DERRY: TIC, TIC, TIC
ESTE RELATO NO PARTICIPA EN LA COMPETICIÓN*
Tic, tic, tic...
Un incesante repiqueteo resuena entre el eco del túnel. La criatura, cuya hibernación se prolongó veintisiete apacibles años, se remueve entre la mugre. Escucha el rítmico sonido de las gotas de lluvia y siente el frío de una tarde de tormenta. Piensa que está harto del silencio. Piensa que el tiempo sabe de su retorno. Piensa muchas cosas. Especialmente, piensa que está hambriento.
Unos ojos amarillos brillan en la oscuridad, iluminando macabramente aquel escueto espacio que recorre el subterráneo de un clásico pueblo cualquiera en el estado de Maine. No, cualquiera no. El ser piensa que Derry no es una población ordinaria como Portland o Bagnor. Su preciada Derry es algo más parecida a Castle Rock, donde cayó la cúpula, o Jerusalem's Lot, donde residen los vampiros. La criatura asiente convencida: veintisiete años de su ausencia no podrán opacar el horror de esa localidad podrida y desgraciada.
Tic, tic, tic...
La criatura piensa que la tormenta es inminente. La percusión de las gotas de agua impactando contra el asfalto es cada vez más rápida y abundante. En un día de temporal los humildes habitantes de Derry preferirán quedarse en casa, al refugio de un techo y paredes, antes que salir al exterior. ¿Desde cuándo eso ha sido un impedimento para él? La criatura ríe, traviesa. Nunca lo fue y nunca lo será.
¡Echa de menos tantas cosas! Los árboles del bosque, el caudaloso río, las tranquilas calles en su aspecto más adorable, los niños saliendo de la escuela con sus sonrisas pintadas en la cara mientras los queridos progenitores ansían su encuentro... ¡Ah, los niños! La criatura les echa tanto de menos que le emociona pensar en ellos. El aspecto tierno e inocente; piernas cortas correteando por ahí y por allá; incertidumbre en sus respuestas; cariño en sus gestos y... miedo en sus ojos. Oh, el pavor en sus miradas...
La lluvia es oficialmente tormenta. Una cascada de agua entra por las aberturas de las aceras, directas a la alcantarilla donde eso se esconde, en un rugido que se funde con los gruñidos de la bestia. Entre truenos se filtra un sonido que ilusiona al ser, algo tan familiar y lejano que le confunde. Diría que se trata del chapoteo de un niño correteando entre los charcos. Puede sentirle, puede verle, puede entrar en su mente: se trata del pequeño George Denbrough.
«Delicioso».
Desde la lejanía, un cúmulo de maldiciones en una voz aguda e infantil indica que el chiquillo se aproxima a su inevitable final.
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —grita Georgie.
El niño corre tras un barquito de papel que, arrastrado por el agua de la lluvia, navega sin rumbo fijo pero destino certero: la abertura en el suelo que conduce a un lugar maloliente y tenebroso. El ser sabe que el niño no quiere perderlo, pues aquel trozo de papel es un obsequio de su hermano. Sin duda Georgie luchará por atrapar el barquito.
¡Plop!
«Demasiado tarde», piensa divertido. El velero construido con una hoja del periódico cae por la abertura del alcantarillado, en el lado izquierdo de Witcham Street. Eso lo agarra con agilidad, evitando que se empape. Una enfermiza risa escapa entre sus dientes.
En un esfuerzo incuestionable, el ser adopta un semblante más humano: la forma de un hombre de mediana edad, con pintura blanca y roja en la cara, una peluca anaranjada y un traje más bien cómico. Parece un payaso, aunque la criatura sabe que quien se cruce con él no va a reír en absoluto. Esboza una traviesa sonrisa y se esmera en parecer agradable; no quiere que el niño se asuste al verle. No, todavía no.
Tic, tic, tic...
El crío cae de bruces contra el suelo. Está dolorido y enfadado: el dichoso barquito se le ha escapado por la alcantarilla y no ha podido salvarlo. Su hermano Bill se enfadará con él por perderlo. ¿Qué puede hacer? El payaso se muestra, provocando sus ojos amarillos, un pequeño susto en el muchacho. Evitando que la presa se escape, se dirige a él con una voz más que simpática.
—Hola, George. —El personaje de circo esboza una encantadora y radiante sonrisa, sosteniendo en una mano un manojo de globos rojos, como los que usualmente tienden a llevar los payasos, y en la otra el objeto perdido—. ¿Quieres tu barquito, Georgie?
La inocencia de los niños es algo incuestionable. Es por eso que el infante devuelve la sonrisa al ser sin cuestionar su sinceridad. Le parece extraño encontrarle dentro de la boca de tormenta, pero no por ello dejarará de ser agradable con él.
—Sí, lo quiero.
El payaso Pennywise estalla en una sonora carcajada, de esas que contagian a cualquiera su alegría.
—¡Así me gusta! ¿Y un globo? ¿Quieres un globo?
—Bueno.. sí, por supuesto. —algo inseguro, el niño duda—. Dice mi padre que no puedo aceptar regalos de desconocidos.
—Tiene razón, George, tu papá tiene razón. —El payaso muestra un semblante seguro y comprensivo—. Yo soy el payaso Pennywise y tú eres George Denbrough. Es un placer. ¿Ves? Ahora ya no soy un desconocido. Ahora somos amigos, Georgie.
Parece sincero y eso al niño le agrada. Hace un instante ha estado a punto de perder su preciado barquito; ahora un simpático payaso tiene la consideración, no solo de rescatarlo, sino también de regalarle un hermoso globo.
—¿Flotan? —pregunta.
—¿Que si flotan? Oh, sí, claro que sí. ¡Flotan!
George estira la mano, dispuesto a acoger su presente. De pronto, la criatura le sujeta el brazo y su cara se deforma en el rostro más horrible jamás contemplado. Sus ojos amarillos escapan de sus orbitas, unos dientes afilados como cuchillos se acumulan en sucesivas hileras. La piel adopta un extraño tono amarillento, rugosa, que se deshace en una masa gelatinosa.
—¡Flotan! ¡Flotan! ¡Flotan! —La voz del payaso se agrava hasta resultar una especie de croado—. ¡Flotan, Georgie! Y cuando estés aquí abajo, conmigo, tú también flotarás.
Tira de él, arrastrándole hasta la oscuridad, llevándose a Georgie con los desechos de la tormenta allá donde nadie le volverá encontrar.
*Al ser un relato realizado por un miembro del equipo HEA, no participará de la competición para evitar la vulneración de la imparcialidad en los resultados.
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