Capítulo siete |IRENE MATTHEWS|
Entré al despacho de Marcone, inmediatamente notando lo excéntrica que era su oficina. Las paredes estaban cubiertas por tapices oscuros y gruesos, intercalados por vitrinas llenas de objetos que parecían haber sido arrancados de una película de gánsteres. Desde relojes antiguos y puros caros, hasta armas de fuego exhibidas como si fueran obras de arte. Todo gritaba poder y ostentación, pero también tenía un toque de desmesura, como si disfrutara no solo de lo que poseía, sino de la imagen que proyectaba al hacerlo.
Vestía un traje negro de corte impecable, entallado perfectamente a su cuerpo, como si la tela hubiera sido esculpida sobre él. El chaleco de satén gris oscuro debajo de la chaqueta agregaba una capa adicional de sofisticación, mientras que la camisa blanca, con el primer botón desabrochado, sugería una informalidad calculada.
Pero lo que realmente llamó mi atención fue el leve rastro de colonia que navegaba en el aire. Todo en su atuendo, desde los gemelos de oro en sus muñecas, hasta los zapatos de cuero italiano perfectamente lustrados, parecían diseñados para impresionar.
Con una sonrisa suave y calculadora, caminó hacia mí. Era el tipo de sonrisa que pretendía desarmarte. Se acercó a una de las sillas frente a su escritorio, la tomó por el respaldo y, en un gesto de exagerada cortesía, la deslizó hacia atrás, invitándome a sentarme.
—Por favor, toma asiento—carecía de prisa, como si nada en el mundo pudiera perturbar su calma.
—Agradezco el gesto, pero prefiero estar de pie. Después de todo, solo soy una visitante de pasada. Prefiero no hacerme sentir demasiado cómoda.
Enarcó una ceja, visiblemente divertido, pero no del todo sorprendido por mi rechazo.
—Tocaste un punto sensible, por eso debo disculparme—levantó ambas manos en un gesto de aparente sinceridad—. Si hubiera sabido que el guardaespaldas de Killian Burton era una mujer, jamás habría permitido que te trataran de esa manera. Mis hombres fueron torpes, y eso es un error que no puedo dejar pasar.
Sus palabras sonaban falsas, pero había un trasfondo de verdad en ellas que no pude ignorar.
—¿Debo sentirme halagada por eso? —repliqué, sin poder contener el sarcasmo en mi voz—. Porque si tu excusa es que no habrías mandado a tus hombres a golpearme si supieras que soy mujer, entonces tu galantería es tan inútil como tu información.
Él sonrió, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado, analizando cada una de mis palabras.
—Sabes, me he asegurado de que esos mismos hombres estén a tu disposición—agregó casual—. Si quisieras ajustar cuentas, no me opondría. Podríamos decir que es una manera de estar a mano. Justo, ¿no lo crees?
Por supuesto, no me interesaba en lo más mínimo aprovecharme de esa oferta.
—No necesito saldar cuentas con ellos. Si decido hacerlo, lo haré a mi manera. Puedes estar seguro de eso.
Asintió lentamente, aceptando mi rechazo sin inmutarse.
—Muy bien. Pero dejando a un lado el pasado, me gustaría saber qué piensas sobre mi invitación. Después de todo, no suelo invitar a cualquiera a mi club, mucho menos a mi despacho.
Su tono cambió rápidamente, mostrando un interés más serio, como si buscara alinear nuestros objetivos.
—Bueno, parece que nuestra pequeña reunión tiene más de lo que se ve a simple vista. Supongo que crees que puedes usar mi rivalidad con los Burton para tu propio beneficio. ¿No es así?
Soltó una ligera risa, una que no alcanzó sus ojos, pero denotaba una cierta admiración por mi franqueza.
—Apreciaría que no fueras tan directa. Pero tienes razón en parte. Los Burton y yo no compartimos precisamente un lazo de amistad. Y dado tu estatus actual con ellos, pensé que podríamos compartir intereses comunes.
Me crucé de brazos, fingiendo estar más relajada de lo que realmente estaba.
—Intereses comunes, ¿eh? Y me imagino que esos intereses comunes te beneficiarían tanto como a mí.
—No solo tanto como a ti. Creo que ambos podríamos salir muy bien parados si jugamos bien nuestras cartas. Después de todo, tú quieres ver rodar la cabeza de Abraham Burton por muchas razones justificadas, y yo deseo lo mismo. Pero claro, todo depende de si decides tomar mi oferta en serio.
—Parece que tienes todo fríamente calculado. Pero aún no has mencionado cuál es el precio de este... trato. Porque no me engañaré pensando que vienes a ofrecerme algo sin esperar nada a cambio.
Sonrió nuevamente, esta vez con una seguridad que rozaba la arrogancia.
—Lo único que espero a cambio es que uses tu posición para ayudarme a derribar a los Burton. Tu cercanía con Killian Burton es invaluable, y creo que ambos podríamos sacarle provecho. No me parece un mal negocio.
Asentí lentamente, fingiendo considerar su propuesta.
—Interesante. Pero no doy respuestas inmediatas.
Me estudió por un momento, luego asintió, sabiendo que no obtendría más de mí en ese instante.
—Lo entiendo. Tómate tu tiempo. Pero espero no tardes demasiado. Hay oportunidades que podrían desaparecer en el aire.
—Concuerdo. Hay oportunidades que no deben desperdiciarse...
—Me alegra que pienses así. Hay oportunidades inesperadas a menudo que son más lucrativas, si uno sabe cómo aprovecharlas.
Incliné la cabeza en respuesta, permitiéndome una última sonrisa antes de girar sobre mis talones y dirigirme hacia la salida.
El aire fresco de la noche me recibió cuando salí y me subí al auto. Puse el auto en marcha, las luces de la ciudad pasaban como un desfile de colores. Deslicé la mano dentro de mi chaqueta, sacando el móvil secundario. Observé por el retrovisor mientras el edificio del club se hacía cada vez más pequeño en la distancia. Sin dudar, presioné el botón.
Un destello iluminó el cielo detrás de mí, seguido por un retumbar sordo que hizo vibrar el auto por unos segundos. Las llamas se alzaron, y el caos que seguramente estallaba dentro del club quedó tan lejos como cualquier posibilidad de que Jedik volviera a intentar manipularme.
Guardé el móvil en el bolsillo, una sensación fría de satisfacción inundó mi ser. Había aprendido que en este juego no había lugar para la confianza y mucho menos para aliados. Los enemigos que se disfrazaban de amigos eran los más peligrosos, y no tenía interés en jugar ese juego con ellos.
Al final, solo hay un jugador en esta partida, y esa soy yo.
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