15
La mancha se alzó desde el hoyo donde estaba enterrado Eusebio y se irguió como un muro enorme. Francisco no podía verlo, pero estaba seguro que algo pasaba porque su cuerpo no dejaba de temblar y el de Andrea estaba muy tenso. Se había tragado las lágrimas y miraba el vacío enmudecida y aterrada.
Sin embargo, el muro negro se deshizo, desvaneciéndose como la lluvia, y el espectro de una mujer arrodillada y llorando surgió en el medio del humo. Su llanto, desgarrador, llenó el patio de dolor.
—Eusebio, mi niño, cuánto lo siento...
El muchacho fantasma se acercó, conmovido y sin entender.
—¿Ma?
—Lo siento tanto, mi pequeño. Estaba tan celosa de la esposa de Baltazar que quise matarla... Pero tú llegaste y te tomaste ese té que no era para ti. Estabas tan acostumbrado a pellizcar en la cocina que no preguntaste si podías hacerlo, mijito.
Andrea tembló, gimiendo. El llanto volvió.
—No quería hacerlo, lo siento tanto, mi hijo. Perdóname, Eusebio, por favor...
—Sí, ma —respondió el muchacho sin pensarlo dos veces.
La mujer levantó la cabeza. Tenía los mismos rulos que su hijo, pero llevaba el cabello mucho más largo. Esbozó una pequeña sonrisa cargada de dolor y se desvaneció, llevándose con ella la oscuridad. Eusebio también cerró los ojos, esperando una partida que nunca llegó. Se miró las manos, los pies, y después a Andrea. Ninguno entendía porqué él seguía allí.
Andrea lloró. Había salvado el alma equivocada.
👻
Palmar Chico se vio envuelto en la noticia del año en el país tras la noticia del hallazgo de un cuerpo de un muchacho de 18 años en el patio trasero de la famosa casa fantasma de los Terra. Hubieron muchos periodistas, forenses, investigadores que dieron con la identidad del muchacho: Eusebio Lopez. Era hijo de Eugenia Lopez, bisabuela de la familia Lopez del pueblo, y los exámenes de ADN también lo identificaban como padre a Baltazar Terra. Nadie sabía por qué había terminado olvidado en el patio de la familia Terra, más con cuya causa de muerte había sido envenenamiento.
El mismo muerto estuvo al tanto de todas las noticias junto a la muchacha. Seguía sin recordar nada, consciente que aquello no era lo que lo retenía aquí y preparándose para convertirse en una mancha como su madre. Andrea no le había dicho nada, pero Eusebio sabía que de momentos se perdía, o desaparecía sin razón.
Andrea se quedó con el anillo. A Eusebio le gustaba y ella lo limpió lo mejor que pudo y lo llevaba colgado de una cadenita de plata en el cuello. Descubrieron entonces que el fantasma estaba atado a aquel objeto, ya que podía seguirla donde iba desde entonces. Hasta al liceo llegó a acompañarla. Se divertía lanzando alguno que otro libro en los salones.
Habían pasado un par de semanas, la primavera se hacía notar con los días más cálidos y largos. Eleonora terminó postergando la visita a su abuela hasta que decidió que todo el tema del cadáver en su patio ya había pasado. Andrea fue con ella como había prometido.
Era una señora muy mayor que tejía con ganchillo con muchas ansias. Hacía carpetitas redondas como las que había en la casa de su tía, de hilo crudo. Llevaba un gorrito de lana que le cubría el cabello albo y las arrugas le surcaban el rostro pequeño y delgado.
Eleonora le dijo una y otra vez, con las manos de su abuela entre las suyas, que era su nieta Elo. Doña Alba asentía, pero al rato la confundía con Neiba, su abuela, madre de su mamá y su tía Eliana. Andrea le dijo que era su bisnieta, le sonrió contenta por verla después de tanto tiempo, pero luego o la confundía con Eliana o con Matilde, su tía-abuela.
Eusebio se aburrió en la estadía en el residencial. Se quedó tirado en la alfombra a los pies de Andrea. En el televisor volvían a transmitir la noticia del cadáver en su casa. Andrea pensó que al pueblo le encantaba ser destaque en las noticias, aunque fuera por algo muy macabro.
—Pobre Euse —dijo Doña Alba en un momento de lucidez, con un suspiro arrancado del fondo de su corazón—. ¿Viste, mija? —le dijo a Eleonora, quien se quedó blanca. Andrea sintió el escalofrío en la columna y el fantasma se levantó de un salto, flotando frente a su bisabuela—. Le dije a tu padre que él no me dejó. Eusebio me iba a pedir matrimonio, ¿sabe? Pero desapareció. Lloré mucho, pensando que algo malo le había pasado... Y así fue... —concluyó, volviendo a su tejido.
Andrea llevó los dedos temblorosos al anillo y miró a Eusebio. Se quitó el collar y tomó la mano de Doña Alba, sintiendo el dolor en su pecho.
—Doña —le susurró con cariño. Su bisabuela la miró a través de los lentes enormes. La muchacha le depositó el minúsculo anillo en la palma de su mano envejecida—. Esto estaba con Eusebio cuando encontraron su cuerpo. Sí quería casarse con usted, pero no pudo darle esto a tiempo. —Las lágrimas llegaron a sus ojos así que terminó de hablar.
Eusebio también tomó las manos de ambas.
—Sí, y mucho. La amaba más que a nada en la vida —añadió el muchacho incluso sabiendo que Alba no iba escucharlo.
—Lo sé —respondió su bisabuela—. Gracias.
El frío del contacto de Eusebio se perdió.
—¿Euse? —Andrea se irguió, asustada. Habían resuelto su asunto pendiente de forma tan inesperada que no se sentía lista para perderlo.
—Gracias, Andy. Tú eres la que amé más que a nada en la muerte.
Una brisa se coló por la ventana. Doña Alba se calzó el anillo en el anular y continuó tejiendo. Andrea miró el vacío con lágrimas en los ojos.
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