Un día normal.

Capítulo 1

[Un día normal]

~*~*~

—¡Oh, rayos!— se quejó antes de caer de bruces sobre la alfombra, su pie se había enredado en las piernas de sus jeans gracias a sus acelerados movimientos al vestirse.

—¿Elliot, estás bien?— escuchó la voz de su primo justo después de que tocara a la puerta; —se te hará tarde.

—¡Ya lo sé!— resopló molesto; —¡y ya voy!— se había quedado dormido nuevamente, y todo gracias a ese estúpido despertador que no sonó a tiempo.

Escuchó los pasos de su pariente al bajar otra vez las escaleras mientras rápidamente terminaba de colocarse la ropa; luego tomó su mochila para descender corriendo hasta la cocina.

—¿Hiciste toda tu tarea?— indagó Johnny antes de sorber un poco de su café.

—Sí— Elliot abrió el frigorífico.

—Puedes llevar algo de fruta para el camino.

—Claro— cerró la puerta del refrigerador y caminó a la pequeña barra del desayunador, dispuesto a asaltar la canasta de frutas.

—Cuando regreses de la escuela, ¿podrías pasar al supermercado? Necesitamos algunas latas de atún— pidió el mayor.

—¿Otra vez?— frunció el ceño antes de darle una gran mordida a la manzana.

—Nick es un poco glotón— declaró. Y como si fuera invocado, la mascota de la casa dio un ágil salto y llegó hasta la mesa.

—Nick, ajá— ironizó Elliot; —me voy. ¡Adiós!—, y salió apresuradamente.

Elliot vivía a en un vecindario tranquilo de aquella bella ciudad, y en ese momento odiaba la distancia entre su barrio y la escuela. Primera semana de su último año de preparatoria, había sobrevivido hasta entonces y pensaba seguir haciéndolo. Por fortuna alcanzó el autobús, y si no había tráfico probablemente llegaría a tiempo para su primera clase del día.

Tamborileó los dedos sobre su muslo, faltaban solo algunas cuadras para llegar a la parada y aún era buena hora.

Exhaló relajado cuando puso ambos pies en tierra firme y el gran portón se halló frente a él. Caminó con parsimonia por el empedrado sendero hasta los edificios, cuando un grito que fue claramente dirigido hacia su dirección le hizo detenerse de manera abrupta.

—¡Cuidado!— la exclamación le previno del peligroso golpe de un balón de soccer, ya que el esférico pasó muy cerca de su rostro aterrizando a unos metros de él, sobre el césped.

—Disculpa— un muchacho alto y de ojos oscuros detuvo su trotar a su lado; —fue un accidente.

—Ss-sí, claro; nn-no hay problema— Elliot tartamudeó al tener a Alex, "el chico de sus sueños", a escasos centímetros de él.

—Lamento mucho si te asusté.

Se esforzó por no parecer pasmado; —no lo hiciste—; se aplaudió mentalmente por poder articular una frase completa.

El muchacho esbozó una mueca similar a una sonrisa, le regaló un movimiento de cabeza y recogió el balón para después desaparecer a paso veloz hacia las canchas deportivas.


Lanzó un suspiro; el día no empezaba mal, nada mal. Tomando en cuenta de que probablemente, además de tan magnífico encuentro con el chico que le gustaba y con el cual jamás había intercambiado más que esas palabras; al regresar a casa su primo le tendría algún regalo ya que mañana sería su cumpleaños.

—¿Qué haces allí? ¡Apresúrate, sino llegaremos tarde!— su amigo apareció y tiró de su brazo, sacándolo de su ensoñación y arrastrándolo al aula que compartían.

Finneas era un chico bastante parlanchín y ocurrente, a veces algo inmaduro y voluntarioso, y era su mejor amigo.

—¿Y habrá una fiesta?— el muchacho pateó una pequeña piedra, ambos caminaban por el patio; las clases habían terminado y no querían ir a sus casas, al menos no inmediatamente.

—No lo creo; seguramente habrá pastel y mi primo me regalará una bufanda o un par de calcetas— se encogió de hombros.

—Vaya, eso de no tener muchos amigos apesta— se quejó Finneas, resoplando para que un mechón de sus oscuros cabellos descubriera parte de su frente.

—Lo sé, pero qué más da.

—¿Que qué más da? Cumplirás dieciocho, eso merece una gran celebración.

