08: Él es el más hermoso
Siete hombres de baja estatura pero rasgos faciales muy hermosos regresaban de su trabajo en la mina a su amada cabaña en el corazón del Bosque Negro. Todos caminaban en fila india mientras llevaban sus picos y demás herramientas al hombro.
—"Ay ho ay ho ay ho marchemos al hogar.
Ay ho ay ho ay ho nos vamos a cenar" —. Entonaban con alegría una canción los siete hombres, Lukas era el encargado de llevar el ritmo con sus inconfundibles silbidos.
—¡Alto! ¡Esperen! —interrumpió de pronto Fritz, el mayor de ellos y el que encabezaba la hilera. Se detuvo, se agachó y vio con ojos afilados como la puerta de su hogar estaba semiabierta—. Creo que alguien entró a nuestro hogar —susurró.
—¡Puede ser un ladrón! —dijo Lukas.
—O un dragón...
—¡Un duende! —acotó Joss.
—O un fantasma —dijo Carl, su cuerpo había comenzado a temblar y se resguardo detrás de Hanz.
—Sea lo que sea hay que sacarlo.
—Pero, ¿cómo?
—¡Sorprendámoslo! ¡Vamos siganme!
Se enfilaron nuevamente y caminaron de puntillas hasta entrar a la cabaña. Encendieron un candelero para alumbrar el lugar y revisar los detalles, miraron todo con cautela y continuaron avanzando hasta llegar a la cocina.
En su pequeño comedor, Hanz notó que el pan que había dejado por la mañana ya no estaba completo y Eder vio como la leche de su vaso había bajado considerablemente.
—El intruso no está aquí, debe estar escondido arriba.
—¡Alguien debe ir a echar un vistazo!
—¡Yo no! —se excusaron casi todos al mismo tiempo, retrocedieron un par de pasos dejando a Karl, el menor de los siete y más tímido, al centro.
—¡Ve Carl! —. Seis miradas se clavaron sobre él, viéndole expectantes.
—Per... pero...
—Sin peros —señaló Fritz—. Ten, toma la luz y llévala —dijo ofreciéndole el candelero—. No estés nervioso, te esperaremos aquí.
Carl aceptó y tomó la luz entre sus manos, pero éstas temblaban incontrolablemente. A cada segundo volteaba a ver hacia atrás y los demás le susurraban palabras de apoyo y alzaban sus manos animandolo a continuar. El crujido de la madera bajo sus pies le asustaba e incluso su propia respiración le alteraba más con cada paso que daba.
Cuando él alcanzó el segundo piso y vio un bulto reposando sobre las camas unidas, no pudo evitar asustarse. Se regresó y corrió con prisa escaleras abajo, tropezando con los otros seis que le esperaban.
—¿Qué pasa? ¿Quién es el intruso?
—Un fantasma... muy grande...
—Debemos ir por él, ataquemoslo y echemoslo de nuestro hogar —propuso Fritz.
Los demás asistieron efusivamente y tomaron entre sus manos algunas herramientas para combatir al fantasma. Está vez todos subieron al unísono las escaleras para llegar al segundo piso.
La luz estaba en manos de Fritz, quien encabeza al grupo y a su lado derecho le acompañaba Lukas. Se aproximaron a las camas con sigilo, observando con el cuerpo que yacía sobre ellas respiraba en calma. Fritz acercó la luz hacia la parte superior del cuerpo y suspiró al ver el rostro de quien descansaba ahí.
—No es un fantasma, es un joven —afirmó.
—Un joven muy hermoso —dijo Lukas, acercándose un poco más para examinar las finas facciones del joven.
—Parece un ángel muy hermoso —señaló totalmente extasiado
—¿Un ángel? ¡Bah! —gruñó despectivo Hanz—. ¡Es un joven! Los jóvenes son molestos y llenos de remilgos. ¡Son malos y no me gustan! —finalizó su discurso con la voz en alta ganándose un regaño por parte de los demás.
—¡Cállate! ¡Vas a despertarlo!
—¿Y? Tiene que irse, no puede estar aquí.
El príncipe Gerard comenzó a removerse en las camas, estiró sus brazos y talló su rostro suavemente.
—Ya despertó —susurró Lukas con delicadeza.
Todos se ocultaron detrás de los respaldares de madera de las camas a la espera de lo que el joven haría a continuación. Esperaron algunos minutos y asomaron sus enormes ojos por el borde.
El príncipe que se había sentado en la suave superficie se asustó al notar las intensas miradas sobre él. Abrazó contra su pecho la tela roja pero se obligó a ser valiente y hablar.
—¡Hola! —saludó y su voz salió con más tranquilidad de lo que había esperado—. Mucho gusto, ¿cómo están?
Un silencio casi sepulcral se instauró en el lugar obligando a Gerard a actuar con naturalidad, siendo el joven empatico y amable de toda su vida.
—Dije que ¿cómo están? —repitió tomando una postura más firme, se sentó erguido y abrazó sus piernas contra su pecho.
