7
La casa estaba en silencio y cerrada cuando regresó de la escuela. Su primo y Pancho se habían despedido dos cuadras atrás porque iban a jugar a la play en la casa de otro compañero, así que llegó sola. Con un estremecimiento, sacó el manojo de llaves con la copia de la casa que tenía en el bolsillo de la mochila y la metió en la cerradura, pero no pudo hacerla girar. La soltó de golpe, presintiendo lo que iba a pasar, y retrocedió un par de pasos con rapidez.
La llave salió disparada de la cerradura, tintineando sus adornos al golpear el camino de cemento que daba a la calle. Andrea se mordió para no decir ninguna grosería y retrocedió. Se inclinó despacio para volver a agarrar el manojo de llaves con las manos sudadas y se irguió para darle la vuelta a la casa con pasos rápidos.
—Euse, ¿andás por ahí? —murmuró nerviosa, pasándose las manos por los brazos helados, por encima del canguro y la campera de nylon abrigada.
El cielo estaba cargado de nubes, oscureciendo el día, y ella deseó que no lloviera otra vez. Llegó a la puerta trasera que entraba a la cocina y volvió a meter la llave en la cerradura, pero tampoco pudo moverla. La sacó antes que saliera disparada y se volteó, mirando directamente al depósito con su desvencijada puerta silbando con la brisa fría.
Sabía que, sea lo que sea que compartía la casa con ellas además de Eusebio, era consciente que Andrea podía sentirlo. Y estaba segura que deseaba que ella lo supiera.
Un humo espeso y negro se coló entre las rendijas de la puerta, saliendo del interior como si estuviera incendiándose por dentro y, luchando contra el viento, se levantó como un muro enorme de oscuridad. Podía escuchar el susurro incesante cargado de ira y frustración, sintiendo los músculos tensos deseando correr, pero los pies presos en la tierra por el pánico.
La mancha se alzó sobre ella, irguiéndose como una enorme boca a punto de devorarla.
—¡Andrea!
Aún cuando alguien más gritaba su nombre, se desmayó antes que la envolviera la oscuridad. No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente, pero en el medio del sopor pudo oír su nombre en un susurro desesperado y no lograba encontrar el motivo de tanta preocupación. El frío de unos dedos se le coló en el brazo, en el hombro y luego en la cara en un tanteo suplicante por despertarla. Abrió los párpados con la cabeza dolorida y vio a Eusebio con una mano en su rostro y sintiendo su tacto gélido.
—¡Por la Virgen Santísima, menos mal que despertaste, gurisita! —exclamó él en un jadeo, moviendo con inquietud su mano. Andrea dejó de sentirla en su mejilla pasando a ser una brisa fría e incorpórea.
Iba a comentarle algo sobre aquello, pero recordó a la mancha que quiso atacarla y dio un respingo, retrocediendo y mirando hacia el depósito, pero no vio nada. Eusebio también se giró hacia la misma dirección, flotando a su lado con nerviosismo y cerrando los puños frente a su pecho.
—É cosa de mandinga.
Andrea negó con la cabeza, con un dolor de estómago horrible que hacía que tuviera ganas de vomitar.
—Era una mancha —susurró mientras se levantaba con las piernas temblando. Sintió las llaves en la mano y se miró, notando los surcos blancos y rojos que se habían quedado en la palma. Se giró para abrir la puerta de la casa, la cual no puso ninguna resistencia, y se metió con apuro, sintiendo a Eusebio moviéndose nervioso a su alrededor.
—¿Mancha? ¿Tú ya la habías visto?
Ella suspiró.
—Ha estado en los rincones, y principalmente en el depósito, no sé desde cuando, pero siempre aparece cuando vos no estás.
Eusebio la acompañó hasta el dormitorio. Andrea lanzó la mochila hacia la silla de su escritorio, se tiró en la cama y abrazó su almohadón con diseños de unicornios.
—Se jue cuando aparecí. —Él se tendió en el aire a su lado y Andrea se giró para mirarlo. Se le notaba la expresión preocupada, con sus cejas fruncidas y los labios apretados—. Estaba tentando usar tu cosa de ver pelisoseries, pero creo que es demasiado moderno para yo tocarlo, no como los libros. Te escuché cuando llegaste y fui a recibirte, pero solo vi que ese humo negro te quería comer. Te grité y la cosa desapareció como el diablo a la cruz.
Andrea se estremeció, agradeciendo que él hubiera aparecido. Sintió que los ojos le picaban.
—¿Tas bien? —le preguntó él acercándose un poco. Ella se mordió los labios y negó—. No, mija, no llore.
Eusebio se puso de rodillas al lado de su cama, con un brazo sobre el colchón y la otra la levantó en un intento por consolarla, pero ella sintió claramente el frío de su mano atravesando su frente. Él chasqueó la lengua y bajó el brazo con un puchero en los labios, acompañándola en silencio mientras ella dejaba al fin salir las lágrimas.
—Perdoná —dijo ella sentándose al cabo de un rato. Dejó la almohada en las piernas y se secó la cara con las manos, sintiéndose terriblemente avergonzada.
—No joda, si pudiera también lloraría del cagazo —rio él para alivianar el ambiente. Ella sonrió en respuesta—. Che, el otro día dijiste que me puedo convertir en esa cosa... ¿É verdá?
A Andrea le daba mucha gracia cómo su acento del campo se mezclaba con el de ciudad. Seguramente con los años había estado adaptándose a los tiempos, pero quedaba mucho de su verdadera forma de hablar en él.
—Sí —respondió suspirando. Se estrujó los dedos—. Con el tiempo, los fantasmas comienzan a olvidar el por qué se quedaron, quiénes fueron, todo. Se vuelven entes sin propósito ni identidad, se consumen en su olvido, en los sentimientos que tienen arraigados, y se vuelven manchas. Son cosas negras, como un slime asqueroso.
Eusebio no sabía lo que era un slime, pero imaginaba qué quería decir. Había visto aquella cosa que quiso atacar a Andrea y no quería volverse igual que aquella cosa. Se miraron un par de segundo a lo que ella desvió la mirada, recordando las palabras que él le había dedicado en la mañana. Se alegraba no tener que hablar sobre ello.
—Está bien, Andy —dijo él, irguiéndose y quedando a varios centímetros del suelo. Ella miró hacia arriba para poder verle la cara, pero Eusebio tenía los ojos fijos en la pared frente a él, con el ceño fruncido y el mentón firme—. No quiero ser una mancha que pueda lastimarte, así que prefiero irme.
—Euse, no... —Andrea suspiró, pasando una mano por la frente. Afuera, comenzó a llover, con las finas gotas golpeando el vidrio de la ventana—. Yo tampoco quiero que te vayas, vos sos el primer amigo que hago acá y... —Él la miró, ella evitó sus ojos mirando al exterior—. Sí, vamos a resolverlo. Te ayudaré a saber quién sos.
Él le sonrió.
—Gracias.
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