(2/4)

Martín llevó a Manuel hasta el hotel donde se hospedaba. Hubiera preferido llevarlo a algún médico, a un dispensario o a una sala de atención rápida, pero no sabía dónde encontrar algo así por la zona, ni tampoco cómo debería buscarlo en Google Maps. La preocupación se mezclaba con la incomodidad: no conocía bien a este pibe, y ahora tenía que cargar con él. Uno de los empleados del estacionamiento, al ver la situación, le ayudó a cargarlo sobre su espalda, haciendo más fácil subir por el ascensor y más tarde recorrer el pasillo hasta su habitación. Al entrar en ella, dejó caer a Manuel sobre la cama con un suspiro cansado. Luego, se dejó caer en un sillón rojo a un lado de su lecho. Qué hermosa forma de terminar la noche, pensó irónico mientras observaba al chileno, inerte, ocupando su cama.

Después de unos minutos, en los que revisó sin entusiasmo los mensajes de sus amigos en el celular, decidió tomar un baño para despejarse y quitarse el olor a helado de piña y vino blanco. Veinte minutos después, salió del baño con solo un toallón blanco envuelto en su cintura. Debido al estrés y el cansancio, había olvidado tomar una muda de ropa antes de entrar al baño. Por lo que, con su cabello aún húmedo, del cual caían pequeñas gotas de agua que se deslizaban por sus pectorales firmes y anchos, se acercó hasta su maleta a los pies de la cama para encontrar algo cómodo para dormir. Fue entonces cuando Manuel recobró parcialmente el conocimiento.

—No sé qué bien hice yo en otra vida... pero gracias, Dios, por este banquete —balbuceó Manuel, con la lengua aún adormecida por el alcohol. Martín rodó los ojos, lo estaba chamuyando el típico borracho del barrio.

Manuel, torpe pero decidido, intentó ponerse en cuatro sobre la cama y gatear hacia Martín. Sus movimientos eran un desastre, sus brazos flaqueaban y su cuerpo apenas respondía a sus órdenes. Pero aún así, quería tocar ese abdomen trabajado del rubio, quería pasar la yema de sus dedos por la piel aún húmeda de Martín. Sin embargo, lo único que logró fue caer de cara contra el piso, quedando nuevamente inconsciente.
Martín, exasperado, se pasó la mano por el rostro preguntándose qué haría con el pelotudo calentón que se había traído a su habitación. Volvió a suspirar con desgano y, como pudo, levantó a Manuel para volver a colocarlo sobre la cama, acomodandolo más hacia el miedo para no volviera a desplomarse en el suelo.

...

A la mañana siguiente, Manuel escuchó cómo unos cajones se abrían y cerraban con insistencia, acompañados por el eco de unos pasos que iban de un lado a otro de la habitación. Poco a poco, y con gran esfuerzo, fue alzando sus párpados. Tuvo que pestañear varias veces antes de acostumbrarse a la luz que se filtraba por un amplio ventanal de madera barnizada. Lo primero que notó fue que no estaba en su auto, ni en el cuarto de ninguno de sus primos. Lentamente, se fue incorporando en la cama, aunque su cabeza daba vueltas como si estuviera en una calesita rusa.

—¿Cómo te trata la resaca? Te dejé un Uvasal por si lo necesitás —dijo un pibe rubio de bellísimos ojos verdes, dejando un vaso de agua y un sobrecito blanco junto a la cama. Su voz sonaba calmada, casi indiferente, como si aquella situación fuera casi cotidiana.

—¿Y quién chucha erí vo'? —inquirió Manuel, entre asustado y sorprendido, mirando al hombre, que vestía ropa deportiva y se movía por la habitación con una tranquilidad que a Manuel le resultaba desconcertante.

—¿Cómo quién soy, boludo? —Martín enarcó una ceja, casi ofendido. Le resultaba increíble creer que después de todo lo que había pasado, Manuel ni siquiera lo recordara.

El chileno volvió a observar a su alrededor; si no estaba equivocado, se encontraba en una habitación de hotel, y de uno bastante caro. Las sábanas eran suaves al tacto y la cama, inmensamente más cómoda que cualquier lugar donde había dormido recientemente. Trató de bajarse de ella, pero sus piernas se doblaron y un dolor punzante en la parte baja de su espalda le impidió ponerse de pie. Un leve mareo lo envolvió, y el estómago se le revolvió con la sensación incómoda de la resaca.

