PRIMERA PARTE

Adoraba enseñar. De verdad lo hacía. Era algo que nunca creyó que llevaba dentro, a pesar de que en su juventud creyó que se dedicaría al futbol y la fiesta.

Probó con muchos rangos de edades, enseñó desde jóvenes de universidad y maestrías, hasta pequeños niños de preescolar. Pero una vez comenzó a enseñar a chicos de secundaria se dio cuenta de que pertenecía allí. No sabía muy bien la razón, porque no es como que fuera muy sencillo lidiar con pre adolescentes y adolescentes. Pensó que probablemente era que sabía que esa etapa en la vida de alguien es muy importante; cuando apenas descubres cuál es tu personalidad. Jimin quería pulirles eso. Si de alguna forma podía influenciar en sus vidas por medio de sus clases, lo haría. Lo quería. Y no había nada mejor que las sonrisas de orgullo que tenían los chicos al graduarse y las felicitaciones de los padres por lograr un tan buen trabajo en sus hijos. Llámalo egocentrismo y añádelo a su narcisismo, pero la única verdad es que lo hacía de corazón. El resto, como la gratificación, era un extra.

Actualmente daba clases de literatura y filosofía en una de las secundarias más afamadas de Seúl, no sólo por el nivel de educación si no por las elevadas colegiaturas. Jimin consiguió empleo ahí después de renunciar a una universidad de Gwangju, donde la paga era pésima y el horario era criminal. No podía seguir trabajando como un esclavo por unas míseras monedas.

Ahora el dinero ya no le era un problema. No vivía exactamente como un rey, pero vivía bien y cómodamente. Con los lujos justos y necesarios, pues Jimin no era quisquilloso.

Un departamento amplio en una buena zona cerca del trabajo, además de que era seguro y tranquilo. Jimin no se preocupaba mucho por ello de cualquier forma, ya que se la pasaba más tiempo en la institución que en su hogar. Sólo se aseguraba de alimentar y cuidar bien a Nina, su gata calicó.

Una vida de soltero es lo que llevaba. Era bueno en ocasiones, en otras, era un poco frustrante. Se acercaba a los cuarenta y llegaban esos momentos no tan efímeros donde se ponía a pensar que a esas alturas Nina sería su única compañía, y cuando ésta ya no estuviera entonces sí se quedaría solo.

No es como que la soledad le causara algún terror, todo lo contrario. Siempre fue solitario, estaba acostumbrado, sobre todo porque él mismo se encargaba de ahuyentar a la gente años atrás. Ahora simplemente estaba solo porque así le había tocado. El tema del romance lo tenía un poco sobrevalorado, pero incluso una persona tan ermética y reservada como él se sentía deseoso de cariño ajeno y calor corporal. Era humano al final del día.

No recordaba la última vez que tuvo una pareja romántica pero sí la última vez que se acostó con alguien, lo cual, había sido hace más de dos años. Y fue un maldito desastre.

Porque había una cosa que aclarar acerca del profesor Park, y esta era que su sexualidad era un tanto… dudosa.

Al menos lo fue hasta esa última vez que tuvo sexo.

Era una mujer realmente linda. Le agradaba y creía que tambien era muy atractiva, pero… al momento las cosas no salieron como había querido.

Salió con ella sin compromisos un par de semanas, en las que hubo sexo, por supuesto, pero por alguna razón, las últimas veces terminaban con la mujer llorando y en él haciendo una rabieta como niño pequeño porque no lo entendía.

No lograba tener una erección. Ni siquiera un poco. Era como si su cerebro supiera que ella le atraía, pero su pene no. Y fue esa vez lo que lo hizo rendirse.

No volvió a saber más de ella, pero no porque ella terminara las cosas, sino que él, por vergüenza, lo había hecho. Luego de ahí no hubo más sexo. Y tampoco hubo problema con las erecciones. Sólo que… cada vez que las tenía, no era porque estuviera viendo a alguna mujer.

Jimin se conocía a sí mismo más de lo que quería admitir, pero era terco y testarudo. Sobre todo cuando miraba pornografía gay patéticamente en su habitación con la mano debajo de los pantalones y la verga dura como un mástil.

Entonces decidió que era más fácil negarlo y seguir con su vida normal, pero con su escasa vida sexual.

No le tenía miedo a quedarse solo. Le tenía miedo a aceptar por qué razón lo haría.

Y llegó un punto en el que prefería dejar de pensar en ello.

La monotonía llegó demasiado rápido, igual que la resignación.

El ir y dar clases le despejaba la mente, le dejaba expresarse y distraerse. No sólo compartía sus conocimientos y hablaba como perico como siempre le había gustado, sino que sacaba provecho de ello, pues podía escuchar las opiniones de sus jóvenes alumnos y saber cada una de sus perspectivas. Esa era su parte favorita de la rutina. Que su trabajo no era tan patético como su vida fuera de él.

Es por eso que aquel día se levantó con ganas de no pensar en su miseria, así que después de clases se iría al mismo bar que frecuentaba cada semana, con la idea de emborracharse y quitarle el micrófono a los del karaoke. Estaba seguro que ya tenía hartos a los del lugar, pero le daba completamente lo mismo.

Al llegar a la escuela, entró directamente al salón que le tocaba ese jueves, saludando a sus alumnos y dejando sus cosas sobre el escritorio: su termo con té y sus papeles. Luego colgó su saco en el respaldo de la silla.

Se dedicó a escribir el tema de ese día sobre la pizarra mientras escuchaba el ruido de fondo. Las risas, los parloteos y demás.

Cabía aclarar que Jimin no era un profesor estricto ni recto, era bastante flexible y le gustaba pensar que sus alumnos lo veían como un profesor relajado y cool, como alguna vez le dijeron. Así que no tenía algún problema con que los chicos se comportaran como chicos antes de iniciar la clase. Pero una vez él hablaba, todos debían callar, pues no será estricto, pero para él es una enorme falta de respeto que le interrumpan. Toda la clase lo sabía.

