Hechizo de viento y sombra parte 5

—Le dije que sí y tratamos de hacer el ritual de iniciación vampírica una vez con Esperanza y Jere, pero no funcionó —le conté a Majo, sentado en la cocina comedor que daba a la terraza del viejo PH en Colegiales, mientras su gata Freya insistía con morderme las piernas—. No sé bien qué pasó, pero los chicos me dijeron que mis poderes se descontrolaron. Yo solo recuerdo que recitamos algo, en una iglesia abandonada. Después, un borrón negro. Cuando desperté estábamos empapados, porque conjuré una tormenta adentro del edificio. Eso fue una semana después de lo que viste en el video.

—Dejalo en paz, Freya. —Majo retó a su gata y después me miró—. Me dejás boquiabierta con lo que me contaste. Entonces, ¿la iniciación fracasó? ¿No te vas a hacer vampiro?

—Vamos a intentarlo otra vez la próxima luna nueva.

—Amigo, ¿lo pensaste bien? ¿Estás listo para dejar de ser humano? Además, Uriel te dijo que tus poderes van a cambiar.

—Dijo que era una posibilidad —señalé, antes de dar un suspiro—. Aunque tengo mis dudas, ya lo pensé bien, Majo. Al fin y al cabo, ¿con qué estoy comparando lo que me ofrece Uriel? Con la muerte: de mi cuerpo, de las relaciones, del deseo. Cada día me cuesta más levantarme y enfrentar este mundo de mierda. Todos los sistemas mágicos que conocí sucumben ante el tiempo. Excepto la taumaturgia de los vampiros.

Nos quedamos en silencio un rato, mirando el vacío. Después, Majo se levantó de la mesa.

—Te entiendo... Bancame que voy a cambiar la yerba.

—Dale.

Espanté a Freya, que quería seguir jugando. Ofendida, se fue al sillón, desde donde siguió observándome. Unos segundos después, volvió Majo.

—Le agregué cubitos al jugo y está bien fresco —dijo, pasándome el vaso de tereré lleno.

—Gracias.

Di unos cuantos sorbos. Estaba rico y frío, aunque me provocó un poco de acidez.

—Perdoname, Tony.

—¿Por qué? —le pregunté, segundos antes de sentir un mareo y que me invadiera el sueño. Miré el vaso—. Majo... ¿qué hiciste?

—No podemos dejar que te lleven los vampiros. No después de todas las pruebas que te hicimos atravesar para que tu poder despierte... —dijo, dándome un beso en el cachete.

—Majo...

Freya miró a su ama y maulló, asustada, antes de salir corriendo. La chica agarró su celular, mientras yo me derrumbaba sobre la mesa.

—La farsa se terminó: ya no podemos seguir jugando a la bandita de hechiceros. No cuando los vampiros casi nos ganan de mano... Vengan a casa. —dijo Majo en un mensaje de voz.

Fue lo último que escuché antes de que todo se oscureciera.

***

Cuando abrí los ojos, estaba de pie, en la terraza de Majo, atado a una cruz de madera. El viento sacudía las copas de los árboles y se sentía en el aire el aroma de una próxima tormenta.

—¿Qué carajo estás haciendo, pelotuda? —le pregunté, todavía con la vista borrosa.

Notaba su figura delante de mí. A sus espaldas, una masa se amontonaba en la oscuridad. Sentía un salmodeo constante y por un momento pensé que estábamos en algún ritual que habíamos planificado del que no tenía memoria.

—Apagá esa música de mierda... ¡Desatame!

—No es un equipo de audio lo que está sonando —me dijo y en ese momento la vista se me aclaró.

María José estaba cubierta por un manto negro, igual al que traía la veintena de personas que nos observaban detrás de ella. Todos con las cabezas cubiertas por capuchas.

Dos de ellos se adelantaron hacia nosotros y revelaron sus rostros.

—Alan... Jésica... —les dije—. ¿Qué pasó? ¿Por qué hacen esto?

—Esperamos tu llegada hace años —explicó Alan—. Sabíamos que ibas a manifestarte como un gran mago, el mejor de tu generación, para después revelar tu verdadera esencia.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué hace toda esa gente acá? Díganme que es una joda.

—Antes de la revelación era necesario que pasaras pruebas, desafíos —afirmó María José, retomando lo que decía Alan—. Solo así ibas a despertar del sueño humano.

—Chicos, córtenla.

—Sos el enviado de nuestro dios —aseguró Jésica—. No podés irte con los vampiros. Si lo hacés, todo nuestro trabajo va a ser en vano.

Miré alrededor. Eran demasiados, incluso para mí. Pensar en soltarme de la cruz era un suicidio. Quizás valía la pena morir antes que exponerme a lo que quisieran hacerme. Mientras tanto, mandé un mensaje de auxilio a Uriel con mi mente, esperando que lo escuchara.

—¿Dónde está Lucas? —pregunté.

Se rieron.

—Lucas nunca fue parte de nuestra hermandad. Vos lo trajiste —contestó María José.

—Era infumable, siempre insistiendo con esa magia tan sucia de servidores y egrégores —se quejó Jésica.

