10. Extrañas y perfectas coincidencias
Eduardo ganó en el último segundo. Fue abrumador. No recuerdo haber respirado hasta que llegó a la meta. Fue... increíble. Apenas mostraron los resultados, salté de mi asiento como una bala y celebré con gritos y silbidos. Bea me hizo compañía. Estaba pletórica, contenta, con la adrenalina a mil y me emocionaba la idea de estar presente en otro campeonato. No veía el momento en el que sintiera esa excitante incursión en el mundo de la natación como espectadora.
Cuando me dirigí a la salida del polideportivo para encontrarme con Eduardo, Bea seguía conmigo. Literalmente. Estaba justo a mi lado. Yo pensaba que tal vez se iría en cuanto viera a alguna amiga o familiar, pero pasaban los minutos y no se marchaba. No pude aguantar más.
—¿Qué se supone que haces? ¿Por qué sigues aquí? —«Vale, lo admito, eso sonó muy rudo, pero la verdad es que ya me está poniendo los pelos en punta».
Ella se sobresaltó y abrió los ojos, sorprendida. De inmediato me sentí fatal por haberle hablado así. Se notaba que era una chica dulce, bueno, agridulce, pero mayormente dulce, y no merecía que le hubiese hablado de la manera en que lo hice.
Bajó la cabeza y miró el suelo mientras retorcía sus manos. Eso me hizo sentir más culpable de lo que ya lo hacía.
—Lo siento, es solo que... —empecé a decir, pero no sabía cómo continuar. Me sentía tan fuera de mí... Nunca me había disculpado con nadie.
—No, no pasa nada, sé que es extraño que haya estado a tu lado sin decir nada. Realmente parezco una loca, ¿cierto? No pretendía asustarte, es solo que estoy esperando a mi hermano y ...
—No, Bea, no tienes por qué explicarte o disculparte, soy yo la que debería hacerlo. No debí haberte hablado de esa manera, fue irrespetuoso. Lo siento.
Ella asintió y creí ver el nacimiento de una sonrisa en sus labios. Aquello me hizo suspirar y saber que el mal momento había quedado atrás.
—Por cierto —dijo con un tono de voz bastante animado y unos ojos que casi emitían luz. Supe que Bea estaba de vuelta—, mi hermano es...
—¡Bea! ¿Delaila?
—¡Dudu! —gritó emocionada Bea y saltó hacia... ¿Eduardo? Este abrió sus brazos y la recibió con una cara de felicidad a la vez que daba vueltas y vueltas, hasta que Bea rió y lo golpeó repetidas veces en el hombro para que parara porque ya estaba mareada.
No podía creer lo que estaba viendo. ¿El mundo era tan pequeño?
Después del efusivo encuentro, ambos estuvieron sobre sus pies, miraron en mi dirección y caminaron como si la calle les perteneciera. Casi podría decir que se movían a cámara lenta. Se veían tan bien...
—¡Delaila, viniste! —exclamó Eduardo con una sonrisa en los labios.
—Claro, ¿pensaste que no lo haría? Te dije que vendría.
Bea nos miraba del uno a otro, confundida, tal vez como si se preguntara de dónde nos conocíamos y por qué.
Eduardo se aclaró la garganta como si fuese a dar un discurso.
—Bea, ella es Delaila, una amiga. Delaila, ella es Bea, mi pequeña hermana.
—Solo por un segundo. —Bea puso los ojos en blanco dramáticamente.
—Dos minutos y treinta y seis segundos —aclaró Eduardo, tocando la punta de la nariz de su hermana con un dedo.
¡Eran gemelos!
Me detuve a mirarlos con detenimiento y me di cuenta de todas sus semejanzas. Ambos tenían el cabello color arena con reflejos color tierra, nariz respingona y delicada, ligeras pecas en los pómulos y ojos brillantes de un verde oscuro. Era una combinación extraña, pero a la vez intrigante, hermosa. Sin hablar de sus labios... Eran provocativos a niveles ancestrales.
—¡Pues claro que son hermanos! ¡No sé cómo no me di cuenta al momento de verlos! ¡Son dos gotas de agua! —aseguré.
—Mon chéri, no debes preocuparte de nada porque soy tuyo y de nadie más.
