Dos mundos, un infierno
Se podía ver un pequeño diablillo, vestido con un uniforme algo arrugado, sentado detrás del mostrador en lo que parecía ser una tienda de conveniencia. Sus diminutos cuernos asomaban entre un desorden de cabello negro, y su mirada estaba fija en su teléfono, con una expresión monótona y de aburrimiento evidente. La luz fluorescente del local parpadeaba levemente, proyectando un brillo pálido sobre los estantes de productos y el suelo desgastado.
El silencio fue interrumpido por el sonido agudo y mecánico de un sensor. La puerta de entrada se deslizó, emitiendo un pitido que alertó al diablillo. Alzó la vista perezosamente, acostumbrado a la rutina, pero su expresión se mantuvo indiferente.
Waylon atravesó la entrada, con una postura relajada y una expresión igual de monótona, como si la misma vida hubiera perdido sabor para él. Sin prisa, se dirigió hacia el mostrador, y el pequeño demonio le siguió con la mirada, apenas parpadeando.
WAYLON: Cigarros. -Dijo sin emoción, su voz resonando grave y seca, cortando el aire de forma directa-
El diablillo, casi de forma automática, soltó su teléfono sobre el mostrador con un leve clic, dándole la espalda a Waylon para alcanzar una cajetilla de cigarrillos de un estante repleto de marcas que no conocía. Los nombres estaban escritos en lenguas extrañas, con logotipos y dibujos grotescos que desafiaban la lógica. Waylon no parecía interesado en los detalles; sólo quería calmar sus pensamientos.
Waylon aprovechó para recoger un encendedor de una canasta, sin molestarse en ver su diseño. Depositó ambos objetos en el mostrador y el diablillo se limitó a registrar la compra sin pronunciar palabra, como si estuviera demasiado acostumbrado a la monotonía de su trabajo. La transacción fue rápida y silenciosa, y en cuestión de segundos, Waylon salió de la tienda, empujando la puerta con su hombro.
Una vez afuera, inhaló profundamente, dejando que el aire caliente y denso del infierno llenara sus pulmones. Con la mirada perdida y sin ningún propósito claro, empezó a caminar por las calles, buscando un rincón donde pudiera encender su cigarro y dejarse llevar por el humo.
En cierto punto de su recorrido, Waylon había llegado a una calle completamente desolada. El bullicio de la ciudad parecía haberse desvanecido, y sólo quedaba un eco lejano que se perdía en la brisa cálida y pesada del infierno. La calle estaba flanqueada por edificios lúgubres y grises, con ventanas sucias y letreros apenas iluminados. No había demonios deambulando, y el silencio era tan denso que se podía escuchar el débil zumbido de un transformador de luz cercano.
Decidió recargarse contra la pared de una tienda de electrónica abandonada. Sus muros estaban cubiertos de graffiti en idiomas y símbolos que parecían sacados de un mal sueño. Unos carteles maltratados y descoloridos mostraban imágenes de artefactos irreconocibles, con etiquetas en lenguas arcaicas. Era el tipo de lugar que no inspiraba confianza, pero a Waylon le pareció un buen sitio para detenerse, relajarse y procesar todo lo que había sucedido.
Sin pensarlo mucho, sacó un cigarro de la cajetilla y un encendedor. Colocó el cigarro entre sus labios, encendió la llama y lo prendió, sus movimientos eran casi mecánicos, como si lo hubiera hecho miles de veces. Inhaló profundamente, dejando que el humo espeso llenara sus pulmones. Por un momento, cerró los ojos y dejó que el efecto calmante del tabaco tomara control, como un viejo hábito que había sobrevivido incluso a su propia muerte.
Al exhalar, el humo se disipó lentamente en el aire cálido de la calle vacía. Fue entonces cuando alzó la vista y se vio reflejado en la ventana polvorienta de la tienda. La imagen era borrosa y algo distorsionada, pero suficiente para que Waylon pudiera ver en qué se había convertido.
Allí, reflejado en el vidrio sucio y rayado, estaba su nueva forma: una figura alta y robusta, cubierta de un pelaje gris oscuro que apenas dejaba entrever los músculos tensos de su cuerpo. Sus ojos, antes humanos, ahora eran dos orbes brillantes de un tono rojo profundo. Sus manos, aquellas que en vida sostuvieron un rifle con una precisión letal, ahora terminaban en garras afiladas que podían destrozar con la misma eficacia que disparaban.
Pero lo que más le llamaba la atención era la cola, esponjosa y gris, moviéndose de un lado a otro en un reflejo instintivo. Era como si su nuevo cuerpo intentara recordarle constantemente que ya no pertenecía al mundo que había dejado atrás.
