CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS: IRENE MATTHEWS

Mis ojos se clavaron en él con un odio que no podía contener. Todo en mi cuerpo ardía por la rabia, mi instinto asesino despertando como un depredador al que habían mantenido dormido demasiado tiempo. Quería lanzarme sobre él, desgarrar esa piel que alguna vez había sentido como una amenaza distante en las fotos. Y ahora estaba aquí, en carne y hueso.

—¿Por eso no me mostraste tu rostro antes? Sabías que esto pasaría. Sabías que te reconocería y que querría matarte. Eres un maldito cobarde.

No se inmutó ante mi ataque verbal. No era el mismo hombre que había imaginado. Su juventud, su fuerza, sus ojos de rojo apagado. 

—No sabía de tu existencia, Irene—respondió, con una calma que me encendió aún más—. Si lo hubiera sabido antes... créeme, te habría buscado. Personalmente.

—¡Cínico! —solté, casi gritando—. No pronuncies mi nombre, no te atrevas. Tú no tienes derecho a hablarme como si esto fuera una simple equivocación. ¡Mataste a mi hermano! ¡A Josiah!

Dio un paso hacia mí, con una serenidad que me provocaba arrojarle con lo primero que encontrara. Mis puños estaban cerrados, mi respiración entrecortada, y todo en mi cabeza gritaba por venganza. 

—Tienes todo el derecho de odiarme. Lo sé. Pero hay algo que no entiendes aún. No sabes toda la verdad. Y si vienes conmigo, te la contaré. Te diré lo que realmente sucedió. 

—¿La verdad? —repetí, burlándome—. ¡La verdad! ¿Qué podrías decirme que justifique lo que hiciste? Nada puede hacerlo. Nada te sacará del lugar donde te tengo. Eres un asesino, Burton. 

Su mirada se oscureció un poco, pero no en un intento de intimidarme. No había ninguna amenaza en su postura, sino algo que no tenía claro. 

—No estoy aquí para justificar nada. Sé lo que sientes, y créeme cuando te digo que tu odio está más que justificado. Pero tú solo tienes una parte de la historia. Yo… me encargaré de encontrar las pruebas que necesitas para entenderlo todo, incluso si eso no cambia cómo te sientes hacia mí. Pero debes saber la verdad completa. 

¿Cómo podía él hablar de mi hermano con esa calma, con esa seguridad? Quería gritarle, atacarlo, pero algo me detenía. El deseo de saber qué más escondía, qué tanto desconocía yo de aquel maldito infierno.

—¿Y qué verdad es esa? No puedes esperar que simplemente confíe en ti después de todo.

—No te pido que confíes en mí. Te pido que vengas conmigo—sus ojos rojos me atraparon por un segundo, ese segundo en que la duda me alcanzó—. Lo que pasó con tu hermano... no ha salido de mi cabeza ni un solo día desde entonces. Si pudiera haberlo evitado, lo habría hecho. Y si pudiera retroceder en el tiempo, lo buscaría a él… y a ti. Porque te mereces más que la mitad de una verdad.

Había esperado tanto tiempo para encontrarlo, para enfrentarlo y hacerle pagar. Pero ahora estaba aquí, ofreciéndome una verdad que, por más absurda que sonara, algo en mi interior me impulsaba a querer escucharlo. 

—¿A dónde quieres llevarme? 

—A un lugar especial. Un lugar donde solía compartir con tu hermano.

Mis puños se cerraron. La sola mención de Josiah me revolvía las entrañas, pero algo en mi interior me decía que no podía dejar pasar esto. Había esperado tanto tiempo para encontrar a Abraham, para enfrentarlo, como para desperdiciar la oportunidad ahora. No iba a permitir que se escabullera, y si para eso tenía que seguirle el juego, lo haría. Además, no podía arriesgarme a perderlo de vista.

—Consígueme el documento de alta—le dije, con frialdad—. Te acompañaré.

Él levantó una ceja, casi sorprendido por mi respuesta.

—Te daré el beneficio de la duda, Burton. Pero que quede claro que para mí sigues siendo el culpable de todo esto. No pienses que voy a perdonarte, ni ahora ni nunca.

Mis piernas aún dolían al ponerme de pie, el cuerpo entero me pesaba como si llevara una carga invisible, y el vientre comenzó a punzarme a medida que caminaba. Abraham, a pesar de todo, trató de sostenerme por el brazo, pero lo aparté de un golpe tajante. 