"¿Dolor en la espalda?", repitió en su cabeza, intentando recordar algo de lo sucedido la noche anterior. Pero todo era un jolgorio en el Parque Saval, hasta que los recuerdos se volvían borrosos. Solo tenía pequeños flashes: sus primos bailando, Marcelo riendo por cualquier tontería y... ese mismo rubio frente a él, con el pelo mojado y con apenas una toalla blanca cubriendo sus partes íntimas.

—¡Dios mío! ¡Me violaste! —exclamó de repente, haciendo que Martín se atragantara con el café que bebía de un vasito de telgopor blanco.

—¡¿Pero qué carajos decís, pelotudo?! —respondió Martín, tosiendo.

—¡Te aprovechaste de mí! —gritó Manuel, tapándose con las sábanas, aunque no estaba desnudo. Pero eso no le impedía pensar que Martín podría haberle bajado apenas los pantalones, hacer lo suyo y dejar todo como estaba antes—. ¡Voy a llamar a los carabineros!

—Cerrá el orto, pelotudo. Yo… —Martín se lo pensó, podía darle la tranquilidad de que no había pasado nada, de que estaba malinterpretando la situación. Pero había sido ofendido, estaba siendo injustamente tachado de violador por un pibe al que apenas conocía desde ayer—. Yo no te violé, vos me pediste que tuviera relaciones con vos. Gateaste por la cama, me sacaste la toalla y te la comiste doblada. Después me pediste que por favor te cogiera hasta que no pudieras caminar. No podes ahora decirme violador por vos ser un cola floja, chabón. Rescatate, boludo.

Manuel estuvo a punto de protestar, de gritar "Imposible, yo no soy así, weón". Pero, recordando lo mucho que había tomado ayer y como él mismo lo había guiado hacia el interior de la espesa arboleda de Parque Saval, dudaba de sus propios argumentos. ¿Cuán urgido había estado para atacar a un argentino qliao? Aunque, viéndolo de pies a cabeza, era obvio el porqué se derritió en sus brazos y se desconoció a sí mismo; tal vez no debía sentirse tan mal por haberse comido a un mino de semejante pedigree. Sin embargo, era algo decepcionante no recordar absolutamente nada de aquella noche de pasión. Su primera vez, un momento que considero que sería especial, había sido desperdiciado en un encuentro efímero con un simple desconocido, que ni siquiera era de la zona.

—¿Por qué tenes esa cara de tragedia? —inquirió Martín al notar como la expresión del chileno se iba tornando más oscura ¿Era tiempo de decir la verdad? ¿Estaba yendo demasiado lejos?

—Que chucha te importa, weón. —Otra vez esa actitud de mierda, Martín perdió la poca lástima que le había tenido por un breve instante—. ¿Me podí llevar a mi casa? Seguro que me dejé el auto en el parque y creo que perdí mi teléfono —le pidió tras comprobar que en sus bolsillos efectivamente solo tenía las llaves de su Chevrolet Onix y unos cuantos pesos que sobraron de los terremotos que compró en la noche.

—Si, no soy una bosta. Primero pasa al baño, acomodate un poco esas fachas de alcohólico que tenes y bajemos a desayunar en el comedor del hotel.

Martín salió de la habitación casi de un portazo, Manuel sintió algo de culpa, capaz lo había tratado demasiado mal. Pero lo hecho, hecho está, se dijo levantándose para asearse en el baño. Al bajar al comedor del hotel, se dió cuenta finalmente que estaba en el Trattoria Di Torlaschi, uno de los mejores alojamientos de la ciudad, con uno de los mejores restaurantes de la zona. Ansioso, llegó hasta donde estaba el rubio revisando la carta con una sonrisa de oreja a oreja, pero pronto se desvaneció de sus labios al recordar que no tenía dinero ni el celular para pagar con su tarjeta de débito virtual. Tampoco le gustaba ser abusivo con la gente, mucho más con una persona de la que no conocía ni el apellido.

—¿Y ahora? —cuestionó Martín casi frustrado con la montaña rusa de emociones que era el rostro de su acompañante.