Se quedó ahí, observándose en silencio, mientras el cigarro se consumía entre sus dedos, y una amarga sensación de resignación y desconcierto se apoderaba de él.
Waylon: ¿Qué mamada? -Murmuró, su voz apenas era un susurro entre el zumbido lejano de la ciudad-
Guardó el encendedor en el bolsillo y se acercó más a la ventana para verse mejor. Sus manos, ahora con garras largas y afiladas, rozaron el vidrio sucio mientras intentaba encontrar su reflejo entre las manchas de polvo y las rayaduras.
Lo que vio lo dejó atónito.
Había algo familiar en aquella figura lupina que lo observaba desde el otro lado del cristal, pero a la vez era completamente ajeno. Su pelaje era de un tono gris oscuro, suave y espeso, destacando en algunas zonas como las mejillas y la parte superior de la cabeza. Sus orejas eran grandes y puntiagudas, encajando perfectamente con la estructura de un lobo, dándole una apariencia salvaje y alerta. Su cabello, de un color plateado, estaba peinado hacia un lado, aunque ligeramente desordenado, como si una brisa invisible lo hubiese agitado.
Pero lo que realmente llamaba la atención eran sus ojos: dos orbes rojizos que contrastaban dramáticamente contra su pelaje gris. Los ojos parecían arder, dándole un toque intenso y ligeramente intimidante. Las cejas gruesas y oscuras se inclinaban hacia abajo, proyectando una expresión grave y pensativa que lo hacía parecer siempre en alerta, incluso en ese momento de incertidumbre.
Se miró las manos con detenimiento: dedos largos y estilizados terminaban en garras negras y afiladas, como si sus manos estuvieran diseñadas para sujetar y desgarrar con una precisión letal.
Waylon: No puede ser... -Susurró con un tono de incredulidad, tocándose el rostro lentamente, como si el simple hecho de rozar su propia piel pudiera confirmar lo que sus ojos le decían-
Waylon: Soy... soy un perro, un maldito perrote. Con razón me dijeron pulgoso...
Pasó las garras por sus mejillas, sintiendo el pelaje suave y denso bajo sus dedos. Tocó sus orejas, grandes y puntiagudas, que reaccionaban instintivamente a cualquier ruido lejano, girándose hacia la fuente del sonido como si tuvieran vida propia. Finalmente, se dio una vuelta rápida para confirmar lo que ya sabía: una larga cola peluda, con un degradado entre gris y blanco, se balanceaba perezosamente tras él, como si le recordara cada segundo su nueva condición.
Waylon: Soy... soy un animal. -Dijo las palabras en voz baja, casi esperando que el eco en la calle vacía desmintiera su afirmación. Pero la imagen reflejada no cambiaba-.
Waylon: Si soy una especie de animal... ¿no me pasarán ese tipo de cosas? -Continuó, pensando en voz alta-. Pulgas, rabia, celo... Mierda.
Cerró los ojos un momento, inhalando profundamente. El humo del cigarro ya se había disipado, dejando sólo el aroma rancio del tabaco mezclado con su propio olor lupino.
Waylon: Bueno, habrá que averiguar eso en su momento. -Se obligó a centrarse, alejándose del cristal para tomar algo de perspectiva-. Por ahora... tengo que ver qué haré.
Se enderezó, sacudiendo la cabeza para aclarar sus pensamientos. Todo seguía siendo confuso, pero al menos ahora sabía en qué se había convertido. Lo que eso significará para su existencia en este lugar era un misterio por resolver, pero lo primero sería mantenerse en pie y averiguar las reglas de este extraño mundo.
Waylon: A ver, recapitulemos... -Murmuró para sí mismo, volviendo a inhalar el humo del cigarro mientras observaba el vacío de la calle-
Miró a su alrededor, todavía tratando de asimilar la extraña familiaridad de aquel lugar, que a pesar de estar en el infierno, se parecía más a una ciudad humana que al paisaje de tortura eterna que había imaginado. Edificios de aspecto gótico, luces rojas parpadeando en neones destartalados y una mezcla de sonidos urbanos y chillidos lejanos que, de alguna manera, se integraban en el ambiente sin parecer fuera de lugar.
Waylon: Entonces... morí, estoy en el infierno, y soy un maldito perro... -Continuó, como si decirlo en voz alta ayudara a ordenar sus pensamientos-. ¿Pero cómo diablos funcionan las cosas aquí? ¿Puedo ganar dinero como lo hacía en el mundo? ¿O sea que tengo que buscar un trabajo para sobrevivir?
