Capítulo 1

Con un gesto brusco, alguien corrió las cortinas de la habitación. Katherine sintió el impacto de los rayos del sol en su rostro y emitió unos gruñidos de molestia. Parpadeó varias veces hasta que sus ojos se adaptaron a la luz deslumbrante. Se incorporó en la cama con esfuerzo y se encontró con la mirada acusadora de su mejor amiga.

—¿Qué haces? —Inquirió al revisar su celular y notar que a penas eran las 8 de la mañana. Katy se refugió bajo su cobija, demasiado soñolienta como para lidiar con los posibles reproches de Rachel.

Hacía medio año que no se veían, desde las navidades pasadas para ser exactos. Como habían elegido carreras diferentes, ambas terminaron estudiando en universidades muy lejanas. Sin embargo, su relación no se había visto afectada. A pesar de la distancia, seguíamos en contacto. El día que se graduaron del instituto habían prometido que todos los veranos lo pasarían juntas y que no dejarían morir su amistad, sin embargo todo se vino abajo ese año.

Katherine se sintió devastada al reprobar el semestre. Desde que volvió de la universidad, se recluyó en su habitación, sin comunicarse con nadie. Ignoraba los mensajes y las llamadas de sus amigos, y solo abandonaba su refugio para buscar algo de alimento. Pero por más que intentaba huir, no podía cambiar la realidad.

—No dejaré que sigas pudriéndote en esta habitación —Rachel le quitó de un tirón las cobijas que la cubrían y la obligó a salir de la cama. Katy quiso resistirse, pero su amiga no le dio opción —. Llevas un mes aislada y sigues deprimida, así que vamos a cambiar de estrategia: Empaca tus cosas, nos vamos de viaje.

Rachel abrió la puerta del armario con entusiasmo y sacó una maleta de la parte superior. Sin perder tiempo, empezó a meter ropa en ella, eligiendo las prendas que más le gustaban. Le arrojó a Katy unos shorts de mezclilla clara y un leotardo blanco sin mangas, esperando que se animara.

—¿Qué esperas para vestirte? —le preguntó con impaciencia.

Katy permaneció sentada en el borde de su cama, con el ceño fruncido. No tenía ganas de ir a ningún lado, solo quería seguir escondida en su habitación, saboreando helado y sumergiéndose en su tristeza.

—No quiero ir, Rach —dijo con voz apagada.

Rachel suspiró y se sentó junto a ella. Le tomó la mano y le miró a los ojos.

—No puedes seguir así, Katy. Todos estamos muy preocupados por ti, necesitas salir de aquí y despejarte.

Katy negó con la cabeza e hizo un puchero.

—Te lo agradezco, pero no insistas. No voy a cambiar de opinión.

Rachel resopló mientras se ponía de pie y volvía a terminar de guardar las cosas de su mejor amiga en la maleta.

—Mira, podemos hacer esto por las buenas o por las malas. En cualquiera de los dos casos, nos vamos a ir de viaje. Tu decides.

La mirada severa que su amiga le lanzó le hizo saber que no estaba bromeando. No tuvo más remedio que ceder a sus exigencias y ponerse la ropa que le había escogido. Mientras Rachel terminaba de hacer la maleta, Katy se miró al espejo y se sorprendió al ver lo mal que estaba su aspecto aspecto. Sus ojeras eran profundas y su piel estaba llena de granitos por culpa del estrés que había sufrido el último mes.

—Vamos, no pongas esa cara. Antes de irnos, iremos a la peluquería para darle un nuevo aire a tu pelo. Te vendría bien un cambio de look. Ya sabes, para cerrar ciclos.

—¿Cerrar ciclos? —repitió Katy con amargura—. Ojalá fuera tan fácil olvidar que reprobé el año, esto será una vergüenza que me perseguirá por siempre.

—Vamos, Katy, no seas tan dura contigo misma —dijo Rachel con paciencia y dulzura—. No eres la única que ha pasado por esto, es algo normal que le puede suceder a cualquiera. Lo importante es que no te rindas y que sigas adelante con tus metas.