—¿Y qué quieres que haga? Los únicos que irían a una fiesta sería Luna, Johnny, tú, tal vez la señora del supermercado y Nick.

—Elliot, el gato no cuenta— frunció el ceño.

—Como sea; podría contar a los invitados con los dedos de una sola mano.

Finneas negó con la cabeza y chasqueó la lengua; —eres demasiado pesimista.

—No; soy realista. Lo único relevante en mis cumpleaños ha sido cuando mi padre me regaló un baúl de madera hecho a mano; y eso fue cuando cumplí diez— y era cierto.

Finn silbó y alzó las cejas; —eso es de locos; ¿para qué querrías tú una cosa de esas?

—Ni idea; por ahora sólo lo uso para guardar las cosas viejas—; como sus patines junto con todo su equipo de protección personal, y un extraño diario que Johnny le regaló también a sus diez años.

—Mi madre piensa hacer una venta de garage el próximo fin de semana; avísame si quieres deshacerte de él— de ofreció.

—Gracias, lo tendré en cuenta— se acomodó sus cabellos rojizos detrás de su oreja; —Ahora debo irme. Johnny me pidió que comprara latas de atún.

—¿Atún?

—Sí, dice que Nick se las ha comido todas.

Finneas se soltó a reír, —vamos, ambos sabemos que tu primo es un glotón.

—Por supuesto; pero como el pobre Nick no puede defenderse le echa la culpa— rió un poco también.

—Bueno, entonces ve— el moreno ondeó la mano; —no quiero retrasarte; además de que debo ir a husmear por allí, aún no tengo un regalo para ti.

—Finn; no es necesario que...

El nombrado levantó la palma de su mano indicándole que no siguiera; —haz como si yo no hubiese dicho lo que dije, y por favor, finge estar sorprendido mañana— pidió.

Elliot lanzó un suave suspiro y sonrió; —por supuesto—; no podía pedir nada más; tal vez no tenía muchos amigos, pero tenía al mejor del mundo.

El camino hacia el pequeño supermercado fue bastante rápido; cuando uno estaba sumergido en sus pensamientos el tiempo pasaba volando, eso era un hecho.

La agradable señora le dijo, como siempre, que era un chico "muy bonito" y amable, elogió sus buenos modales y sus pecas, le encargó que le diera sus saludos a Johnny y a Nick y se despidió de él con un apretón de mejillas.

Salió de la tienda con una bolsa de papel entre las manos y la mochila al hombro; camino unas cuantas calles más y llegó a su hogar, dulce hogar.

La casa era grande, bastante espaciosa para que sólo vivieran por el momento dos personas y un gato. Johnny trabajaba por las mañanas y parte de las tardes; Luna, la novia de este, ocasionalmente los visitaba; y Nick, él siempre estaba, sino dormido en el sofá o husmeado en el sótano o ático; se le podría hallar en el tejado.

La construcción era algo antigua, sus detalles alrededor de la puerta principal y las enormes ventanas daban fe de ello; y como una vez había dicho Finn: sería magnífica para una fiesta de Halloween.

—¡Ya estoy en casa!— anunció, pero su voz hizo eco antes de que Nick bajara por las escaleras para enredarse entre sus tobillos.

—Hola, Nick— se acuclilló para tomarlo con la mano libre por su estómago y adentrarse hasta la cocina. Era más que obvio que Johnny no había regresado del trabajo.

—¿Quieres comer?— le preguntó a su mascota; —sé que tú no eres el que se ha terminado las latas de atún; Johnny es un mentiroso— acarició su pequeña cabeza; —te daré algo de... ¿leche, quieres leche?

Nick lanzó un maullido.

—Muy bien, te daré algo de leche.

Fue hasta la cocina y le sirvió un poco en su tazón personalizado, luego buscó algo para él en el estante.

—¿Sabes? Finn y yo estuvimos hablando sobre mi cumpleaños— comenzó a charlar con Nick, —él cree que debería hacer una fiesta, que los dieciocho deben celebrarse en grande.

El gato maulló.

—Sí, lo mismo le dije, que no era tan maravilloso; pero él es un tonto— abrió un paquete de galletas dulces.

Nick ronroneó.

—Ya sé, pero estas galletas son mis favoritas; sólo comeré algunas— abrazó la bolsa muy cerca de su pecho y subió las escaleras.

