Capítulo veinte |IRENE MATTHEWS|

—Si no estuvieras contagiada, ten por seguro que jamás reaccionaría a una mujer como tú.

—¿Contagiada? ¿De qué estás hablando?

Él no esquivó la pregunta, no buscó excusas. En cambio, me lanzó la verdad de golpe, como si fuera un castigo merecido. 

—Te contagié—dijo con una calma que solo me enfureció más—. Del mismo mal que llevo en mis venas. Pero no fue planeado.

—¿Qué?

Quería respuestas, y él no iba a escapar tan fácilmente de esta.

—Sucedió cuando te mordí. 

Todo lo que había pasado desde esa noche, las sensaciones extrañas, la confusión, la sed inusual que había sentido. Todo empezaba a tener una conexión.

—¿Qué demonios me has hecho? 

—Es un virus que muta dentro de nosotros. Cambia tu cuerpo, tu mente, tus instintos. No fui yo quien lo creó, ni quien decidió que debía pasar esto. Pero ahora lo llevas dentro, y tus síntomas... son prueba de ello.

Recordé las mordidas, la sensación punzante y la rapidez con la que mis heridas habían sanado. Esto es una locura. Entonces, ¿esa mujer que me golpeó, también estaba infectada con lo mismo? Eso explicaría que lo que me atacó esa noche no era algo cien por ciento humano. Su fuerza, sus garras, nada de eso fue producto de mi cabeza. ¿Acaso esto me va a convertir en un monstruo también? 

—Estás conectada a mí ahora de una forma que no se puede revertir. El virus no te matará, pero cambiará lo que eres.

—¿Cambiar lo que soy? —reí, pero fue una risa amarga, cargada de frustración—. ¡Ya cambiaste todo! Mi plan con Killian Burton está arruinado, gracias a ti. Todo por tu intervención. Ahora él me ve como una traidora, ¿te das cuenta? 

—¿Estás molesta porque te arruiné la oportunidad de abrirte de piernas para tu querido Killian? —espetó—. Déjame recordarte algo; si no hubiera intervenido, habrías cavado tu propia tumba. En el momento en que se diera cuenta de lo que realmente eres, te habría destruido sin dudarlo.

Ni yo misma sabía hasta dónde hubiese llegado si él no hubiera intervenido. 

—Te ofrezco una tregua. 

—¿Tregua? —me reí con amargura—. Después de todo lo que has hecho, ¿me ofreces una tregua?

—Sí—respondió sin titubear—. Te dejaré ir, no me volverás a ver, y te perdonaré la vida. Haré borrón y cuenta nueva. Pero a cambio, quiero que no te cruces en mi camino nunca más. Eso sí, tendrás que evaluarte regularmente con el doctor. El virus no es algo que puedas ignorar o evitar. Necesitarás un monitoreo constante. Esto no se trata de elección, sino de supervivencia. 

¿Era así de peligroso ese virus del que habla? Tenía que averiguarlo. 

—¿Qué tan grave es?

—Ya te lo dije. No vas a morir, si es lo que temes. El virus cambia tu cuerpo, lo adapta, te vuelve... algo más. Y eso es lo que necesitas entender. Cambia todo. Pero eso lo discutirás más a fondo con el doctor. Él te explicará los detalles.

—Que conveniente…

—Deberías sentirte afortunada —agregó, con una sonrisa ladina que me hizo apretar los dientes—. No todos sobreviven al contagio, y tú, por desgracia, lo has hecho. 

Lo que más me irritaba no era solo lo que dijo, sino el tono condescendiente con el que lo hizo, como si mi existencia fuera un mal necesario que él tenía que soportar.

—Acepto la tregua. Todo con tal de no volver a verte.

Noté cómo su sonrisa se desvaneció por un segundo, y frunció el ceño, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Tal vez pensaba que era una estrategia, que estaba tramando algo... Y no se equivoca. En algún momento dado tendría que encargarme de este asunto, pero por ahora, lo mejor era dar mi brazo a torcer y actuar de manera inteligente. 

—Si ya hemos aclarado todos los puntos, entonces esta conversación termina aquí. 

Sentí su mirada recorrerme de arriba abajo, de una forma que me hizo querer golpearlo, pero mi cuerpo apenas respondía. Se puso de pie con la agilidad que siempre parecía tener, y sin prisa alguna, extendió una mano hacia el doctor, que seguía en el suelo, recuperándose del impacto. Lo ayudó a levantarse, y antes de salir del cuarto, se giró hacia mí.

—Cuando el doctor se encuentre mejor, vendrá a reunirse contigo. Tienes mucho que preguntar, y te conviene escuchar las respuestas—me advirtió.

Sin decir más, salió del cuarto llevándose al doctor con él. Entonces el silencio cayó como una losa sobre mis hombros. El vacío que llevaba arrastrando desde que desperté se asentó en mi pecho, como si de repente todo el aire se hubiera ido. Suspiré pesadamente. ¿Por qué me sentía así, como si algo me faltara? Como si, pese a toda la rabia y el odio que sentía hacia él, hubiera dejado algo inconcluso.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top