Capítulo 7


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—Bienvenida a tu nuevo hogar.

Comento al cruzar el umbral del dormitorio arrastrando mi maleta. Echo un vistazo al lugar y sonrío. La residencia es preciosa, tiene su estilo arquitectónico antiguo.

Hay dos habitaciones, miro en ambos lados en busca de alguna señal de mi compañera, al parecer no ha llegado porque las habitaciones están vacías. Aprovecho para ocupar una dejando mis cosas a un lado de la puerta.

—¿Algo más que se le ofrezca a la Reina? —habla mi hermano con sarcasmo al acceder con el resto del equipaje —porque no pretendo dar una segunda vuelta.

—Te quejas demasiado, bro —atrás de él se asoma el rubio —nosotros vivimos donde tampoco hay elevador.

Ian me regala una sonrisa confidencial. Al fin estamos juntos en la misma ciudad, Berlín. Aunque mi plan desde un principio ha sido por la universidad donde estudiaré diseño.

—No me arruines el momento para ser un hermano nefasto —agita Aníbal su mano al aire donde tiene un tatuaje —en fin, si necesitas algo, nos marcas y vendremos de inmediato. Ahora mismo tengo que ir al trabajo, ¿vienes, Ian?

El rubio sale de su letargo apartando la mirada de mí.

—Uh, creo que invadiré un rato este lugar. Ya sabes, Heidi no conoce nada y será mejor ayudarla.

Aníbal intercala la mirada en ambos. Las manos comienzan a sudarme de los nervios que comience a sospechar.

—Mmm, okey. Como gustes.

Quiero pegar de saltitos.

—Estaré bien, Aníbalito —me escudriñe de mala gana —ve a trabajar que mi nuevo esclavo desempacará mis cosas, ¿verdad?

Le palmeo el hombro al rubio y plasma una mueca mientras sonrío con inocencia.

—Sí, espero que me pagues —realiza un gesto con los dedos refiriéndose a dinero.

Mi hermano no comenta sobre la situación y se despide dándome un fuerte abrazo. La residencia está recibiendo a todas las alumnas un mes antes de que inicien las clases, así que tengo tiempo de organizar todo lo que he traído y vaya que es bastante. No bromeo cuando digo que necesito manos extras.

Dejar Múnich atrás ha sido difícil, pero mi madre insistió diciendo que es lo mejor para mí con tal de no seguir pensando en la situación de mi padre o terminaré enfermándome.

Pasan diez minutos mientras comenzamos a desempacar una caja donde guardo las sábanas y almohadas. Forramos la cama con la tela llena de estampados de flamingos.

Me siento demasiado feliz.

Ian me abraza con fuerza, correspondo el gesto rodeándole el cuello.

—Siempre supe que lo lograrías —murmura sobre mi frente —la universidad será un caos, pero habrá buenos momentos. Te lo aseguro.

—¿Y tú vas a ser ese buen momento, Ian Luther? —plasmo un puchero al llamarle como está en su libro que hace un año salió a la venta —hay muchas cosas que quiero hacer contigo y estaban pendientes.

Sus mejillas se tiñen de rojo y el color le envuelve todo el rostro. Mis dedos vagan sobre su pecho y enseguida le echa un vistazo a la hora en su celular.

—Tengo que estar a las 3:30 en la editorial, por lo que tenemos dos horas con diecinueve minutos para hacer lo que queramos.

Me besa la mejilla y se aleja para proseguir desempacando las cajas. Suelto un bufido por tomarme el pelo, llevo esperando estar con él de una manera más íntima. Suspiro hondo y ni siquiera le doy vueltas al asunto.

—Necesito que me ayudes en hacer la prueba del colchón —me tambaleo sobre mis talones —claro, si gustas.

Gira la cabeza en mi dirección enarcando una ceja y finjo demencia bajando la cabeza reprimiendo una sonrisa.

Ian retrocede y de pronto escucho el pestillo de la puerta para asegurarla. Su sonrisa se ensancha llena de malicia y noto en su mirada que ha deseado esto tanto como yo. Camino hacia él para tirar de su mano y envolverlo con mis brazos, mi boca colisiona con la suya, donde nuestros labios se acarician y mi corazón late con desenfreno preparada para ir más allá de caricias.

Nuestros labios juegan sin desesperación, gimo al sentir su lengua introduciéndose en mi boca y la sangre comienza a hervirme todo el sistema subiendo unos cuantos grados al ambiente. Mis manos se cuelan entre sus hebras rubias y lo arrastro hacia la cama sin terminar la batalla de besos que me enloquecen. Una de sus manos se desliza tras mi espalda bajo la blusa mientras que con la otra me presiona la cintura, un cumulo de sensaciones se desata en mi estómago provocado por sus yemas.

