Capítulo 3

Katherine se contempló en el espejo, fascinada por la destreza de Rachel al maquillarla. Aunque le encantaba maquillarse, confesaba que sus intentos propios a menudo terminaban siendo un desastre, pareciéndose a un payaso. A lo largo de su adolescencia, había explorado incontables tutoriales en YouTube sin lograr dominar la técnica. Rachel, en cambio, parecía una maquilladora profesional, que siempre lograba hacerla ver espectacular.

Las sombras verdes destacaban el marrón de sus ojos y se fusionaban armoniosamente con el vestido. Aunque no tenía un cuerpo voluminoso, la prenda entallada realzaba sutilmente sus atributos.

—Nunca sé qué hacer con las sombras, pero tú siempre haces magia con ellas —comentó Katherine, sonriendo maravillada con el resultado.

—Es solo práctica. Además, tus ojos son ideales para experimentar con colores vibrantes —dijo mientras aplicaba gloss en los labios de su amiga-. Listo, estás preparada para brillar esta noche.

Katherine, luego de observar por unos minutos las habilidades de Rachel, sintió la vibración de su teléfono.

Prof Ramírez:
Mañana a las 10 A.M. tenemos nuestra primera tutoría privada.

Katherine:
¿Podemos dejarlo para la tarde? Rachel y yo saldremos de fiesta, y a esa hora estaré como un zombie.

Prof Ramírez:
No, estaré ocupado por la tarde.

Katherine tecleó un "Está bien" antes de bloquear su celular y guardarlo en su cartera.

—¿Me ayudas con mi cabello?

Katherine se acercó al tocador, tomó el cepillo y comenzó a desenredar el largo y oscuro cabello de Rachel. No era naturalmente pelinegra, se lo teñía desde los dieciséis. Con movimientos rápidos y ágiles, trenzó su pelo y lo sujetó con ganchos formando una elegante corona, dejando únicamente su flequillo suelto. Notó entonces que este estaba bastante largo y se preguntó si no le molestaba.

—¿Estás dejándote crecer el flequillo?

Rachel estaba ocupada pintando sus labios y no podía contestarle con palabras, por lo que murmuró un simple uh huh en forma de respuesta.

—Pablo me dijo que lo dejará crecer, que es muy infantil —agregó, recogiendo todos los maquillajes y guardándolos en la bolsa.

Puso los ojos en blanco, pero decidió no comentar nada. De verdad quería evitar cualquier tipo de discusión con Rachel.

Antes de salir, se tomaron unos minutos para capturar el momento con algunas fotografías. Posaron con poses divertidas y gestos glamorosos, inmortalizando el momento para nunca olvidarlo. Tomaron sus bolsos y salieron de la casa con sonrisas de complicidad en sus rostros. Rachel condujo hasta el único bar que había en el pueblo.

Aunque ya pasaba la medianoche, el lugar no estaba tan concurrido. La mayoría de los presentes parecían ser turistas, compartiendo la experiencia de unas vacaciones nocturnas. Ambas amigas ocuparon una mesa cercana a la animada pista de baile, donde una camarera se aproximó de inmediato, ofreciéndoles sus servicios para la noche.

—Una cerveza clara, por favor -ordenó Rachel, alzando la voz para hacerse oír sobre la música ambiente —. ¿Segura de que no vas a beber nada?

Katherine negó con la cabeza.

—Alguna de nosotras debe abstenerse, o nos quedaremos sin conductor de regreso.

No solo era una medida de responsabilidad, sino también una elección estratégica. Al día siguiente, Katherine tendría su primera clase, y ya sería un desafío prestar atención con pocas horas de sueño; sumarle una resaca convertiría la tarea en algo prácticamente imposible de lograr.

La camarera volvió con la cerveza de Rachel cinco minutos más tarde. Katherine observó cómo su amiga le daba un largo sorbo a la bebida, vaciando casi la mitad de la botella en cuestión de segundos. Las mejillas de la pelinegra pronto adquirieron un tono carmesí, un efecto característico de su consumo de alcohol.

—¿Te gustaría bailar un poco? —preguntó Rachel, dando otro sorbo a su cerveza.

Katherine asintió con una sonrisa mientras se levantaba de la silla. La música envolvente del lugar los atrapó en su ritmo, y ambas amigas se dirigieron hacia la pista de baile.

Movieron sus cuerpos al compás de la melodía, riendo y disfrutando del momento. Rachel, con su espíritu libre, giraba con gracia mientras sostenía la cerveza en la mano. Katherine seguía su ritmo, contagiada por la energía positiva de su amiga.

El resplandor de las luces destellaba sobre ellas, creando un ambiente animado y vibrante. La música pulsaba en sus oídos mientras se movían con soltura entre la multitud. Las risas resonaban en el aire, acompañadas de sus voces, y la de algunos desconocidos, que cantaban la canción a todo pulmón. La cerveza de Rachel seguía siendo su fiel compañera, aunque ahora más ligera debido a los ritmos vertiginosos del baile.

La noche avanzaba, pero su entusiasmo no disminuía. Bailaron hasta que sus cuerpos adoloridos no pudieron continuar, dejando un eco de alegría en el ambiente. Exhaustas pero felices, regresaron a sus asientos con sonrisas radiantes. Conversaron durante un largo rato mientras Rachel seguía disfrutando de las cervezas. Katherine dejó de contar cuántas se tomaba después de la décima.

—Sé que es un completo idiota, pero es que lo amo demasiado —confesó Rachel, prolongando la "o" en la palabra "demasiado".

