♣ 20.El Círculo ♣

El oleaje rompía despacio sobre la arena oscura de la costa. El alba se asomaba a lo lejos. Los pies descalzos de Elizabeth se enterraban mientras la espuma del mar los cubría en su vaivén. La brisa les había secado la ropa después de la terrible tormenta. Cuando tocaron tierra cayó de rodillas sobre la arena, se sentía extenuada y terriblemente adolorida. El esfuerzo fue enorme y aunque desconocía como había podido lograr semejante acto, sabía en lo profundo, que aquella parte oscura de su energía a la que tanto temía había tomado el control otra vez, sin poderlo evitar, y la dejaba fatigada y temerosa.

Miró hacia el horizonte claro y lleno de luz del sol, nada parecido al infierno de la noche anterior. A uno de sus lados el barco casi destrozado del elfo zozobraba encallado. Elizabeth observó a lo lejos como Alec discutíaaún con un enfurecido Rufer que maldecía tan alto que lograba escucharlo. Harto del hombrecito, Alec dio una patada a la arena salpicándole y se alejó refunfuñando hasta llegar junto a ella.

— Vámonos Elizabeth, ya amanece y alguien puede vernos.

— Tenemos que pagarle... y más aún.Le he destrozado el barco.

— No es tu culpa Elizabeth.

— Si lo es Alec, no trates de justificarme ciegamente. He actuado neciamente... y no es justo. Soy una tonta. — bajó la mirada molesta y angustiada con ella misma. Alec le acarició un hombro.

— Tiene toda la razón... — el elfo llegó junto a ellos con la cara más atravesada que se pudiera imaginar. — Casi nos mata... — masculló hasta que con un esfuerzo salió la siguiente palabra — Ma-jes-tad... —dijo muy serio. Alec lo miró sorprendido y Elizabeth sintió un ligero estremecimiento cuando el mal humorado hizo una reverencia.

— No... — lo detuvo y cambió la mirada para poder meditar sus palabras, no sabía que decir y no quería que su impotencia la hiciera enojarse con el hombrecillo parado frente a ella con los brazos cruzados, todavía muy enojado. —No me llames así, ni reverencies mi presencia. Yo simplemente... lo siento mucho Rufer. — el aludido la escudriñó con los ojos entrecerrados que casi no se veían bajo sus tupidas cejas. Resopló y seguidamente repitió la reverencia, empezando a molestarla.

— Casi nos lleva a la ruina, ma-jes-tad... — destacó pausadamente la palabra haciendo gestos de burla y enojo.

— ¡Rufer...! —Alec lo regañó ladeando la cabeza y el elfo rezongó testarudo.

— Escúchame jovencito, ¿sabes desde cuando ando en estas tierras? He vivido muchas épocas y he visto muchas cosas y conozco mucha magia. Tú tienes la estirpe de tu madre la maravillosa reina Aleene, no puedes ocultarlo, pero jamás, jamás... vi semejante poder. ¡Era un Walsh! ¡Un Walsh! Nadie sale vivo de una maldita tormenta de esas. Usted es un ser único y especial, Majestad. Aunque también es una chica testaruda y malcriada.

— Como alguien que está a punto de perder los dientes... — replicó Alec haciéndole una señal con sus puños. El elfo se encogió de hombros sin atemorizarse.

— Es impulsiva, debe admitirlo, y si continúa con la soberbia de no hacerlo, no va a lograr cumplir con su destino. — sentenció.

Elizabeth lo miró atenta. Por un momento le invadió una molestia por la forma burlona y pesada en que el elfo le hablaba, su innata arrogancia real estaba a punto de liberarse pero sabía que él tenía toda la razón y se mantuvo callada.

— Te estás pasando Rufer... — advirtió Alec nuevamente

— Su Majestad sabe que tengo razón... — la miró

— No debes llamarme Majestad... — habló al fin y respiró profundo para continuar —... y es cierto. La lágrima no es mía. Pertenecía a mi madre. A mí me negaron la entrega del talismán. Debí tener presente que al no ser la designada a mi persona, la Bruma no me permitiría pasar. Los puse en peligro neciamente y pido perdón por ello. Ha sido una lección aprendida. Tengo la maldición de poner en peligro a los que estén cerca de mí...

