Capítulo veintitrés: IRENE MATTHEWS
Acercó su rostro hacia mí, su aliento caliente rozando mi cuello. Pude sentir cómo inhalaba profundamente, su nariz rozando mi piel en dirección a mis pechos. Un estremecimiento de repulsión recorrió mi cuerpo, y en modo automático, mi mano se enroscó en su cuello, al principio de manera casi sutil, hasta que apreté con fuerza.
—¿De verdad crees que puedes olerme como si fueras un perro rabioso? Si te conformas con mentiras piadosas —murmuré, acercando mi rostro al suyo—, lamento informarte que ser piadosa no está en mi maldito diccionario—escupí, mientras la otra mano se cerraba en un puño, conectando violentamente con su nariz.
Sentí cómo su nariz se rompía bajo mis nudillos, y la sangre comenzó a brotar de inmediato, cubriendo su rostro. Pero antes de que pudiera disfrutar ese instante de victoria, algo brillante se clavó en su cuello. Era un dardo metálico. Sus ojos negros se agrandaron de sorpresa antes de que su cuerpo cayera desplomado sobre el mío. Miré en la dirección de donde vino el dardo, y ahí la vi, una figura bastante familiar. Esa mujer de cabello cobrizo.
Con rapidez, aparté el cuerpo de Killian de encima y me puse de pie. Verla nuevamente hizo que mis músculos se tensaran, los recuerdos del enfrentamiento anterior regresaron a mi mente en cadena. Había perdido contra ella, algo que todavía carcomía mi orgullo. En aquel momento desconocía que su fuerza sobrehumana provenía del virus, pero ahora la situación era diferente. Ahora estábamos en igualdad de condiciones.
—¿Vienes por más, perra? —le dije, sintiendo cómo el fuego del odio ardía en mis palabras. Me preparaba para atacar, para aprovechar esta oportunidad que había estado esperando. Ella no me vencería otra vez—. ¿Vienes a terminar lo que empezaste o a rendirme pleitesía por la segunda ronda?
Pero antes de que ella pudiera responderme, una tercera presencia apareció. Era Beatrice, la madre de Marcone. Se paseó por el cuarto como si fuera suyo, su andar sumamente tranquilo. Observó la situación, con Killian desmayado a mis pies y mi cuerpo medio desnudo. Una sonrisa burlona cruzó su rostro al verme.
—Ya veo, si mi hijo y tú tienen mucho en común. Ambos creen que su piel es una pizarra, llena de más tinta que las páginas de un diario—una sonrisa burlesca se formó en sus labios.
—¿A qué debo tan “agradable” visita? —fijé la mirada en la mujer de cabello cobrizo.
Esa mujer me lanzó una de mis camisas azul marino que estaba colgada cerca de la ventana.
—Leah, cariño, no seas tan ruda. Hemos venido en son de paz.
—¿Qué fue lo que le inyectaron?
—Solo un tranquilizante. Mi hijo no estaría muy contento si permito que alguien más le coma el ganado.
—¿Qué estás insinuando? ¿Él te mandó?
—No, cariño, para nada, he venido por decisión propia. Quiero proponerte algo. ¿Te molesta si te espero afuera para hablar al respecto? —esa amabilidad sospechosa no me terminaba de encajar.
No pude evitar fruncir el ceño. Esa mujer siempre venía con un doble juego. Su actitud me parecía demasiado calmada, considerando la situación. ¿Qué demonios quería proponerme? No me fiaba ni un poco de ella, pero la curiosidad me ganó. Finalmente, después de un rato, salí para escuchar lo que tuviera que decir.
—Sé que la relación entre mi hijo y tú no ha sido… la mejor, por así decirlo—comenzó, mirándome de reojo—. Pero, ¿sabes? Creo que, si los dos pusieran un poquito de su parte, las cosas podrían cambiar. Jedik tiene muchas virtudes. Es dedicado, tenaz... y bueno, tal vez es un poco impulsivo y testarudo a veces, pero, oye, nadie es perfecto, ¿no?
Empezó a mencionar algunas de sus "mejores" cualidades, y luego rápidamente añadió las malas, como si quisiera justificarlo. Para cuando terminó, estaba claro que ni siquiera ella estaba convencida de lo que decía.
