CAPÍTULO CIENTO QUINCE: BENJAMÍN CHAUCER
Benjamín Chaucer
La necesidad de desarrollar un método anticonceptivo eficaz para los Marcone era una urgencia que no podía seguir ignorándose. Sabía que los métodos convencionales jamás serían suficientes para contener la compleja fisiología de los infectados y, mucho menos, la carga viral de su sistema. Con este objetivo en mente, me embarqué en una colaboración sin precedentes.
Primero, le pedí permiso a Jedik para contactar a un especialista, alguien con los conocimientos necesarios para crear un material capaz de soportar el desafío. Este fabricante, con una trayectoria destacada en el desarrollo de compuestos avanzados, mostró un interés inmediato en la idea, intrigado por la posibilidad de innovar y aplicar su tecnología en un terreno tan inexplorado. Fue así como nació el concepto del "Titanex", una fibra que, al combinar titanio con un polímero de silicio flexible, podría cumplir las demandas específicas de resistencia y adaptabilidad requeridas para los Marcone.
Con las muestras proporcionadas por Jedik y las pruebas realizadas a través de los años, comenzamos el proceso de investigación en el laboratorio. La primera fase fue intensa, analizamos cada propiedad de las muestras infectadas, desde los cambios de presión hasta la actividad energética que generaban. El sistema inmunológico de los Marcone, más agresivo y dinámico, requería un material con una flexibilidad que no solo soportara la fuerza y los cambios de temperatura, sino que también se ajustara a los patrones de energía que circulaban en sus cuerpos. Cualquier método estándar habría sido incapaz de resistir tales presiones, así que la opción era clara, teníamos que innovar.
Tras varios ensayos y errores, logramos sintetizar un compuesto que bautizamos como "Titanex". Las propiedades de esta fibra eran prometedoras en papel, elasticidad adaptable, resistencia antimicrobiana, autorreparación y sensibilidad optimizada. Con el Titanex, habíamos creado un material con capacidad para regenerarse en caso de microfisuras. Esto último era fundamental, pues un fallo en el material significaría una exposición directa al virus y, con ello, un riesgo inaceptable de transmisión o fecundación.
El proceso de fabricación fue sumamente delicado. Cualquier variación en la estructura molecular podría comprometer sus cualidades, así que trabajamos minuciosamente en su formulación. Gracias a las técnicas de nanotecnología y biotecnología avanzadas, conseguimos una barrera antimicrobiana interna, capaz de bloquear cualquier microorganismo o partícula viral, y un sistema de reparación que se activaba al instante en caso de rupturas microscópicas.
Finalmente, llegó el momento de probar la sensibilidad del Titanex. Aunque era un material ultrarresistente, sabíamos que no debía interferir en la experiencia; después de todo, los Marcone también merecían una vida sexual satisfactoria. Para ello, realizamos simulaciones y ajustes, asegurándonos de que el material ofreciera una experiencia lo más natural posible. Fue entonces cuando tuvimos que enfrentar la realidad, aunque las pruebas iniciales eran positivas, la verdadera efectividad del Titanex aún debía ser sometida a prueba en condiciones reales. En otras palabras, no tendríamos la certeza de su funcionamiento hasta que se utilizara directamente por alguien infectado.
Era un avance significativo, sin duda, pero uno que no estaba exento de riesgos. Conocía las posibles consecuencias de un fallo y, sin embargo, la perspectiva de otorgar a los Marcone un método que les permitiera algo de libertad era una motivación poderosa. Sabía que Jedik era consciente de estos riesgos, y, aun así, había dado su consentimiento para que experimentáramos con las muestras. Por su parte, el fabricante también estaba comprometido con el desarrollo de este producto, empujado por la posibilidad de expandir los límites de la ciencia a través de esta colaboración.
Debo admitir que, en el fondo, este proyecto no lo hice solo por Jedik. A decir verdad, él ya había tenido más que suficiente con Irene. Sabía cómo manejar sus impulsos y hasta dónde podía llegar, pero sus hijos… Cassian, Kael, Naia y Rhea, ellos estaban apenas comenzando a conocer el mundo, a explorar esa energía imparable que todos los Marcone llevaban en la sangre. Eran jóvenes, apasionados y llenos de esa intensidad propia de su familia, especialmente en la etapa que atravesaban.
Lo que también sabía, aunque intentara no darle demasiada importancia, era que todo esto lo hacía pensando en ella, en Naia. Al final, me preocupaba. Pensé en el momento en que, en un futuro, ella encontrara a alguien y decidiera experimentar, conocer el mundo de una manera en la que pudiera hacerlo sin miedo, sin las consecuencias que podían surgir. Quería darle esa posibilidad. Sabía que era inevitable, y por alguna razón, deseaba que ella tuviera esa opción segura y libre. Después de todo, los Marcone estaban hechos de deseo y necesidad, y ella no sería la excepción.
Y, aunque intentara evitar pensarlo, la verdad era que una parte de mí también lo hacía por mí mismo. Casi crucé una línea con ella aquella noche, una línea que no debería haber siquiera contemplado.
Recordé sus besos inexpertos, sus manos inquietas, explorando con la curiosidad de alguien que quiere conocer más, que busca respuestas. Estuve a un paso de perder el control, y eso solo me reafirmó la urgencia de este proyecto.
Deseaba con todas mis fuerzas que esto funcionara, porque sabía lo difícil que era contenerse cuando los impulsos de un Marcone despertaban.
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