— O no, Majestad. — la interrumpió y el ego real de Elizabeth comenzó a incomodarse. Rufer la miró como si meditara algo recién descubierto. Era una manía fastidiosa pero intentó mantenerse diplomática.

— Deja de interrumpirme — exigió y el gesto no hizo más que sacarle una sonrisa orgullosa al elfo.

— No necesariamente tiene porque ser una maldición, Majestad — continuó — He sido testigo de su maravilloso poder y eso es un privilegio que compensa totalmente que casi haya destruido mi barco, y casi nos haya llevado al fondo del océano para siempre. No pone en peligro a los que están a su lado, Majestad, les da la esperanza suficiente para enfrentarse a todo por usted... y aunque no tenga la corona en su cabeza usted es nuestra única e inigualable Reina — Elizabeth miró a Alec y este sonrió. — Su destino es devolver a HavensBirds la magia libre. Definitivamente marcharse no será una opción, y es eso lo que cada cosa mágica de esta tierra trata de impedir.

— Pero... — trato de replicar pero el elfo comenzó a caminar dándole la espalda. Esto la incomodó pero a la vez le causó gracia el ver como la retaba.

— Lo sé, lo sé... Pero tiene muchas dudas. Es lógico. Vaya al viejo roble, allí se aclarará todo. —dijo y la dejó paralizada. Se convenció que aquel testarudo hombrecillo la haría enojarse y reírse contradictoriamente muchas veces más en su futuro. Alec la miró y arrugó la frente.

— ¿Por qué sonríes?

— Porque tenías razón amor mío. Este es mi lugar. — le tomó las manos y el la abrazó. Escucharon a Rufer hacer una exclamación de asco.

— Te juro queee... — exclamó Alec mientras la separaba y simulaba con sus manos como si estuviera estrangulando al elfo. Elizabeth sonrió divertida. — Lo ahorcaré...

— Ni en tus sueños, bastardo — gritó el elfo desde su distancia — Dense prisa, no podemos permanecer más tiempo aquí.

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Hacía buen rato que Elizabeth y Alec dejaron atrás la última comarca en donde comieron y descansaron. Rufer se separó de ellos allí, y con las generosas monedas de oro que Elizabeth insistió en dejarle se había ido muy avispado quedando en encontrárselos otra vez en El Pantano de Ocre. Lo prepararía todo para cruzar el Mediodor por aquella zona, muy apartada de las populosas aldeas y sobre todo del empedrado Camino de la Reina.

Alec estaba divergente a la decisión de ir a Tierras Bajas y lo demostraba con la cara de enojo que no se había borrado desde que lo conversaron y planearon a detalle, antes que se marchara el elfo, y que Elizabeth selló con su última palabra, obstinadamente. Todo el camino transcurrido después de aquello, lo habían hecho en total silencio. Elizabeth ni siquiera había intentado indagar en la mente de él hasta que se le pasara la diferencia y sonreía disimuladamente cuando rezongaba de vez en vez como un niño con perreta.

Ya llevaban buen trecho a través de Bosque Sombrío y la negrura de la noche se hacía más densa en aquella parte. Elizabeth optó por llevar la energía elemental hasta sus manos y hacerla brillar en halos de luz, así guió sus pasos. Una niebla sombría se movía entre los ennegrecidos troncos y de vez en vez se podían escuchar susurros o quejidos de ramas rotas. Algún sobresalto había disimulado Elizabeth al notar ojos fugaces entre el matorral.

De pronto el roce de la mano sobre el hombro la hizo saltar violentamente y casi gritar. Alec la sostuvo abracándola antes de que lo hiciera y rompió la racha de seriedad con una sonrisa, que se iluminó ante los hilillos de luz de las manos de ella cerca de su cara.

— Pero mi amor, cálmate... — ella bajó la intensidad de su fuego azulado y sonrió.