Es por eso que una vez que comenzó, todos se acomodaron en sus respectivos lugares y guardaron silencio. Fue que unos cinco minutos después, en medio de su explicación sobre un tema del examen, la puerta fue abierta de golpe y una chica desaliñada entró sin aire.

  —Profesor, lo siento… ¿Puedo pasar? —Jadeando por haber corrido esperó a que le dieran una respuesta. Pero la supo al momento de que Jimin se cruzó de brazos y la miró con severidad.

  —Señorita Min, esta es la tercera vez en la semana que llega tarde. Le advertí que sería la última.

  —¡Lo siento! ¡El auto de mamá se averió y tuve que correr hasta acá!

  —Ese no es problema mío. Si hubiese salido a su hora estaría aquí a tiempo a pesar de haber tenido que correr, ¿Me equivoco? —La chica, avergonzada, bajó la cabeza y negó—. Lo siento señorita, nos veremos la próxima clase. Y quiero hablar con usted al terminar.

Ella dio una corta reverencia y salió. Jimin continuó con la clase, sin embargo con un mal sabor de boca.

Min Miso era la alumna favorita del profesor Park, algo que por supuesto nunca diría en voz alta a ninguno de sus demás alumnos. Esto era por ser una chica brillante e inteligente, siempre participativa y muy agradable. La muchacha había oído de la boca del profesor que le importaba lo que sucediese con ella, y que por mucho era una de sus mejores y más queridas alumnas. Pero de un tiempo para acá, ella había estado cambiando. Si antes entregaba todo en tiempo y forma, participaba, tenía las mejores notas de la clase y llegaba siempre antes que los demás… ahora ya no era así. Miso había cambiado su comportamiento y sus buenos hábitos académicos. A Park le desconcertaba muchísimo. Tenía muchos alumnos con estos problemas, pero todos ellos habían sido así desde el principio, por lo cual no se le hacía nada raro e intentaba diariamente guiarles para que mejoraran. Algunos lo hacían, algunos lo intentaban, algunos otros sólo eran casos perdidos, pero ponían lo mejor de sí a pesar de ello. Pero Miso no era ni nunca había sido así. Le era alarmante.

Llegó a pensar que tal vez y era gracias a problemas ajenos a la escuela, tal vez con amigos o con su propia familia. Fue que la duda surgió. ¿Estaría todo bien en casa?, ¿Algo que la esté distrayendo e impidiendo su rendimiento usual? Había muchos factores, pero Jimin quería arreglarlo pronto, sino, de otro modo, una mente como la de Miso se iría a la basura, y él no podía permitirlo. Como profesor era un fracaso que algo así pasara. Tanto para él como para su alumna.

Por lo tanto esperó hasta finalizar el día para ver a Miso en su oficina, la cual se había ganado por lo años y dedicación que llevaba enseñando en la institución. Pocos maestros contaban con una oficina propia.

Miso llegó temprano a ello, irónicamente.

  —Pasa, siéntate. —Jimin señaló a la silla frente al escritorio, esperando a que la chica se sentara.

  —¿Estoy en problemas? —preguntó a pesar de ya estar consciente de ello.

  —Dio en el blanco, señorita. —Jimin contestó serio, con los ojos sobre su carpeta. Luego ajustó sus gafas y suavizó su expresión—. Miso, ¿qué está pasando?

Ocurrió un silencio bastante largo, donde la niña balanceaba sus pies en la silla y miraba a su regazo avergonzada. Después solo respondió encogiéndose de hombros.

  —¿Hay algo de lo que quieras hablar? ¿Algo que te esté distrayendo? —intentó, ganándose otro encogimiento de hombros—. No hago esto para molestarte, Miso, lo sabes. Pero eres de mis mejores alumnas y de la nada comienzas a actuar extraño, ¿No te parece?

La chica asintió esta vez.

  —Se acercan los exámenes finales y luego nada para la graduación. Si no te esfuerzas tendrás que repetir el año. Todos tus compañeros se quedarán en último grado y tú seguirás en lo mismo. —Creyó que de esa forma la haría entender, y por una parte lo hizo, pues levantó la cabeza rápidamente con los ojos asustados.

  —Pero…

  —Déjame ayudarte. Pero para eso tienes que ayudarme también a mí. ¿Qué pasa? —Miso lo pensó un poco, antes de suspirar, rendida.

  —Son mis padres. —Jimin levantó una ceja.

  —¿Qué pasa con tus padres?

  —Se la pasan peleando últimamente. Mamá siempre me envía a casa de la abuela para hacer la tarea pero la verdad es que no puedo hacerla. Me preocupa que quieran divorciarse.

No es extraño para Miso hablar de una forma tan libre con el profesor Park. Lo ha conocido desde que entró a la secundaria hace dos años y es muy sencillo hablar con él, pues siempre escucha y aconseja con lo justo. Miso sabía que podía confiar en él. Y si era sincera… no tenía a nadie más a quién decírselo. Le daría mucha vergüenza contárselo a sus amigas, además, quería que el profesor Park le ayudara a ponerse al corriente, pues no quería repetir el año.

Jimin hizo un sonido de asentimiento, analizando la situación. Al final sí había sido lo que creyó, y es que era comprensible. El comportamiento de los padres siempre afectaba a los hijos, de una manera u otra.

  —Miso, yo entiendo que el ver o escuchar a tus padres discutir puede ser… nefasto, pero quiero que entiendas que lo que sea por lo que ellos como adultos discutan, no debe afectarte a ti.

  —Pero sí me afecta… Sé que discuten por mí. —La chica se vio increíblemente molesta de un momento a otro.

  —¿Por qué dices eso? —Jimin seguía hablándole con suavidad.

