-Capítulo uno-
Holo, perdonen la demora. No he tenido tiempo para publicar y digamos que las emociones y el cuerpo tampoco estuvieron de mi lado.
El primer capitulo de muchos, el segundo ya fue publicado en Sweek, para que vayan y me sigan, aunque si no quieren solo esperen unos días y lo publico en esta pagina.
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Capitulo uno: Príncipe maldito.
— Aún recuerdo ese día, cómo si hubiera sido ayer.
Siempre contaban las sirvientas al ver al heredero a la corona de su país. Esa cicatriz, siempre fue algo que recordaban de aquella navidad.
Una que el pueblo celebró con adornos, comida deliciosa, musicales, incluso, bailes que hacían que se te desgastaran los zapatos, sin importar que fueras hombre o mujer.
Algo que los hijos del rey veían desde su balcón.
— Me encantaría ir ahí, con mamá y usar un hermoso vestido —. Contó la hija mayor, era obvio, ella nunca heredaría el trono. Solamente serviría para unir alianza con otro reino.
— Seria fantástico encontrar a tu otra mitad en medio de una danza, música lenta, el violín sonando principalmente mientras en la letra de la canción jura su amor eterno —. Contó embobado el varón mayor de los tres que estaban presentes.
— No digas esas cosas. ¿No tienes vergüenza? — Después estornudo, tosiendo levemente, su salud siempre ha sido mala. Las niñeras debían cuidar muy bien al segundo varón de la —gran— familia real.
— ¿Otra mitad? — Y ahí tenemos al tercer príncipe— y futuro verdadero heredero.—. Con dudas ante las palabras de sus hermanos que hablaban de la festividad montada en la capital.
Se alejo de sus hermanos al ver que de nuevo comenzarían a pelear sobre que un futuro rey debía actuar de una forma más masculina. Shouto era un niño de apenas cuatro años, pronto cinco y al ser el menor las probabilidades de ser el heredero están escasas, así que la preocupación no lo tenia envuelto. Él solo quería ver a su madre para que le contara cuentos. Esos de hechizados que se libraban de sus maldiciones, obteniendo un final feliz o algunos tristes, ya que, no todos pudieron librarse de aquella maldición al hacer una tonta toma de decisiones.
Entro a los aposentos reales encontrando a su madre cepillarse su larga cabellera plateaba, sus ojos estaban cerrados haciendo que el pequeño no los viera. La madre hizo bien, si ese niño hubiera visto aquella mirada de miedo por vivir, tendría una incógnita creándose un temor y terror para él.
Aún así, él los vio, pero no nos adelantemos a los hechos.
El pequeño príncipe se acercó al regazo de su progenitora, ella, finalmente abrió sus ojos. Al ver aquella vista heterocromática de su último hijo, sonrió para tranquilizarse al saber por qué venía.
— ¿Otro cuento, Shou–chan? — El infante asintió —. Bueno. Había una vez...
El cuento trataba de una jovencita, inocente, siempre amable, dulce; o eso creía su madre y la gente que la rodeaba. Ella intentaba ayudar a todo, pero, un día rechazó la propuesta de matrimonio de un desconocido señor que llegó de un día a otro, el hombre lo dejó pasar. Al poco tiempo la joven se iba casar con el rey de su país, ya que, fue reconocida como el ser perfecto para apoyar al gobernante de esas tierras, con esa creencia ella aceptó. Pero, aquel hombre no estaba de acuerdo.
¿Por qué eligió al rey? ¿Será por su poder?
Así fue como la imagen de la joven se deformo volviéndose una arpía en la cabeza de ese hombre.
Una noche, la de compromiso, dónde la nueva reina veía las rosas blancas del jardín trasero se encontró con el hombre que le embrujo.
"Tus días caerán, de pero a peor. La única forma de librarte de tu mala suerte será actuar ante la locura y entregársela a alguien que le tengas mucho cariño."
La reina no le veía sentido a esa maldición. ¿Cómo dañar a alguien que quieres? No le veía sentido y siguió su vida.
El relato se corto cuándo la reina suspiro agotada, mientras miraba las mismas rosas del jardín, pero, en su florero que estaba en su tocador.
— ¿Mami? ¿Qué pasó con la reina del cuento? — Preguntó entusiasmado, quería ver como arreglaría la joven su maldición.
— No lo sé, Shou–chan, aún no lo sé... — Susurro mientras intentaba eliminar sus demonios —. ¿No tienes sed hijo? — El pequeño asintió, su madre mandó a una sirvienta por una tetera de té.
Minutos pasaron, finalmente llegó el té, caliente preferencia de la reina. Ella siempre amo el calor, ya que, era lo único que apagaba su frío exterior.
Mirando a su hijo tomando el té, viendo su ojo.
Ese ojo, que poco a poco se deformaba a la de él, un grito llegó a su mente. Un grito que eliminó su cordura. La poca que quedaba.
— Tan parecido a él —. Eso hizo que la atención del infante fuera hacia su madre —. Tu ojo es igual que el de tu padre.
Fue lo último que escucho los labios tan pálidos de su madre, hasta que sintió cómo era tomado por ella con fuerza. A los segundos él soltó un grito desgarrador.
A las horas una sirvienta limpiaba el té tirado en el suelo que ahora estaba frío, por el tiempo que pasó desde que la reina lo tiró.
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