— Estoy muy nerviosa Alec, siento que el corazón se me sale del pecho. — el volvió a abrazarla con ternura y pegó su rostro a su frente.

— Eli mi vida, todo estará bien. Estoy aquí, contigo. — ella lo besó dulcemente — Y estaré siempre... que sigas besándome así. — lo empujó mientras se reían ambos.

— Eres un tonto. — suspiró. Él la apresó por la espalda y siguió sus pasos — ¿Debemos estar cerca no? Hace casi una hora que hemos volteado en el árbol que me indicó tu hermana.

— Sí, exactamente. Por eso te detuve... A partir de acá debemos estar atentos al símbolo. Alguno de estos robles debe estar marcado de alguna manera que podamos notarlo —se rascó la cabeza intentando vislumbrar la corteza oscura más cercana a la luz de Elizabeth —Sabes algo, aún no escapo del asombro de que mi hermana Alia te haya dicho todo esto. ¿Cómo no me lo dijo a mí?

— Porque no te correspondía a ti — contestó animada. Él hizo una mueca.

— Alia con aires conspirativos es alucinante. Tenía que incluirme. Hasta ahora pensaba que su amargado matrimonio había ensombrecido su espíritu guerrero. — se quejó de alguna forma. Elizabeth sonrió.

— Tal vez solo lo hace por proteger a su familia. Y eso te incluye a ti, tonto. — se dio vuelta para prenderse de su brazo alzándolo y colocándolo sobre su espalda. Él le besó el cabello contagiado del momento. Caminaron unos metros más sin decir palabra.

— Pensé que me habías detenido porque ya no podías seguir el camino con esa cara trabada y sin abrazarme. — habló nuevamente y lo miró con desenfado.

— Aún sigo con la cara trabada. — protestó. Elizabeth soltó una carcajada — No te rías, habló muy serio Elizabeth de Galp. Pero tengo fe de que al llegar a este lugar al que nos dirigimos y después de descansar correctamente, sin sobresaltos, lo pensarás mejor. A lo mejor alguien que encontremos allí te haga cambiar de opinión ya que yo no puedo lograrlo. — dijo quejumbroso.

— Alec, cruzar a Tierras Bajas nos permitirá tomar ventaja y planear bien nuestro siguiente paso. De este lado la persecución es demasiado intensa. Está decidido. Nadie me hará cambiar de opinión.

— ¡Que necia eres! — volvió a protestar. Se soltó de ella y se adelantó un poco, algo molesto. Pero inhaló profundo y se detuvo para voltearse y mirarla. — Eli, no sabes que pasará después de este encuentro al que nos dirigimos. Tal vez todo de un giro. Esta gente te está esperando, está a tu disposición.

— No lo sé, eso es cierto. Tantas expectativas me abruman. Es como que todos ellos saben más de mí que yo misma. Es frustrante — protestó y se cruzó de brazos. Mordió su labio inferior tratando de que el agobio no la hiciera llorar — Mi vida ha cambiado tempestuosamente Alec, no sé si estaré a la altura de todo lo que esperan. Ni siquiera sé lo que esperan. — él volvió a acercarse y la abrazó hundiendo la cabeza en el hueco de su hombro. — Gracias por estar aquí... De mis últimas tempestades eres la que mas necesitaba...

— Siempre estaré, de una forma u otra... alterando tu mundo.

— Te prometo que, depende de lo que nos encontremos al final de este sendero, revaluaré la idea de cruzar el Mediodor. Pero no deja de ser verdad que escondernos del otro lado despistara un poco al Concilio y a todos los delatores de la maldita Katherine.

— La tierra de los desplazados es, aparte de inhóspita, muy peligrosa, mucho más que esta, Elizabeth, créeme. — dijo preocupado y ella levantó el rostro para observarlo. La mirada penetrante de los ojos felinos parecía perderse en recuerdos que ensombrecían su rostro.

— ¿Tu estirpe fue desplazada después de la guerra, no es así?