  —¡Porque lo escucho! Siempre se trata de dinero y “La escuela de Miso” —La niña se quejó, pero antes de que Jimin pudiera decir algo, ella continuó—. Siempre discuten por quién tendrá que pasar por mí, quién tendrá que comprarme las cosas, quién tendrá que llevarme con la abuela. ¡Además de eso no hablan de otra cosa! En casa ni siquiera se interesan por preguntarme cómo me fue. Ni siquiera se dan cuenta cuando voy tarde.

Al ver un atisbo de lágrimas en los ojos de la castaña, Jimin se levantó de su silla para ponerse de cuclillas a su lado.

  —Oye querida, creo que es una cosa muy normal de los adultos discutir por dinero, sobre todo si alguien depende de ellos, como los hijos. Pero eso no quiere decir que sea tu culpa, o que ellos te culpen. Es un poco más complejo que eso. —Jimin intentó explicar, y Miso, como la niña fuerte que era, se aguantó las lágrimas y asintió. Aunque un poco resentida todavía—. Y ¿Sabes de qué forma puedes hacerles saber que su esfuerzo está dando frutos? El que vayas bien en la escuela. Creo que es lo único que esperan de ti.

Miso no dijo nada, solo asintió. Jimin le sonrió cálidamente.

  —Creo que sería bueno que hablase con ellos, ¿no crees?

  —¡No, por favor!

  —Tranquila, no voy a hablarles sobre nada que hayamos tocado en esta conversación. Necesito hablar con ellos para saber si saben el problema, y si no, hacerles saber que necesitas apoyo. ¿De acuerdo?

  —Pero puedo mejorar por mí misma. No quiero que hable con mis padres. —Ella suplicó, pero Jimin no accedería.

  —Sé que mejorarás, confío en ti,  pero de cualquier modo necesito hablar con tus padres, Miso. Tu rendimiento es para preocuparse. —Jimin sabía que para la chica eso no era para nada agradable, su expresión de ceño fruncido y brazos cruzados le decía todo. Pero era su mejor alumna, no podía dejarlo pasar—. Espero lo entiendas.

Ella se encogió de hombros, pero al instante se relajó y descruzó los brazos, suspirando.

  —Está bien, entiendo. —Jimin le sonrió y le acarició la cabeza.

  —Además, en estos dos años nunca he tenido el placer de conocer a tus padres. Es la excusa perfecta. —Jimin le sonrió y ella lo hizo de vuelta. Jimin se puso de pie—. Ya puedes irte, ya es un poco tarde. Asegúrate de avisarles que los veo mañana, ¿sí? Por favor.

  —Sí, profesor. Adiós.—Ella dijo poniéndose de pie.

  —Nos vemos, linda.

La chica asintió y salió de la oficina después.
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Como había dicho, Jimin no había tenido el placer de conocer a los padres de Miso antes, y no se había cuestionado el porqué. Tal vez en alguna junta los había visto pero jamás supo que eran sus padres, o quizá ellos no se habían pasado por ahí una sola vez. Conocía de progenitores que trabajan más tiempo del que veían a sus hijos, o algunos a los que simplemente no les interesaba. Ese tipo de padres eran los que creían que con que sus hijos fueran a un colegio caro, ellos podían deshacerse un rato de la responsabilidad. Pero el sabía que los padres de Miso no eran así, pues, según lo que ella dice, los problemas son causa de ver por ella. Le parecía un poco extraño.

Las clases de ese viernes ya habían terminado y esperaba pacientemente en su oficina a que los señores se presentaran. Leía algunos exámenes que tenía que calificar mientras tanto, acomodando sus gafas en el puente de su nariz cada que resbalaban.

Escuchó un minuto después un par de toques en la puerta y quitó los papeles de su escritorio, pidiéndoles que pasaran con la voz firme.

Miso entró primero, regalándole una sonrisa incómoda. Luego, tras ella, una mujer de cabello castaño oscuro de un porte muy elegante. Llevaba un vestido negro y un abrigo del mismo color, medias negras y unos tacones de aguja. Un peinado y maquillaje impecable. Jimin no tuvo tiempo de pensar algo más sobre ella antes de que se pusiera de pie para darle la mano.

  —Min Hana, profesor, mucho gusto. —La mujer le sonrió y tomó asiento junto a Miso. Luego él se sentó también.

  —Park Jimin, el gusto es mío. ¿Su esposo no viene con usted? —preguntó.

  —Oh sí, sólo que viene un poco tarde. Tiene mucho trabajo, profesor. —Ante eso, miró automáticamente a Miso, quien había rodado los ojos y se cruzaba de brazos.

Entendía por dónde iba la cosa.

  —Está bien, señora Min, no hay problema. ¿Sabe por qué los cité?

Luego de eso comenzó la conversación. Le sorprendió que la mujer estuviera un poco descolocada, pues al parecer ni ella sabía cómo iba su hija en la escuela y que estaba teniendo problemas. No pasaron más de diez minutos cuando la puerta de su oficina fue tocada. Luego de un firme pase, un hombre alto de cabello oscuro entró dando una corta reverencia.

  —Lamento llegar tarde, el trafico es increíble. —Se disculpó, llegando a tomar asiento a lado de su esposa y su hija, después, miró al profesor.

Jimin escaneó el rostro entero del hombre. Las palmas de sus manos sudaron y su corazón latió tan fuerte. De repente su temperatura corporal aumentó y sintió que el sudor corría por su espalda. Un nudo apretado en su garganta, tan apretado que sintió que podría vomitar.

Creyó que nunca más volvería a ver ese rostro… creyó que jamás volvería a ver esos ojos…

Jimin sintió el peso del mundo caerle sobre los hombros.

No fue su intención quedarse mirándolo tanto tiempo sin decir nada, sin siquiera moverse, pero no pudo evitarlo. Estaba congelado en su lugar, estático y patético. Sus manos no sólo sudaban, también empezaron a temblar.