—No tengo ni para el café, aquí es caro —admitió con un puchero en los labios que hizo sentir un extraño cosquilleo en el estómago del argentino.

—Dios, dame paciencia… —murmuró rodando sus ojos—. Te estoy invitando obviamente; y sentate que me estás dando vergüenza.

Manuel podría haber protestado, negarse como lo hacía usualmente cuando alguno de sus amigos quería invitarlo a comer, pero se dijo a sí mismo que por esta vez podía dejarlo pasar, total había sido su trasero el atacado por la noche. “No me duele tanto”, pensó al recordar que ya no era virgen y sus amigos le habían advertido que la primeras veces le costaría sentarse, aunque todo dependía de la experiencia y el trato de su amante. “¿Es tan bueno?”, se preguntó tomando la carta que uno de los mozos trajo para él.

Al estar así, en ese silencio cómodo mientras decidían qué desayunar, Manuel aprovechó para ver el perfil de Martín bañado por la luz del sol que entraba por el techo transparente de aquella especie de invernadero en la que estaban sentados. Sus cabellos rubios de tres tonos distintos brillaban como hilos de oro de distinta antigüedad, de distinto tratamiento de pulido y refinado. Sus ojos de un intenso verde verano se volvieron en un hipnótico verde translúcido, como el agua del río al atardecer. ¿Cómo podía una persona ser tan hermosa?

—Si no sabes qué pedir, te recomiendo la parte de tortas, las porciones son grandes y todas están riquísimas. —Manuel asintió, hasta su voz era linda, pensó. ¿Cómo podía ser que no recordara nada de anoche? ¿Cómo podía olvidarse de que un hombre así lo desfloró y repartió besos por todo su cuerpo? Era un weón con mala suerte, pero nunca creyó que podía ser tan desgraciado. De ahora en más no volvería a tomar un terremoto en su vida, o al menos no cuando un mino lindo andaba cerca.

...

Martín terminó su café y estaba a punto de acabar su segunda berlinesa. Manuel, por su parte, había devorado la porción de carrot cake que había pedido por recomendación del mesero, y ahora tomaba tímidos bocados de la selva negra más húmeda que había probado en su corta y desdichada vida. El rubio notó aquel cambio de comportamiento, ese intento de dar una buena imagen luego de haberlo llevado a su habitación desmayado por el alcohol y apestando a helado de piña. Sin quererlo, una pequeña sonrisa se formó en sus labios, pero la ocultó tras un folleto de excursiones locales que llevaba leyendo hacía un buen rato. Todavía no se había decidido por ninguna de ellas, tal vez porque no podía concentrarse por el pibe particular que tenía enfrente.

—¿Y? ¿Te gustó el desayuno? —le preguntó cuando recuperó la compostura. Manuel rápidamente tomó una de las servilletas de tela que había sobre la mesa y se limpió la boca, temiendo tener algún rastro de chocolate en la comisura de sus labios. No quería generar una escenita cliché en la que Martín le señalara que tenía algo a un lado de la boca y luego se inclinara hacia él para limpiárselo con su dedo pulgar. Aunque, pensándolo bien, los clichés no eran tan malos; no hubiera sido tan desagradable que algo así hubiese pasado—. ¿Hola? ¿Estás acá? ¿Te gustó el desayuno? —reiteró Martín su pregunta, aguantando una risita burlona por lo distraído que se mostraba el castaño, imaginando que seguía incómodo por la supuesta noche de pasión.

—Si, weón, si —respondió con fingida molestia, estaba avergonzado de sus fantasías tontas dignas de una comedia romántica de los 2000.

—Dios, qué carácter… —murmuró el rubio volviendo a su lectura.
Manuel sintió algo de culpa, una pequeña necesidad de disculparse por como se había comportado hasta ahora, pero antes de poder pronunciar palabra alguna, dos hombres con ceño fruncido se pararon junto a ellos. Se notaban molestos, casi ofendidos.

—Che, qué onda con vos, culiado. ¿Por qué no fuiste con nosotros a la excursión? Encima ni siquiera nos respondes los mensajes. Así no, eh. No nos vengas con estas pelotudeces —reclamó el muchacho de cabello negro y ojos verdes en un acento ligeramente distinto al de Martín.