— Injustamente, si. Y por eso puedo hablarte con propiedad. Crecí en las Tierras Bajas, y créeme, es el infierno. Allá solo existen comarcas nómadas y recelosas alejadas unas de otras. La tierra es infértil y arenosa, abandonada por la magia y por la prosperidad. Los cultivos son casi imposibles de lograr y el agua es algo más preciado que la propia vida. Esta necesidad convierte a las personas en seres despiadados, muy pocos sobreponen su dura supervivencia a sus principios morales. Y nada de acercarnos al Valle de la Muerte. Está dominado por los Tartanos, los enemigos declarados de los Dones Puros. Los tartanos nos empalan y nos dejan de pancarta a que nos despellejen las aves de rapiña. Y ellos tienen dominada la mayor parte del agua y otros suministros. Lo que obliga a las otras tribus a rendirle tributo y vender al mejor postor lo que sea. ¿Te imaginas lo jugoso que sería tener a una Reina entre sus manos? — Elizabeth trató de replicar pero él le puso un dedo sobre los labios — Y... en el mejor de los casos, que no sea descubierta tu descendencia, igual de jugosa sería tener a una elemental en sus garras. Podría arrancarle la cabeza a unos cuantos pero lamentablemente moriría sin salvarte. No quiero ni siquiera mencionar eso. — movió la cabeza negando. Elizabeth rodeó su cuello con sus manos y el resplandor de su luz hizo brillar los ojos de Alec que la miraron desanimado.

— Basta — apoyó su frente sobre el fornido pecho que se expandía y se contraía en una respiración fuerte. — Gracias por estar en mi vida, Alec de Shinning.

— Gracias por reinar mi corazón, Elizabeth de Galp. —después de un mínimo instante de silencio que duró el suspiro de Elizabeth, Alec alzó su ceja cortada de forma jocosa — Pero deja de ser caprichosa, Elizabeth de Galp — agregó con voz de regaño.

— Calla — sonrieron por un segundo envueltos en la tierna languidez que les dominaba desde que les llenaba ese deseo arrebatador de amarse bonito.

Alec posó entonces las manos en la cintura de Elizabeth y la atrajo hacia él con esa forma característica de fuerza y ternura a la vez. Sonrió tan sensual que Elizabeth sintió encenderse su interior, el deseo sobre él era primitivo y ardiente. Los dos sabían perfectamente en aquel instante lo que se dibujaba en sus pensamientos. El amor desatado por aquella mujer fue tan repentino como arrebatador desde el primer momento y se sentía emocionado como un joven enamorado por primera vez.

Le gustaba sentirse así, le fascinaba esa conexión mágica. Le cautivaba la fuerza abrasadora de Elizabeth, le encantaba perder la razón por su acercamiento. Aquella sensación le hacía sentirse exaltado. La apresó aún más por la cintura, rodeándola esta vez completamente con sus poderosos brazos y cerró las manos en la espalda, acariciando seductor el final de esta.

Ella aun prendida de su cuello hundió su cara en el hueco de su hombro ahogando los suaves gemidos de placer cerca de su oreja, a la vez que dibujaba con la punta de sus dedos el contorno de su fuerte cuello y los músculos ya tensos de sus hombros anchos.

— Te amo Alec... — soltó instintivamente y él no la dejó continuar.

La separó para mirarle a los ojos con sus impetuosos ojos felinos y sonriendo le rosó con la punta de su nariz desde sus ojos hasta sus labios. La caricia juguetona hizo que la excitación de Elizabeth corriera chispeante por sus venas y su energía interior comenzara a burbujear haciéndola sentir llena de goce. Casi jadeante Alec le dedicó una mirada llena de fuego y se adueñó de sus labios en un beso profundo, feroz y fogoso. Su lengua entraba en su boca irrefrenablemente. El gruñó y ella acercó sus manos hundiéndolas en su melena muy lentamente, dispuesta a profundizar el beso. Los cuerpos se flexionaron en una misma onda que los fundió casi en uno solo. Tras varios minutos, Alec separó sus bocas y recobró el aliento. Se miraron sonriendo hasta que las exclamaciones que escaparon de entre la maleza los obligaron a voltearse.

— ¡Guauch que asco! — la irritable voz chillona sonó despectiva.