  —Profesor Park, él es mi esposo… Yoongi.

Jimin de verdad iba a vomitar.

  —¿Podrían darme un segundo? Disculpen. —Se levantó como quien lleva el diablo y caminó rápidamente por el pasillo hasta el baño más cercano, donde se encerró y soltó el jadeo que estuvo conteniendo. Aguantó la ansiedad que se estaba manifestando en forma de náuseas e intentó respirar, calmarse.

No era posible… No podía estar pasando. Se decía a sí mismo una y otra vez mientras sudaba.

Tal vez no era él, tal vez solamente se parecía, tal vez… Carajo, la mujer había dicho su nombre, la mujer se…

Se apellidaban Min.

Era él.

No tenía mucho tiempo, debía calmarse y dejar de actuar como un maldito niño. Pero jamás creyó que viviría lo suficiente para enfrentarse a su pasado. No podía digerirlo.

Contó hasta diez, respirando profundamente, se miró al espejo y acomodó su cabello y su camisa. Al menos no quería parecer un loco desaliñado que salió corriendo como niñita de su oficina sin motivo alguno. Ahora se sentía un completo idiota.

Al llegar frente a la puerta que lo separaba de su realidad, inspiró hondo y entró, fingiendo la sonrisa más brillante que haya esbozado nunca.

  —Les pido una disculpa, olvidé que tenía un asunto que arreglar. —comentó antes de sentarse, sin embargo, intentó con todas sus fuerzas no mirar al hombre, que sabía, tenía sus ojos bien puestos en él.

En ese momento recordó que antes de salir lo había dejado con la mano estirada, pues cuando su esposa lo presentó éste le había querido saludar, pero Jimin ni siquiera proceso eso.

Prefirió no decir nada sobre ello.

  —¿Nos decía, profesor? —La madre de Miso le distrajo, así que aprovecho para continuar con la conversación, dejando la incomodidad de lado.

Hablaron sobre Miso y los problemas que acontecían con su rendimiento académico, y en todo el tiempo que estuvieron ahí, Jimin sólo observó al hombre dos veces, por cortos segundos. Incapaz de mantenerle la mirada.

Mientras la mujer hablaba, Jimin no podía concentrarse, tenía las manos fuertemente entrelazadas sobre su escritorio mientras la veía fijamente, sólo pensando en por qué no sacaba ninguna reacción de Yoongi. Parecía inmutable, incluso… parecía que no le había reconocido. Pero era tan absurdo.

No pudo haberlo olvidado, ¿verdad? No podía ser.

Se estaba sintiendo rabioso y desesperado, hasta que fue el turno del contrario de hablar. Jimin no pudo evitar su mirada esta vez.

Pero en los ojos de él no había nada. Él… ¿él realmente no lo reconocía?

No sabía si sentirse abrumado o aliviado, pero estaba perdiendo los estribos, eso era seguro.

Hubo un  momento en que Yoongi presionó con suavidad la nuca de su hija mientras hablaba y ambos voltearon a verlo. Jimin sintió el nudo en su garganta apretarse. Ahora podía verlo, ahora entendía por qué siempre que miraba a la niña, sentía que algo familiar le embargaba, y muchas veces intentó recordar a quién se le hacía tan parecida.

Ella era la viva imagen de Yoongi.

El mismo hombre que no dejó sus pensamientos ni una sola noche, en los últimos dieciocho años…
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Luego de la junta —por llamarlo de alguna manera—, con los padres de Miso, éstos le dieron autorización a Jimin de darle clases particulares fuera del horario de clases para que se pusiera al corriente y no perdiera el año. Y eso pasó. Miso cumplió con lo prometido y decidió volver a lo que era importante, aunque de vez en cuando se le veía distraída y un poco reacia, pero hacía lo mejor que podía.

Cuando llegaron los exámenes finales, la muchacha había aprobado todo, lo cual no le sorprendió, pues sabía que era muy inteligente. Lo único que le faltaba era alguien que le pusiera la debida atención. Tenía catorce años y estaba casi en la cúspide de la rebeldía. Por suerte, Jimin y sus padres habían actuado a tiempo.

Hubo un momento en aquella conversación donde se le pidió a Miso salir un momento de la oficina para conversar únicamente con los adultos. Fue que Jimin preguntó si había algún problema en casa, a lo que únicamente el padre respondió, dejando a Jimin colgando de un hilo porque su voz era igual a como la recordaba.

  —Trabajamos demasiado. Ambos. Y Miso está acostumbrada a recibir siempre lo que pide, cuando lo pide. Es nuestra culpa, pues ya que estamos lidiando un poco con las finanzas, ella se lo está tomando muy mal. Cree que es su culpa y entiendo que esté buscando atención.

  —Y creo que es justo lo que deberían darle. Es una excelente estudiante, no me gustaría tener que verla repetir año por algo como esto. —Jimin respondió, sin embargo estaba mirando solamente a la madre. No podía.

Después de llegar al acuerdo, los tres se fueron, y Jimin por fin pudo respirar. O algo así.

Hiperventiló unos segundos antes de beberse lo que le quedaba de té en su termo de siempre e intentó enfocarse nuevamente. No era para tanto, no debía ser para tanto.

Pero lo fue.

Y ahí estaba dos semanas después, todavía pensando en ello.

Jimin volvió a casa por la noche, donde solamente los muebles y su gato le esperaban.

Nina corrió hasta él para restregarse en sus piernas, en un intento por que la cargase. Era rutina.

  —¿Cómo se portó el amor de mi vida? —balbuceó como si le estuviese hablando a un bebé, a lo que el gato respondía con ronroneos.

Una vez en la cocina, abrió una lata de atún para ella y él se sirvió una copa de vino, observando su celular en cuanto la campanita sonó con un mensaje.