Una vez en su habitación pensó seriamente lo que había dicho su amigo: la venta de garage. Miró el viejo baúl con detenimiento, en todos estos años no lo había usado realmente así que alguien más podría sacarle provecho. Aunque sabía que muy probablemente sería una reliquia familiar la idea de ganar unas cuantas monedas la pareció tentadora.

Dejó sus galletas sobre la mesita de noche y se acuclilló cerca del baúl. Pasó sus dedos sobre la tapa y cuando estuvo a punto de abrirla Nick saltó sobre ella.

—¡Ey! ¿Qué sucede?

El gato maulló fuerte, luego dio un par de círculos y se recostó sobre la tapa.

—Baja de allí— le ordenó; pero este sólo cerró los ojos, —Nick, hazte a un lado— frunció el ceño y extendió las manos para sostenerlo y quitarlo; pero el minino bufó mostrando sus dientes.

Elliot exhaló, —está bien, quédate allí.

Lo que restó del día se la pasó mirando televisión y comiendo golosinas; su tarea podía esperar un poco más, aún tenía un par de días antes de la entrega.

—Ya llegué. ¿Elliot, estás en casa?— anunció Johnny cuando el sol estuvo a punto de ocultarse.

—Sí, aquí— exclamó el menor, alzando la mano desde el sofá pero sin dejar de observar su programa de variedades.

—¿Compraste lo que te pedí?— Johnny llegó hasta él.

—¿El atún "para Nick"?— hizo comillas con los dedos, —sí, lo hice.

—Bien.

—Creo que no deberías culpar al gato por tus acciones.

—No lo hago— dejó su maletín en el asiento; —sólo digo la verdad.

Elliot rió, —sí, ajá.

—Estaba pensando que tal vez sería buena idea hacer, no sé, una fiesta por tu cumpleaños— se sentó junto a él.

—¿Has estado hablando con Finneas?— ahora sí dejó de prestarle atención a la televisión.

—No, para nada.

—Él dijo lo mismo hoy, y no, no creo que sea buena idea.

—¿Por qué?— Johnny se desajustó la corbata.

—Porque no, además, ¿Cuánta gente vendría?

—Finn, Luna, tú, yo y Nick— dijo enumerando con los dedos.

—Johnny, el gato no cuenta— rodó los ojos.

—Bueno, tal vez Luna quiera traer a alguna de sus amigas.

—Entonces sería su fiesta, no la mía.

—Elliot, cumples dieciocho, es un número importante; y sabes a qué me refiero.

—Sólo es un año más.

Nick maulló desde el otro sofá.

—¿Ves?— argumentó el mayor, —Nick piensa lo mismo, hay que celebrar.

Elliot negó con la cabeza; —si tanto insistes entonces le diré a Finn que venga por la tarde, comeremos pastel y jugaremos videojuegos, eso sería lo más parecido a una fiesta.

Johnny exhaló, —bien, si eso es lo que quieres.

—Aunque pensándolo bien si tú quieres darme una sorpresa no me opondré— se encogió de hombros, —me hace falta algunos juegos de video, una computadora nueva y zapatos deportivos.

Johnny rió, —ni lo sueñes.

Esa noche, tras cenar, Elliot se colocó su pijama favorita y se metió a la cama.

—Nick, creo que todos están locos sobre mi cumpleaños— se arropó, —pero puedo sacar ventaja de esto, espero en realidad que no sean unos tacaños y eso de que los dieciocho son importantes no haya sido sólo palabrería.

El gato maulló.

—Buenas noches— y apagó la luz.

A la edad de doce años, su padre le había hablado sobre la magia y los hechiceros, sobre el mundo normal y de los otros mundos, incluso le había enseñado un par de trucos, como el desaparecer un conejo a través de un sombrero y convertir una pequeña flama en un capullo de tulipán. En su momento Elliot pensó que era grandioso, pero con el pasar de los años se dio cuenta de que cualquiera, con mucha práctica y la utilería adecuada, podía hacer eso; que su progenitor sólo le habían dado un bonito recuerdo. Cuando cumplió dieciséis años su padre dijo que se debía ir de viaje por un largo tiempo, pero que Elliot se quedaría bajo el cuidado de Johnny, su primo que estaba en la flor de sus veintes, y un bonito gato negro llamado Nick. Desde el truco del conejo y el tulipán nunca se volvió a mencionar el tema de la supuesta magia, lo que sí recordaba específicamente era la petición de su padre sobre guardar el secreto antes de partir, él aceptó gustoso, porque pensándolo bien nadie querría ser internado en un manicomio por decir que pertenecía a una familia de hechiceros. Ahora que estaba a unas horas de cumplir dieciocho pensaba que pasaría como una fecha más, así como los últimos años.