— ¡Ay no, es hermoso! —contradijo una segunda, a lo que le siguió un suspiro amoroso con el mismo tono de niña pequeña. Otra tercera voz menos chillona solo se carcajeó.

— ¿Qué rayos es eso? — exclamó Alec colocándose protectoramente frente a Elizabeth. Miró hacia el matorral donde se divisaban los tres pares de ojos, que se achinaron riéndose sonoramente con sus voces agudas. Elizabeth se sonrió y puso la mano sobre la que Alec había colocado alerta en la empuñadura de su daga. Él la miró un poco sorprendido.

— No, Alec. Conozco a estos personajes, ¿no es cierto? — sonrió cruzándose de brazos y los ojillos se movieron entre los arbustos. Al momento aparecieron los tres hombrecillos con sus ropas de flores y hojas, más brillantes que nunca. Elizabeth volvió a sonreír complacida al verlos completamente por primera vez.

En esta ocasión sus sombreros eran puntiagudos, los de los chicos de color rojo y el de la chica de rosado con flores blancas. Se sacudieron un poco a modo de presentación y se pararon frente a ellos. La chica los miró melosamente, con las manos unidas sobre su regazo, admirándolos con emoción. El más alto, que sacase de quicio a Elizabeth cuando se conocieron, hizo una mueca que se vio cómica bajo su nariz muy grande y se enganchó sus pulgares del cinturón de su pequeño pantalón, que colgaba de su larguirucho cuerpo.

Por su parte, la única chica del grupo, era aun más pequeña y un poco rellenita. Llevaba unas trenzas hermosas adornadas con florecillas silvestres al igual que su sombrero y la falda de hojas que vestía. Miró a Elizabeth y a Alec con una mirada muy tierna y suspiró.

El otro que completaba el trío de duendecillos era más bajo y su cabello rulo se escapaba por debajo del sombrero rojo, tenía los cachetes colorados y siempre reía.

— Hola princesa arrogante — le dijo el más alto con su voz irritable.

— Hola engreído duendecillo... —contestó sonriéndole— Me da mucho gusto conocerlos formalmente...

— Ufa, odio que me digan "duendecillo"... — la miró con fingido desagrado.

— Es que no sé tu nombre aún —se quejó Elizabeth y él sonrió pícaro ante la sonrisa cómplice de ella pero sin dejar de intentar mantener el rostro como si estuviese molesto.

— Huggipoot es mi nombre. — contestó. Elizabeth se agachó sorprendiéndolo y le estiró el dedo para saludarlo. El duende la miró un poco incrédulo y luego miró a sus compañeros que le sonrieron haciendo palmitas emocionados.

— Es un gusto Huggipoot. — el duende se le acercó todavía receloso mientras su compañero lo empujaba y se limpió la mano en su camisa a cuadros antes de saludar a Elizabeth, tomándole la punta del dedo.

Luego retrocedió unos pasos y volvió a enganchar sus pulgares en los tirantes del pantalón meciéndose sobre sus talones pero esta vez su rostro irradiaba superioridad casi cómica.

— Nos da mucho gusto volverla a ver, alteza — la chica se apresuró para tomarle la punta del dedo a Elizabeth antes de que se pusiera de pie. La apretó con sus dos manitas. El otro solo le sonrió ampliamente.

— Créeme que para mí también es un gusto.

— Hablaras por ustedes dos... — Huggipoot le replicó antipático y ella le dio un codazo regañándolo.

— No le haga caso, alteza. Siempre quiere estar contrario a todo. Yo soy Lollypoot —intervino la chica y suspiró admirada. Luego le guiñó un ojo a Alec que se había mantenido en silencio mirando a todos, aún con la ceja levantada en señal de su asombro. — ¿Y este guapo quién es?

— Es Alec... — se detuvo, por un momento no supo que decir. Lo miró y sonrió mientras se incorporaba. Él le hizo una mueca interrogativa.

— ¿Tu novio? — soltó de pronto Lollypoot y rió pícara para luego repetir el guiño.