Entrecerró los ojos al leer:

“Buenas noches, profesor, soy Min Hana, la madre de Miso. Lamento molestarlo tan tarde, pero quería invitarlo a la fiesta de graduación que le haremos a Miso el sábado. Nos encantaría que estuviera presente. Ayudó mucho a mi hija y ella le tiene mucho cariño. Avíseme si es que no está muy ocupado, y gracias.”

Jimin tragó el vino como si fueran piedras. Dejó la copa en la barra y releyó el mensaje al menos tres veces antes de procesarlo.

Si el padre de Miso fuera cualquier otro hombre, estaría encantado de asistir. Pero no era así, y la vida ciertamente le odiaba.

Pensó que tampoco podía ser tan malo. Todo quedó en el pasado. Fue hace poco más de dieciocho años, y aquello ya estaba enterrado. Jimin ya no era el mismo mocoso inmaduro, y estaba seguro de que Yoongi tampoco. Sólo sería una noche y nuevamente no volvería a verlo. Además, éste ni siquiera lo recordaba. Estaba haciéndose un lío él solo en su cabeza.

Pero por sobre todo, no podía dejar a la niña plantada en una fiesta de graduación que él mismo hizo posible si no fuera porque habló con sus padres.

Se sentía responsable.

  —Un par de horas no harán daño —dijo para sí mismo, mirando a su mascota a sus pies—. ¿O no, Nina? Un par de horas y será todo. Luego volveré aquí pretendiendo que volverlo a ver no me ha provocado nada.

Jimin se acabó la botella de vino completa esa noche.
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Ya era sábado y Jimin estaba teniendo un ataque de pánico en su baño.

Había resbalado en la ducha y cayó de sentón contra el azulejo, lastimándose el coxis, así que se quedó sentado, dejando que el agua le cayera directamente sobre la cabeza y en la cara. No se diferenciaba dónde terminaba el agua y dónde comenzaban sus lágrimas.

Así que dejó que el ruido de la ducha ensordeciera su llanto.

Pensó en mil formas de llegar y evitar toparse con él. Pensó que si quizá era un poco más discreto, ni siquiera tendría que acercarse a saludar. Con suerte no tendría que verlo.

Pero a quién engañaba. Era su casa, era su hija. Él era un invitado.

Era su hija…

Rió con amargura, alcanzando la llave para cerrarla y quitarse el cabello mojado que le caía en la cara.

Si hace dieciocho años alguien le hubiese dicho que Min Yoongi tendría una esposa y una hija él se hubiera reído en sus caras hasta que le doliera el estómago.

Pudo seguir ahí sentado, pensando en lo que no quería si no fuera porque tocaron a su puerta.

No había pedido nada, y fuera de cualquier tipo de paquetería, nadie que no fuera su hermano le visitaba y nadie tenía por qué, así que con esa duda se levantó con dificultad, pues le seguía doliendo la caída. Se vistió con un short y una camiseta vieja antes de abrir la puerta con el cabello goteándole en los hombros.

  —Hola. —Una chica de cabello corto y castaño le sonrió, sosteniendo un frasco en sus manos. Jimin no dijo nada—. Ehm… soy tu vecina de abajo. No quería molestarte, pero…

  —¿Azúcar o sal? —Jimin preguntó porque ya sabía a qué venía. Sin embargo no quiso sonar tan seco como lo había hecho. La chica, incómoda, le volvió a sonreír.

  —Cómo sabías lo que… —Jimin le interrumpió.

  —Es como un cliché que alguien venga con un frasco vacío, un recipiente o una taza a tu casa y no te pida algo más que azúcar o sal, porque al parecer no conocen las tiendas o los supermercados. —La chica borró su sonrisa y bajó el frasco avergonzada.

  —Bien, no había necesidad de ser grosero —musitó, luego inhaló y le miró fijamente—. La verdad es que no necesito nada, pero te vi ayer en el lobby y quise venir a saludar en cuanto me enteré en que número vivías.

Jimin se cruzó de brazos y se recargó contra el marco. Soltó una risa airada sin sonrisa, y miró a la chica con diversión. Ya entendía de qué iba.

  —Así que también eres… ¿acosadora? —inquirió lentamente, obviamente jugando con ella. La mujer llevaba un sonrojo encima que encontró adorable—. ¿Quién fue?

  —El recepcionista. —respondió seriamente.

  —Ese idiota —musitó. Jimin chasqueó la lengua y se hizo a un lado—. Vamos, te daré un poco de azúcar, pero en un café. ¿Así está mejor?

Ella sonrió y entró a su departamento.
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  —Así que… Mirai —Saboreó el nombre en su cabeza antes de beber de su taza—. Llevas aquí una semana. ¿Por qué no te había visto en el edificio antes?

La castaña dejó de acariciar a Nina para mirarlo y responder.

  —Salgo muy temprano y vuelvo muy tarde. Aunque eso sólo pasa como dos veces a la semana. Prefiero quedarme en casa.

  —No puedo discutirte eso —responde con gracia—. A veces me gustaría no tener que levantarme a trabajar, pero si te soy sincero… aquí en casa tampoco tengo algo más interesante que hacer.

  —¿En qué trabajas? —Mirai se veía interesada y Jimin sentía que esta era un tipo de cita extremadamente random y muy inesperada. Pero había algo en esa chica que hizo fluir todo del modo en el que fluía. Olvidó la última vez que sólo coqueteaba con alguien por diversión.

  —Soy profesor.

  —¿Recién graduado? —Jimin casi escupe su café. Se limpia la boca con la servilleta y le sonríe antes de contestar.

  —Realmente te agradezco el halago. —A Mirai casi se le salen los ojos de la impresión. Pudo jurar.

  —¿Qué? —Alargó la última vocal porque no se podía creer que había leído mal su edad en su rostro.

  —Treinta y ocho, querida. —Levantó su taza como si fuera una copa e hiciera un brindis.

