RELATO 1: EL REGRESO DEL CURA MALDITO
Tim Tam Tim Tam
Sonaron las campanas de la iglesia en aquella noche especial. Quasimodo creía que sería una como otra cualquiera, al lado de sus amigas las gárgolas y compartiendo con su amiga Esmeralda, la gitana; pero hoy era una noche diferente: era la noche de los muertos, cuando ellos despiertan de su sueño eterno para volver a ver a sus familias o resolver algún asunto que tengan pendiente....
En el cementerio de Notre-Dame se cernía algo oscuro; detrás de una lápida, la tierra empezó a revolverse y un grito desgarrador se emitió, parecido al chillido de una rata al morir. Había despertado uno de los seres más despreciables: el cura Claude Frollo, quien en vida torturó y ridiculizó a Quasimodo. Sus carnes estaban agujereadas por los gusanos, que se habían dado un dulce festín; sus ropas rasgadas en retazos y un hedor a muerte emanaba de sus entrañas, pero su mirada era tan cruel y déspota como en su pasado. Venía a completar lo que dejó a medias.
Se dirigió con paso firme hasta llegar al campanario de la iglesia y observó a su viejo amigo hasta que lo vio caer rendido del sueño y se acercó lentamente.
—No te recordaba tan horrible y deformado, creo que hasta yo, que llevo diez años muerto, tengo mejor aspecto.
Quasimodo despertó de un salto y presenció lo que nunca imaginó volver a ver.
—¡No! Sal de mi cabeza, no eres real, ya me libré de ti hasta en mis pesadillas.
—¡Imbécil! Me das asco, eres la peor aberración humana que haya surgido, debí arrancarte las entrañas cuando te encontré de bebé envuelto en unos trapos sucios en el portal de mi casa. Habría hecho un bien a la humanidad, ¡eres un asqueroso monstruo!
—No te creo, hace mucho que dejé de creer en tus insultos, no soy un monstruo.
—¡Eres un payaso! Solo causas risas. Debería colocarte un jugo y darte latigazos mientras la gente escupe tu rostro. Hazle un favor al mundo y toma ese puñal que está en la mesa y acaba con tu vil y miserable vida.
Quasimodo con lágrimas en los ojos no podía con tanta presión, la opresión de su espíritu que una vez sintió volvía a inundar su ser; tomó el puñal y apuntó a su corazón, pero en vez de apuñalarse, lo giró y se abalanzó sobre Claud, hiriendo en pecho.
—¡Tonto! No puedes matar a un hombre muerto, ya veo que eres tan retrasado como feo, recuerda que nunca te librarás de mí.
—¡Vete! Solo estás en mi mente.
—Y más que voy a estar, soy el guardián de tu puerca vida, soy tu amo y debes rendirte ante mí o si no...
—O si no, ¿qué?... Soy dueño de mis actos, no eres nadie, ¡no te tengo miedo!
—Pues deberías...
Se lanzó sobre él y mordió su cuello, perforando su yugular, para ver cómo nuestro jorobado se ahogaba en su propio charco de sangre y dolor.
De repente Quasimodo despertó y no había nada a su alrededor, pero desde entonces tuvo la duda de que su mayor terror volviera a buscarlo; pues, aunque hubiera sido tan solo un sueño, sabía que entre las sombras él lo observaba impaciente.
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