Rachel terminó de guardar unas últimas prendas en la maleta antes de cerrarla.

—Además, quedarte encerrada en tu habitación llorando no va a cambiar nada. Tienes que salir, divertirte, conocer gente nueva. Cualquier cosa es mejor que estar aquí deprimida.

Katherin suspiró. Sabía que Rachel tenía razón, pero le costaba mucho aceptar su situación. Se sentía como una fracasada, una inútil, una decepción para sus padres y para sí misma.

—¿Podrías al menos decirme adónde nos dirigimos y por cuánto tiempo nos quedaremos?

—Vamos a Bahía de las perlas, mi familia tiene un casa cerca de la playa en ese lugar. Mi hermano solía pasar allí los veranos con su novia, pero este año ella lo dejó y la casa quedó libre para nosotras. Podremos disfrutarla todo agosto sin preocupaciones y volveremos el día antes de que empiecen las clases.

Agarró el cepillo y empezó a cepillar su cabello, le costó un poco desenredarlo. Optó por hacerse un chongo para disimular sus maltratadas puntas.

—¿Lista?

Con un gesto de resignación, aceptó ir al viaje que tanto le habían insistido. Rachel agarró la maleta y la arrastró hasta la puerta, seguida de cerca por Katy, que no pronunciaba palabra. Al llegar al salón, vio a sus padres en el sofá, que le dedicaron una sonrisa de alivio al verla. Sintió un nudo en la garganta, consciente del sufrimiento que ellos habían pasado al verla tan deprimida.

Recordó el día que volvió de la universidad, después de haber fracasado en aquel examen. Temía enfrentarse a la mirada de desilusión de sus padres, pero solo encontró abrazos cálidos y palabras de consuelo. Y aunque ellos le habían asegurado una y otra vez que no estaban decepcionados y que solo tenía que esforzarse más el próximo año, ella no podía dejar de sentirse una vergüenza para ellos.

—Nos alegra que hayas decidido irte de viaje con Rachel. —Su madre la abrazó con ternura, se veía muy feliz por ella.

—Disfruten mucho y diviértanse, pero también tengan cuidado. Sé que son responsables y que saben cuidarse.

Su padre se acercó a despedirse con un beso en la frente y le susurró al oído que le había depositado algo de dinero en su tarjeta, que si necesitaba más que no dudara en avisarles.

Katy agradeció a sus padres con una sonrisa, y se subió al auto de Rachel, que la esperaba impaciente. Katy se puso el cinturón de seguridad y Rachel encendió el carro.

—¿Lista para el viaje de tu vida? —le preguntó Rachel a Katy.

—Eso creo. —respondió Katy.

Rachel no se dejó desanimar por la respuesta apática de su amiga y aceleró el auto. Se había propuesto sacar a Katy de su depresión y no se daría por vencida hasta conseguirlo.

Para llegar a la casa en la playa de la familia de Rachel, tendrían que conducir dos días. Habían decidido que Katy se encargaría de manejar por la noche, mientras que Rachel lo haría durante el día.

Ya habían recorrido la mitad del camino y esperaban llegar al día siguiente por la mañana.

Rachel bostezaba sin parar, acababan de cambiar de asiento. Katy, en cambio, aún no tenía sueño y se entretenía observando el paisaje por la ventanilla del copiloto. El aire le revolvía el cabello, lo que le resultaba un poco incómodo, pero no podía recogerlo. Se lo había cortado tanto, que las coletas se le soltaban enseguida.

Nunca había llevado el cabello tan corto, se había resistido a hacerlo, pero Rachel se lo había pedido con tanta insistencia que al final accedió. Al principio le gustó cómo le quedaba, le daba un aire más juvenil a su rostro. Pero se arrepintió cuando se dio cuenta de que no podría peinarlo fácilmente.

—¿Te importa si pongo algo de música? Quiero espabilarme un poco.

—No, claro que no. No tengo sueño todavía.

