8
Número desconocido: Esta en la pajina de palma 20:04 p.m. ✔✔
Número desconocido ha enviado un link 20:04 p.m. ✔✔
Andrea: Quién sos? 20:09 p.m. ✔✔
Número desconocido: Yo. Pancho, ke más? 20:09 p.m. ✔✔
Número desconocido: Te dejé ay la info del Baltazar Terra ke estabas buscando 20:11 p.m. ✔✔
Andrea presionó el link que le había mandado el amigo de su primo que la redireccionó a una web precaria y poco llamativa que más parecía un blog hecho con muy pocas ganas. Habían pequeños datos del pueblo, atracciones turísticas y biografías de lugareños. Más allá de eso, la página que Francisco le había enviado correspondía a Baltazar Terra. Había una foto muy vieja en blanco y negro de un hombre delgado, con traje de época y la expresión seria.
Nació en Palmar Chico el 01 de marzo de 1880. Hijo de Pablo Terra, comerciante local y de Elena Silva, maestra, se crió entre los vecinos más conocidos del pueblo. Sus padres murieron jóvenes, por lo que se tuvo que hacer cargo del negocio familiar y de su hermano menor, Braulio Terra, con quien se llevaba diecinueve años. También integró la banda local tocando el saxofón, su gran pasión, y se casó con Lucrecia Pérez, en 1913.
Ayudó en el crecimiento del pueblo y era muy querido por sus vecinos y compañeros. Ayudó en la construcción de la plaza Artigas y en las reformas de la iglesia local después del incendio en 1948.
No tuvo hijos y falleció a los 73 años en 1953, dejando la casa a cuidado de su hermano Braulio. Su esposa Lucrecia se fue a vivir a Buenos Aires con sus familiares después de su muerte.
Su casa, ubicada en la calle que se nombró en su honor, es casi un atractivo turístico debido a los rumores que su fantasma sigue vagando por sus habitaciones.
—No hay ninguna mención tuya, Euse —concluyó Andrea, quién había leído el artículo en voz alta para que el fantasma también oyera—. Tenía la esperanza que fueras algún pariente de los dueños de la casa, eso explicaría que estuvieras aferrado aquí, pero... Baltazar no tuvo hijos.
Eusebio se encogió de hombros, distraído y sin darle importancia. Ella le agradeció con un mensaje escueto a Pancho y dejó el teléfono sobre el escritorio con un suspiro.
—A menos que tengas que ver con su hermano, no sé. No habla mucho de él...
El fantasma seguía pensativo, mirando por la ventana oscurecida por la noche y la lluvia torrencial.
—No... No llegué a ver a nadie —dijo después de un momento, con un susurro incómodo—. Si la casa es tan vieja, yo debo haber muerto después... ¿Capaz? —tanteó, volviendo a dar los hombros— La verdá, no sé, mija.
Su madre la llamó para cenar y ella bajó en seguida, famélica. No había podido merendar después del susto y Eleonora no insistió para que comiera, como si supiera que estaba muerta de ansiedad. Ella había preparado un arroz con huevos fritos, sin ganas de cocinar, y ambas se sentaron a la mesa con el televisor encendido en las noticias locales.
Eusebio se quedó flotando por el living, dando vueltas como un perro que se prepara para dormir. No había pensado demasiado en cómo había aparecido ahí, o en el porqué, pero era consciente que su presencia en el plano material era intermitente. Recordaba momentos en los que veía por la ventana a la gente pasar, distinta a la actual, sin el celular en el que Andrea tanto solía estar metida, o los vehículos eran de otra forma, y la ropa también.
No sabía cómo funcionaba la presencia allí, pero era consciente que era más antiguo de lo que creía, y temía que Andrea no pudiera encontrar ninguna información sobre él porque simplemente ya no existía nada. Era demasiado viejo para que alguien que lo hubiera conocido estuviese aún con vida, y eso comenzó a aterrarle.
Quizá era demasiado tarde y solo era cuestión de tiempo para que terminara convertido una mancha.
👻
Emiliano y Francisco fueron a buscarla esa mañana también, diciendo que les quedaba de pasada y que no había problema que Andrea los acompañara. Es más, su primo dio a entender que Pancho había estado insistiendo que pasaran por ella, pero su amigo le dio tal codazo que se calló.
—¿Te sirvió lo que te mandé? —preguntó el muchacho, poniéndose entre ella y su primo.
Le tocó el hombro con confianza, a lo que ella se encogió por la cercanía. Le molestaba que la gente invadiera demasiado su espacio personal sin permiso, más si eran desconocidos. Aunque parecía que a Francisco eso le era completamente ajeno.
Andrea agradeció la intención y, si bien había descubierto un poco más sobre Baltazar Terra, no había aportado en absoluto a lo que estaba buscando. Ambos rieron, preguntando con curiosidad el por qué de tanto interés, a lo que ella dio los hombros, un poco cohibida, y sin dar detalles. Emiliano apenas hizo una mueca sin darle importancia al asunto, volviendo a meter la cara en el celular, pero Francisco siguió caminando al lado de la muchacha con las manos en los bolsillos de su pantalón de algodón y el mentón escondido tras la bufanda tejida.
—Esta tarde tengo que llevarle unas cosas al tata, aprovecho y le pregunto si sabe algo.
—No, no jodas, no es que me muera por saber —contestó, tirando de un mechón de cabello. Aunque alguien sí ya estaba muerto por ello, rio con amargura para sus adentros.
Esquivó un alma en pena en la vereda, poniéndose del otro lado de su primo por inercia. Francisco hizo una mueca, pero no dijo nada más hasta que llegaron al liceo.
👻
La mancha estaba trepada en la encimera de la cocina, irguiéndose detrás de Eleonora, cuando volvió al liceo. Andrea se quedó inmóvil en el medio del living, sin atreverse a dar un paso más, mientras observaba a su madre dando vueltas por la pequeña habitación mientras servía la mesa para almorzar.
Aquella entidad se mantuvo todo el tiempo moviéndose con parsimonia, estirándose como una babosa oscura y llena de maldad. Esquivaba a su madre con intención, provocándola, consciente de que a Andrea la llenaba de pánico.
—Ya volviste, hija —exclamó Eleonora cuando la vio—. Lavate las manos y sentate que ya tengo todo pronto. Hoy hice ravioles... Bueno, los compré, pero tuve que hervirlos. También compré salsa caruso que sé que te gusta.
La mancha negra se soltó de la encimera y cayó al suelo. Andrea podía jurar que había hecho un ruido espantoso, como una masa semilíquida que cae cuando se está cocinando, sin embargo su madre pareció no haber oído nada.
—Dale, andá a lavar las manos —insistió Eleonora señalando la mesada de la cocina, pero la muchacha se quedó viendo la sombra que se erguía del suelo, con una forma humanoide y un par de ojos oscuros que surgían en la cabeza.
—No te acerques a él. Es mío. Yo lo cuidaré como debí hacerlo antes.
Andrea dejó la mochila en el suelo y corrió hacia la escalera diciendo que necesitaba hacer pichí. La mancha esbozó una sonrisa y se desvaneció rasgándose en retazos de humo negro. Cuando llegó al piso superior, después de subir de dos en dos escalones, se encerró en el baño y se sentó en el suelo, con la espalda contra la puerta y las manos en la boca para ahogar el llanto.
Sintiendo que el pánico se le escapaba por los poros, se dio cuenta que lo único que estaba haciendo era alimentar a aquella cosa con su miedo. Entonces se dio cuenta que debía descubrir la verdad detrás de la muerte de Eusebio, tanto por él como por sí misma.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top