Más tarde Elliot despertó en medio de la oscuridad; tenía un poco de sed. Bajó de la cama y no se molestó en colocarse los zapatos, caminó por la alfombra y bajó hasta la cocina.

No fue necesario encender las lámparas, ya que el halo de la luz de la luna que se colaba por la ventana era más que suficiente; se sirvió un vaso con agua antes de ocupar el taburete de la pequeña barra del desayunador.

—Hola, Elliot. Feliz cumpleaños.

Casi escupe el líquido cuando una voz femenina le habló.

—¡Luna! ¿Pero qué haces aquí? No, espera, no me digas qué haces aquí— seguramente se había quedado a pasar la noche con Johnny y...

Ella rió, —no tontito, no es lo que tú piensas; estoy aquí por ti, es tu cumpleaños.

Elliot miró el reloj sobre la estufa, eran las doce con ocho minutos; sí, ya era su cumpleaños.

—Pues muchas gracias, pero pudiste haber esperado a una hora decente, como la gente normal.

—No, no— negó con el índice derecho, —este cumpleaños es muy especial.

—Oh, Dios. ¿Por qué todo mundo dice eso?

—Porque lo es— Johnny se asomó por la puerta de acceso.

—¿Tú también?— dio un rápido sorbo a su vaso y lo dejó sobre la barra, —creo que regresaré a la cama,

—¡Espera!— Johnny le bloqueó el paso, —hay algo importante.

—¿No puede esperar? Tengo sueño.

—No; tú solo siéntate.

Miró a su mayor con cautela y dijo, —está bien, pero más vale que sea una computadora nueva.

—Elliot— dijo Luna ignorando lo anterior, —hay algo que debes saber sobre tu familia.

—¿Qué podrá ser?— trató de sonar interesado y agregó, —¿Será el hecho de que es una de las muchas familias de brujos que existen?

Elliot la miró por unos instantes, luego soltó la risotada ante sus propias palabras.

—¿Lo sabes, verdad?— insistió ella, —los dieciocho años son muy importantes, es cuando tu poder comienza a manifestarse.

—¿En serio?— se limpió una lágrima, —¿y por qué me lo dices; acaso eres también una bruja?

—Sí, lo soy. Mi familia también lo es.

El menor miró a su primo, —debo admitir que es una broma muy ingeniosa, pero nada creíble. Ahora dame mi regalo— extendió la mano.

—Luna dice la verdad— contestó Johnny.

—¿Dónde está el sombrero para que aparezca y desaparezca un conejo?

—Así no funcionan las cosas.

—¿No? Eso hizo papá hace unos años. Tal vez ahora será algo diferente. ¿Dónde están las luces de colores y el humo?

—Elliot, estamos hablando en serio.

—No lo creo— bajó del taburete, —la hechicería no existe. Papá hizo un par de trucos para mí cuando cumplí doce, fue una bonita y mágica historia como regalo, le agradecí por ello; nada más.

—Te equivocas— intervino ella de nuevo, —es muy real; tanto que necesitarás a un tutor durante los próximos meses para desarrollar tus poderes.

—¿Y quién será, el ratón de los dientes?

—Nick, él será tu supervisor— dijo Johnny.

—¿El gato?— soltó una risita, —¡Claro! ¿Cómo no lo pensé antes? Si no era un ratón, sería un gato.

Y entonces escucharon un maullido, Nick se hallaba en medio de la cocina, relamiéndose una pata. Segundos después un halo de luz pareció iluminarlo y sus extremidades comenzaron a crecer, su rostro se alargó deformándose hasta convertirse en uno humano.

—Hola, Elliot— ronroneó, ahora era un muchacho rubio y delgado.

Elliot lo miró asombrado, luego sus ojos rodaron hacia arriba y su cuerpo cayó inerte sobre la alfombra como un saco de patatas.


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