—Primero, “buenos días”, ¿no? —respondió el aludido, irónico.

—¿Qué "buenos días", Martín? Ya subimos dos montes, comimos chocolate y nos cruzamos a un chileno-alemán medio raro, mientras vos acá, desayunando bolas de fraile y un café con leche —agregó el otro joven, de rizos rubio cobrizo, que tenía un llamativo lunar a un lado de su nariz aguileña.

—Bueno, están todos dolidos acá, che. No me dejan ni desayunar en paz con esas caras de orto que me ponen —replicó Martín.

Manuel notó que aquellos comentarios no eran solo para los dos hombres quejumbrosos a su lado, sino también una indirecta para él. Cansado, rodó los ojos y siguió devorando su pedazo de torta. Los otros dos continuaron discutiendo con Martín por algún tipo de itinerario fallido debido a su repentina aparición en escena.

—¿Por qué no cierran el culo un rato y me dejan presentarles a Manuel? Con quien estoy pasando la mañana, y por eso no tuve tiempo de ir a romperme una pierna en cerro "Wea Brígida", ¿ok? —dijo Martín, exasperado. Dejó la revista a un lado y terminó su infusión de un trago. Luego tomó lo que le quedaba del panificado y se lo metió en la boca, mientras extendía la mano hacia el chileno, indicándole que ya era hora de retirarse. Por suerte, ya había terminado todo lo que había pedido; se habría muerto de la pena si quedaba algún pedazo de pastel desperdiciado por la interrupción indeseada de los acompañantes de Martín.

—Te dije, culiado, que no teníamos que venir con un soltero de vacaciones. La Jessica me va a matar por este pelotudo —lloriqueo el pelinegro pensando en que su novia podía llegar a creer que él también andaba metido en aventuras de una noche con algún pibe del pueblo.

—Bueno, a mi la Rocío no me va a reclamar nada, pero me embola que al final no hagamos nada juntos, che —agregó el ruludo con un puchero sobre sus labios que hizo sentir un poco mal a Manuel por haber interrumpido lo que sea que tuvieran planeado hacer en Valdivia.

—Puedo pedir taxi… —murmuró ya incómodo con la discusión.

—No, me pediste que te lleve y te voy a llevar. No les bola a estos pelotudos, les encanta llorar, son insoportables —lo consoló Martín para no les prestara atención, pero ya era tarde, Manuel estaba inquieto—. Al menos te los presento —añadió derrotado—, el boludón de acá —dijo señalando al pibe de cabellos negros que tenía práctictamente su misma altura— Jeremías. Este otro, Bautista —agregó refiriéndose al de los rulos pronunciados.

—Hola… —saludó secó el último mencionado. Martín rodó sus ojos hastiado del comportamiento infantil de sus amigos y tomó la mano del chileno para retirarse de allí, pero Jeremías le impidió el paso.

—A las cinco de la tarde te quiero acá en el hotel si o si. ¿Me escuchaste, puto? Ya tengo todo para la previa, te voy a matar si no estás acá para esa hora. Date por advertido, pedazo de gil.

La amenaza del pelinegro había sido clara y contundente, pero Martín le restó importancia. Fue Manuel el único que se puso nervioso y asintió, como si de alguna manera él fuera responsable por las acciones del chico al que conocía desde hacía apenas un día. Aunque tal vez el miedo se debía a que los tres argentinos eran mucho más altos que él, además de tener espaldas anchas y brazos grandes. Y, al pensar en ello, otra vez le invadía la pena de no recordar nada de la noche anterior.

—Solo queremos que no desaparezcas, che boludón —mencionó Bautista en un tono más calmo antes de irse detrás de Jeremías.

—Puta, weón, qué intensos que son tus amigos —comentó Manuel cuando volvió a estar solo junto a Martín.

—Sí, un poco. —El chileno quería insistir; no le parecía que solo fuera "un poco", pero luego recordó que sus primos no eran mejores, y, por lo tanto, no era quién para juzgar las amistades de Martín.

_____________________

¡Gracias por leer¡
¡Y gracias por lo lindos comentarios que me han dejado el primer capítulo!

¡Feliz 18 de septiembre para la gente de Chile!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top