Soltó una risa amarga, dándose cuenta de que en cierto sentido, era como una segunda oportunidad, una especie de "nueva vida". Pero el hecho de que fuera en el infierno le daba una sensación de decadencia y desolación inevitable. Era como una segunda vida, sí... solo que mucho peor.
Waylon: Y con "peor" me refiero a que esto es el infierno. El mismo maldito infierno que comparte espacio con tipos como Jeffrey Dahmer... -Un escalofrío recorrió su espalda, haciendo que se abrazara a sí mismo, pensativo-. Carajo, ¿cuántos enfermos habrá aquí? ¿Estarán todos esos asesinos seriales?
La idea de cruzarse con semejantes figuras le provocaba una mezcla de inquietud y repulsión. No quería ni imaginarse con quiénes podría terminar compartiendo una esquina o un callejón.
Waylon: Si es así, mejor encuentro un lugar bien alejado de ellos. No pienso vivir rodeado de locos...
Miró la colilla de su cigarro, aún incandescente, antes de lanzarla al suelo y aplastarla con su bota. Sabía que tendría que enfrentarse a muchas cosas en este lugar, pero su mente ya se ocupaba en planear cómo sobrevivir, cómo evitar lo peor de lo peor y, si era posible, mantener la cordura en ese mundo retorcido.
[...]
Mientras tanto, en otra parte del mundo...
La escena se trasladaba a un puerto en Los Ángeles. Un almacén oscuro se alzaba junto a los muelles, con el sonido del oleaje golpeando las vigas y la brisa salada filtrándose por las paredes. En el interior, todo estaba envuelto en penumbras, sin una sola ventana que permitiera el paso de la luz de la luna. Sin embargo, si esa oscuridad se disipara, se podría distinguir a Eddie y Miles, atados espalda con espalda. Cadenas gruesas rodeaban sus cinturas, asegurándolos en una posición incómoda y precaria.
Eddie: ...Pero... qué gran plan... -Suspiró, el sarcasmo presente en su tono-
Miles: No salió como lo esperaba... -Admitió, con una mueca de frustración-
Eddie: Claro... ¿y la granada fue por accidente? -Comentó, mirando hacia un lado con evidente exasperación-
Miles: Bueno... no quería darle al vehículo que estaba al lado -Eespondió, con un tono algo defensivo-
Eddie: -Suspirando con pesadez- En serio... ¿tú y el otro son los mejores hombres de Blackout? -Soltó, intentando contener su molestia-
Miles: Todo fue un accidente. Además, la pelona de Loona no hizo su trabajo -Replicó, irritado-
Eddie: Bueno... en eso tienes razón -Concedió, asintiendo ligeramente-
Miles: Su tarea era vigilarnos y avisar si algo iba mal, pero no hizo nada -Añadió, con tono crítico-
Eddie: Entonces... ¿la granada fue una improvisación? -Preguntó, alzando una ceja-
Miles: Era eso o morir en ese momento. No había opción -Respondió, convencido de su decisión-
Eddie: Tienes razón... -Dijo, resignado-. Me pregunto dónde estarán Jacob y Loona...
No había pasado mucho desde que capturaron a Eddie y Miles. Yo y Loona nos separamos de ellos durante el caos y la explosión, escondiéndonos entre las atracciones de la playa. No tenía idea de que seríamos emboscados de aquella manera, y ahora solo podíamos esperar un momento oportuno para actuar.
En una esquina apartada, Loona observaba los alrededores, con la mandíbula apretada y una mirada molesta.
Loona: Tu amigo Miles fue un pendejo... -Murmuró, con un dejo de frustración.
Jacob: Vete acostumbrando -Respondí, encogiéndome de hombros, ya que sabía que no sería la última vez que algo así ocurriría-
Loona: ¿Tienes algo en mente? -Preguntó, cruzando los brazos con una mezcla de curiosidad y escepticismo-
Jacob: En la agencia nos implantaron una baliza... así sabremos la ubicación del otro -Respondí, encogiéndome de hombros como si fuera lo más natural del mundo-
Loona: ¿Qué? Eso es... demasiado exagerado y extraño... -Replicó, frunciendo el ceño-. ¿Y dónde se las meten? ¿Por el culo? -Preguntó con una risa sarcástica, disfrutando el toque de burla en su tono-
Jacob: No precisamente ahí... -Respondí, evitando la mirada con algo de incomodidad-. Más bien están en nuestra zona de la espalda baja -Expliqué, palmeándome ligeramente la zona para indicarle el lugar exacto-
Loona: Bueno, entonces rastrealos -Dijo, moviendo la mano en un gesto como si fuera lo más obvio-
Jacob: No soy un puto perro, Loona. Me tiene que llegar la señal al chip... -Respondí, irritado, y luego añadí con un tono más mordaz-. Además, tú fuiste quien la cagó por andar en... sea lo que sea que estabas haciendo.
