33. El capricho
Anne pasaba su tercer día consecutivo en las mazmorras. Se preguntaba qué pasaría en la realidad con su cuerpo. No supo nada más de Dave. Le echaba de menos. Edward la visitaba varias veces al día para hacerle un poco de compañía y traerle la comida. Esa mañana, Edward venía con el desayuno y una noticia. Abrió la puerta y se sentó delante de ella con un cuenco de cereales con leche.
- Mira, hoy te traigo tu desayuno favorito- bromeó-. Y tengo que contarte algo.
Anne le miró con ojos soñadores. No le parecía tan malo ser cuidada por el príncipe. Edward le llevó la cuchara a la boca. A ella le era difícil hacerlo con las esposas limitando sus movimientos, por lo que él se encargaba de darle de comer.
- Gracias por facilitarme las cosas aquí- dijo ella sonriendo.
Edward se dio cuenta de que su amabilidad podía ser malinterpretada y dar falsas esperanzas a Anne, por lo que trató de no llevar la confianza demasiado lejos. No quería ser frío pero no iba a mostrar sus sentimientos tampoco.
- Anne, te estarás preguntando qué sucede en la realidad y por qué Dave no ha venido a verte. En primer lugar, la misión de Dave ha acabado y ya no volverá al mundo de los sueños, aun puede, pero dentro de unos días ya le será imposible. La tuya hubiera acabado también al encontrar a Rosalie y prometernos, pero debido al castigo te quedas aquí. Rosalie me ha contado que estáis en el hospital. Os alcanzó una bomba y estáis recuperándoos de las heridas.
Anne estuvo unos minutos digeriendo la información.
- ¿Qué pasa con una persona cuando se queda atrapada en el mundo de los sueños?- quiso saber ella.
- El tiempo se detiene para su cuerpo.
- ¿Entonces no me curaré si no despierto?
- Sí, tu cuerpo seguirá funcionando, pero no te haces mayor. Aunque despiertes años más tarde, será como dormir una noche.
- Pero cuando despierte todo habrá cambiado a mi alrededor... ¿Cuánto tiempo tengo que estar aquí?
Edward miró hacia otro lado. No fue del todo sincero.
- Hasta que me case. En ese tipo de fechas, se hacen excepciones y el rey puede liberar de su castigo a una persona.
- ¿Te conviertes en rey en la boda?- preguntó ella.
- No, la coronación será dentro de una semana en calendario onírico, lo que son tres días y medio en tiempo real. Me tengo que ir ahora, hay que organizar las preparaciones, además, tengo que estar con mi futura esp... reina.
Edward cerró los ojos, resignado. No conseguía aceptar el hecho de que iba a casarse con Rosalie y no le gustaba usar la palabra que le correspondía a su futura relación matrimonial, y menos delante de Anne. Lo cierto era que en su tiempo libre, no dejaba de leer el Libro para encontrar alguna forma de librarse de la boda. Pero a menos que la elegida no muriera, otra no podía ser elegida en su lugar. También había otra posibilidad, pero el príncipe no contaba con ella, y era que él abdicara, pero para ello necesitaba un heredero. Y no lo tenía, ya fuera por descendencia o por sangre. Descartó esa opción rápidamente junto la de que Rosalie dejara de estar con vida, por lo que simplemente se resignó. Aunque no dejaba de buscar otros modos.
Se marchó y cerró la puerta mientras miraba a Anne quedarse sola en ese lugar frío y oscuro, desierto. Era la única prisionera y no tenía nada que hacer ni nadie con quien hablar. Le dolía dejarla ahí. Se pasó el día y la noche pensando en una forma de sacarla de ahí aunque siguiera siendo castigada. En el Libro no decía que ella debía estar necesariamente en las mazmorras, pero sí encerrada en una celda o cualquier espacio cerrado del que no pudiera escapar. Fue entonces que se le ocurrió una idea. Prohibió a todos la entrada a su habitación, ya que sería la nueva "prisión" de Anne. Una vez que todo estaba preparado, fue a por ella.
Anne le esperaba como siempre con una sonrisa, aunque cada vez más apagada y sus ojos desprendían menos brillo. Se la notaba cansada de estar en ese lugar. Quedaban dos días para la coronación. Edward seguía pensativo, había algo que le estaba ocultando a Anne pero que no le quería contar. Fue a la celda y le dijo que le acompañara. Anne se sorprendió al verse en la habitación de Edward.
- ¿Por qué estoy aquí?- preguntó ella.
- Porque...- bajó el tono, miró a los lados y se acercó a ella, cogiéndole la barbilla-. Te quiero en mi habitación.
Anne enrojeció al instante y trató de alejar pensamientos extraños de su cabeza. Pero lo que dijo Edward era difícil de interpretarlo de otra forma.
- ¿Tienes calor? Estás roja- empezó Edward a picarla. No podía evitarlo, le gustaba molestarla para ver su cara. Además, pasar su tiempo molestándola le evitaba pasarlo pensando en hacerle otras cosas. Se autoconvencía de que solo quería molestarla.
