chapter one. the dream
.˚ׅ ❛ capítulo uno
the dream ❜𓈒˙
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La noche de la luna, ilumina ya bastante mi rostro cuando estoy abriendolos y volviendo a cerrarlos en una pesadilla. Aunque no es una pesadilla, supongo que esté sueño es tranquilo.
Parece que estoy en una clase de pasillo de la escuela, pero las luces que me ciegan no me permiten confirmar nada. Estoy mirando detrás de mi, siento una presencia que me persigue desde el otro pasillo, pero no hay nadie, no hasta que vuelvo la vista y choco con una segunda persona.
—Lo lamento— murmuro, sacudiendo la cabeza en un intento de eliminar tanta luz.
El chico no responde, solo me toma por los hombros con fuerza y luego se va, sin poder verle el rostro si quiera.
Entonces la luz se hace más y más potente, de modo que el sol me hace despertar de aquel sueño. Estoy boca arriba, con la mirada en las mariposas rosas de papel que cuelgan del candelabro en mi habitación, que está llena de silencio está mañana.
Me quedo un buen rato ahí, haciendo memoria de mi sueño, cuando decido que es buen momento para ponerme de pie y correr a darme una ducha. Bostezo un par de veces pero logro terminar con el maquillaje y mi vestuario casual de este día. Bajo de los escalones con mi bolso lleno de maquillaje y me cruzo con Margo, mi niñera desde que tengo unos cinco años.
—¡Espera, espera! ¿A dónde vas?— me inquiere ella.
—Ire a visitar a Lydia al hospital— le respondo, tratando de huir otra vez.
—¿A está hora?
Frunzo el ceño —Son las siete de la mañana, además lo habíamos hablado ayer— recuerdo, tratando de sonar convincente para que me dejase ir.
Ella se recarga sobre el comedor, mirándome directamente a los ojos mientras junto las palmas de mi mano y cierro los ojos como si pidiera un deseo. Escucho a Margo bufar rendida.
—Esta bien, corre antes de que me arrepienta.
Sonrió, tomo mi bolso contra mi cuerpo y salgo corriendo sin antes gritarle: —¡De ahí me iré a la escuela, así que no me esperes!
—¡Te quiero aquí para cenar!
Cierro la puerta detrás de mi, abro el auto que mi padre me regaló al cumplir quince, con más tranquilidad y me monto en el, conduciendo gracias a Margo, sus clases de manejo fueron de mucha ayuda.
El hospital no está demasiado lejos pero tampoco tan cerca, por lo que pasan unos diez minutos más otro cinco buscando estacionamiento y por fin camino por los pasillos blancos y las luces fuertes. En la recepción pregunto por mi amiga: Lydia Martin y me dirigen hasta su habitación, aunque toco primero la puerta antes de darme cuenta que no soy la única que viene a visitar a Lydia.
Stiles Stilinski corre hasta mi, dando tropiezos con un globo gigante atado a su muñeca.
—¡Ah, hola Dáire! ¿Qué hay?— saluda animado.
—Stiles, hola— sonrió un poco, volviendo la mano a la puerta.
—Oye, ¿Podrías darle este globo a Lydia de mi parte?— pregunta, entregándome el listón del globo flotante.
—¿Por qué no se lo das tu? Estaba por tocar la puerta— señalo.
—Sí, es que su papá no me deja pasar— forma una sonrisa entristecida —Y quería que supiera que vine, no me he movido de aquí en toda la noche.
Acepto, tomando el listón del globo cuando el señor Martín está regresando con un café en mano.
—Te lo agradezco demasiado, salúdamela de pasada.
—Claro, hablaré bien de ti con ella— le guiño el ojo, haciendo que le cambié la cara.
—¿Harías eso por mi?
Encogí mis hombros, pasando cuando el señor Martín me hizo una seña para pasar.
—¡Bendita seas!— le escucho gritar en el pasillo.
Lydia suelta un suspiro de alivio al verme.
—Les dejaré solas, Dáire, ¿Ya desayunaste?— inquiere el señor Martín.
Niego, solo para que nos deje a Lydia a mi solas. El padre de mi amiga sale de la habitación y entonces la pelirroja me extiende los brazos.