—¿Cómo estamos de qué? —. Fue Hanz el primero en hablar, se cruzó de brazos y frunció el seño.
—No seas maleducado Hanz —regañó Fritz—. Soy Fritz, el hermano mayor. Trabajamos en la mina que está a unos cuantos kilómetros de aquí, ésta es nuestra casa y somos originarios de Friburgo, el rey nos proporciona lo necesario para que trabajamos acá. Ellos son mis hermanos... —dicho esto comenzó a señalar y a presentar a cada uno de los presentes.
—¡Que nombres tan bonitos tienen! —afirmó Gerard con una sonrisa cuando terminó de escuchar las presentaciones. Todos parecían amigables y buenas personas, incluso Hanz que mantenía su postura gruñona—. Cuando era niño conocí al rey Iero, aunque lo recuerdo muy poco.
—Él y su hijo son los mejores gobernantes que el reinado a tenido.
—Seguramente —acotó y de pronto se sorprendió a si mismo—. ¡Ya se han presentado todos pero yo aún no! —sonrió pequeño y acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja—. Mi nombre es Gerard Arthur Way...
—¿El príncipe de Feldbreg? —le interrumpió emocionado Lukas.
—Si...
—¿Qué hace el príncipe invadiendo nuestro hogar entonces? —atacó Hanz nuevamente.
—Ya es suficiente —dijo Fritz.
—¡No! ¡Él no debería estar aquí! Que vuelva a su reino y nos deje en paz.
—¡No por favor! ¡No me echen! —exclamó el príncipe Gerard con desesperación—. Si me encuentra, me matará.
—¿Te matará?
—¿Quién?
—Mi madrastra, la reina —respondió con tristeza.
Gerard había llegado a la conclusión que la única persona capaz de hacer aquello era Alejandrina, la esposa de su padre. No hacía falta que el cazador lo confesara de su viva voz, él lo sabía en el fondo de su corazón pues desde que aquella mujer llegó al castillo su vida entera había cambiado. Y seguramente con su muerte, ella conseguiría alguna cosa. Él no lo sabía pero tampoco quería enterarse, le bastaba con estar en un lugar tan tranquilo como ese, lejos del castillo que a pesar de ser su hogar resguardaba dentro de sus paredes los recuerdos más dolorosos.
—¡Ella es mala! —afirmó Carl.
—¿Qué? —preguntó el príncipe Gerard confundido.
—Ella es una bruja, malvada y perversa —. Hanz respondió viéndole fijamente—. Si ella lo encuentra aquí, se vengará y nosotros pagaremos los platos rotos.
—Pero ella no sabe que estoy aquí —dijo con timidez.
—Podría saberlo, ella usa magia negra y es maligna...
—No lo hará, se los prometo. Si me dejan quedarme yo podría ayudarles a limpiar, lavar, cocinar...
—¿Sabes cocinar? —preguntó emocionado Joss.
—Si, sé hacer budín de fresas y pastel de manzanas también.
Hubo vítores y más murmullos por parte de aquellos siete pequeños hombres pero lo que hizo suspirar aliviado al príncipe Gerard fue escuchar entre repetidos hurras un ¡Si, se queda!
Esa noche mientras el príncipe, a quien ahora llamaban Gee, preparaba sopa para la cena, los hombres se encargaban de desocupar una habitación desordenada en el piso de abajo. La dejaron limpia y acomodaron tres pares de camas que ellos no usaban. Dejaron todo listo para que la estadía del príncipe en la cabaña fuese grata.
❄
Un día después en el castillo de Feldberg, la reina Alejandrina reanudó su rutina. Como de costumbre fue a su habitación secreta en la torre del castillo y destapó su espejo mágico. El cuervo revoleteo sus alas dentro de su jaula y fijó sus ojos pardos en los movimientos de la mujer.
—Espejito, espejito deseo saber quien es la persona más hermosa del reino —dijo sonriente, a sabiendas de que el príncipe Gerard ya no sería más una piedra en su camino.
—Tú eres muy hermosa —dijo y ella asintió contenta y triunfal—. Pero... —el espejo continuó hablando y la reina sintió como la sangre subía a su cabeza—. En el bosque negro, más allá de las colinas, junto a la cascada del río, en una cabaña con siete hombrecillos vive el príncipe Gerard. Él es el más hermoso.
—No es cierto, el cazador me entregó el corazón de Gerard en un cofre —ella negó desesperda.
—El príncipe aún vive y sigue siendo el más hermoso de la tierra —reafirmó el espejo mágico una vez más—. El corazón de un jabalí es lo que tienes en ese cofre...
—¡El corazón de un jabalí! ¡Me ha traicionado! —gritó molesta la reina.
De manera inmediata ella tapó el espejo y permitió que su verdadero rostro saliera a la luz. El cuervo se asustó al verla abrir un enorme libro viejo y encender un caldero.
—Yo misma voy a solucionar esto.
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