Rachel encendió la radio y comenzó a sonar California Gurls de Katy Perry. El rostro de Katherine se iluminó al escuchar la canción. Inmediatamente recordó la época en la que ella y Rach tenían quince años y esa canción se estrenó. Igual que en aquel tiempo, ambas empezaron a cantar la letra de la canción, mientras sonreían. Katy se sentía como si hubiera vuelto a ser adolecentes. Recordó las veces que habían bailado esa canción en su habitación cuando hacían pijamadas.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. No había notado lo mucho que echaba de menos pasar tiempo con su mejor amiga. Se arrepentía de haberse mantenido alejada de ella este último mes. De verdad necesitó su apoyo, fue un error intentar cargar con todo ese dolor ella sola.

La canción terminó y Rachel cambió de emisora. Comenzó a sonar una canción de Justin Bieber: Baby. Su amiga era fanática de Justin, sin embargo Katy no compartía ese gusto con ella. Aunque esa canción en específico le era imposible no saberse la letra, ya que Rach la obligó a escucharla tantas veces, que se le quedó grabada en su memoria para siempre.

Katy agarró una botella de agua vacía para que simulará ser un micrófono y empezó a cantar a todo pulmón cuando llegó la parte del estribillo.

Baby, baby, baby, oh
Like, baby, baby, baby, no
Like, baby, baby, baby, oh
I thought you'd always be mine, mine

Su amiga reía a carcajadas sin dejarle de prestar atención a la carretera. Katy estaba lejos de ser una buena cantante, su voz no es melodiosa o armónica, pero disfrutaba hacer el ridículo con su amiga.

Continuaron escuchando y cantando canciones durante gran parte del camino, hasta que Katy no aguanto más el sueño y decidió tomar una siesta. Necesitaba energías para conducir por la noche.

—¿Ya llegamos? —preguntó Rachel con voz soñolienta.

Katy negó con la cabeza.

—Nos quedan unos veinte minutos de viaje más o menos. Me detuve en una gasolinera para echar combustible y comprar algo para desayunar.

Rachel estiró los brazos y dejó escapar un bostezo. Eran casi las seis de la mañana y el sol a penas comenzaba a salir. Llegarían a su destino antes de lo planeado.

—Iré al baño mientras tú echas la gasolina y compras algo de comer —dijo Rachel, abriendo la puerta del coche.

Katy asintió y se bajó del asiento del conductor. Caminó hacia el surtidor y sacó la tarjeta de crédito. Mientras esperaba a que el tanque se llenará, miró el paisaje que la rodeaba. El cielo estaba teñido de un azul oscuro, con algunas estrellas aún visibles. Katy sentía una mezcla de nerviosismo y miedo, la gasolinera se encontraba en medio de la nada y todo estaba en un silencio sepulcral. Le incomodaba sentirse tan sola y rodeada únicamente por la oscuridad.

Terminó de echar la gasolina y guardó la tarjeta. Se dirigió a la tienda de la gasolinera, donde hay un cartel que dice "Abierto 24 horas". Entra y saluda al dependiente, que está detrás del mostrador chateando en su celular. Katy agarra dos bocadillos de jamón y queso, dos botellas de agua de la nevera y algunas barras de chocolate. Eran las preferidas de Rachel y sabe que su amiga se pondrá de buen humor cuando las coma.

Se dirigió al mostrador para pagar sus artículos, pero tuvo que esperar a que un chico terminara su compra. No se había fijado en él cuando entró a la tienda, pero tampoco le dio mucha importancia. Era una persona distraída y no solía prestar atención a su alrededor.

El chico se giró después de recibir su cambio y sus miradas se cruzaron. Katy se quedó paralizada al reconocerlo. «No puede ser, esto tiene que ser una broma de mal gusto», pensó al ver el rostro de la persona que menos quería encontrarse.

—¿Katherine? —El profesor Ramírez frunció el ceño al verla. Katy se sorprendió de que supiera su nombre—. ¿Qué haces aquí?