Loona: ¿Ah, muy huevudo? -Soltó, con una mirada desafiante mientras daba un paso hacia mí-. Parece que tienes los huevos suficientes como para hablarme en ese tono -Espetó, apretando los puños-
Jacon: Sí, claro... ahora la flaca paliducha no se aguanta -Le respondí, con una sonrisa sarcástica.
Loona: No me aguantas un chingazo, cabrón -Respondió, enseñando los colmillos en una mueca desafiante-
Pensé en lo absurdo que esto era... Parecía una pelea de secundaria. La frustración me quemaba por dentro; ella había sido la culpable de que perdiéramos el control de la situación. Se distrajo y no avisó cuando el objetivo llegó al lugar... y ahora, dos de los nuestros habían sido secuestrados, además de la masacre innecesaria en el club nocturno. Todo por su incompetencia.
Jacob: ¿Sabes? No tiene caso, ni sentido alguno, hablar con escoria como tú. -Dije con desdén, sin importarme su reacción-. Así que será mejor que cierres el hocico y empecemos a buscar a los demás -Añadí, dándole la espalda, decidido a acabar con esta discusión inútil-
Loona: Tienes razón, idiota, importa más buscar a los nuestros que seguir escuchando tus pendejadas -Dijo, sin ocultar su exasperación mientras desviaba la mirada, claramente irritada-
Pensé en cómo su presencia me incomodaba profundamente. Para ser honesto, no me caía para nada bien. Tenía ese olor persistente a cigarro, hablaba sin filtro, y se comportaba como una adolescente problemática. Al parecer, tendría que aguantarla hasta que ella decidiera renunciar. Sin responderle, abrí mi interfaz y busqué a Miles en los registros de contacto, rastreando su señal y ADN. Pasé de panel en panel hasta localizar su última ubicación, en el puerto.
Jacob: Bueno, ya sé dónde están, sígueme -Dije con firmeza, cerrando la interfaz-
Loona asintió con la cabeza y se dirigió directamente a mi auto, abriendo la puerta del copiloto y sentándose sin siquiera pedirme permiso. No era que me molestara su compañía, pero el mínimo respeto por lo ajeno no le vendría mal. Decidí no hacer comentarios y simplemente me subí en silencio.
Durante el trayecto en auto, el ambiente se volvió incómodamente pesado. Loona estaba completamente ensimismada en su teléfono, ignorándome como si fuera una adolescente de 16 años autodiagnosticada con depresión. Era hábil en combate, sí, pero su irresponsabilidad había puesto en peligro a nuestros compañeros. Eddie y Miles fueron capturados porque ella, como vigía, se distrajo y no avisó cuando los enemigos entraron en nuestra zona. A este ritmo, tendría que contactar a Yamata como refuerzo si las cosas se complicaban.
[...]
UNA SEMANA DESPUÉS...
Por fin, un poco de paz y tranquilidad. Eddie y Loona se habían ido, Yamata ya no me parecía tan insoportable como antes, y la relación con Miles había mejorado. Cada día me sentía más cerca de presentar mi renuncia. Ojalá Waylon estuviera aquí para conocer a mi hija.
Aunque me llevaba bien con Eddie, cada misión en la que él estaba presente se volvía agotadora y extensa. Pasamos días enteros rastreando personas que a veces ni siquiera estaban en la ciudad, como aquel individuo que descubrimos en Seattle tras dos días de búsqueda. Ahora, sin misiones tan complicadas y con Loona fuera de mi vista, me sentía mucho más tranquilo.
Además, no me quedaba duda de que Loona era aquella mujer que me seguía en el bar. Todo coincidía: los ojos rojos, el cabello largo y plateado, el lado rapado, la piel pálida, las caderas y el estilo gótico. Si volvía a encontrarme con ella, no dudaría en llenarle el cerebro de plomo.
Ahora, estaba en la sala de mi hogar, disfrutando de un momento de calma junto a Allison. Me senté junto a ella en el sofá, envolviéndola en un abrazo mientras acariciaba suavemente su cabello. Ambos mirábamos la televisión, sintiendo una tranquilidad que no había experimentado en mucho tiempo.
Allison: Y... ¿qué te parece Katherine? -Dijo con una sonrisa mientras se acariciaba el vientre, llena de ilusión-
Jacob: Mmm... suena bien, pero creo que podríamos encontrar un nombre aún mejor. -Respondí, meditando un poco-. ¿Qué tal Ivy? —propuse, mirándola con una leve sonrisa.
