecer en cualquier momento, queriendo destruirlos... Brian iba a ayudarlos, pero escuchó unos ruidos en el pasillo y supuso que sería Ono. Corrió hasta una mesa y se escondió debajo, tapándose con el mantel que llegaba hasta el suelo. Su corazón latía con fuerza, era el único que podía salvar a sus amigos.

Unos pasos lentos se escucharon a unos metros de distancia. El mánager corrió un poco el mantel y pudo verla: Ono estaba de pie observando la jaula con satisfacción, de brazos cruzados y sonriendo con maldad. 

—Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? 

***

¡Nuevo capítulo! Los Beatles entraron en el escondite de Yoko, pero les tendió una trampa y ahora están atrapados. ¿Cómo saldrán de allí? ¿Qué pasará con Brian? ¿Cómo rescatarán a John? Todo eso y mucho más en el siguiente capítulo (? ¡Gracias por leer!

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