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Los rizos de Eusebio se movían de un lado a otro, siguiéndolo al compás de su nervioso movimiento. Daba vueltas en el aire, agitado, girando alrededor de Andrea mientras ella se quedaba mirando la nada tirándose de un mechón de pelo de la nuca. Se mordió los labios y movió los pies, sintiéndolos helado incluso estando tapada bajo las mantas de su cama, sentada con la espalda dura de estar en la misma posición hacía ya un buen rato.

—No entiendo, che. ¿Por qué se hace el menso conmigo?

Andrea suspiró. El golpeteo en la puerta anunció la llegada de su madre, quien entreabrió y se asomó con la expresión preocupada.

—Hija, ¿estás bien?

—Cólicos —dijo ella, haciendo una mueca y pasándose una mano por la panza—. Este mes me vino un mar —mintió.

Eusebio se movió nervioso, mirando hacia todos los lados menos hacia ella. Parecía incómodo con la conversación. Eleonora le ofreció té, analgésicos y una bolsa de agua caliente, pero la muchacha negó diciendo que iba a sestear un ratito que se le pasaba en seguida. La dejó tranquila, cerrando la puerta detrás de sí, y el fantasma volvió a dar sus vueltas nerviosas por la habitación.

—Creo... que debería ir al cementerio. —Andrea se mordió una uña y levantó los ojos hacia Eusebio, quien se había acercado tan rápido que se le heló los cachetes y las orejas por la proximidad.

—¿'Tas loca tú? ¡Debe estar lleno de... de... de fantasmas!

—Uy, se asusta el muerto del degollado —soltó ella con sarcasmo, pero su sonrisa se borró al ver la expresión enfurruñada de Eusebio.

—¡Por la Virgen Santísima, si vas yo no puedo ir contigo! ¿Y si te ataca manchas? ¡O el mismo diablo, por el amor de Dios!

Sabía muy bien los peligros a los que estaba expuesta. Por algo siempre había evitado aquellos lugares, demasiado cargados de dolor y tristeza, llenos de fantasmas, entidades y seres que se habían quedado por asuntos pendientes. Y manchas, muchísimas tan antiguas que ya habían olvidado qué los retuvo en este mundo.

Andrea tiró de la manta, con los dedos entumecidos, para taparse hasta la nariz. Si bien Eusebio le trasmitía calidez con su presencia de forma metafórica, en realidad estar junto a fantasmas bajaba la temperatura de cualquier habitación. Siquiera la estufa eléctrica podía contra él.

—Es que no sé donde más buscar, Euse.

—Yo qué sé, en cualquier otro lugar menos en el cementerio, mija.

El celular vibró anunciando una notificación. Andrea apenas le prestó atención cuando vio que era un audio de Francisco. Lo reprodujo en altavoz.

Che, ¿cómo estás? Le pregunté al tata y me dijo que su padre era amigo de Braulio Terra. Tuvo varios hijos, pero todos se fueron para la capital, y él se quedó con su señora acá. Cuando murió, allá por los ochenta, la casa quedó vacía desde entonces. Sus nietos fueron quienes la vendieron parece.

Andrea le agradeció en un mensaje escrito. Suspiró y dejó el teléfono de lado, pasándose la palma de la mano por la frente. No estaba llegando a nada, nadie tenía suficiente información como para descubrir algo contundente. Llegó a pensar que Eusebio estaba aferrado a esa casa por casualidad, o cualquier otro motivo. Capaz que murió atropellado en la calle y terminó ahí porque estaba cerca y vacía.

Cerró los ojos un momento, intentando pensar, pero un escalofrío le indicó que el fantasma se había acercado.

—Andy, ¿quieres ver algo en tu cosa de pelisoseries? —le preguntó él con suavidad, esbozando una sonrisa—. No te quemes más por hoy. Gracias igual.

Ella le devolvió el gesto con una expresión triste. Asintió y se pusieron a elegir algo para ver en el catálogo. Terminaron eligiendo una serie de aventura y fantasía (parecía ser el género favorito de Eusebio) y Andrea se durmió en la mitad del segundo capítulo, aunque el fantasma se quedó con las ganas de continuar cuando la pantalla le preguntó "¿Sigues ahí?"

👻

La semana se pasó lenta, cargadas de tareas para Andrea mientras se adaptaba al ritmo del nuevo instituto al que asistía. Su primo Emiliano y Francisco continuaron en la rutina matutina de ir a buscarla, mientras charlaban de cosas triviales. En clases, la conversaciones sobre la casa embrujada en la que vivía dejó de ser el asunto del momento y terminó haciendo buenas migas con un par de compañeras.

Durante el fin de semana, el asunto de la mancha que vivía en la casa de los Terra estaba casi olvidado, excepto por Eusebio, que seguía preocupado tanto por esa cosa que desaparecía cuando él estaba, como por él mismo, quien podía terminar convertido en una mancha también.

Andrea puso música y, bailando al ritmo de The Weekend, se puso a limpiar su dormitorio. Ordenó sus cuadernos, sus libros, la cama y los peluches que guardaba de niña que su padre le había regalado. Pensó que debía escribirle para saber cómo estaba, pero luego de recordar que él no le había preguntado en toda esa semana cómo le estaba yendo, lo descartó.

Eleonora también aprovechó el día cálido y se dedicó a arreglar el jardín del frente, para limpiarlo de los hierbajos, podar las hojas feas de las flores que quedaban y plantar nuevas.

Tarareando, Andrea bajó las escaleras de dos en dos para buscar los productos de limpieza para lavar los pisos, y se detuvo en seco cuando vio a Eusebio parado en el medio del living, mirando el vacío e inmóvil como una estatua.

—¡Euse! —exclamó ella en voz baja, muerta del susto—. ¿Qué hacés ahí parado?

Él no respondió. Parecía por completo ausente. Andrea sintió el estómago revolverse, temiendo lo peor.

—Eusebio...

Su cabeza se alzó de repente, con una velocidad anormal y sus ojos, negros como un pozo profundo, se fijaron en ella. Soltó un grito ahogado y retrocedió.

—¿Andrea? —Su mirada volvió a ser cálida, de ese color chocolate traslúcido que solía ser. Se movió, saliendo de la rigidez y flotando tal medusa en el mar, con sus rulos al compás del movimiento—. ¿Qué, qué te pasa?

La muchacha se llevó una mano al pecho intentando controlar los latidos del corazón. Negó con la cabeza, apretando los labios.

Eusebio iba perdiéndose a sí mismo, el tiempo los estaba acorralando y no tenían nada en sus manos para detenerlo. 

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