— Muy buena pregunta... — intervino Alec mirando a Elizabeth y le regaló otra mueca graciosa. Ella ladeó la cabeza sonriente.

— Podría decirse que... — se encogió de hombros ante la mirada asombrada de él.

— Umm... creo que seré tu aliada, guapo. Necesitaras mejores mañas de conquista. — Alec soltó una carcajada, divertido. — ¿Puedo sentarme en tu hombro?

— Claro que si... — contestó. Se agachó animado para tomarla suavemente y la sentó en su hombro. La pequeña duendecilla suspiró sonoramente mientras se acomodaba. Contempló a todos con importancia. Huggipoot bufó y rodeó los ojos con hastío.

— Bueno no perdamos más tiempo en estas tonterías. Aún queda camino por recorrer.

— Ah, ¿por qué andaremos juntos...? — preguntó Elizabeth y los tres duendes se rieron.

— He-hemos hemos venido a-a buscarle, al-alteza. — el tercer duendecillo habló al fin, tartamudeando, pero sin borrar la sonrisa simpática de sus labios. Alec y Elizabeth se miraron intrigados.

— ¿Ah sí? — indagó Elizabeth

—Sí. Nos han enviado a por ti, alteza. Para que termine su camino hasta el destino señalado. El Círculo te espera. Así que apurémonos. — insistió Huggipoot dando saltos mientras se encaminó con marcha animada. Su compañero le siguió enseguida muy divertido. Elizabeth volvió a mirar a Alec que le alzó su ceja cortada, dubitativamente.

— Pero... ¿Quiénes son El Círculo? ¿Como saben ustedes a dónde nos dirigimos? —preguntó dulcemente a su compañera del hombro que se estiró su falda coqueta tratando de no contestar.

— Sinceramente, por usted nadie ha mandado. Ni siquiera sabíamos que lo encontraríamos — contestó Huggipoot secamente.

— No puedes decir eso. Sabes que gracias a él, nuestra Reina está viva. La profecía comienza a cumplirse... — saltó la duendecilla con aire defensivo. Alec y Elizabeth volvieron a intercambiar miradas cada vez más intrigados.

— Ustedes saben mucho. Cuéntenme más...— ambos dieron una zancada casi al unísono y alcanzaron la marcha de los dos duendes que seguían en la avanzada.

— De ninguna manera lo tienen permitido... el Círculo hablara... —ordenó Huggipoot y se volteó para mirar severamente a sus compañeros, justo cuando Lollypoot articulaba una frase que impidió que saliera, cubriéndose la boca con ambas manitas.

Alec la miró con los ojos semicerrados y el gesto la hizo sonreír. Elizabeth los observaba de lejos disimulando la inquietud que empezaba a invadirla. Alec la ignoraba enfrascado en sacar información a su acompañante del hombro, que sonrojada le negaba con la cabeza.

— Po-por su-supuesto que sa-sabemos mucho de us-usted, alteza. Ha-hace mucho ti-tiempo que es-escuchamos his-historias, ha-hace tiempo que que es-esperamos su lle-llegada. — el risueño duende se volteó sin dejar de caminar ahora de espaldas — El-el Círculo, nuestra fa-familia... Por ci-cierto soy Ro-Rorypoot. Per- perdón, por-por mi habla...

— Oh, mucho gusto Rorypoot. No te preocupes... — le saludó ladeando la cabeza sonriente. El duende regreso a su posición alcanzando a su compañero con paso presuroso. Se notaba la excitación en cada uno de ellos al estar cerca de ella.

— Es cierto. El Círculo la espera desde hace años. — dijo la chica con su voz melosa desde el hombro de Alec. — Muchos habitantes de HavensBirds viven con la esperanza de la promesa. La profecía que anuncia a una reina que nos dará otra vez la libertad y la igualdad. Que dejará que la magia sea libre no importa que criatura la tenga. Que este reino volverá a ser tan maravilloso como lo fue en los años de su madre.

— Que poética ¡por la Diosa! — bufó Huggipoot otra vez.

