Oro olímpico inesperado

Oli iba camino de la casa de su amiga Milene. Pasaba allí casi cada noche. Ella tenía unos horarios muy extraños, porque tenía bastante flexibilidad trabajando desde casa siendo su propia jefa. Se dedicaba a hacer joyas y adornos artesanos y luego los vendía por catálogo o acudía a algunas ferias seleccionadas. Algunas marcas ya contaban con sus servicios para utilizar sus creaciones en prendas y complementos y por eso cada vez realizaba menos labores y las que hacía las cobraba más caras. Ya se consideraba muy chic y exclusiva, aunque todavía tenía como meta tener una colaboración con Salero. Eso sí que sería motivo de orgullo en su carrera. No había en todo Corintesale ninguna otra firma de moda que le llegara ni a la suela de los zapatos. Por eso Milene quería que su nombre quedara ligado a ella.

Esa noche Oli tenía pensado que todo fuera diferente. La rutina de pasar tantas noches en casa de Milene aún no le había pasado factura, pero como siguiera esforzándose de ese modo sin echarse siquiera siestas al volver del trabajo, el día menos pensado iba a terminar ingresado en el hospital. Acostumbraba a dormir escasas horas por la mañana, con suerte algún día llegaba a cuatro, y después se iba al tajo. Llevaba enamorado de ella desde que la conoció. Él siempre ha sido así, de amores a primera vista. Durante años fue el pretendiente de una chica medio tibarí, medio epasí que le parecía preciosa y a la que conoció en extrañas circunstancias, lo cual, para él era más romántico si cabía. Con ella no había nada que hacer, entre otras cosas porque era lesbiana. Como los asuntos de amor muchas veces no responden a la razón, él era incapaz de olvidarla y, no en pocas ocasiones, trató de convencerla de que podrían salir de prueba y, si no le gustaba, pues lo dejaban y cada uno por su lado. Al final tomó la decisión de alejarse de ella, yéndose a otra ciudad, para evitar tentaciones, e incluso le dijo que iba a meterse a cura. ¡A cura! Pero si no le gustaban nada los niños. Eso por no mencionar que odiaba el vino, le daban los siete males en las iglesias y esas fantasías tradicionales no le llamaban la atención lo más mínimo, del mismo modo que tampoco soportaba leer. Él en cuanto a ficción ya se nutría con la proporcionada por las películas con muchos efectos especiales y las bélicas, que con eso sí que disfrutaba como un enano. Donde hubiera explosiones, tiroteos y acción, ahí estaba el primero.

Iba a la residencia de su amiga con la misma ilusión de siempre, aunque una pequeña maquinaria funcionaba de un modo diferente en su testa.

Cuando llamó a la puerta de Milene, ella le recibió con una camiseta ancha, de color negro y unas bragas del mismo color. En casa solía ir con ese tipo de atuendos, porque le gustaba estar cómoda en un lugar donde se sentía más segura que en ningún otro. Fuera, tenía siempre la apariencia de ser refinada y elegante, ya que iba arreglada incluso para comprar el pan. Era caprichosa, egoísta y solitaria. Sus habilidades sociales eran inferiores a las que podría desarrollar una tortuga marina, por eso en cuanto conocía a alguien, esa persona no tardaba en calarla y huía de su lado. Su círculo de amigos tan solo tenía un integrante: Oli, que le soportaba su carácter variable cual veleta con total estoicidad. Él tenía don de gentes, pero siempre se pillaba de la chica equivocada. No le molestaba en absoluto que Milene se tomase tantas confianzas como para estar medio en pelotas delante de él, como si nada. Por supuesto que le ponía nervioso y fingía naturalidad para que ella no pensase que era un guarro. También le daba miedo que otros supieran que tuvieran un tipo de relación de amistad tan estrecha como para mostrarse todo, pero no hacer nada. Le encantaría dar un paso más, pero jamás se lanzaría a la piscina. Ella tenía que saber lo que sentía, porque era evidente, cualquiera se daría cuenta por espeso que fuera en estos temas. Más fichas ya no le podía tirar, aunque no se lo hubiera dicho en palabras. A sus amigos —y no tenía pocos— no les contaría jamás cómo solía verla, cómo se tiraba en el sofá de cualquier manera prácticamente desnuda sin otra intención que charlar, beber unas copas o ver la televisión. Esas confianzas tan sólo potenciaban esa palabra por la que le hubieran llamado los demás si supieran todo esto. Por temor a que fuera nombrado como tal, no iba contando por ahí lo que consideraba que no era necesario, como por ejemplo que ya tuvo una relación de amistad de lo más especial con una chica de la que estaba muy pillado cuando era un adolescente y que ahora, de adulto, estaba pasando por lo mismo de un modo aún más acentuado. No quería que todos le señalaran con el dedo y le dijeran que era un pringado y mucho menos que pronunciaran esa palabra tan llena de verdad como de veneno: pagafantas. Que él pensara que estaba haciendo el canelo complaciendo en todo a Milene y que fuera corriendo cada vez que a ella se le antojara era una cosa, pero que los demás se lo señalasen, eso ya sí que no lo soportaría.