—Aunque sea nos sirvió de inspiración para el ataque de los monstruos de barro —reconoció Alan.

—Ustedes... eran parte de la banda de hechiceros... desde el principio —les dije, comprendiendo—. Fingieron ser mis amigos para espiarme.

—Somos tus amigos —insistió Jésica—. Te estuvimos cuidando siempre.

—Dijeron que me estaban esperando. ¿Por qué? ¿Quién creen que me envió?

—El dios del cielo y de la tierra, de la tormenta y del aliento de vida —aseguró María José—. Tu padre, Enlil.

—Se equivocan. Mi papá se llama Roberto y tiene un negocio de ropa para hombres en Villa Ballester.

—Hablo del padre de tu alma, de tu espíritu. Tu llegada fue profetizada por nuestros antecesores. Ellos nos advirtieron que monstruos y demonios, como el clan de los Lillu, querrían llevarte.

—Si no me desatan, voy a hacer todo lo posible para liberarme...

—Ese vampiro te enamoró y te lavó el cerebro. Si no te unís a nosotros por tu cuenta, no queda más que invocar a Enlil para que tome tu cuerpo.

María José, Alan, Jésica y el resto de los encapuchados formaron un círculo a mi alrededor. Empezaron a repetir un cántico en una lengua desconocida y el cielo se nubló de pronto. Entonces, empecé a notar la presión de una magia que se sentía ancestral y familiar a la vez...

Me quedé sin energía. Llegué a observar un remolino formándose en las nubes que estaban sobre nosotros, antes de adormecerme. Cuando cerraba los ojos me veía como un espíritu hecho de viento y nubes tormentosas, habitante de las montañas y las cuevas del desierto. Cada tanto, me aventuraba por las dunas buscando cruzarme a los humanos. Era fácil hallarlos, siguiendo sus llantos y oraciones. A veces, les hacía favores; otras, los engañaba, siempre bajo las órdenes de mi padre.

«Aguantá unos minutos más. La ayuda está en camino», la voz mental de Uriel me despertó. Seguía atado a la cruz, en la terraza de la amiga que me había traicionado. Me sentía cada vez más perdido en el sopor, más lejos de mi cuerpo, que empezaba a moverse llevado por una consciencia ajena.

No iba a seguir esperando.

Resistí con mi magia, protegiéndome con un haz de luz que me cubrió y se expandió por el lugar. Recuperé el control de mi cuerpo, pero estaba muy débil como para liberarme. Los encapuchados solo se estremecieron un poco.

Intenté atacarlos, invocando a los elementos. También llamé a otros dioses y entidades que quisieran hacerle frente a Enlil, sin resultado.

Me rendí. Cubierto de transpiración y a punto de llorar, bajé la cabeza y vi a Freya, la gata de Majo. Multiplicada por dos. ¿Acaso era una ilusión? ¿O se trataba de un fenómeno causado por la magia de los encapuchados?

Una de las dos bufó y huyó hacia la oscuridad. La otra avanzó hacia María José, que estaba perdida en el trance.

—Fanáticos como ustedes deberían tener prohibido hacer magia —pronunció la gata, que fue envuelta por una niebla gris y cobró forma humana—. Sería bueno para la humanidad en general.

Era Jeremiel. El vampiro se lanzó contra mis antiguos amigos, mientras los encapuchados retrocedieron.

—¡No dejen de hacer el ritual! —gritó la chica, pero ya era tarde.

Dos nubes blancas aterrizaron frente a mí, cobrando la forma de Esperanza y otro chico que tardé unos instantes en reconocer, porque solo lo había visto en las fotos de sus redes sociales.

—Lucas... ¿vos también sos un vampiro?

—No. Recién los conocí hoy. Me los crucé cuando fui a buscarte a tu casa, después de no poder contactarte por WhatsApp para advertirte de estos locos —me explicó, antes de disparar con su varita a los encapuchados. Esperanza también arremetió, convertida en loba—. Había algo que no me cerraba de nuestros amigos magos y los estaba investigando. Recién hoy me enteré de sus verdaderos planes.

Dos sombras aparecieron a mi lado. Me desataron y me bajaron de la cruz. Uriel aterrizó frente a mí y les ordenó sumarse a la lucha, antes de abrazarme.

—Mi amor, ¿estás bien? Siento tanto no haber llegado antes, estos tipos ocultaron tu energía y la de ellos.

—No importa —le contesté.

—Menos mal que Lucas nos dijo dónde podías estar.

Di unos pasos, queriendo unirme a la pelea, pero caí al suelo. Uriel me ayudó a levantarme.

—Mis reservas de magia... están agotadas —expliqué, mientras trataba de recuperarme.

Observé a Jeremiel creando demonios falsos para asustar a los encapuchados, que huían desesperados. Esperanza apuntó su mano a los corazones de Alan y Jésica, que se desmoronaron angustiados en el suelo. Lucas hizo aparecer a su alrededor unos duendes de barro, que arrastraron a María José hacia la oscuridad.

—Ya está mi amor, ya está, todo se terminó... —dijo Uriel, justo cuando escuchamos un ruido agudo proveniente del cielo.

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