Él lucía muy distinto a como ella estaba acostumbrada a verlo. En lugar de las camisas de manga larga con las que asistía a las conferencias, llevaba una simple camiseta azul. Su cabello no estaba perfectamente peinado hacia atrás, sino que estaba algo revuelto. Se veía más joven y atractivo con ese aspecto casual.

—Una amiga me invitó a pasar las vacaciones en la casa de la playa de su familia. ¿Y usted? —Katy se acercó al mostrador para pagar sus artículos.

—Mis abuelos viven en Bahía de las Perlas. Me gusta venir cuando tengo vacaciones a hacerles compañía y que no se sientan solos.

«Genial, ¿por qué tenía que ser ahí?», pensó mientras guardaba su compra en una bolsa de plástico. ¿El destino tenía que ser tan cruel como para hacerla toparse con el profesor que la reprobó justo en el lugar donde pasaría sus vacaciones?

Había estado investigando sobre Bahía de las Perlas el día anterior. Era un pequeño pueblo costero muy visitado por los turistas, no solo por sus hermosas playas, sino por sus conchas perlíferas. Al ser un lugar pequeño, las probabilidades de volver a ver al señor Ramírez eran muy altas. Eso arruinaba sus vacaciones por completo.

—Espero que disfrute de la visita a sus abuelos —mintió, no le deseaba nada bueno a ese hombre.

Recogió su compra y antes de salir escuchó decir a sus espaldas:

—Que te diviertas en tus vacaciones, Katherine.

No respondió, siguió caminando hasta llegar al coche donde Rachel ya la estaba esperando en el asiento del conductor.

—¿Por qué tardaste tanto?

—Me encontré con un imbécil —Rachel notó el disgusto en su tono de voz, así que decidió no preguntar más sobre el tema para no molestar a su amiga.

Rachel arrancó el coche y se alejaron de la gasolinera. Katy apenas habló durante el trayecto a la casa, su entusiasmo se había esfumado y había recuperado el semblante apagado y hosco que tenía el día que su amiga la convenció de irse de viaje.

Al llegar a la casa, les dieron la bienvenida una pareja de ancianos. Los dos sonrieron al verlas bajar del coche.

—¡Qué alegría verte, señorita Rachel! ¿Cómo has estado? —La señora abrazó a Rachel con cariño—. Has crecido mucho desde la última vez que te vimos.

—Gracias por recibirnos, señora Ramírez. No hace falta que me diga señorita, solo Rachel está bien —Rachel se giró y tomó a su amiga de la mano—. Quiero presentarles a Katherine, mi mejor amiga. Katy, ellos son los señores Ramírez. Son los encargados de cuidar la casa, viven en la de al lado. Si necesitamos algo, ellos nos pueden ayudar.

Katherine les ofreció una sonrisa amable.

—Aquí tienen la llave —El señor le entregó la llave a Rachel—. Todo está limpio y ordenado. Nos encantaría charlar más con ustedes, pero seguro que están cansadas del viaje. Además, estamos esperando a nuestro nieto que viene en camino. Ya habrá tiempo de conversar, señoritas.

Cuando las chicas se disponían a entrar a la casa después de despedirse, un claxon las sobresaltó. Al girarse, vieron a un joven que salía de un auto y se acercaba a ellos. Los señores Ramírez lo recibieron con abrazos, besos y sonrisas. Rachel observaba la escena con interés, mientras que Katy se quedó paralizada.

—Rachel, ¿recuerdas a Aiden? —le preguntó el señor Ramírez a su amiga.

Aiden le dedicó una sonrisa encantadora a Rachel, que le correspondió con un gesto coqueto.

—Claro que lo recuerdo. Hace mucho que no te veía, Aiden.

—Ni yo a ti. Has crecido mucho, ya no eres la niña que me seguía a todas partes —dijo Aiden, desviando la mirada hacia Katy, que sentía un nudo en la garganta—. El mundo es un lugar pequeño Katherine, no esperaba verte tan pronto.

—Yo tampoco, profe.

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