—¿Los trajiste?— cuestiona rápidamente.
—Buenos días para ti también, Lydia— digo, entregándole mi bolso —Sí, traje todos los colores de labial que encontré, también tu polvo para la cara y un delineador.
—Bendita seas— le escucho murmurar, haciéndome fruncir un poco el ceño.
—Tambien traje regalos— señalo el globo —Es de Stiles, te manda saludos y bendiciones.
Sin embargo, mi amiga no está poniéndome atención ya que se maquilla los labios con el rojo más fuerte que hay en mi bolso, mirándose en el reflejo de su celular.
Suspira al terminar —Por fin, soy yo otra vez.
Sonrió, sentándome frente a ella —¿Cómo te sientes?
—Como una carroña siendo masticada por un coyote— responde —Muero por salir de aquí, huele a alcohol etílico y aunque me gusta la comodidad, no soporto estar todo el día desnuda.
Alzó ambas cejas —Eso es muy gráfico, ¿Sabes cuándo te darán de alta?
Niega —No, pero espero que sea pronto o le sacaré los ojos a alguien, ¿Sabes por qué Allison no me ha visitado?
Pienso unos momentos —Creo que está castigada está semana, no tengo idea de por qué.
—Bueno, al menos estás aquí para hablar— suelta un quejido —Veo que irás a clases hoy.
Asiento —Sí, tengo cita con mi terapeuta por la tarde y si faltó me interna.
—¿Sigues teniendo esas pesadillas? Dáire ¿Qué dijimos de que puedes hablar conmigo o Allison?
Ruedo los ojos —No es nada.
—Sí, soñar con tu madre muerta no es nada.
Me mantengo en mi lugar —De hecho no fue sobre ella está vez, fue sobre un chico.
Sonríe con ironía —Claro, ¿Y era guapo?
—No lo sé, no le vi la cara.
—¿Entonces cómo sabes que fue un chico?— inquiere y la observo —¿Qué? Sabes que yo no juzgo.
Ruedo los ojos —Solo sé que era un chico, pero solo era un sueño.
Lydia decide dejar hasta ahí la conversación, por lo que desayunamos juntas, ella con su dieta del hospital y yo un delicioso buffet de papas y huevo cocido.
—Dame una papa— susurra Lydia, para que su padre no la escuche.
Le doy una palmada en la mano que se acerca peligrosamente a mis papas.
—No, estás en dieta, deja mis papas— le respondo —No las manosees.
—Solo quiero una estúpida papa, por favor.
Niego, tomando de mi plato —Dije que no, deja mis papas o le diré a tu papá.
—Eres una envidiosa, Dáire— refunfuña, volviendo a su gelatina.
—No dirás eso mañana cuando traiga más labiales— niego y ella lo acepta.
Para las ocho y media, me despido de Lydia y de su padre, prometiéndole a mi amiga que le contaré todos los chismes de hoy mañana en la mañana que vuelva y llegó a la escuela puntual, caminando por los pasillos llenos de alumnos que se encaminan a sus clases.
Corro hasta mi casillero y estoy guardando mis cosas dentro cuando alguien toma la puerta, y me asusta.
—Oye, regresame mi cadena de oro— exije Noel de manera brusca, apenas dejándome procesar su presencia.
Noel y yo fuimos pareja y ahora que hemos terminado no me ha dejado de acosar, incluso lo hace más que cuando estábamos juntos.
—Buenos días para ti también— le respondo de mala manera —Y no sé de qué cadena me hablas.
Ríe sin gracia —Vamos, Dáire, no te hagas la estúpida, sabes de qué cadena hablo.
Lo observo a través de la puerta metálica, ocultando un poco mi rostro miedoso. Sin embargo, el silencio hace que su desesperación aumente.
—Sabes de lo que estoy hablando— murmura entre dientes, para no llamar la atención de nadie.
Entonces lo recuerdo, recuerdo la cadena que me regaló en mi último cumpleaños. Una cadena de oro con las iniciales «ND» osea nuestras iniciales juntas.
No me da tiempo de responder dónde ha quedado esa cadena, cuando siento el dolor de mi mano ser aplastada contra la puerta y el casillero en un fuerte golpe que Noel provoca. Suelto un chillido ahogado, mordiendo mi labio inferior para no gritar de dolor.