«¿De qué hablaba y qué tenía que ver sus palabras con lo que yo dije?» Lo golpeé. Fuerte. Eduardo rió como si un pétalo de rosa le hubiese acariciado su bien definido brazo y no la roca por puño que pensaba que tenía.
Bea me observó boquiabierta.
—¡No puedo creer que el hechizo de mi hermano no tenga efecto en ti!
Entonces ella achicó sus calculadores y grandes ojos y temí. Por alguna razón, creí que tramaba algo que seguro no me gustaría.
—Seremos las mejores amigas —continuó diciendo.
—Vaya, gracias por ahorrarme la duda de si nos llevaríamos bien antes de llegar a eso —respondí divertida.
—¡Bah! —Golpeó el aire con la palma de su mano, restándole importancia—, no es nada, ya te acostumbrarás. Eres la primera chica que no cae rendida a los pies de mi hermano. Siento que ya te amo. —Y sonrió, pero para nada era su sonrisa normal. No. Esta escondía muchos planes.
Después de un intercambio de palabras dichas, en su mayoría por ambos hermanos, decidimos salir del campus y caminar a cualquier otro destino que no fueran los alrededores del polideportivo. En nuestro recorrido, hablamos de miles de cosas que empezaron por la arrolladora victoria de Eduardo hasta el recordatorio de sus entrenamientos en el área donde más débil era: el estilo mariposa. Ambos conversaban sobre métodos y estrategias utilizando palabras técnicas que no podía comprender, pero de alguna forma disfrutaba escucharlos hablar con tanto cariño y pasión por ese deporte.
A veces intervenía y estuve inserta por completo cuando Bea y yo charlamos de cómo saltábamos de nuestros asientos y nos comíamos las uñas en los momentos más cruciales. Eduardo solo reía y nos observaba.
A veces sentía que su mirada se prolongaba más de lo debido, en mí.
Entonces el susurro de mi nombre con un toque de pregunta me hizo callar para buscar esa entonación que creía conocer de algún lado. Detuve mis pasos y reculé. Giré hacia atrás. Evidentemente había una persona: una chica vestida con un vestido rosa de vuelo, bambas blancas con toques rosados y un sombrero de lana también de color rosado. Había tanto rosa que mis ojos lloraban. Entonces la niña levantó su mirada y supe de quién se trataba.
—¿Alba? —Me acerqué, sorprendida de verla. Se suponía que se había mudado a las afueras de la ciudad o algo así.
Luego fue ella la sorprendida.
—Re... recuerdas mi nombre —afirmó, pero, como siempre, con ese ligero tono de pregunta al final, como si no estuviera segura de nada de lo que decía. Siempre había sido así, y por lo visto no había cambiado nada.
Alba era una compañera de instituto que siempre se había empeñado en hacerme compañía.
—Eh, sí... ¿Cómo estás? Te imaginaba fuera.
Se colocó un mechón de su cabello detrás de la oreja y creí ver un pequeño brillo en sus ojos, como si estuviera contenta por algo. ¿Tal vez de que recordara que se marcharía del estado? A saber lo que pensaría. Siempre me había parecido una chica algo extraña. Pasaban los minutos y no respondía; ¿tenía pensado hacerlo en algún momento? No quise esperar por ello, así que me encogí de hombros y di media vuelta para seguir mi camino. Sin embargo, un tirón de mi camisa me detuvo. Bea tenía los ojos bien abiertos y hacía infinitas muecas con su boca. Se veía extraña, pero de alguna manera linda.
«¿Qué?», le pregunté, porque no tenía ni idea de lo quería, y ya deberíamos habernos ido. Ella movió su cabeza hacia la izquierda, repetidas veces, en dirección a Alba. Suspiré y me volví hacia mi ex compañera de instituto.
—¿Entonces...? —Necesitaba que respondiera la maldita pregunta para poder irme a mi casa. Tenía hambre.
Alba se retorció las manos con la mirada baja. Aquello me estaba matando. ¿Cómo se suponía que tendría una conversación si la otra persona no cooperaba?
—Hola, Alba, un gusto. Soy Bea y él es mi hermano Eduardo —lo señaló—. Somos amigos de Delaila. Recién salimos de las regionales de natación. Íbamos a tomar algo, ¿te apetece venir con nosotros?