Allison: Corto y bonito... -Respondió, reflexionando por un momento-. Pero, ¿qué tal Melody? -Sugirió, sus ojos brillando de emoción-
Jacob: Oh, ese suena perfecto -Dije con una sonrisa, sintiendo una calidez que me envolvía al escuchar el nombre-
Allison: ¿Te gustó? -Preguntó con dulzura, mirándome a los ojos-
Jacob: Sí, amor. Melody suena perfecto para nuestra hija -Respondí, acariciando suavemente su vientre con ternura-. Será nuestra pequeña Melody.
Allison: Te amo mucho, mi guapo asesino -Dijo, sonriendo con cariño-
Jacob: Yo también te amo, mi bella esposa -Respondí, sintiendo que todo era perfecto en ese momento-
Melody... Ese sería el nombre de mi tan esperada hija, Melody Shnyder. Por fin tendría la familia feliz que siempre soñé. Pero eso sí, cuidaría a mi pequeña de cualquiera que se atreviera a ponerle un dedo encima... y, especialmente, la mantendría lejos de su abuelo.
Me invadieron recuerdos de mi infancia, momentos que, aunque lejanos, seguían tan presentes como si hubieran ocurrido ayer. Tenía 11 años cuando mi madre falleció. Ella era la persona más dulce y amorosa que jamás haya conocido, siempre asegurándose de mi bienestar físico y emocional. Era mi refugio en los días difíciles, mi apoyo incondicional. Su ausencia dejó un vacío inmenso en mi corazón, uno que nunca pude llenar del todo.
Siempre recuerdo cómo, cuando estaba desanimado, me llevaba a la playa. Decía que el sonido del oleaje era como un susurro del universo, diciéndonos que todo estaría bien. Cerraba los ojos, dejándome envolver por el murmullo del agua, sintiendo la brisa salada en mi rostro, y por unos instantes, el peso de mis preocupaciones se desvanecía. Cielos, Ma... en serio que me haces falta. Desearía tanto que pudieras conocer a tu nieta, Melody. Estoy seguro de que te encantaría.
En contraste, mi padre sigue entre nosotros. Pero es un hombre muy distinto. Siempre fue frío, reservado, alguien que rara vez mostraba sus emociones. De carácter fuerte, honesto y calculador, había sido militar en sus mejores años, aunque ahora está retirado. La muerte de mi madre lo afectó, lo sé. Pero nunca permitió que nadie lo viera vulnerable. Ni una lágrima derramó en el funeral de la mujer que amaba. ¿Es que acaso ese hombre no tiene sentimientos? A veces me pregunto si esa fachada rígida que construyó era su forma de protegerse o simplemente de protegerme a mí.
Allison: Oye amor, mis padres llamaron hace unos días. Dicen que nos invitarán a cenar -Dijo con una sonrisa mientras acariciaba suavemente su vientre-
Jacob: Oh, ¿en serio? -Pregunté con curiosidad-. Eso suena fantástico. ¿Cuándo será? -Añadí, tratando de ocultar la ligera inquietud que siempre siento en estas ocasiones-
Allison: Será el sábado. ¿Estarás libre del trabajo? -Preguntó con ternura, mirándome a los ojos-
Jacob: Sí, amor, claro que sí -Respondí con una sonrisa tranquila-
La vida... a veces puede ser realmente hermosa. Cenar con mis suegros me trae recuerdos de la primera vez que los conocí. Tenía apenas 16 años, y estaba completamente nervioso. De hecho, estaba aterrorizado. La idea de conocer a los padres de Allison, que en ese entonces ya era mi mundo entero, me causaba una ansiedad terrible.
Su padre, un hombre de carácter fuerte pero con una actitud despreocupada, trabajaba como abogado. Siempre tenía esa calma que lo hacía parecer imperturbable, algo que envidiaba. Su madre, en cambio, era una mujer con un porte más formal, alguien que valoraba el orden y la disciplina. Era fuerte, sí, pero de una manera que transmitía respeto, no miedo.
Recuerdo cómo ambos me recibieron con una calidez inesperada. Me hicieron sentir como si siempre hubiera sido parte de su familia. Me apoyaron en cada paso de mi relación con Allison, y por eso estoy profundamente agradecido. Tener a Allison en mi vida, tener esta familia, es algo que nunca daré por sentado.
Mientras observaba a Allison acariciar su vientre, no pude evitar sonreír. Melody aún no ha llegado, pero ya siento que este pequeño ser traerá una felicidad que nunca imaginé. Este es mi hogar, mi paz. Y por primera vez en mucho tiempo, siento que todo está en su lugar.
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