Capítulo veintiséis: IRENE MATTHEWS
Miraba de reojo por la ventana del auto, tratando de ordenar mis pensamientos. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? No era suficiente con la tregua que habíamos hecho, pero algo me había impulsado a venir. Los síntomas del virus, pensé. Podía usar eso como excusa.
Respiré hondo y me giré ligeramente hacia él.
—He estado sintiendo algunos... síntomas extraños—le dije, tratando de sonar casual, aunque sabía que era un intento patético de justificar mi presencia.
Él no apartó los ojos del camino, pero su sonrisa era evidente.
—¿Sí? ¿Esos síntomas tienen algo que ver con Killian?
Lo miré, sorprendida, pero él continuó como si supiera exactamente lo que iba a decirme.
—Si has estado en contacto con el sexo opuesto, es evidente que presentes síntomas nuevos. ¿Has considerado alguna vez ir a la clínica y hablar con el doctor? Él podría darte mejores explicaciones que las que puedo darte yo.
Tragué saliva, incómoda. El muy cabrón estaba subestimando mi inteligencia.
—Aunque dudo mucho que hayas venido aquí solo para hablar del virus.
—Tienes razón—las palabras salieron de mi boca antes de poder detenerlas—. Maldita sea—apreté los dientes y el silencio entre nosotros se volvió más claro, casi sofocante.
Miré por la ventana, intentando no darle importancia, pero todo esto me estaba descolocando.
—¿A dónde me llevas?
Él lanzó una mirada rápida hacia mí, sus ojos entrecerrados con una diversión que no podía ocultar.
—Eso depende de tu respuesta. Si solo quieres hablar, puedo aparcar en cualquier calle. Pero si es para algo más… —aceleró ligeramente, disfrutando de la tensión que había creado—. Podría llevarte a uno de mis clubs. Recibirías la atención que, claramente, yo no te voy a dar.
Es un idiota. Pero, de alguna manera, su provocación logró arrancarme una sonrisa.
—Dime algo, Marcone—solté, moviendo el retrovisor para mirar el asiento trasero—. De todos los autos que tenías aparcados en el garaje, ¿por qué tomaste justamente este? Es el mismo donde tuvimos sexo aquella noche. ¿Crees que eso te dará suerte para tener otra noche conmigo, o simplemente es para mantener los recuerdos?
Pude ver cómo sus labios se curvaban en una sonrisa ladina, ese maldito aire juguetón que tanto me irritaba.
—Eres muy observadora, fierecilla. Me da la impresión de que para recordar todos esos detalles, es porque, de alguna forma, no has podido sacarme de tu cabeza.
Solté una risa amarga, mientras me cruzaba de brazos, mirándolo de soslayo.
—Tienes razón. ¿Quién podría olvidar tan mala experiencia?
—No me pareció que fuera tan mala, como para que terminaras en mi boca y me pidieras más y más duro.
—¿Te hace sentir muy hombre y alimenta tu ego que una mujer haya alcanzado el orgasmo sin esfuerzo alguno solo por medio del virus que tú mismo le contagiaste? Los dos sabemos, que de otro modo, eso jamás hubiera pasado.
—Pongámoslo a prueba.
—¿Qué?
—Ahora que no estás bajo los efectos del celo, hagamos la prueba. Si alguno de nosotros reacciona al otro, con la más mínima provocación, le tocará tragarse las palabras.
No esperaba que mis palabras le disgustaran tanto. ¿Qué es lo que quiere demostrar con todo esto? ¿Realmente piensa que soy una niña ignorante que se deja arrastrar por estos juegos de niños inmaduros? Bueno, en realidad, no importa. De igual manera, provocar a un hombre es lo más fácil del planeta. Es cuestión de orgullo.
—¿Qué sugieres?
—Desnúdate.
—Vaya, que buena estrategia para verme desnuda.
—¿A qué le temes? ¿Te da tanto miedo perder?
—Jamás perdería contra ti.
—Demuéstralo. Solo así lograrás callarme la boca.
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