- No me pasa nada- replicó ella, apartando la mirada-. ¿Para qué me quieres en tu habitación?
Edward la cogió en brazos y la dejó en la cama. Puso sus manos a cada lado de los hombros de Anne, acorralándola.
- ¿Y si te digo que es para jugar contigo?
Anne estaba tan roja que no sabía cómo contestar. Edward iba a apartarse para dejarla en paz pero se detuvo a mirarla y se le resbaló la mano, haciendo que se desequilibrara. Su cara acabó en la de Anne y sus labios en los de ella. Ninguno de los dos trató de apartarse, sino que continuaron el beso. Cuando por fin Edward se incorporó y se miraron, ambos se dieron cuenta de lo que acababa de pasar.
- ¿Así que me has traído para "jugar"?- preguntó ella.
- ¿Así que tú me sigues el juego?- devolvió Edward.
Anne trató de incorporarse, pero Edward se lo impidió.
- Tú no te vas a ningún sitio.
Anne le miró confusa. Tenía ganas de otro beso como el de antes, pero él tenía a Rosalie y solo jugaba con ella.
- ¿Por qué haces esto? Estás prometido y no sientes nada por...
Edward la calló con un beso. Estaba encendido y no era capaz de dejar escapar esa oportunidad. Por un momento, dejaba de ser un príncipe prometido, sino un joven disfrutando el poco tiempo que le quedaba para estar con una chica especial. Al principio, Anne pensaba que fue cosa del momento, pero Edward parecía consciente de lo que hacía y que quería hacerlo.
- Te he estado visitando estos días y te he estado dando de comer, ¿crees que puedo aguantar más viendo tu boquita y solo tocarla con la cuchara? Eres una tentación, ¿lo sabes?
Una corriente de sentimientos recorrió el cuerpo de Anne mientras no dejaba de mirar a Edward incrédula, no sabía qué pensar y no podía creer que Edward le dijera eso. Parecía que empezaba a mostrar su verdadero yo. Cada vez estaba más segura de que le gustaba todo de él. Eso no la ayudaba para nada en su decisión de olvidarle. Discutir con Dave ya de por sí hacía más difícil elegirle a él en vez de a Edward. Parecía como que todo indicaba a que debía estar con él. Excepto el compromiso. De nuevo, pensó que solo era un sueño y mejor aprovecharlo antes de que acabara.
- Si no quieres esto dímelo y te trataré como un príncipe debe tratar a una prisionera- la advirtió Edward-. Pero si no dices nada, no me detendré ni me contendré.
Anne no era capaz de decir que no quería. De hecho, era lo que más quería.
- Dime qué sientes por mí- pidió ella.
- Siento que si no me contestas pronto lo haré yo por ti- le dijo él acercando su rostro al de ella y justo cuando sus labios empezaron a rozarse, Anne apartó la cara.
- ¿Hasta cuándo haremos estas cosas si acepto?
Edward iba a contestar que hasta cuando se casara, pero se dio cuenta de que incluso tras casarse seguiría queriendo hacerlo. No era justo tenerla de amante. No era justo con Rosalie, ni con Anne, ni consigo mismo. Era egoísta.
- Anne, dame un poco más de esto, por favor...- pidió él-. Voy a casarme con alguien que no quiero y mi tiempo es limitado, pronto dejaré de verte... Por favor, concédeme este capricho egoísta de al menos poder hacer algo por mi voluntad...
La voz de Edward estaba recargada de sufrimiento y deseo. Verle suplicar de esa manera hizo que Anne viera su lado vulnerable, otro aspecto de él que la enamoraba todavía más. No era justo hacer eso, pero con ella tampoco fue justa la vida, y aunque fuera egoísta, quería permitírselo después de dejar atrás todo por Dave y no recibir nada bueno a cambio. Lo único que la detenía era que no sabía qué sentía Edward por ella. Necesitaba saberlo.
- Ed... ¿Me quieres?
Edward no le contestó y siguió besándola. Anne le sujetó la cara, le miró a los ojos y se lo volvió a preguntar.
- ¿Me quieres?
- ¿Tanto te cuesta concederme este capricho sin hacer preguntas? Tu pregunta compromete mi reputación, ¿sabes? Por favor, no más preguntas. Solo te pido esto y te daré todo lo que tú quieras. Te haré tu castigo lo más soportable posible...
- Está bien, supongo que es mejor no saberlo...- accedió por fin Anne.
Y los besos continuaron. No les parecía del todo bien lo que hacían, pero tampoco del todo mal. Edward cada vez se sentía más culpable por lo que le ocultaba a Anne y sobre todo por no ser capaz de dejar su trono por una vida normal con ella. Había mejores formas de hacer las cosas, pero prefería arriesgar. Cuando se fue de la habitación esa noche tras los besos y dejar a Anne que descansara en su cama, se dirigió a la biblioteca para seguir buscando en el Libro alguna posibilidad para no casarse con Rosalie, quien ya apenas le veía y tuvo la mala idea de ir a buscarle a su habitación y hablar con él al día siguiente. Pero al abrir la puerta, vio que tenía compañía y que estaba ocupado con ella.
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