—Quiero mi cadena para está tarde, ¿Entendiste?— cuestiona en mi oído, pero estoy petrificada.
—Sí, ya entendí— suelto a duras penas.
Noel suelta la puerta y saco mi mano con marcas rojas alrededor de mis dedos. Suelto una lágrima cuando veo que está lo suficientemente lejos y la limpio de inmediato con mi mano sana, sorbiendo mi nariz y tomando mis cosas para darme media vuelta.
Siempre han sido las cosas así, empezó a los primeros meses de nuestra relación de dos años, al principio era dulce y me daba cosas como disculpa cada vez que perdía la cabeza. Aunque jamás fue tan lejos, un par de moretones por aquí o por allá, pero jamás uno que se me notará demasiado, pues si eso pasaba ni yo misma sabría qué decir, sin embargo, esto sería demasiado evidente para ocultarlo ahora.
La primera en notarlo fue Allison, que cuando me senté en la mesa de química junto a ella me miró la mano asombrada y asustada.
—Dios mío, ¿Qué te paso?— me atacó, tomando mi mano.
—Me aplaste la mano con la puerta del auto, soy una tonta— sonrió para calmarla —Solo es un golpe, iré a enfermería después.
Ella me mira a los ojos, como si supiera algo que yo no —¿Segura que fue con la puerta?
Asiento —Sí, claro. Lydia pregunto por ti está mañana, ¿Sigues castigada?
—Agh, sí— forma una mueca —Mi mamá no deja que vea a nadie que no sean ustedes.
—¿Hablas de Scott?
—Sí, aunque eso no significa que no podamos vernos a escondidas— sonríe de lado a lado.
—Allison, no frente a los niños.
Ríe junto a mi —Solo nos vemos en mi casa.
Entrecierro los ojos —¿Con ropa o sin ropa?
Vuelve a reír, sonrojandose por completo —¡Shhh, basta!
—Oye, yo no saque el tema a la conversación— reí junto a ella.
La clase comienza y ambas tenemos que callarnos para que no nos llamen la atención. Lydia fue la primera en hablar con Allison cuando llegó al colegio, por lo que luego nos presentó y desde entonces las tres hemos sido muy unidas, no puedo imaginarme una razón para separarnos.
La única clase que Allison y yo tenemos en común es Química y Economía, por lo que me despido de ella luego para vernos en el almuerzo. Mi hora libre empieza hasta tercer periodo, por lo que aprovecho para ir a enfermería y que me den algo para quitar el malestar de mis dedos.
Observo mi mano con delicadeza y noto que se está poniendo morada desde los nudillos hasta la mitad de mis cuatro dedos principales.
—¿Segura que fue con la puerta?— me analiza la enfermera del colegio.
Asiento —Sí, intentaba sacar unas cosas y se fue la puerta, son más pesadas que yo.
—De acuerdo, te pondré hielo para que no se te inflame demasiado, necesito que lo tengas así hasta que se termine tu hora libre, ¿De acuerdo?
Acepto, tomando el hielo y metiendo mi mano sobre un pequeño recipiente. Me mantengo sentada toda la hora, mirando el celular y respondiendo el mensaje de buenos días de mi padre que ha enviado a las cuatro de la mañana, debe haberse olvidado la diferencia de horarios de aquí a dónde sea que esté ahora mismo.
Finalmente recargo mi cabeza sobre la mesa, cerrando un momento mis ojos cuando estoy quedándome dormida. Quizá sea porque estoy demasiado relajada, pero comienzo a ver esas luces que cubren mi vista, luego el pasillo de la escuela, mi mano con los moretones y un raro sentimiento que choca contra mi corazón.
Abro los ojos de golpe cuando mi cabeza está cayendo del escritorio y escucho la campana de mi siguiente clase. La enfermera se apresura para quitarme el hielo y darme otro análisis.
—Hazlo por veinte minutos varias veces en los siguientes días, eso reducirá la hinchazón y el dolor— me recomienda la mujer.
—Gracias— le sonrió un poco, tomando mi mano y saliendo al pasillo.