Hay caricias por un breve instante sin necesidad de apresurar nuestro momento, me entretengo acariciando su piel sin despegar nuestros labios a la vez que sus dedos serpentean por mi vientre hasta subir, Ian ahoga un jadeo al percatarse que no llevo encima sostén y puedo jurar que está sonriendo. Su mano ejerce presión sobre mi seno trazando círculos con su pulgar en mi pezón, tiro de su cabello tomando un puñado disfrutando de su toque.

Alzo los brazos con el fin de deshacerme de la prenda, así como él tira del dobladillo de su camisa exponiendo su torso. Sus labios se separan para comenzar a descender hacia mi cuello depositando mordiscos y besos húmedos. Me aferro a sus hombros al sentir las piernas fallarme.

Me tumba en el colchón acomodando mi espalda, Ian no tarda en quedar encima recargando sus brazos a los costados de mi cabeza, sus manos vuelven a serpentear por todo mi cuerpo mirándome con ternura y deseo, sus orbes azules se han dilatado. No me gusta quedarme atrás y ser quien obtenga toda la diversión, desabotono su pantalón hasta apartárselo de encima, me ayuda hacer lo mismo hasta quedar en bragas.

Mi respiración se entrecorta cuando su húmeda lengua atrapa mi seno, arqueo la espalda soltando jadeos. La sensación en mi entrepierna aparece, Ian provoca que me humedezca con rapidez. Mis manos exploran su torso, no es de cuerpo atlético, pero me encanta lo que tengo a la vista.

Dioses, la tensión sexual nos había envuelto por bastante tiempo y la espera me volvía loca. Cada vez que estaba frente a él quería sentir sus manos sobre mí. No es por sonar desesperada, pero el cuerpo lo pedía a gritos.

Mordisqueo sus hombros hasta llegar al hueco de su cuello, deja escapar varios gruñidos cerca de mi oído, como consecuencia, la piel se me eriza.

No tardamos en despojarnos de las ultimas prendas para disfrutar de nuestra desnudez frente al otro, no tengo vergüenza de como luzco. Aferro mis piernas alrededor de su cintura atrayéndolo a mi pecho donde reparto besos en su mejilla. Ambos jadeamos cuando siento su miembro empujar hacia mi entrada con lentitud, ninguno sabe cómo rayos moverse o que hacer, sin embargo, disfrutamos el vaivén de nuestras caderas y nuestros pechos ejerciendo fricción, es imposible retener los sonidos que producen mis cuerdas vocales haciéndole saber lo mucho que me gusta. Hay demasiadas sensaciones apoderándose de cada fibra de mi cuerpo, me permito disfrutar a pesar de que las manos y piernas me tiemblan por el pequeño dolor de las embestidas, no es como que Ian sea un dios en esto.

Entrelaza sus dedos con los míos llevando los brazos por arriba de mi cabeza mientras suelta palabras entre gruñidos.

Al poco tiempo, empiezo a sentir el calor invadirme la entrepierna dándome a entender que el orgasmo está cerca, clavo mis uñas a los costados de sus hombros y su boca se estampa con la mía al explotar. Presiono los ojos con las sensaciones recorriéndome hasta regular nuestras respiraciones, sonrío ocultando el dolor.

Ian murmura algo que no logro comprender al estar en mi nube.

—¿Estás bien? —sisea cerca de mi oído.

—Creo que nunca había estado mejor, ¿y tú? —recorro su barbilla hasta acunar su mejilla con una mano.

—Me siento derrotado —libera una risita en un intento de recuperar el aliento —te amo, ¿vale?

—Me lo has dicho tantas veces —suspiro como boba enamorada —no me canso de escucharlo, yo también te amo, Ian.

Ahora bien, cualquiera imaginaria que la escena se convertiría en algo super dulce, no obstante, no tuvimos remedio que limpiarnos, cambiar las sábanas e ir directo a la farmacia por la bendita pastilla.

Sé que esto ha sido el principio, hemos llevado una relación por mucho tiempo y espero que podamos formalizarla ahora que vivimos en la misma ciudad, no espero que el rubio se convierta en mi media naranja, no creo en esas chorreadas, lo único que sé, es que lo seguiré queriendo como lo hace conmigo hasta donde el tiempo nos permita.

Habrá más sexo, pero la diversión y buenos momentos también llegarán. 

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