—Aunque… —hizo una pausa, mordiéndose ligeramente el labio como si estuviera pensando en la mejor forma de continuar—. Bueno, quizá no es el mejor partido, después de todo. Pero… ¿quién lo es hoy en día?
¿Acaso me estaba vendiendo a su hijo?
—Espera—la interrumpí, cruzándome de brazos—. ¿Me estás intentando vender a tu hijo? ¿O tratar de convencerme de que podemos llevarnos bien? Porque, sinceramente, no tengo el más mínimo interés en eso. Quiero ver su cabeza rodar, por el mismo lugar que tengo mis pies.
—Precisamente por eso pienso que eres la candidata ideal para mi hijo. Del odio al amor solo hay un paso. Ya renunciaron al orgullo una vez y follaron como animales, ¿no?
Su descaro no tenía límites, pero había algo más en su tono. Una especie de segunda intención que no había captado del todo. Me acerqué un poco, desafiando su mirada, dispuesta a cortar ese jueguito, pero antes de que pudiera hablar, ella dio un paso más allá.
—Pero no he venido aquí solo a hablar de mi hijo, querida. Tengo algo más que ofrecerte, algo que sé que te interesa mucho más que cualquier otra cosa—alzó una ceja, su sonrisa se hizo aún más afilada—. Estoy dispuesta a compartir información valiosa sobre Abraham Burton, pero... claro, tendría que haber algo a cambio.
—¿Estás consciente de que tengo muchos métodos para obtener esa información sin llegar a ningún tipo de acuerdo contigo?
—Oh, cariño, no lo dudo ni por un segundo, aunque has desperdiciado demasiado tiempo con esos métodos, ¿no crees? Pero... y si te digo que no podrás obtener una mejor fuente de información, al menos no una tan directa y precisa como la que podría ofrecerte la mismísima exmujer de Abraham Burton, ¿qué me dirías?
—¿Exmujer?
—No sabes con quién estás hablando, ¿verdad? —sonrió ladina—. Abraham y yo tenemos más historia de la que te imaginas. Si te tomas el tiempo de conocer mejor a mi hijo, estaré más que agradecida contigo... y te daré la información que buscas. Te diré dónde encontrarlo.
Su propuesta me dejó en silencio por un instante. ¿Conocer mejor a Jedik? Esa idea era absurda, por no decir repulsiva. Beatrice, sin embargo, parecía encantada con su oferta, como si estuviera dándome un regalo envenenado que esperaba que yo tomara con gusto.
—Déjame entender esto—dije, cruzándome de brazos—. ¿Me estás sugiriendo que pierda mi tiempo con tu hijo, solo para que tú me des lo que busco? Lo que me estás proponiendo es un chantaje burdo.
—No subestimes lo que puedo ofrecer. El tiempo es un lujo que no tienes. Además, hay cosas que ni siquiera te imaginas... detalles que podrían cambiar todo lo que piensas saber sobre Abraham. Si de verdad estás dispuesta a hacer cualquier cosa por tu venganza, tal vez quieras reconsiderarlo. Nadie más te dará lo que yo puedo darte.
Me mantuve en silencio, pero ella no tardó en continuar, acercándose más.
—Y más que nadie, te conviene estar cerca de él ahora mismo. Después de todo, entre ustedes dos hay mucho más que odio—sus ojos se fijaron en los míos, casi desafiándome a negar sus palabras—. Hay más de tres razones para que estén... unidos.
Fruncí el ceño. ¿“Más de tres razones”? El comentario me dejó intrigada, pero también en guardia. ¿Qué estaba insinuando exactamente?
—¿A qué te refieres con eso?
—Todo a su tiempo. Digamos que hay lazos que aún no has descubierto. Motivos más profundos que el simple deseo de venganza. Pero te aseguro que estar cerca de él podría revelarte mucho más de lo que crees.
Me extendió una tarjeta, sosteniéndola entre dos dedos con delicadeza y elegancia, como si fuera un objeto invaluable. En ella estaba escrita una dirección con su puño y letra.
—Aquí es donde está viviendo mi hijo. Te aconsejo que lo visites cuanto antes.
—¿Y por qué querría hacerlo?
—Porque te considero una mujer astuta y capaz, lo suficiente como para hacerlo.
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