Puse los ojos en blanco. Bea no la conocía, esa introducción no haría que ella se abriera y fuera una persona normal. No era que yo la conociera, pero al menos tenía cierto conocimiento de sus rarezas. Hace un año, Alba me dijo que se mudaría con su madre. Cuando le pregunté qué haría al finalizar el curso, ella silenció como si fuera una tumba.
Alba dio un salto como si algo la hubiera asustado y posó sus ojos en mí. Parecía sorprendida. Entonces soplé mi flequillo y su mirada cambió.
—No has cambiado nada, incluso te has vuelto peor. ¿Cómo puedes ser tan mala persona?
«¿Hola?» «¿Qué demonios le pasaba a esta chica?»
Antes de preguntarle cuál era su maldito problema, se fue corriendo hasta desaparecer en la esquina de la calle siguiente. Bea me miró con muchas interrogantes en el rostro, pero yo no tenía ni idea de lo que acababa de ocurrir. Ambas volteamos para observar a Eduardo, a ver si él nos podía iluminar y decirnos qué diantres había pasado, pero él negó con la cabeza, también desconcertado.
Decidimos seguir con lo que estábamos haciendo antes de que Alba apareciera frente a nosotros y fuera poseída por... lo que sea que la haya poseído. Seguimos conversando y riendo por las ocurrencias tanto de Eduardo como de Bea. Debía decir que ambos eran divertidos, les gustaba hacer bromas y, Bea podía ser malinterpretada por el doble sentido con que se tomaba todo. Lo hacía a propósito y yo, en ocasiones, me ponía colorada. Eduardo se reía de mí y Bea lo seguía. También debo decir que a veces los odiaba.
Entonces volvió a ocurrir. Lo encontré cuando no lo estaba buscando. «¿Qué misterio será ese? ¿Por qué hallamos respuestas a preguntas que ya olvidamos?»
Solo que yo a él no lo había olvidado, ni por asomo. Estaba presente en todos mis pensamientos, y lo odiaba. Me molestaba querer tenerlo en donde pudiera verlo.
Lo encontré allí, frente a mí, con esa sonrisa pretenciosa y tan relajado como si todo en este mundo le perteneciera. No parecía sorprendido de verme. Lo primero que pensé fue en cómo se atrevía a aparecer frente a mí, de la nada, cuando estuve buscándolo como loca y pensándolo sin descanso.
No era justo.
No era justo que, a pesar de que sonriera, sus ojos no lo hicieran.
No era justo que quisiera correr hacia él y abrazarlo hasta el día siguiente.
No era justo que no supiera qué demonios estaba mal conmigo.
—¿Por qué te cortaste el cabello? —Fue lo primero que dije.
No iba al caso, ni siquiera al momento, porque hacía ya un tiempo que había dejado atrás las hermosas ondas de su cabello por un estilo militar, pero fue algo que siempre quise preguntarle. Y, por extrañas razones, lo estaba haciendo cuando ya no importaba. Lo que importaba era que justo en ese momento empecé a sentir que me fallaba la respiración cuando lo vi acercarse y su fuerte presencia llenó todo mi espacio al casi rozar nuestros labios de lo cerca que estábamos. Él me miró, así, de la única forma que sabía hacerlo, y pronunció dos palabras que ya no significarían lo mismo para mí nunca más.
—Te extrañé.
Y otro latido de mi corazón retumbó con fuerza en mis oídos.
—Me dirás ahora mismo tu maldito nombre y tu número de teléfono.
Él rió, y fue como si me hubiesen aplicado bálsamo en una herida, porque por fin escuché ese dulce sonido que hasta ese momento no sabía que había anhelado tanto escuchar. Lo quería ver así, contento, que en sus hermosos ojos se reflejara la felicidad que sentía y que su risa viajara por toda la tierra hasta caer la noche.
—Y no te atrevas a desaparecer de nuevo.
Pero no sería la primera ni última vez que me preocupara por su paradero. A veces desaparecía, y temía expresar lo que pensaba. No quería ponerlo en palabras, porque sentiría que mis miedos tomarían fuerza y se harían realidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top