— Pero es verdad. Habíamos llorado tanto cuando creímos la mentira de que usted había muerto... — se sorbió la nariz. — Pero la Profecía nos devolvió la luz. Y ahora no podemos evitar estar tan emocionados de tenerla, y conocerla al fin.

— ¿Dijiste profecía otra vez...? — Elizabeth se quedó pensativa. — ¿Quiero saber más de ella?

— La misma que hizo que este guapo le salvara, alteza. Pro no puedo contar — Alec miró a Elizabeth.

— Sabía que algo en el destino estaba escrito para nosotros. ¿Te das cuenta Elizabeth? — recalcó sonriendo con esa malicia encantadoray ella le hizo una mueca.

— No hablen más o la Señora se enojara.

— ¿Quién es la Señora?

— Es nuestra guía, la que nos mantiene con deseos y esperanzas en ti, alteza. La que vela porque cada criatura te acompañe desde nuestras sombras. Escondidos para protegerte del Concilio siempre. ¿Sabes que todo el bosque le cuida, alteza? Es usted su gran tesoro. Y la Señora, le espera con ansias.

Transcurrieron tal vez dos horas cuando la pequeña caravana se detuvo de una vez. Pareció como si todos se hubieran puesto de acuerdo para hacer silencio de pronto, cuando el imponente árbol milenario se dibujó ante ellos. Fue como la sensación de llegar al fin, a la cúspide de encontrar algo muy esperado, aunque ni siquiera supieran que lo esperaban. Alec se acercó a Elizabeth sigilosamente y le tomó sutilmente la mano, apretándola con ternura. Ella temblaba ligeramente y sonrió nerviosa ante su roce.

— Aquí estamos, alteza — Huggipoot se volteó e hizo una reverencia mientras le señalaba el corto camino que la separaba del grueso tronco. Alec bajó a la pequeña duendecilla de su hombro y esta le sonrió en agradecimiento. Se colocó al lado de sus compañeros visiblemente emocionada.

Elizabeth miró por un momento a Alec y este asintió para darle seguridad. Luego dio unos pasos acercándose al roble, la corteza oscura parecía antinatural. Elizabeth se tomó un instante para contemplarlo hasta lo alto. Era inmenso y las ramas oscuras se perdían en el cielo que misteriosamente se había despejado dejando ver las estrellas y una hermosísima luna. Respiró profundo y decidida posó su mano sobre la fría madera negra. Sintió como la lágrima de corazón que colgaba sobre su pecho se encendía y le quemó ligeramente, causándole un espasmo de miedo. El árbol pareció vibrar o no supo si su nerviosismo le hacía percibir cosas que no eran.

— Alec, tu daga. — dijo aún de espaldas.Él dio un respingo sorprendido, saliendo de su paralización.

— ¿Qué dices Eli? —preguntó algo confundido. Ella se volteó y lo miró haciendo una mueca parecida a una sonrisa.

— Necesito tu daga mi amor. — le extendió la mano y la mantuvo expectante.

Alec observó un instante a los pequeños duendes que sonríen impasibles y luego regreso su mirada a ella. Suspiró y extrajo la daga de la funda de su cintura y se la entregó, todavía receloso. Elizabeth la tomó y la apretó con un ligero temblor. Luego de empuñarla, la acercó a su mano libre e hizo un corte transversal en la palma emitiendo al tiempo un gemido ahogado. Alec se impulsó para acercarse a ella pero los duendes lo interrumpieron, deteniéndolo.

— Cálmate guapo, sabe lo que hace.

— Es- es la reina. — recalcó el risueño duendecillo cachetudo y le guiñó un ojo. Alec los miraba sin salir de su estupor pero se contuvo, manteniéndose inmóvil.

Continuaron contemplándola todos, en silencio. Elizabeth reprimió su miedo y regreso frente al gigante árbol. La sangre goteaba entre sus dedos y mantenía presionada la daga en su otra mano a pesar del ligero temblor como un instinto involuntario. Recordó las palabras de Alia, recordó también la extraña maquinaria que aseguraba el Libro Obscuro. Observó un instante su mano sangrante antes de posarla sobre la áspera y negra corteza.