  —Estás bromeando.

  —No lo hago. ¿Ya te arrepentiste ahora que sabes que estás detrás de alguien tan viejo? —bromeó, pero el tiro le salió por la culata porque la expresión de la chica no se acercaba ni un poco a desagrado. Tragó saliva.

  —¿Me ves arrepentida? Sólo estoy sorprendida, te ves mucho más joven —insistió—. Yo tengo veintiséis.

Jimin levantó una ceja.

  —Lamento decirte que si buscas algún tipo de Sugar Daddy o algo, temo decirte que estoy a años luz de tener el suficiente dinero para eso. —Mirai soltó una carcajada, y Jimin le siguió, bebiendo después de su café.

  —Realmente me agradas. —Ella dijo, sin borrar su sonrisa.

En ese momento se le pasó una idea por la cabeza, pero no sabía si todavía era lo suficientemente hijo de puta para hacerlo.

 Pero igual lo hizo.

  —Mirai, ¿te gustaría acompañarme a una fiesta?
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Sentirse idiota era por decir menos. Había sacado una de sus mejores camisas, esas de diseñador que compró para situaciones especiales y que realmente nada nunca era tan especial como para usarlas. No supo por qué creyó que esto sí era lo suficientemente especial. Tampoco era de otro mundo, era sólo una camisa blanca demasiado cara, pero ahora tenía miedo de llevarla puesta y arruinar la costosa tela. Dejó los primeros tres botones abiertos, porque por qué demonios no. Acompañó eso con unos pantalones de vestir negros y sus zapatos del mismo color. Se peinó el cabello hacía atrás, descubriendo su frente.

Pronto se dio cuenta de que era hora.

Llamaron a su puerta una vez más y supo que Mirai también estaba lista.

La ansiedad de Jimin disminuyó una vez llegó acompañado, pues se sintió más seguro de encontrarse con quien no quería. Era tan absurdo, pero de otra forma no hubiera podido asistir.

Qué mejor que ir con una chica a la que acababa de conocer hace apenas unas horas.

Sarcasmo.

  —Entonces… ¿De quién es la fiesta? —preguntó ella una vez estaban frente a la puerta de la casa de los Min. Una casa que no era nada, pero nada pequeña…

Jimin tardó en reaccionar unos segundos, pero reunió sus pensamientos racionales y respondió.

  —De una de mis alumnas.

  —Cool. —respondió, y por su expresión parecía que realmente no le importaba. Jimin se sintió aliviado.

No dijo nada cuando Mirai entrelazó su brazo con el suyo al mismo tiempo que Hana abrió la puerta.

  —¡Profesor Park! Me alegra que haya venido —saludó primero a Jimin con una gran sonrisa, luego vio a Mirai y la saludó también, aún sin saber quién era.

  —Señora Min, ella es Mirai, mi cita. Espero no haya problema con que la haya invitado.

  —Oh, por supuesto que no. Pero sólo dime Hana, ¿sí? Me dice Miso que somos de la misma edad. —Jimin no supo que decir, pero la mujer ya le había invitado a pasar y no fue necesario responder.

La casa se veía aún más grande por dentro que por fuera y Jimin no sabía qué pensar. Era una casa muy bella. Sintió ese tirón en la boca de su estómago nuevamente, pero cuando Mirai apretó el brazo contra el suyo se distrajo. Le sonrió en respuesta.

Sí, había sido buena idea traerla. No hacía muchas preguntas y parecía saber que necesitaba confort, por alguna razón. Quizá su nerviosismo era muy evidente.

Vio a Miso en la sala con otros de sus alumnos, que eran sus amigos. Los saludó a la distancia, luego los chicos siguieron platicando y lo que sea que estuvieran haciendo.

  —¿Ellos son tus alumnos? —Él asintió, y pronto llegó Hana con un par de cervezas.

  —Por favor, siéntanse como en su casa. Si quieren algo más de beber o algún bocadillo ahí está la cocina. Con confianza.

  —Gracias Hana. —Jimin respondió, y la mujer fue con el resto de invitados.

Hasta ahora no había señales de Yoongi.

Así estaba más que bien.

  —Bien, sácalo. ¿Estamos aquí por ella? —Volteó tan rápido que casi se echa el trago de cerveza encima y se ahoga con ella de paso.

  —¿Cómo?

Mirai le veía con sospecha, pero una sonrisa traviesa en sus delgados labios. Se cruzó de brazos y entrecerró los ojos. Jimin suspiró, rendido.

  —No, no es por ella.

  —¿Entonces?

  —No lo veo por aquí.

  —Oh… ya veo. Un él… —Mirai le picó la costilla con diversión y Jimin terminó su cerveza de un trago—. ¿Le damos celos o sólo quieres aparentar?

Esa chica era una alimaña… pero joder que Jimin la adoró sin conocerla todavía.

  —La segunda. —respondió con incomodidad, carraspeando y mirando a todos lados.

  —Perfecto. Avísame cuando lo veas.

  —¿Estás loca o algo por el estilo, mujer? —Jimin no podía entenderlo.

Ella carcajeó.

  —Sí, algo así… pero hey, era cierto cuando dije que me gustabas. Aunque sólo me bastaron unos segundos para darme cuenta de que bateas para el otro lado, así que… vengo en son de paz. Puedes encontrar en mí una buena amiga, te lo aseguro.

Jimin le miraba con la boca abierta y una expresión demasiado cómica. Mirai le golpeó el brazo.

  —¡Deja la cara de idiota para otro día y dime a quién apantallamos! —Jimin la tomó de la muñeca y la arrastró hasta la cocina, sacando otra cerveza del refrigerador.

  —No quiero verlo.

  —Ay por Dios, ¿Entonces para qué estamos aquí? No seas cobarde. —Jimin iba a abrir la cerveza y por el rabillo del ojo vio una cabellera negra entrar a la cocina. Se quedó helado—. ¿Qué? ¿Qué te pasa?