Veo mi mano con pocos moretones, cuando choco contra un chico de alta estatura, disculpándome por lo bajo, siento una corriente recorrer todo mi cuerpo y el sentimiento raro de hace un momento que me choca en el corazón. Sin embargo, estoy a medio pasillo cuando me doy cuenta y cuando me vuelvo para verle el rostro, ha desvanecido también.
Se me ha escapado de vista, los alumnos me rodean y me hacen difícil seguir mirando por el pasillo.
—Bueno, ahora sí me siento completamente sola— menciona Allison durante el almuerzo.
Desde el pasillo no he dejado de estar en mis pensamientos, por lo que apenas me doy cuenta que estoy ya en la hora de la comida. Hay un plato frente a mi lleno de pure de papas, un jugo de manzana y una galleta integral, pero ni siquiera se de donde salieron.
—¿Que decías?— le inquiero a la pelinegra.
—Nada, ¿Segura de que estás bien?
Asiento —Si, yo... debería irme temprano hoy, tengo cosas que hacer.
—¿Tienes tu cita con el terapeuta?— murmura bajito para que nadie nos escuche.
—Si, así que si preguntan por mi fui con Margo a entregar paquetería.
—Anotado, visitaré a Lydia saliendo de clases, le mandaré tus saludos.
—Gracias— le sonrió —Ah, si, ahora que lo recuerdo ¿Aún tienes esa cadena de oro que te preste para la fiesta familiar?
Ella asiente —Si, ¿Por qué?
—¿Podrías devolvermela? La necesito.
Allison se vuelve a su mochila, sacando la dichosa cadena de ahí y entregandomela intacta. Le agradezco en voz baja y luego me voy en busca de Noel, el cual recibe muy bien la cadena y luego se disculpa por su mal impulso, aunque me limito a murmurar mis respuestas y a no mirarlo a los ojos, no porque me sienta ya bastante tensa, si no porque no quiero verle la cara de satisfacción.
—¿Lo ves? No te costaba mucho entregarme esto— dice, analizando la cadena, como si esperara ver un defecto en ella.
—Ya tienes lo que quieres, ahora déjame en paz— murmuro.
Sonríe —Creeme, lo haré, la persona a la que le daré está cadena de regalo se pondrá muy feliz.
Mi ceño se aligera, pero no digo nada, así que se va tan pronto como lo deseo en mis adentros y me deja sola en el pasillo.
Las clases terminan tan pronto como empiezan, por lo que estoy de camino al consultorio de mi terapeuta para esta tarde, aunque jamás me he sentido muy feliz de ir, tampoco es que me sienta tan bien faltando.
Me quedo aproximadamente diez minutos en el estacionamiento, mirando a la nada, y esperando mi impulso de abrir la puerta y bajarme, pero no llega hasta después, hasta que por fin tengo la valentía de abrir la puerta y entrar directamente hasta mi terapeuta, la cual me sonríe y me da su característico saludo y sonrisa.
—¿Cómo estás hoy?— me pregunta, sentándose en su escritorio.
Me quedo en la silla, mirando hacia la ventana unos momentos.
—Bien, un poco mejor.
La castaña me sonríe —¿Puedo preguntarte qué te paso en la mano?
Observo mi mano, la cual mantengo reposada en mi regazo y la escondo ante la mera mencion.
—La puerta del auto— respondo —Estaba bajandome del auto está mañana y solo cayó.
—Espero que te recuperes— dice, apuntando par de cosas —¿Que hay de esta noche? ¿Pudiste dormir bien?
Asiento —Si.
—¿Ya... No hay sueños?
—Si, uno.
—¿El mismo de siempre?
Desde que tengo diez años he estado soñando con la muerte de mi madre, como en un bucle que jamás se detiene, siempre es el mismo color de sangre, siempre son las mismas palabras y siempre es la misma situación: yo de diez años en casa, mirando a mi madre sobre el suelo, con su barriga de embarazo y sangre por todos lados.
Los gritos de mi padre, preguntándome por qué no llame a una ambulancia, aún puedo sentir el miedo y el pánico que me paralizó en ese momento, cuando creí que no podría salvarla y resulta que si pude haberlo hecho con tan solo una llamada, la cual no hice. Conforme las semanas pasaron, la escena se fue aclarando, los gritos al despertar fueron disminuyendo y el llanto también.
