Capítulo doce | IRENE MATTHEWS |
Irene Matthews
Desperté desorientada. Mi mente flotaba entre la confusión y la realidad, mientras intentaba entender dónde estaba. Mis extremidades se sentían pesadas, como si algo invisible me estuviera reteniendo, y al moverme, una punzada de dolor recorrió mi cuerpo entero. Llevé una mano a mi hombro, recordando el feroz ataque que había sufrido, pero en lugar de encontrar la carne abierta y sangrante, solo sentí vendas suaves y secas. No había rastros de sangre, ni de las profundas heridas que deberían haber estado ahí.
Miré a mi alrededor buscando alguna pista que me indicara dónde estaba. La habitación era amplia, con una luz tenue que se filtraba a través de las cortinas. Me incorporé lentamente, sintiendo cómo el vértigo me envolvía, y entonces, mis ojos se encontraron con una figura en la esquina de la habitación. Una mujer me observaba con curiosidad. Su cabello blanquecino rozaba sus rodillas, brillando con un resplandor etéreo. Sus ojos grisáceos eran penetrantes.
Por un momento pensé que había muerto y que esto era algún tipo de fantasía. Una visión irreal creada por mi propia mente moribunda. La mujer frente a mí parecía una aparición, algo que rozaba lo místico, una figura demasiado perfecta para ser real. ¿Había cruzado al otro lado? ¿Había entrado en un mundo de sueños del que no podría escapar?
—Oh, al fin despiertas—dijo la mujer con una voz suave, pero llena de emoción contenida—. Has estado inconsciente durante siete días.
Su tono era tan cálido que casi me hace olvidar lo extraño de la situación. Me tomó un momento procesar lo que acababa de decir. Siete días... había estado inconsciente durante siete días.
La realidad me golpeó como un balde de agua fría. Esto no era un sueño, ni una fantasía. Estaba viva, pero algo no andaba bien. Mi cuerpo, aunque envuelto en vendas, se sentía raro, diferente, como si algo en mí hubiera cambiado durante estos días.
—¿Cómo te sientes?
—Desorientada y... —me llevé la mano al cuello, recordando la mordida, ese momento en que todo se había vuelto oscuro—. ¿Dónde estoy? ¿Qué me pasó?
—Estás a salvo ahora—dijo, sin ofrecer muchos detalles—. Estás en un lugar donde te estamos cuidando.
Cerré los ojos por un momento, intentando ordenar mis pensamientos. La mujer que me atacó, la mordida... recordaba el dolor agudo, la sensación de mi sangre siendo drenada. ¿Cómo era posible que estuviera aquí... con vida?
—¿Quién eres?
Sonrió nuevamente, como si mi pregunta le causara ternura.
—Soy la madre del sinvergüenza que te trajo aquí—reveló con una pizca de orgullo—. Mi nombre es Beatrice.
Claro, el cabello blanco y ojos grises.
—¿Qué me hizo ese cretino? Quiero saber de qué se trata todo esto.
—Mi hijo... es un hombre complicado. Cuéntame, ¿qué sucedió entre ustedes? Bueno, eso depende de lo que tú crees que te hizo.
—No me hables en acertijos. Esa mujer que me atacó... lo que pasó después... no hay una forma lógica de explicar lo que vi, lo que sentí.
—Lo que hayas visto, lo que hayas experimentado, no es algo que muchas personas pueden soportar. Mi hijo es especial. Él ha sido marcado por algo que va más allá de lo que la mayoría podría entender, y parece que, en su impulso, compartió una parte de eso contigo.
"Marcado". Esa palabra se quedó en mi mente, girando, tratando de encontrarle sentido. ¿Qué tipo de marca? ¿Y qué significaba que la había compartido conmigo?
—¿Y esa mujer que me atacó? —insistí, intentando conectar los puntos—. No era humana... o al menos, no del todo.
—No hay necesidad de alarmarte. Es la mano derecha de mi hijo—su respuesta fue tan evasiva como las anteriores.
—Esa no fue la pregunta—no iba a dejar que me despistara.
Antes de que pudiera presionarla más, la puerta del cuarto se abrió y entraron el doctor y una enfermera. El doctor, con una expresión profesional, intercambió miradas con Beatrice. Ella pareció entender, y sin decir una palabra más, se dirigió hacia la puerta.
—Pronto vendrá a verte—dijo Beatrice, lanzándome una última mirada antes de salir.
La enfermera se acercó a mí mientras el doctor revisaba algunos informes. ¿Qué me había hecho ese maldito bastardo?
—¿Cómo te sientes?
Debería estar cubierta de cicatrices, con las heridas abiertas y sangrantes, pero no sentía dolor alguno, solo una extraña sensación de adormecimiento.
—¿Dónde están mis heridas?
—Tus heridas han sanado mejor de lo que esperábamos. Estás en proceso de recuperación acelerada. Nada de qué preocuparse.
—¿Cómo es posible que no tenga ni una cicatriz?
—Tu cuerpo ha respondido excepcionalmente bien al tratamiento.
Su respuesta no me satisfizo, pero sabía que no sacaría nada más de él.
—Descansa por ahora. Pronto estarás recuperada del todo—dijo el doctor, terminando el examen y haciendo un gesto a la enfermera para que lo siguiera.
Algo en su comportamiento deja en evidencia que estaba ocultando algo importante. Todos actúan de manera extraña.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, me incorporé en la cama. Sentía el cuerpo extraño, como si no me perteneciera del todo. Con esfuerzo, me levanté y caminé hacia la ventana de cristal.
Toqué el vidrio dejando que mis dedos exploraran la superficie lisa mientras pensaba en una forma de escapar. No iba a quedarme aquí esperando respuestas que evidentemente no llegarían.
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