Mirai levantó la mirada y vio a un hombre vestido de negro que se detuvo a hablar con alguien en la entrada de la cocina. La captó al instante.

  —Esto será fácil. —Jimin se quedó con las palabras en la boca y Mirai le abrazó como koala por la cintura, apretándolo lo mas que pudo para que parecieran una bonita pareja. Jimin le siguió el juego y la rodeó, sonriéndole.

Si esa mierda no funcionaba entonces juraba que se tiraría por la ventana.

  —Te lo dije. —Le dijo entre dientes mientras mantenía su sonrisa, mirándolo fijamente. Sus labios apenas se movieron pero le entendió perfectamente.

Mirai notó que los había visto y luego de eso dejó la cocina con una cara de póker que nunca había visto en nadie.

  —Coño, creí que tu eras la niña aquí. —dijo como si fuera una desgracia y se soltaron. Mirai volvió a reír y le robó un trago a su cerveza, aún cuando ella tenía la suya.

  —Pasa. La gente es idiota cuando se trata de alguien que nos mueve el piso, es normal. —Jimin de repente quería golpearla. Le hizo una mueca de asco.

  —Ya no me caes tan bien. —Fingió vomitar y salió de la cocina, con la castaña pisándole los talones y riéndose de él.

Entonces llegó la cena más rápido de lo que pensó.

Estaban todos los adultos sentados en la mesa principal y los chicos en otra a unos metros. Casualmente, Yoongi estaba sentado con Hana al otro lado de la mesa, donde Mirai y él estaban, sólo que un par de personas a la izquierda. Igual desde ahí podía verlo perfectamente.

 Jimin no quería comer, no podía comer. No podía digerir estar en la misma mesa que su ex —por llamarlo de alguna manera—. Tenerlo a menos de un metro de distancia, sonriendo y hablando como si a él de verdad no le afectara. Jimin se sintió rabioso, ¿de verdad no lo reconocía? Por el amor de Dios, con tal solo su nombre era suficiente para que lo identificara. Estaba más que seguro que estaba haciéndose el tonto. No podía haber otra explicación, y su paciencia se estaba acabando. O tal vez eran los nervios que lo estaban llevando al limite.

Por enésima vez levantó la vista, viendo como Yoongi sonreía y contaba historias, con las voces de sus alumnos de fondo.

Aún con eso no pudo evitar pensar en lo mucho que Yoongi había cambiado. Lo sentía como una persona distinta. Y lo era. Él también era distinto.

Sus ojos escudriñaron lentamente sus expresiones, quedándose un rato en los finos pero esponjoso labios rosados que lucían sus encías con unos dientes pequeños y blancos al sonreír. Esa sonrisa seguía siendo la misma, sin duda. Su estructura facial era más dura y angular, y la forma en la que su mandíbula remarcaba su perfil le hizo tragar saliva con dificultad.

Notó desde la primera instancia que ya no era escuálido y pequeño. Los músculos de sus brazos no eran exuberantes, sin embargo se marcaban perfecta y correctamente en la camisa negra que llevaba puesta, y los anchos hombros fueron otra cosa que le distrajo.

Llevaba el cabello negro y ligeramente largo, recordando las infinitas veces que él mismo le dijo cuando eran unos niños «el cabello negro es para ti»

Lo era.

Yoongi se veía radiante, maduro y apuesto. Y él ya no podía consigo mismo.

Dio un último sorbo de sopa y se excusó para ir al baño. Mirai no intentó detenerlo. Miso le informó con una sonrisa demasiado grande para su gusto por dónde era el camino pero Jimin ahora tampoco podía verla a los ojos. No ahora que sabe de dónde viene la niña.

No la desprecia, ni mucho menos, pero era demasiada información para él. La confusión seguía tan palpable, tan reciente… el shock seguía pululando en su sistema.

Quería vomitar.

Al llegar al baño se inclinó sobre el retrete pero no salió nada. Su estómago estaba revuelto pero era lo único por ahora. Rendido se sostuvo del lavamanos y se miró al espejo. También notó los cambios, porque a pesar de ser un vanidoso de mierda desde que llegó al mundo, no se había detenido a realmente analizarse los últimos años.

Mirai tenía razón, no aparentaba la edad que tenía, pero tampoco se veía tan joven como antes. Las pequeñas arrugas en sus ojos y en sus signos de expresión eran apenas visibles, pero ahí estaban. Él creyó que no había cambiado tanto, su cabello era lo único que cambiaba drásticamente cada año. Pasaba del cabello demasiado corto a uno donde a veces tenía que amarrarlo en una coleta; a veces lo peinaba, a veces no; lo rizaba, lo teñía o lo dejaba ser durante meses antes de volver a querer hacerse algo. Los últimos meses lo ha llevado de un rubio nacarado que relucía las raíces negras. No tenía intención de cambiarlo pronto. Entonces llegó a la conclusión de que únicamente era el ocio y que en sus tiempos libres no tenía mejor cosa que hacer. Su vida era aburrida, su vida no había sido lo que él esperó de joven.

Era tan egocéntrico y narcisista que de verdad pensaba que sería mejor que los demás, pero eso no fue así. Y ahora esta en la enorme casa de su ex al que le juró sería nadie, con una esposa, una increíble hija y un par de perros que no quiso ni tocar. Seguro tenía un gran empleo y buenos amigos. Seguro era tan feliz.

Apretó los labios y cerró los ojos. Dispuesto a abrir la llave para mojarse la cara y despejarse pero se asustó una vez que alguien abrió la puerta repentinamente.

Iba a quejarse, pero era muy tarde. Se quedó con las palabras en la boca cuando él entró. Cerró la puerta detrás y le miró fijamente. Tan intenso que Jimin sintió las rodillas débiles.