Katherine asintió comprensiva, apoyando a una muy ebria Rachel mientras avanzaban hacia el auto. Apenas podía dar dos pasos sin tambalearse, lo que les dificultaba mucho caminar los pocos metros que separaban el bar del estacionamiento. La pelinegra continuó desahogando sus quejas sobre el pésimo novio que tenía, mientras Katy se limitaba a responder con monosílabos.

Con delicadeza, acomodó a Rachel en el asiento del copiloto y condujo con precaución hasta estacionarse frente a la casa de verano. En algún punto del viaje su amiga se había quedado completamente dormida. Katherine intentó despertarla sacudiéndola varias veces, pero esta no reaccionaba.

Dejó escapar un largo suspiro de frustración, acompañado de una palabrota. ¿Cómo podría llevarla hasta su habitación en ese estado? Carecía de la fuerza necesaria para cargarla, y no parecía que Rachel fuera a despertar pronto. La idea de dejarla durmiendo en el coche estaba descartada, si le sucedía algo a su amiga nunca se lo perdonaría. Resignada, agarró su teléfono y le marcó a la única persona que podría echarle una mano con su problema.

El teléfono sonó repetidas veces, haciendo que Katherine temiera que quizás no lo contestaría. Después de una persistencia prolongada logró que respondieran su llamada.

—¿Katherine? —murmuró el señor Ramírez al otro lado de la línea. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al escuchar su voz un poco más ronca de lo habitual-, son las cuatro de la mañana. ¿Ocurre algo?

—Acabamos de volver de la fiesta; Rachel está completamente ebria y se quedó dormida en el asiento del copiloto. He intentado despertarla, pero no reacciona. ¿Podría echarme una mano para llevarla dentro de la casa, por favor?

Escuchó un suspiro de alivio seguido de una respuesta afirmativa. Aguardó en el auto a que su profesor saliera de la casa de sus abuelos, lo cual le tomó algunos minutos. Vestía una sencilla camisa sin mangas y unos pantalones de pijama grises; su cabello estaba más desordenado de lo habitual y sus ojos se mostraban algo hinchados. Sintió algo de culpa por haber interrumpido su horario de sueño, pero es que no había tenido otra opción.

Katherine lo saludo con un simple gesto de mano y una sonrisa tímida de labios sellados. El señor Ramírez tomó a Rachel entre sus brazos como si fuera un costal de plumas y camino junto a Katy hasta la puerta de la casa.

—¿Dónde la dejó? —preguntó una vez estuvieron dentro de la casa.

Lo guió hasta la habitación de su amiga y, justo cuando estaban a punto de depositarla en la cama, Rachel reaccionó solo para vomitar parte de la cena del día anterior sobre el señor Ramírez, quien se apresuró en soltar a la pelinegra. La cara de su profesor se contrajo en una mueca de asco, mientras que Katherine, sintiendo el bochorno encender sus mejillas, se apresuró a disculparse.

—No te preocupes, Katherine. Estas cosas suceden. —Dijo con calma, aunque aún con un rastro de desagrado en su rostro.

Katherine, sin pensarlo demasiado, lo tomó de la mano y lo arrastró hacia la cocina en busca de algún paño húmedo para ayudar a limpiar el desastre que había quedado sobre su ropa.

—Creo que sería mejor que se quite la camisa —señaló, observando la enorme mancha de vómito.

—No sabía que eras tan atrevida; pensé que eras más tranquila —comentó con una sonrisa pícara, provocando que el rostro de Katherine ardiera de la vergüenza.

—N-no... es que... es para lavarla, lavarla. Es lo menos que puedo hacer por las molestias que les hemos causado.

Katherine se maldijo internamente. ¿Por qué tenía que trabársele la lengua justo en ese momento? El señor Ramírez rió, rompiendo con la incomodidad y la tensión del ambiente.

—Tranquila, solo te toma el pelo.

Se quedó embobada observando como el tomaba la camiseta por los bordes y la alzaba hasta sacarsela por encima de la cabeza. Algunos restos de vómito permanecieron pegados a la anatomía de su profesor, así que agarro un papel de cocina y se lo acercó para que se limpiara.

No perdió la oportunidad de admirar el torso desnudo. El señor Ramírez era algo delgado, no había rastro de músculos definidos en su anatomía. Se notaba que no solía frecuentar mucho el gimnacio, sin embargo Katherine le encontraba cierto atractivo.

—¿Es lampiño? —cuestionó al notar que no tenía un solo pelo en el pecho.

—No, me hago depilación con láser. No me gusta el vello corporal.

Su corazón se aceleró cuando el señor Ramírez comenzó a acercarse lentamente en su dirección. Con cada paso que daba, la velocidad de sus latidos se aceleraba, hasta el punto de los podía escuchar.

—¿Q-que hace? —murmuró con la mirada clavada en el suelo.

—Tomando otro papel

Alzó su vista y se percató de que su profesor extendía su mano hasta el rollo de papel que descansaba sobre la encimera de la cocina. La vergüenza se apoderó de todo su ser ¿Cuándo se había vuelto una persona tan sucia de mente?

 —Debería marcharme ya y dejarte descansar. Te veré en unas horas para las tutorias. 

Katherine asintió, comenzando a sentir sus ojos demasiado pesados y picosos. Acompañó al señor Ramírez hasta la entrada de la casa y permaneció de pie junto al marco de la puerta, observándolo caminar con pasos lentos, hasta que este finalmente entro en la residencia. Ni siquiera se molesto en desmaquillarse o ponerse una ropa más cómoda antes de lanzarse a su cama. Se encontraba tan cansada que no tardo mucho en dormirse, aunque la alarma de su teléfono sonó más pronto de lo que hubiera deseado.

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