Capítulo nueve: JEDIK MARCONE
Jedik Marcone
Bitácora #872:
No planeaba ir allí. De hecho, no sé cómo llegué. Todo lo que recuerdo es el instante en que el aroma me golpeó como una ráfaga de viento, directo a los sentidos, directo a la parte de mí que siempre he querido enterrar. Estaba en la azotea antes de darme cuenta, con la piel ardiendo como si algo en mi interior estuviera tratando de salir. No podía pensar, no podía sentir otra cosa más que el insaciable deseo de acercarme, de estar cerca de ese olor que parecía llamarme desde la misma fibra de mi ser.
Trepar el edificio fue casi un reflejo, mis uñas se clavaban en el concreto como garras afiladas. La sangre corría bajo mi piel con un ritmo tan acelerado que las palpitaciones en mis muñecas me distraían del mundo que me rodeaba.
Cuando llegué a la planta donde estaba la oficina, el olor era más fuerte, más envolvente, como una droga que nubla la mente y te arrastra a la locura.
Era esa mujer... si se le puede llamar así. No entiendo qué me impulsó, no entiendo cómo perdí todo control cuando mis manos se cerraron alrededor de su muñeca y cuello. No fue el deseo habitual, ese deseo que he sentido por infinitas mujeres, perfectas en su feminidad, delicadas en su fragilidad. No, esto era otra cosa, algo primitivo, violento, un hambre que nunca había experimentado. Sus venas latían bajo mi toque, y por un segundo, solo un maldito segundo, sentí que, si no la soltaba, si no me controlaba, la devoraría viva. No me reconocí en ese momento, porque no era yo.
Cuando ese hombre apareció, otro olor se mezcló en el aire, uno que me hizo detenerme, que me arrancó de ese estado de locura. Fue como una descarga, un dolor agudo en la espalda y un hormigueo por debajo de mis uñas, como si mi cuerpo intentara resistir lo inevitable.
Me he sentido frustrado, enfurecido. No por lo que pasó, sino por quién me lo hizo sentir. De todas las mujeres en este mundo, de todas esas que se alinean con lo que siempre me ha atraído, con lo que siempre he deseado... ¿por qué ella? Una figura que fácilmente podría confundirse con un hombre, carente de la suavidad que me enloquece, de las curvas que me pierden. ¿Cómo era posible que alguien tan distante a mis deseos haya sido capaz de hacerme perder el control? ¿Qué era lo que había en esa mujer que me arrastraba a la locura?
No puedo permitirme más errores como este. No puedo permitirme más distracciones. No con ella.
Aunque su odio hacia los Burton era algo que planificaba usar a mi favor, lo sucedido hoy cambió radicalmente mis planes. Me costó mucho controlar mi condición, no pienso echar a perder años de avances por una mujer como esa. Si cree que es indispensable para lo que tengo planeado, le demostraré cuán equivocada está.
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