CAPÍTULO VEINTISIETE: IRENE MATTHEWS
Me dejé arrastrar por su propuesta sin pensarlo dos veces. Ponme a prueba, había dicho. Claro, quería hacerle tragar sus palabras, demostrarle que no era tan fácil derrotarme, y de paso, ver si su estúpido experimento tenía algún mérito. Pero ahora, mientras me llevaba a su apartamento, noté que algo dentro de mí empezaba a tambalearse. No estoy acostumbrada a esto. No a que alguien sea tan directo, no cuando no estoy bajo los efectos de litros de alcohol que me ayudan a enterrar la realidad en lo más profundo. Mis experiencias con hombres siempre habían sido horribles y dolorosas. Eso era lo único que recordaba de cada una de ellas.
Él encendió la calefacción apenas entramos en su habitación, su mirada fija en mí como si pudiera ver a través de mi piel.
—¿Te sirvo una copa de whisky?
Asentí.
Dios, necesito una salida. Una vía de escape, algo que me despeje la mente de la incomodidad. Me entregó la copa y la vacié de un solo trago, esperando que el ardor en mi garganta apagase el nerviosismo.
—Otra— le pedí.
Pero, para mi sorpresa, negó con la cabeza.
—No quiero lidiar con una mujer borracha. Te quiero en todos tus sentidos. O el experimento no tendría validez.
Por supuesto que tiene razón. Aun así, lo odiaba por decirlo, por ser tan jodidamente lógico en un momento como este. ¿Por qué no podía ser más simple? ¿Por qué todos los caminos tienen que llevarme a él? Si Jedik no me hubiera secuestrado, mi vida seguiría siendo la misma. Pero desde que apareció, todo se fue al carajo.
Caminé un par de pasos, sintiendo el calor de la habitación subir por mis piernas. ¿De verdad voy a hacer esto? No estaba preparada en ningún sentido. No había planeado esto, no tenía ningún plan, ninguna estrategia. Ni siquiera estaba depilada, por el amor de Dios. ¿Realmente tengo que desnudarme frente a él?
El orgullo me apretaba el pecho, impidiéndome retroceder, aunque todo en mí gritaba que debía salir corriendo. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Mostrarle que me había arrepentido? No, eso jamás.
Solo céntrate. Has estado en situaciones peores.
—¿De qué te estás riendo, cretino? —lo enfrenté.
—¿Te estás arrepintiendo?
—¿Arrepentida? Esa palabra no está en mi vocabulario.
—Entonces, ¿qué esperas?
—¿Debo comenzar yo? Fuiste tú quien propuso esta estupidez.
—Tienes toda la razón.
Comenzó a despojarse prenda por prenda. Mis ojos se quedaron pegados a su cuerpo, mientras se deslizaba fuera de la camisa, revelando esos tatuajes que cubrían su abdomen, brazo y espalda. Eran detalles intrincados, como si su piel contara una historia que él nunca diría en voz alta. Un dragón se enroscaba desde su hombro hasta su pecho hacia el centro de su abdomen. Otro tatuaje en su antebrazo, una frase en algún idioma que no reconocía, pero que por algún motivo me llamó la atención. Su espalda estaba cubierta de símbolos que parecían runas o inscripciones antiguas, todo sobre un lienzo de músculos tonificados y bien definidos.
Lo odié. Odié la forma en que mi mente traicionaba todo lo que debía sentir por él, admitiendo que sin ropa se veía… comestible. Pero, claro, eso cambiaría en cuanto abriera la boca. Verlo a medias no surtía ningún efecto, me convencí a mí misma de ello.
Cuando se desabrochó el cinturón y lo dejó caer al suelo, junto con el pantalón, mis ojos recorrieron su abdomen, donde se marcaba esa "V", un camino que me llevó, sin quererlo, hacia lo que venía después. Sus boxers cayeron y, sin poder evitarlo, mis ojos se deslizaron por su cuerpo de extremo a extremo.
No podía evitar el pensamiento que se formó en mi cabeza. Era enorme, incluso dormido. Lo que solo significaba que cuando "despertara", el tamaño sería el doble. Eso estuvo dentro de mí esa noche. Sacudí esos pensamientos, intentando concentrarme en cualquier otra cosa, pero mis ojos continuaron su recorrido hacia sus piernas, fuertes, trabajadas e igualmente tatuadas. Él claramente no se quedaba atrás en el gimnasio, pero tampoco era algo que me impresionara demasiado. Yo también solía entrenar mis piernas para fortalecerlas y tonificarlas. Pero esto no era una competencia, ¿o sí? O tal vez lo era. Con él siempre parecía serlo.
Me crucé de brazos, sin moverme, esperando el siguiente movimiento mientras intentaba convencerme de que nada de esto me afectaba. Pero ya estaba afectada. No quería admitirlo, pero lo estaba. ¿Por qué tenía que ser mujer en este momento?
