Tormenta en el corazón

La lluvia acompañaba a Carola en el lúgubre terreno, en una mano llevaba un ramo de margaritas y con la otra sostenía su paraguas rosa. La expresión relajada en su rostro y su tranquilo caminar le servían de fachada con toda persona que se cruzase, sin embargo sabía que no los convencía porque los susurros a sus espaldas le producían comezón en el cuello y las manos.

Sus tacos empezaban a hundirse en el barro, pero se rehusaba a quitárselos, llegaría a su destino con ellos como se había prometido.

El camino parecía eterno y su sonrisa decaía a la vez que su vista se nublaba, con rudeza apartó a aquellas lágrimas que amenazaban con arruinar su maquillaje y tomó el borde de su vestido que se estaba tiñendo de marrón y verde, sin soltar las margaritas, levantándolo a la altura de sus caderas mostrando sus delgadas y pálidas piernas cubiertas de heridas aun abiertas.

El paso se le dificultaba cada vez más, no lograba andar sin tropezar. El paraguas salió volando de un momento a otro siendo arrancado de entre sus dedos por el viento, Carola se quedó de pie observando por un segundo como este daba volteretas en el cielo añadiéndole un poco de color al oscuro paisaje, y continuó su camino.

Las margaritas le vieron llorar, reír y volver a llorar en silencio y una a una fueron cayendo al barro, fundiéndose con él. Solo una llegó al final del camino.

Con la sonrisa rota y el cuerpo tiritando, Carola depositó la margarita frente la parcela y besó sus dedos índice y corazón, estremeciéndose ante el contacto frío, para luego apoyarlos sobre el nombre de su amada tallado en la piedra.

El llanto le ahogaba, le devoraba el alma, pero más le dolía la pérdida que parecía calar cada vez más hondo.

—Hace... —comenzó con la voz quebrada, se detuvo un momento clavando su vista en el cielo tormentoso y se obligó a continuar—. Hace un año me dijiste, me prometiste, que un día te casarías conmigo y creí cada palabra que salía de tu boca, pero te fuiste antes de que pudiera decir "Sí, acepto" —Sus piernas desistieron y con fuerza cayó hundiendo sus rodillas en el suelo—, lo prometiste y no lo cumpliste.

Su largo vestido había adquirido los últimos días una extraña mezcla de colores dejando en el olvido su color original, el blanco.

—¿Por qué lo hiciste, Liv? ¿Por qué me dejaste sola vestida así esperando por ti? —Su voz aumentaba con cada segundo—. Estaba lista para ti, para nosotras ¿acaso vos no lo estabas? ¿Acaso yo no era suficiente para vos?

Sus dedos se enterraron en el suelo bajo la margarita, los ojos le ardían aunque más lo hacía su corazón que latido a latido amenazaba con escapar de su pecho para juntarse con el de su amada, que descansaba unos metros bajo sus manos.

—¿Por qué, Liv? ¿Por qué me dejaste sola? Tantos momentos compartidos que ahora son solo recuerdos que me destruyen.

La tormenta a su alrededor parecía interpretar el fuerte sentimiento dentro de Carola, la ventisca amagaba con arremeter contra los pequeños árboles que formaban el camino hacia la carretera y las gotas golpeaban el rostro de la muchacha con la brusquedad de una piedra, pero ella estaba tan fría y anonadada que su piel no sentía dolor alguno más que del tormento que se desataba en su interior.

La sensación de vacío parecía querer destrozar el corazón de Carola, sentía que su cuerpo ya no le correspondía. Sus ojos no paraban de soltar lágrimas como una cascada y de su boca salían disparadas palabras que ya no lograban oírse por los truenos. Su respiración se tornaba dificultosa y eso solo le provocaba una profunda ansiedad.

—No es justo para mí, Liv —graznó—. No es justo que me hayas roto así el corazón, ¿y ahora qué hago con toda la vida que había planeado junto a ti? ¿Qué hago con los miles de momentos que tenía pensado vivir contigo? ¿Qué hago conmigo? No sé cómo vivir sin ti. —confesó mientras se dejaba caer al barro.

De pronto todo se calmó, todo dejó de doler como si algo o alguien hubiera apagado el radio y quitado el peso que le oprimía el pecho. Su alrededor se iluminó y el viento dejó de golpear su cuerpo. Poco a poco se incorporó y se puso de pie, la garganta le dolía y su pulso aun estaba algo acelerado, la margarita se hallaba destrozada entre sus manos decorando los frágiles dedos con sus pétalos blancos.

Carola giró sobre sí misma dándole la espalda a la tumba y con la voz entrecortada susurró aquello que temía admitir y que intentaba apartar de su mente desde el momento que recibió el llamado que rompió por completo su corazón.

—Tantas veces soñé y creí que estábamos destinadas a estar juntas toda la vida, sin embargo es absurdo querer convencerme de que volverás y que mi sueño se hará realidad —Con las piernas temblando comenzó a andar de regreso a la carretera—. Y es que, Liv, te has ido sin mí y ahora he de morir sin ti.

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