Durante los últimos días el plan era básicamente tirarse en el sofá, ver los Juegos Olímpicos y charlar de lo que surgiera hasta que a eso de las 5 o 6 de la mañana, Oli se marchara para planchar la oreja.

La atracción de Milene por los deportes no era una cosa de ahora, aunque dados sus hábitos nocturnos, toda competición que fuera antes de las tres de la tarde y después de las ocho de la mañana, era algo que se le escaparía, salvo si hacía un esfuerzo enorme por verla y, desde luego sería desde casa ya que hacerlo desde un bar o un estadio no solo implicaría socializar, sino que tendría las miradas puestas en ella. La grabarían para salir en televisión, alguno incluso querría que le respondiera unas preguntas. En parte por el peso de la fama, era un poco como los vampiros. No era como las amigas de la infancia de Víctor, un conocido y vecino antaño de Oli, que lo llevaban aún peor. La reclusión de esas chicas se debía a una fotofobia extrema, eso de que les diera la luz del sol diurna hasta les provocaba sarpullidos. Los médicos dictaminaron que sufrían de erupción polimorfa lumínica, lo que comúnmente se conoce como «alergia al sol». Ella se acordaba bien de esa historia, ya que Oli estaba muy serio y asustado relatándosela, por si acaso a ella le sucedía lo mismo.

A Oli los deportes no le hacían demasiado tilín. Nunca había sido atlético ni había tenido especial predisposición para ninguno. Ahora bien, verlos no le suponía mayor esfuerzo y menos si era con el que ahora era el amor de su vida, tras su anterior amor de la misma vida. Si había varios partidos del siglos cada año y también un montón de comedias románticas del año presentadas con el superlativo absoluto en los carteles publicitarios, él estaba en su derecho de tener más de un amor de su vida.

Aquella noche estaban viendo gimnasia deportiva, aunque pronto se acabaría y después habría tan sólo resúmenes del medallero, de algunos momentos en las diferentes competiciones y un breve telediario para hablar de las noticias de última hora. Como siempre, jugaban a adivinar las notas de los jueces, en base a lo que ellos, a través de lo mostrado en la televisión en lugar de fijarse en directo, detectaran como posibles errores. En otras cosas como hockey, tenis, baloncesto o fútbol lo de los resultados iba más por afinar puntuación o equipo ganador y en atletismo se trataba de decir tiempos finales, distancia, altura, si habría récord o no... Todo se resumía en quién tenía más probabilidades de llevarse las medallas y en comentar cómo lo hacían. Milene con la emoción era la que hablaba y hablaba, defendiendo por qué escogía una cosa y no otra, dando incluso más datos que los periodistas sobre los diferentes deportistas que estaban ahí cumpliendo uno de los sueños de muchos; mientras que Oli solamente decía números al azar y se dedicaba a escuchar y a expresar brevemente su parecer con cosas como: «ay, el pobre se ha caído y ya se queda fuera», «puede que tengas razón» o «cómo triunfas sabiendo todo eso».