Sabía que estaba entrando en la boca del lobo. No me encontraba en las mejores condiciones, aún debilitada y adolorida. Pero ¿cuántas veces en la vida se presenta una oportunidad como esta? Había esperado demasiado tiempo para echarme atrás ahora. Si tenía que ser paciente y controlar mis impulsos, lo haría. Después de todo, la venganza no se apresura.

Jedik seguía en alguna habitación del hospital… Mala hierba nunca muere, me repetí a mí misma. Podría ir a verlo luego, después de que me ocupara de lo más importante ahora.

El trayecto en el auto fue incómodamente silencioso. Cuando llegamos, me bajé, explorando con la mirada la casa abandonada a la que me había traído. No había ni un alma en los alrededores, solo el viento que silbaba entre las ramas y el crujido de la tierra bajo mis pies.

—Disculpa el estado. Esta casa lleva deshabitada varios años.

La fachada estaba casi en ruinas, las ventanas sucias y quebradas, las paredes agrietadas. Entramos, y la oscuridad me envolvió. Solo los rayos de sol se colaban a través de las ventanas, iluminando con parches irregulares el polvo que flotaba en el aire. Las telarañas cubrían las esquinas, y los muebles estaban patas arriba. No había electricidad, solo la lúgubre claridad del día colándose desde afuera.

Mi corazón se detuvo un segundo al ver el centro de la casa. Un enorme cuadro de Josiah, deshilado por varias partes, con perforaciones de bala y cortes profundos que alguien había hecho con furia. A su alrededor, los vidrios rotos de lo que parecían haber sido otras fotos, quizás otros recuerdos. El cuadro me miraba, desafiando el dolor que se apoderaba de mi pecho.

Había olvidado su sonrisa.

Tragué con fuerza, mis ojos recorrieron las escaleras. Escaleras arriba, más cuadros de Josiah. El mismo rostro, la misma sonrisa, pero cada uno de ellos deteriorado, maltratado. Era como si el tiempo se hubieran encargado de borrar su recuerdo. 

Sentí cómo algo se rompía dentro de mí. Lo había olvidado. Había olvidado su cara, su expresión tranquila, la forma en que sonreía. ¿Cómo había permitido que los años y el dolor me arrancaran hasta ese recuerdo?

Abraham no dijo nada. Solo permaneció a mi lado, dejándome enfrentarlo sola. Mi respiración se volvió pesada, los recuerdos me embargaron como una ola fría que me cubría por completo. Quería gritarle, decirle que esto no cambiaba nada, que seguía siendo el maldito asesino. Pero, por una fracción de segundo, el dolor superó al odio, y tuve que apartar la vista de esos cuadros, porque no podía soportarlo más.

—¿Por qué me trajiste aquí? 

—Porque esto es lo que quedó. De él. Y de mí. Esta iba a ser nuestra casa.

Cada palabra que salía de su boca era un insulto a la memoria de mi hermano.

—Claro, iba a serlo… antes de que lo mataras…

Abraham suspiró y dio un paso hacia el centro de la sala, observando el lugar como si estuviera viendo fantasmas.

—Conocí a tu hermano en un pub hace muchos años. Era un lugar donde uno va a olvidar, y yo necesitaba olvidar. La primera vez que lo vi, no pude apartar la vista de él. Josiah era... como un ángel en medio de ese desastre —su voz se quebró ligeramente, pero rápidamente lo enmascaró—. No solo era hermoso por fuera, sino que tenía una luz dentro que iluminaba a todos a su alrededor. Le gustaba ayudar a los demás, se dejaba querer, a pesar de todos sus problemas. 

Este hombre estaba hablando de mi hermano como si lo hubiera conocido mejor que yo, como si tuviera derecho a recordarlo con tanta... ¿ternura? No lo soportaba. 

—Tenía muchos problemas—continuó, sin detenerse—. Las drogas, el alcohol, eran sus demonios. Pero su corazón... era demasiado grande. Y a veces, lo que te hace fuerte también puede ser lo que te destruya.

No había arrogancia, ni burla en sus palabras. Había una especie de melancolía en su voz que me desconcertaba.

—Nos hicimos cercanos cuando mi matrimonio estaba a punto de colapsar. Estaba al borde del divorcio, y Josiah... él estaba ahí para mí. Era mi refugio.

—¿Quieres que te crea? —le espeté—. ¿Quieres que piense que mi hermano fue algo más que una víctima para ti? Porque no lo fue. Él está muerto. Y tú eres el culpable.