Inmediatamente, como si activara un mágico mecanismo ancestral, la sangre fue engullida por las grietas naturales de la madera. Elizabeth dio un paso atrás cuando el árbol se estremeció con un espasmo de ramas rotas. Alec se acercó un poco a ella y sin desviar la mirada del árbol, que seguías sacudiéndose, se apoderó de su mano y la envolvió en un trozo de su pañuelo, protegiéndola. El silencio continuó imperturbable.

El árbol siguió emitiendo roncos sonidos interiores y de pronto sobre la corteza, se marcó en fuego los círculos entrelazados del emblema real de su madre. Esta vez fueron varios superpuestos sobre otros. La espiral brilló con intensidad antes de quedar marcada para siempre en la corteza. Inmediatamente las ramas del gigantesco árbol empezaron a alumbrarse con luces azules, las que se hicieron intensas y titilantes.

Con asombro vieron entonces las pequeñas hadas aladas aparecer entre el follaje. La marea numerosa portaba diminutos faroles que se movían al compás de su pululante aleteo. Rodearon a todo el grupo recién llegado, alumbrando a su alrededor y Elizabeth las escucho sonreír cómplices y graciosas. Las admiró detenidamente cuando alguna se acercó a su cara. Eran pequeñas mujercitas con diminutos vestidos de hojas, sus pieles brillaban azulosas bajo la luz del mismo color de sus farolas. Le hicieron reverencias con sus cabezas cubiertas de extraordinarios peinados con flores y sonrieron sin parar suspendidas en el aire.

Los pequeños seres continuaron ondulando a su alrededor como luciérnagas celestes y a Elizabeth le pareció que cada vez se les unían más porque la luz azul se expandió a un radio mayor. Miró a Alec para descubrirlo estupefacto, observando todo con la boca entreabierta. Estiró los labios en una sonrisa, que se interrumpió con un pequeño sobresalto cuando los duendecillos corrieron entre sus piernas para unirse a otros que descubrió apareciendo cerca de las gruesas raíces del árbol. Se detuvo a observar entonces más detenidamente, y entre las mismas raíces y más allá, un sinnúmero de otras criaturas surgían de la nada y la miraban entre expectantes y asustadas.

Descubrió duendes similares a sus tres acompañantes, animalillos del bosque que olfateaban sus piernas, hadas de otros colores caminado o volando sonrientes, pequeños hombres de palo con hojas en la punta de su cabeza que se sentaron curiosos sobre sus botas, animales mágicos con plumajes multicolores de extrañas y sobrenaturales formas y tamaños, que emitían sonidos nuevos y luces chispeantes sobre su pelaje en señal de beneplácito.

El pequeño espectáculo fue colmando hasta los árboles más cercanos y a Elizabeth comenzó a invadirle una sensación de exaltación y apremio. La magia variada y única inundó en aquel instante fugaz la negrura de un Bosque que vivía escondido. Las miradas de Alec y Elizabeth se cruzaron por un segundo y sonrieron con la misma sorpresa y emoción. Algunos árboles se movieron de su lugar, rompiendo la inmovilidad perpetua y ante la mirada atónita de Elizabeth mostraron su cara de anciano de madera bajo la luz y sonrieron uniéndose al festín.

Todos fueron reuniéndose haciendo un círculo a su alrededor, algunos más tímidos que otros pero indiscutiblemente compartiendo una especie de efervescencia colectiva. Trataban de reprimir la agitación primera y se quedaron palpitando con nerviosismo cerca de ella. De pronto como en una coreografía ensayada, todos se arrodillaron, sorprendiéndola. Elizabeth sintió un pellizco en el corazón y un ligero escalofrío. La energía en su interior se exaltó extremadamente y la invadió una sensación de poder y emoción.

— Bienvenida, alteza... — la voz serena y firme a la vez los sorprendió. Se giraron sobre sus talones sobresaltados. La figura alta y esbelta estaba de pie, cubierta por una capa oscura con adornos hermosos y a Elizabeth la recorrió una corriente por toda su columna vertebral al notar al final de la capucha, la sonrisa de unos labios rojos.

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