Milene era incapaz de ocultar su emoción. De continuo salían frases de su boca que dejaban claro que eso de las olimpiadas lo vivía a tope, que era una de sus citas más esperadas y se lamentaba de que tan solo se diera una vez cada cuatro años. Su pasión era tal por los deportes que, sin quererlo, Oli en realidad se estaba convirtiendo en todo un experto y en caso de jugar una partida de algún juego de mesa de preguntas sobre datos triviales, o incluso si se apuntase a algún concurso de la tele, intentaría escoger siempre esa categoría cuando no hubiera cosas sobre guerras en el horizonte. A ella especialmente le pirraba contarle historias sobre eventos pasados, olimpiadas de antaño en las que se batieron los récords que ahora miran desafiantes a los deportistas que tratan de superar esas barreras jamás batidas por hombre o mujer de manera oficial en una competición.

Cuando acabó temporalmente el espacio dedicado a los juegos, hasta unas horas después que prosiguieran, Milene cogió el mando a distancia y se puso a cambiar de un canal a otro en busca de algo que llamase su atención. No duraba en ninguno, nada parecía interesarle lo más mínimo. Anuncios de teletienda, videntes de pacotilla, la reposición un millón de aquella serie que fue famosa cuando sus abuelos eran niños... Hoy sí que le parecía una caja tonta de verdad en cuanto que no estaban sus adorados deportes en directo. Otros días, simplemente habría dicho algo de jugar a los dados, a las cartas o se habría liado a hablar de cualquier tema. Las riendas las llevaba ella el 90% del tiempo. Oli era raro que sugiriese algo; siempre le parecía bien lo que ella quisiera con tal de permanecer a su lado. Ese día nada le satisfacía a esa adicta al deporte. Incluso expreso en voz alta su aburrimiento y le preguntó a su amigo si quería que se enrollaran. El ofrecimiento, tan de la nada, dejó perplejo a Oli, que creyó haber oído mal. Sonrió nervioso, sin ser capaz de articular palabra y, para cuando se quiso dar cuenta, ya tenía a Milene abrazada a él, buscando sus labios. Al poco se le subió encima, completamente desnuda y le entregó todo lo que él hubo soñado alguna vez, cogiendo de vuelta una pequeña parte de lo que a él le hubiera gustado ofrecer por sí mismo, en otras condiciones y momento, aunque no necesariamente en otro lugar y desde luego no a otra mujer.

Uno de sus sueños se había cumplido, puede que el mayor hasta la fecha, pero ahora no sabía qué hacer. Como veía su relación con su amiga como un amor imposible, como algo no correspondido y que nunca llegaría a nada con ella por más que lo intentara, había decidido tirar la toalla. Esa misma mañana se le había declarado una compañera de trabajo que buscaba algo serio con él. Oli aún no había contestado, porque tenía pensado hacerlo al día siguiente tras comentárselo a Milene, en busca de una felicitación por esa posibilidad de echarse novia, de emparejarse con una buena persona. Él no sentía nada por su colega, simplemente quería forzarse a tratar de quererla en el futuro y olvidarse así de lo que hasta el momento le había hecho sentirse bastante miserable. Cuando estaba con Milene siempre era inmensamente feliz, se lo pasaba genial con ella y se conformaba con escuchar su voz, con sentirla cerca. Como la Cenicienta con las campanadas, todo cambiaba de repente al volver a casa. Allí todo se le caía encima al pensar que lo suyo era una pérdida de tiempo. ¿Y ahora cómo le diría a esa chica, sin ni siquiera concederle una primera cita de prueba para irse conociendo, que eso no podía ser, que la rechazaba? Todo lo que se había propuesto esa misma mañana, se desmoronó esa misma noche. Estaba convencido de que Milene se iba a reír cuando le contara la historia y que precisamente el que ella ahora —que ya había dejado claro que él también le interesaba— viera que existían rivales y que Oli no estaría esperando toda la vida por una oportunidad, iba a garantizarle algo serio con ella y no simplemente un lujurioso pasatiempo puntual.

Acertó con sus pronósticos. De haber conocido antes los sentimientos de Milene, se habría comportado de otro modo para ahorrarse sufrimiento y atajar, aunque al final se salió con la suya y a su modo ambos fueron muy felices. No fueron la pareja más estable de Corintesale y no podría decirse que discutieran poco, pero a su modo ambos se querrían hasta el fin de sus días.

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