—Estábamos viéndonos fuera del trabajo, cada vez más. Veníamos aquí para estar a solas. Él no quería dejar el pub ni a sus amigos, aunque yo le ofrecí este lugar, le di las llaves, le dije que podía quedarse aquí conmigo. Pero nunca aceptó. No quería dejar ese lugar, sus amigos... y las drogas. Lo cambiaron. Lo vi destruirse lentamente, y no pude hacer nada para detenerlo. Al principio pensé que era su adicción lo que nos estaba separando, pero era más que eso... mi esposa lo había envenenado, lo había llenado de mentiras, lo había alejado de mí.

¿Su esposa? Las palabras de Beatrice Marcone escudriñaron mi cerebro. ¿Realmente se refiere a Beatrice Marcone?

—Mi esposa estaba celosa. Sabía lo que Josiah significaba para mí y lo odiaba por ello. Pero yo no podía arrastrarlo a ese infierno. No quería que sufriera por mi culpa, pero fue demasiado tarde. Lo amaba. Lo amaba tanto que habría renunciado a todo. A mi esposa, a mi vida, a todo lo que tenía. Pero él nunca me dejó hacerlo. Y al final, lo perdí.

—Eres un cínico.

Mis manos temblaban, el odio burbujeaba bajo mi piel, pero algo en la intensidad de sus palabras me detuvo. No podía permitirme confiar en él, no después de todo lo que había pasado. Pero si lo que decía era verdad, si realmente había algo más detrás de todo esto, tenía que saberlo.

Mi hermano, el ser más puro que había conocido, se había mezclado con este hombre... y él afirmaba haberlo amado tanto que habría renunciado a todo por él. ¿Renunciar? ¿A qué? A su cómoda vida, su estatus, su familia. Qué fácil resultaba decirlo ahora, después de que todo se había perdido. 

Todo en lo que había creído hasta ahora, el odio que me había alimentado durante años, se tambaleaba al borde de un precipicio.

—No espero que me creas—dijo, sin apartar la mirada de la mía—. Lo que quiero decirte es que... aunque tengo parte de la culpa, no fui yo quien lo mató. Jamás lo habría hecho. 

¿Cómo podía siquiera atreverse a negarlo?

—¿Qué estás diciendo?

—Fue Beatrice. Mi segunda exesposa. Ella fue quien lo mató por sus celos enfermizos. Yo... no lo supe hasta después de lo ocurrido. 

Mis piernas casi se desmoronaron bajo mí. ¿Beatrice? Mi mente empezó a correr, atando cabos, buscando respuestas en los recuerdos. Esa mujer... Esa hipócrita.

La conversación que habíamos tenido, su tono burlón pero aparentemente inofensivo, su seguridad, todo eso volvió a mí en imágenes. La había tenido frente a mí, cara a cara. La sonrisa falsa, sus palabras cargadas de una ironía que en ese momento no supe ver.

Beatrice Marcone. Claro. Ella misma me lo había dicho. La exesposa de Abraham Burton. Había estado jugando conmigo todo el tiempo, como un gato con un ratón, disfrutando de cada segundo. ¿Lo sabía? ¿Sabía quién era yo, y me dejó caer en sus redes solo para reírse a mis espaldas? Pensé en sus “consejos”, en cómo hablaba de Jedik, en cómo, de alguna manera, siempre terminaba favoreciendo a su hijo en lo que decía.

Todo encajaba. La maldita mujer había sido más que complaciente conmigo, como si supiera algo que yo no. ¿Me había estado observando, disfrutando de mi ignorancia? Ahora no podía dejar de pensar en que quizá cada sonrisa suya, cada comentario despreocupado, había sido una burla disfrazada. Beatrice sabía. Ella sabía todo. Y yo había estado demasiado ciega para darme cuenta.

Estuve frente a la asesina de mi hermano, y no lo supe. Ella me había mirado a los ojos sabiendo perfectamente lo que había hecho.

—Te prometo que haré lo que sea necesario para limpiar mi nombre. Sé que no me crees, y tienes todo el derecho a no hacerlo. Pero buscaré las pruebas. Te las mostraré. Y cuando lo haga, podrás encontrar la paz que necesitas.

La paz estaba tan lejos de lo que sentía en ese momento. No habría paz mientras Beatrice siguiera respirando. Ella se había burlado de mí, de mi dolor, y peor aún, de la muerte de mi hermano. ¿Cómo podía haberme engañado tan fácilmente? ¿Cómo había sido tan ingenua?

Beatrice había jugado con fuego, y ahora yo iba a quemar todo a su alrededor. Si había algo que podría devastarla, era hacerle pagar a través de su hijo y esas tres razones que tanto buscaba proteger. Iba a arrebatarle lo que más amaba como ella me lo había arrebatado a mí… 

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