4


Andrea y Eleonora compartieron un colchón inflable de dos plazas en el living, metido entre el viejo sofá y la pared opuesta a la escalera. La muchacha le dio la espalda a su madre así que se acostó, ignorándola cuando la vio volteada hacia ella con intenciones de hablar. No quería charlar de lo demente que había parecido ni de los miedos que seguían en el fondo de su ser, comiéndola desde dentro. Inmóvil, con la manta cubriéndole hasta la barbilla, miró hacia el techo y después hacia los rincones. La piel se le erizó, anunciado la presencia de alguna entidad y esperó a que Eusebio hiciera acto de presencia con alguno de sus chistes malos.

Sin embargo, la oscuridad que se arremolinó en el rincón junto a la chimenea le hizo pensar que quizá el muchacho no era el único muerto en aquella casa y eso le aterró tanto que le vinieron ganas de vomitar. Se acercó a su madre, espalda con espalda, con el corazón golpeando a mil y los dedos crispados aferrados a la manta. Retuvo el aliento, mientras la temperatura bajaba y le helaba los cachetes.

No vio nada más en lo que quedó de la noche, pero no pudo volver a dormir.

👻

—¡Buenas, buenas!

Andrea brincó, rebotando en el colchón. Su madre ya se había levantado y podía sentir el olor a café que venía desde la cocina, la habitación que estaba justo al lado del living y se ingresaba desde la puerta que estaba al lado de la escalera, junto al último escalón.

Cuando la noche había dado paso a los primeros rayos de sol de la mañana, la oscuridad del rincón desapareció y ella dejó llevarse con pesadez hacia el mundo de los sueños. Sin embargo, Eusebio, el fantasma insoportable, ya la estaba despertando temprano.

—Mija, ya es de día.

Ella se tapó la cabeza con la almohada, pero recordó que la había hecho tener la noche en vela y se giró despacio hacia el rincón, pero no vio nada. Eusebio, flotó sobre ella, con los brazos cruzados y el cuerpo en horizontal, y miró en la misma dirección.

—Che, ¿estás bien?

Andrea asintió, apretando los labios y mirándolo de reojo, pero no respondió. Le costaba mucho hablar con él con normalidad incluso cuando él parecía poner todo el empeño en ser amistoso. Se le notaba lo emocionado que estaba por hablar con alguien y ansiaba de todas las formas caerle bien. De cierta forma, le daba pena, aunque en el fondo se sintiera aterrada por su presencia.

—¡Hija, levantate que ya hice el café! —dijo Eleonora asomándose por el umbral de la puerta y levantando una taza para mostrarle que ya tenía el suyo pronto.

Contestó que ya iba, que se iba a duchar primero, y arrastró los pies hasta el baño que estaba en el piso superior con el fantasma siguiéndola de cerca. Se giró un par de veces, sintiéndose hostigada y asustada, pero él pareció no entender que estaba siendo demasiado molesto. Cuando entró, cerró la puerta detrás de sí con fuerza, haciendo ruido, pero él simplemente la atravesó y se quedó a la espera, flotando con tranquilidad.

—¿Qué? —dijo Eusebio al verla inmóvil, mirándolo ceñuda y los dedos trémulos.

—Quiero hacer pichí y bañarme. —Andrea se estrujó un mechón de cabello—. ¿Podés irte? Me ponés nerviosa y no pienso sacarme la ropa contigo espiándome.

Eusebio se echó hacia atrás con el terror llenándole las facciones fantasmales.

—¡Uy, mija! Perdón. —Sus mejillas se habían vuelto blancas, casi de un color sólido. Ella tomó aquello como un sonrojo de vergüenza—. No-no voy a mirar —dijo antes de desaparecer.

Andrea no se confió y revisó toda la habitación verificando que él no estuviera por ninguna parte. Solía ignorar a los fantasmas cuando no podía evitarlos, pero Eusebio se parecía más a un adolescente vivo que a un muerto errante, por lo que el pudor pesaba mucho más que sus miedos.

