El retraso del avance

La rutina siempre encuentra el camino de salida sin importar cuánto se demore. En ocasiones se trata de algo tan similar que no lo apreciamos como diferente hasta que nos sentamos a pensar de manera consciente en ello, a hacer balance o comparaciones. Cuando las cosas no marchan en condiciones, incluso lo que a priori pudiera no parecer apetitoso, es lo más nutritivo que podemos deglutir. Las horas bajas nos hacen apreciar cosas que rechazaríamos fuera de las vacas flacas.

Aquella era la sexta mañana en que se encontró buscando molestias en su vientre, manchas en su ropa interior. Era más exacta y regular que un reloj, así que se asustó, hizo una llamada y acordó verse con aquel a quien debía rendir cuentas.

—Tengo un retraso.

—Ya sabía que no eras Einstein, pero eso...

—¡Imbécil, digo que no me viene la regla, que podría estar embarazada!

—¿Por qué hablamos de esto entonces si es una conjetura? ¿No sería mejor hacerlo con una confirmación? ¿Me quieres tener en vilo? ¿Te divierte estresarme?

—¡Pero tendrás cara, tío! Que soy yo la primera que lo pasa mal y claro que tienes que saberlo, que esto es cosa tuya también. De los dos.

—Solo te digo que hablar de ello antes de que lo sepas, me parece irrespetuoso.

—Irrespetuoso tú, que te dicen que no hagas las cosas y las haces. Que te dicen que sin condón no y al final tiene que ser que sí. Ahora qué, ¿eh?

—No seas quejica, que fue un par de veces solo, que con esa goma no siento nada. Ve al médico y que te digan si estás o no. Luego pides cita para no tenerlo y ya está.

—¿Qué fácil no? Como tú no tienes que sufrir, pues ya está.

La pareja siguió discutiendo un rato. Al final, cada uno se fue por su lado y no volvieron a verse en persona hasta que hubo una respuesta oficial.

—Te he dicho de quedar aquí porque tengo noticias.

—Vamos, que vas a cumplir con tu nombre y vas a anunciarme la respuesta de lo que nos traía de cabeza, que me tienes de los nervios.

—No me voy a andar con rodeos. Vamos a ser padres.

—¿Qué? Me opongo. No somos pareja ni nada, ¿cómo va a ser eso? ¿Tú para qué lo quieres?

—Pues porque siempre he querido ser madre y ya que me he quedado, aunque no lo buscara en estos momentos, «p'alante» con ello.

—¿Qué necesidad hay? Si eres muy joven. Ya tendrás tiempo cuando sea.

—No soy tan joven para esto. Tengo 32 años y te digo que lo pienso tener con tu apoyo o sin él.

—¿Y lo que yo opine no cuenta? Ya me has fastidiado el día, que no me puedes decir las cosas así de repente, chica. Menuda egoísta estás tú hecha, que a mí que me den.

Discutieron durante un rato a un volumen tal que todos los que paseaban por esa céntrica plaza se giraban. Algunos curiosos, otros asustados incluso. Como ocurre en todas las ciudades grandes, al rato todos esos transeúntes olvidaron el suceso, que fue uno más de tantos. La pareja, sin embargo, no podía hacer borrón y cuenta nueva, aunque una de las partes lo intentó desapareciendo. Dejó de cogerle el teléfono y de contestar los mensajes a esa amiga con la que se había acostado alguna que otra vez sin ataduras, porque, según él, era lo mejor para los dos, porque las cosas funcionan mejor si no se les pone un nombre, si no hay que verse el careto todos los días. El sexo es solo sexo y no hay que tomarlo en serio, no hay por qué establecer vínculos afectivos alrededor de un pasatiempo.

El metro iba bastante hasta los topes aquella mañana. Desde el asiento más alejado del vagón, pegado a esa pared donde va fijada una puerta para moverse entre los coches, un hombre observó a una mujer embarazada de pie, agarrada a una barra, a la que nadie cedía el asiento. Si era por fingir que no habían visto esa insignia que llevaba en su chaqueta o el llavero de su bolso que indicaban su estado, o si de verdad no se habían percatado de lo que el ayuntamiento ofrecía para tener esa visibilidad que en ocasiones no es perceptible observando únicamente el cuerpo, él no lo sabía. Agitó sus brazos hacia ella hasta que se acercó para que pudiera descansar sentada. Ella se lo agradeció con una sincera sonrisa y él entabló conversación.

—¿De cuánto estás? —Preguntó señalándole la barriga.

—De 21 semanas.

—¡Vaya, esto va viento en popa! Estarás contenta.

—Sí, quién lo diría por como empezó...

—Imagino que como la mayoría en estos casos... Perdona mi indiscreción, es deformación profesional, ¿fue de modo tradicional o mediante proceso clínico?

—Tan tradicional que fue con un tremendo imbécil que no quiere saber nada de mí ni del bebé. Ni falta que hace.

Charlaron un rato más hasta que el hombre se bajó del metro. A la siguiente parada ella hizo lo mismo.

En el hospital, cuando el número de la pantalla coincidió con el del ticket, no tardó en abrirse la puerta de la consulta.

—Hola, Anunciación, adelante —saludó el médico desde su mesa. No era otro que el hombre del metro. Su nuevo ginecólogo después de que el anterior pidiera un traslado.

Al salir de conocer a Benedicto y que le demuestre en tan solo ese breve encuentro que es tan buen profesional como persona, en su mente hay un mensaje claro «¿y si fuera hoy el primer día del inicio de nuestras vidas?» Sonríe y espera que así sea.

Para la tercera consulta, tienen la primera cita y le habla del cretino de Ángel. Antes de que llegue a haber una cuarta, son novios formales.

Hasta los encuentros más casuales y pequeños puedan cambiarnos la vida.

Ni el tiempo se atrevería a quitarles la razón: el amor verdadero espera agazapado su turno y, cuando llega, se pone un letrero luminoso gigante para gritar «te querré toda la vida».

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top