Ahora me tocaba a mí y no sabía por dónde empezar. Me quedé quieta por unos segundos, sin moverme como una estatua. No era algo que soliera hacer voluntariamente. Solo me podía escudar de mi propia decisión estúpida de no dar marcha atrás.
Respiré profundo, tratando de calmarme. No quería que él pensara que me estaba intimidando. No podía darle esa satisfacción. Pero, maldita sea, esto no era nada fácil. Sentía mis manos frías, pero me moví de todas maneras, llevando las manos al borde de mi camisa de botones y quitando botón por botón. No me molesté en mirar su reacción. No quería saber si me estaba mirando con ese aire arrogante suyo, analizando cada detalle como lo había hecho yo. No me sentía lista en absoluto. Pero él ya había visto lo que necesitaba ver, y yo no iba a acobardarme ahora.
Los pantalones fueron los siguientes. Los deslicé lentamente, más por necesidad que por querer hacerlo de manera sensual. Mi cuerpo no había sido forjado para el entretenimiento o el placer de un hombre, lo había trabajado con esmero para defenderme y gustarme a mí misma. Se volvió una adicción entrenar, hacer ejercicios diariamente.
Cuando quedé en ropa interior, me sentí vulnerable. Había algo en su mirada que me hacía querer cubrirme, pero no lo hice. Me quedé de pie, mirándolo, desafiándolo a decir algo, a hacer algún comentario que agilizara el proceso de terminar con esto.
Él me observaba, tranquilo, con ese maldito aire de suficiencia que me sacaba de quicio. Parecía que nada lo sorprendía, nada lo desconcertaba. Me estudiaba como si fuera un experimento más, algo que necesitaba analizar de cerca para entender.
—¿Es esto un empate? Ninguno de los dos ha reaccionado.
—Tus pechos han cambiado—su observación en voz alta me incomodó.
—No, siguen igual de pequeños—ya conocía su pensar al respecto.
—No—se acercó lentamente, con sus ojos fijos en ellos—. Se ven jugosos—deslizó dos de sus dedos desde mi ombligo hacia mi sëno derecho, donde limpió esa lágrima de leche que se había escurrido.
Chupó sus dedos, entrecerrando los ojos y lo observé sorprendida con el corazón latiéndome a mil. ¿Por qué había hecho tal expresión?
Esa comezón se regó por mis pechos, despertando la producción de ese líquido que se había vuelto una jodida maldición que no podía ocultar. ¿Había perdido a causa de esto?
Lentamente bajé la mirada hacia su espada que yacía firme y atenta para el ataque.
—Perdiste—murmuré, apenas inaudible.
—No—sonrió ladino—. Perdimos los dos desde que llegamos aquí. Ambos buscando respuestas que evidentemente tenemos frente a nuestros ojos. Como hombre, acepto mi derrota. Aunque, lo confieso, ya había perdido desde mucho antes, desde que planeé meticulosamente traerte aquí.
Apreté los puños.
—En efecto, tú no te equivocaste—dibujó un círculo alrededor de mi pëzön—. Odio tener que admitir que me sentí bien al estar dentro de ti esa noche. Y sí, no he parado de pensar en eso ni un segundo. ¿Eso era lo que te morías por escuchar? —apretó mi cuerpo contra el suyo, usando mi cintura de soporte.
¿Por qué le permitía ese atrevimiento?
—Dime tú. ¿También te sucede lo mismo?
—No. Ni una sola vez. Mantén distancia, si no quieres quedarte sin descendencia.
—Ay, fierecilla, me temo que es muy tarde para eso—sus manos agarraron mis dos sënös y sentí que perdí la fuerza en las piernas, tambaleando ridículamente y cayendo sobre la cama.
Él tenía razón. Era tarde, si al parecer, tenía unos cuántos hijos por ahí regados. Quién sabe con quién.
No era normal la cantidad de leche que mis pechos estaban segregando luego de su tacto en ellos. Era tan vergonzoso que me viera en ese estado.
—Creo que tú serás la madre de todos esos descendientes de los que hablas—entró a la cama, y un remolino se formó más abajo de mi vientre—. ¿Me odiarías más por eso?
Como si eso fuera posible. Que siga soñando.
—Creo que me conformo con que seas tú la única madre de mis hijos a partir de ahora. Estoy a punto de echarme la soga al cuello por segunda vez como no tienes idea.
¿De qué demonios está hablando este desquiciado?
Besó mi ombligo y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, a medida que sentía sus calientes labios crear un camino de besos húmedos rumbo hacia el valle de mi pecho y mis pëzönës sensibles.
¿Por qué no lo aparto? ¿Por qué mi cuerpo no me responde? ¿Por qué se siente tan bien?
—¿No vas a impedir que continúe? Lo tomaré como que quieres que te haga mía de nuevo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top