Mientras se duchaba, se quedó pensando en la mancha en la pared que había aparecido en la noche y se estremeció al pensar que si era una entidad maligna cargada de rencor, podría incluso afectar el plano material y hacerles daño. Y Eusebio parecía ignorar su existencia.

Cuando terminó de desayunar con su madre, se fue a la habitación que había elegido como suyo y sacó su laptop dispuesta a distraerse mirando alguna película. Eleonora le dijo que iría al supermercado a comprar el almuerzo —ya que aún no habían traído la heladera para hacer compras grandes— y luego iría a la casa de su hermana otra vez.

Se acomodó en un rincón, con la laptop sobre las rodillas, y mientras exploraba el catálogo, vio por el rabillo del ojo que Eusebio surgía desde el suelo con las manos tapando la cara.

—¿Ya puedo mirar? —preguntó, y su voz salió ahogada.

—Sí —respondió sin girarse hacia él.

Eusebio se acercó despacio, sentándose a su lado y estirando el cuello para ver lo que hacía. Ella se alejó de inmediato, reaccionando a la cercanía.

—¿Qué chusmeás?

Él se encogió de hombros, sin darse cuenta que ella se movía un poco más para establecer una distancia entre ambos, moviéndose para acercarse otra vez. Al parecer, no tenía idea de lo que era el espacio personal.

—Me da curiosidad esas cosas nuevas.

—¿Esto? —Andrea señaló la laptop—. Es como el celular pero más grande y cómo. Aquí puedo ver mejor las pelis o series.

—¿Pelisoseries?

Sintió como si se hubiera metido en una máquina del tiempo y estuviera hablando con alguien del siglo pasado. Eusebio desconocía por completo las nuevas tecnologías, pero tampoco las rechazaba como solía hacerlo las personas mayores, más bien era abierto a aprender más. Le explicó que era una especie de obra de teatro (eso sí él conocía), pero en una pantalla.

Terminó eligiendo El señor de los anillos, porque no le molestaba verla una vez más, y porque seguramente a él le gustaría. Y tanto fue así, que le dejó reproduciendo la segunda parte mientras almorzaba unas pizzas con su madre. Cuando volvió, él se giró hacia ella, con los ojos muy abiertos y le hizo señas emocionado porque estaba en el medio de la batalla.

Al terminar las tres, él no dejó de hablar todo el día sobre el tema. Incluso ella fue hasta el almacén a comprar la merienda y para cuando volvió, el siguió hablando, incluso hasta cuando llegó la noche. Entendía su emoción después de ser la primera vez que veía una película, pero se estaba volviendo insoportable. Cuando se acomodó para dormir, él se tendió a su lado en el suelo, con las manos en la nuca y mirando hacia el techo.

A pensar de que no paraba de hablar, estaba aliviada por tenerlo cerca por si aparecía la mancha en el rincón.

—No me respondas igual, si te molesto me callo, pero me encanta que pueda hablar con alguien de algo.

Se giró hacia ella, y Andrea le sonrió a medias, entendiendo cómo se sentía. Ella tampoco tenía amigos con los que hablar de esa forma. Los pocos que tenía se habían quedado en Montevideo y tampoco era que se llevaran como uña y carne.

—Bueno, que pueda hablar con alguien en sí —añadió. Se quedó callado un momento mientras la miraba de lleno y Andrea desviaba la mirada, intimidada por aquellos ojos tan intensos—. ¿Tú quieres hablar de algo?

Ella negó con la cabeza, haciendo un gesto señalando a su madre que dormía a su lado, de espalda a ambos. Él abrió la boca en un gesto de comprensión y asintió. No habló por unos segundos, a lo que Andrea cerró los ojos con cansancio.

—¿Mañana veremos El Hobbit? —Fue lo último que oyó antes de quedarse dormida. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top