Se quedó en silencio, esperando. Con el corazón latiéndole furioso en la garganta.

  —Deja de hacer eso. —espetó con seriedad. Su voz haciendo eco en sus oídos. Jimin ni siquiera frunció el ceño.

  —¿Qué?

  —Deja de mirarme así. Deja de mirarme como imbécil frente a mi familia. —Jimin no dijo nada, porque lo escuchó. Escuchó el tono. Yoongi no le estaba exigiendo que dejara de hacerlo, le estaba rogando. Su expresión… su expresión era igual que la suya.

Jimin no se atrevió a moverse. No todavía. Tenerlo tan cerca estaba volviéndole loco. Los dedos de las manos le hormigueaban.

Un silencio largo les envolvió, solo mirándose intensamente con las respiraciones irrregulares. Jimin lo entendió entonces.

  —¿Por qué finges que no me conoces? —El cambio de tema descolocó a Yoongi por un momento. Su espalda contra la puerta una vez Jimin dio un paso adelante.

El baño de visitas no era muy grande.

  —No lo hago. No te conozco. —Eso había calado en lo profundo.

  —Pero sabes quién soy. Sabes perfectamente quien soy, Yoon. Lo supiste desde que entraste a mi oficina hace dos semanas. —Miró cómo la nuez en su cuello se movió al tragar.

  —No me llames así. —Fue lo único que pudo decir.

  —¿Eso sí lo recuerdas? —Jimin estaba peligrosamente cerca. Se estaba moviendo por inercia. El hombre frente a él atrayéndolo como un imán. Yoongi también dio un paso adelante.

Luego simplemente sucedió…

Le sorprendió, claro que le sorprendió. El jadeo que salió de sus labios fue una prueba, cuando Yoongi lo tomó de la nuca y le besó. Al instante correspondió, tomándolo de la cintura y juntándolo tanto como pudo a su cuerpo. Sus lenguas no tardaron en encontrarse, y Jimin estaba seguro que nunca había recibido un beso tan ansioso como ese en su vida. Ni siquiera en su pasado.

Yoongi le despeinaba el cabello con sus dedos y le mordía los labios. Jimin sólo podía pasar sus manos por su espalda, la cintura y sus caderas. Queriendo sentir el cuerpo contrario, queriendo aprenderse los nuevos relieves, la nueva textura, la simple sensación.

Ellos habían cambiado, pero esos besos no.

Sus labios tenían el mismo sabor. Se sentían igual a como los recordaba. Recordaba cómo besarlo, recordaba cómo lo besaban. Parece que fue ayer cuando fue la última vez que lo probó.

Jimin sintió que tenía dieciocho de nuevo.

Se besaron por lo que a él le parecieron horas, pero realmente habían sido un par de minutos. Cuando Jimin lo acorraló contra el lavabo y le desfajó la camisa Yoongi se apartó. Buscó sus labios de nuevo, y a pesar de que el pelinegro lo esquivó al principio Jimin lo intentó otra vez, y este cedió. Ambos jadearon al mismo tiempo.

Las uñas del rubio se enterraron en su espalda sobre la camisa y el pelinegro le respondió con una mordida que le hizo sangrar, pero la satisfacción de ese dolor sólo le volvió un desquiciado.

Sus manos lograron adentrarse a su camisa, y cuando entraron en contacto con la suavidad de la piel pálida, el pelinegro recobró el sentido y rompió el beso nuevamente. Después le empujó suavemente de los hombros.

No le miraba ahora y parecía descolocado. Pudo ver arrepentimiento exhalarle de los poros y eso hirió su ego en lo profundo.

Ninguno dijo nada. Todavía se escuchaban sus respiraciones erráticas. Yoongi se ajustó la camisa, abrió la puerta y se fue sin siquiera mirarlo.

Jimin se peinó el cabello que le caía por los ojos hacía atrás y pateó el bote de basura con rabia. Se tocó los labios con los dedos temblorosos, maldiciendo internamente.

Qué mierda había sucedido.
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Al dejar a Mirai esa misma noche en la puerta de su departamento, ella le dejó un beso en la mejilla y él le agradeció por lo que había hecho.

Y como ella había dicho… sí, tal vez le hacía falta una amiga.

Cuando entró a su propio departamento se dejó caer en el piso, recargándose contra la puerta. Su primer impulso fue sacar su celular y llamar a su hermano.

Le contó absolutamente todo.

  —No me lo puedo creer… ¿Te reencontraste con Yoongi después de casi veinte años y lo primero que hizo fue meterte la lengua en la garganta en lugar de sacarte la mierda a golpes? Joder, algunas cosas nunca cambian. —Jimin tampoco se lo podía creer—. Si yo fuera él seguro te habría roto la nariz.

  —Cierra la maldita boca. —Cerró los ojos y sobó el puente de su nariz.

  —No, es que hablo en serio. ¿O es que ya olvidó todo lo que le hiciste? —Jimin tragó saliva. Una sensación parecida a la amargura embargó su interior. Se sintió repentinamente furioso, y se puso a la defensiva.

  —Tú no sabes nada. Deja de actuar como un completo idiota en este momento, ¿Quieres? Es lo que menos necesito ahora. —Su hermano bufó al otro lado de la línea, y luego de un largo silencio carraspeó.

  —Es esto por lo que has estado esperando tantos años, hermano. Ya puedes hacerlo.

  —¿Qué dices? —Jimin frunció el ceño, pues el tono que empleó Jihyun fue bastante serio, casi condescendiente.

No estaba preparado para lo que respondería.

  —Que se te está dando una segunda oportunidad, Jimin. Repara lo que rompiste. Haz que te perdone, y perdónate de una vez.

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Sólo para aclararles desde el principio, por si existen dudas:
Jimin tiene 38, Yoongi 40 y Miso 14.

Gracias por leer.❤️

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