Prólogo

Katherine se mordió las uñas mientras leí una y otra vez las respuestas del examen. Aún no estaba del todo segura, sin embargo el tiempo se le agotaba y pronto tendría que entregarlo para que fuera revisado.

Solo había cinco estudiantes más que, como ella, habían tenido que presentarse al examen extraordinario. Sus rostros reflejaban la ansiedad que estaban sintiendo en ese momento. Era su última oportunidad para aprobar el año y evitar repetirlo. Esa era la consecuencia de haber asistido a todas las fiestas y haber dejado el estudio para último momento. Nadie quería pasar la vergüenza de ser un estudiante repitente, pero tampoco habían pensado en las dificultades que implicaba aprender todo el contenido de un semestre una noche antes del examen. Katherin había aprendido por las malas que eso era imposible.

—Chicos, se acabó el tiempo. Es hora de entregar sus exámenes —El profesor Ramírez pasó puesto por puesto y recogió los exámenes. Algunos de sus compañeros hicieron el amago de recoger sus cosas para retirarse, sin embargo fueron detenidos —. Es mejor que se queden, en menos de una hora les daré los resultados.

Katherin miró con curiosidad cómo su profesor corregía los exámenes sobre el escritorio. Era un hombre joven, que no sobrepasaba los treinta años y bastante guapo el muy condenado. Al iniciar el semestre, él causó sensación entre sus compañeras, que lo miraban con admiración y deseos. Algunas se atrevieron a fantasear con un romance secreto y prohibido, como en las películas. Por su parte, Katy creyó ingenuamente que sería un docente indulgente y que cálculo integral, la asignatura que impartía, no tendría mayor dificultad. Por eso se permitió ausentarse a varias clases y descuidar sus estudios, sin imaginar que ese sería su peor error.

Se había jurado a sí misma que, si conseguía aprobar el año, nunca más volvería a descuidar sus estudios como lo había hecho. A pesar de haber pasado todas las asignaturas, sus notas eran un desastre. En el instituto había sido una alumna ejemplar y sus calificaciones siempre estaban entre las más altas. Nunca imaginó que su rendimiento académico se vería tan afectado al entrar en la universidad.

—Ya he corregido sus exámenes —anunció el profesor, levantándose de su asiento con las pruebas en la mano. Katy contuvo el aliento y cruzó los dedos, deseando escuchar una buena noticia—. Solo dos alumnos han aprobado: Julia Ravelo e Isaac Monsalve. Los demás, espero que se preparen mejor para el próximo año.

El mundo se le vino encima. Se le hizo un nudo en la garganta y las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos en cualquier momento. ¿Cómo iba a enfrentarse a sus padres? Se iban a sentir decepcionados de ella. Con los ánimos por los suelos, agarró su bolso y salió del salón. Corrió por los pasillos de la universidad hasta llegar a un lugar más tranquilo y solitario. Rompió en llanto sintiéndose frustrada y avergonzada de si misma. Se preguntaba una y otra vez ¿Por qué había descuidado tantos sus estudios? Pensó en todos los amigos que había hecho en el último año, como ellos avanzarían sin ella.

Se sintió perdida, confundida y desesperada. Quería gritar, protestar, volver al salón y enfrentar a su profesor. Rogarle que le diera otra oportunidad. Pero no hizo nada, solo se quedó en ese lugar por horas, derramando su frustración en un mar de lágrimas.

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