CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO: JEDIK MARCONE
—Todavía no he aceptado esa tontería que me propones —dijo, mirándome como si hubiera perdido la cabeza.
¿Realmente no se da cuenta que son sus bebés?
—¿De verdad tu mente calculadora no puede atar los cabos y darte cuenta? —respondí, empezando a perder la paciencia—. Esos bebés… son tus hijos.
La expresión en su rostro cambió en un segundo, de incredulidad a desconcierto absoluto. Me miró, como si estuviera esperando que le dijera que todo era una broma, pero yo mantuve la mirada, serio, dejándole saber que no había nada más real que lo que acababa de decirle.
—Esos tres bebés nacieron de esa primera noche que tuvimos juntos. Sabía que no querrías tenerlos, y no te culpo. No tenías ninguna obligación de hacerlo, pero yo… tuve miedo. Miedo de que quisieras deshacerte de ellos. Así que tomé una decisión… una que sé que no estaba en mis manos. El doctor me sugirió inducirte en un coma durante todo el embarazo, para que ellos pudieran llegar a este mundo.
Su mirada se oscureció de inmediato. Miró a los bebés, luego a mí, frunciendo el entrecejo.
—¿Esto es una broma?
Supe en ese momento que lo había arruinado todo. Ella no estaba viendo a esos bebés como una bendición o como parte de algo que ambos compartíamos. ¿Y cómo pretendía que lo aceptara, a sabiendas de lo que hizo ya una vez?
—Salgamos de aquí—le dije en voz baja, sabiendo lo que venía—. No quiero que despiertes a los bebés o que sientan la energía negativa que hay entre nosotros.
Pero antes de que pudiera reaccionar, ella ya había tomado al Kael en sus manos, y mi corazón se detuvo por un segundo. Era demasiado pronto, no estaba preparada. Sabía lo frágil que aún era.
—Cuidado —le dije, intentando contener la ansiedad que me invadía—, todavía es un bebé.
Ella lo miró, con una mezcla de asco y confusión.
—¿Esta cosa tan pequeña y peluda es lo que tanto proteges? —farfulló, mientras lo mecía de un lado a otro, más por el reclamo que por algún instinto maternal—. ¿Lo haces ver como tuyo, cuando me lo arrebataste de mis entrañas sin mi permiso? Me arrebataste el derecho de decidir sobre mi propio cuerpo.
Ella no estaba equivocada. Había hecho lo imperdonable. La decisión no era mía, aun así, la tomé. Mientras la veía sostener a nuestro hijo, no podía evitar sentirme como el villano que había tratado de evitar ser, pero que en el fondo, era.
Kael abrió los ojos mientras ella seguía meciéndolo, ajeno al conflicto entre nosotros. Y entonces, como si entendiera lo que estaba ocurriendo, soltó un pequeño balbuceo, casi como una risa.
—¿Qué es eso? —murmuró, observándolo con una nueva curiosidad.
—Se llama Kael—le dije, viendo cómo ella apenas reaccionaba al nombre—. Es tu hijo, Irene. Nuestro hijo.
—Hasta te tomaste el atrevimiento de elegirle semejante nombre tan feo. Esta cosa parece una bola peluda y con patas—dijo, pero no con el mismo desdén de antes. Había algo más suave en su tono.
Kael balbuceó de nuevo, sus pequeños ojos mirándola como si la reconociera. Y por un segundo, solo un segundo, vi a Irene mirarlo con algo más que indiferencia o asco.
Ver a Irene cargar a Kael me dejó sin palabras. Era una imagen que jamás pensé que podría presenciar, pero que jamás olvidaría. Mi corazón comenzó a latir tan fuerte que casi lo sentía en mis oídos. A pesar de sus palabras mordaces, había algo diferente en su tono, algo que me hizo aferrarme a la idea de que, tal vez, no todo estaba perdido.
Kael, tan pequeño e indefenso en sus brazos, balbuceó de nuevo, como si entendiera las palabras de su madre. Sus ojos, tan inocentes, miraban a Irene con una mezcla entre la curiosidad y la conexión, como si ya supiera quién era ella, incluso antes de que ella misma lo reconociera.
¿Era esto lo que siempre había querido? ¿Lo que había soñado? Verla así, aunque fuera por un momento, me hizo sentir un calor inexplicable en el pecho.
Quería que ese momento durara más, que Kael rompiera las barreras que ella había levantado entre nosotros. Quería que, por primera vez, ella viera lo que yo veía: a nuestros hijos, a algo más grande que nuestro odio.
—No quiero volver a ver a esa mujer cerca de ellos—dijo de repente, su mirada afilándose un poco, como si el simple recuerdo de Xiomara le provocara una punzada de molestia.
Me quedé observándola, sorprendido por la exigencia. Esa frialdad, esa forma de intentar ejercer control, me resultaba familiar. Pero detrás de esas palabras había algo más... ¿Celos? Por un segundo pensé que quizás estaba siendo demasiado optimista, pero no podía evitarlo. Irene, en su propia manera retorcida, acababa de marcar su territorio. Podía ver el ataque disfrazado, el rechazo a la niñera que había estado ayudándome, pero sabía que no era momento de señalarlo. No quería alborotar el avispero.
Asentí lentamente, sin hacer ningún comentario que pudiera volver a encender su rabia. Ella estaba tranquila, al menos por ahora, y yo quería mantener ese equilibrio.
Yo sentía cada segundo de ese cambio, como un nudo que se iba deshaciendo lentamente en el fondo de su ser.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top