—No— niego —Esta vez fue un sueño diferente.
Aquello parece ser musica para los oídos de mi terapeuta, pues apunta algo más y me sonríe aún más, de lado a lado.
—Es bueno, significa que hay un avance, te dije que todo acabaría algún día en nuestra primera sesión, ¿Lo recuerdas?
La primera sesión, aún recuerdo que vine a los meses de que las pesadillas empezaron y de que ese sueño se repitió una y otra vez.
—Si, lo recuerdo— sonrió un poco.
—Y bien, dime ¿Que sientes en el sueño, quisieras decirme que pasa en el?
Juego con mis dedos en mi regazo, empezando a decirme a mi misma que debo hablar si quiero ser ayudada. Así que, dos horas después, suelto absolutamente todo sobre mi sueño y como me hace sentir: cómoda, tranquila y amada, aunque omito la parte donde siento que ya he vivido eso antes y mi terapeuta está bastante feliz con los resultados, así que me deja salir a la recepción, donde Margo está esperándome, pues nunca me deja conducir sola cuando salgo del terapeuta.
—¿Cómo te fue?— me sonríe.
—Bien, gracias— murmuro.
—¿Eso es un «bien, gracias, fue de maravilla, me siento mucho mejor» o un «bien, gracias, pero no preguntes porque lloro»?
Reí un poco —Lo primero.
—Vamos, ya es un avance— me toma de los hombros.
La terapeuta le llama, por lo que corre antes de que la detenga para hablar con ella. Al salir, se que he mejorado porque Margo da saltitos de felicidad.
—Hoy tu elijes la cena— me dice de inmediato, tomándome por los hombros —¿Que quieres cenar? ¿Sushi, pizza o hamburguesas?
Pienso, saliendo del consultorio hasta el estacionamiento.
—Me encantará cenar sushi hoy— respondo —Aunque de ese restaurante pasado no, recuerda que casi te hacen un lavado de estomago la última vez y fue asqueroso.
Sonríe al recordarlo, aunque en aquel momento fue horrible. Ambas nos subimos al auto y nos dirigimos a un restaurante de sushi diferente, por lo que al volver a casa me siento más animada, especialmente porque Margo se la pasa todo el camino haciendo el ridículo al cantar a todo volumen sus canciones favoritas, provocando carcajadas en mi, demasiados para contarlas, pues adoro mucho estos momentos con ella y creo que es una de las pocas cosas por las que aún estoy aquí en Beacon Hills, jamás podría dejarla.
Al llegar a casa, Margo baja del auto bailando y tarareando la canción del camino.
—Vas a tropezar— le advierto, cuando veo que se acerca a las flores que he cuidado desde que recuerdo —Ni se te ocurra pisar mis flores.
Ella finje que está apunto de hacerlo, pero ríe alejándose. Le sonrió de manera sarcástica y luego la obligó a abrir la casa, sin embargo, cuando le tomo del brazo, ella me toma la muñeca y mira mis moretones.
Intento soltar su agarre pero es demasiado tarde, ya lo ha visto.
—¿Cómo te hiciste eso?— cuestiona, con los ojos abiertos de par en par.
Niego, sosteniendo con fuerza la bolsa de sushi.
—Con la puerta del auto— miento.
—¿Con la puerta del auto? ¿Desde cuándo no cuidas tus manos? Dices que son lo más importante de tu vida— dice y es verdad, siempre cuido la apariencia de mis manos o rostro.
—Fue un accidente.
Niega —No te creo una palabra.
—Pues creelo, porque fue un accidente.
Ella se queda quieta en su lugar, mirándome directamente a los ojos como si leyera mi mente, así que entro en pánico y miro para otro lado.
—Esta bien— dice, levantando ambas manos —No me lo digas, pero en cuanto lo descubra haré algo antes de que me detengas.
Suelto el aire retenido, siguiéndola dentro de la casa, aunque estoy segura de que he querido decirle por un segundo lo que ha pasado, soy demasiado cobarde para contarle a alguien lo sucedido todos estos años, incluso a Margo, porque prefiero mantenerme así por alguna razón.
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